Colecciones fotográficas

Abu Simbel y otros templos salvados de las aguas

El santuario rupestre de Ramses II

 

   Abu Simbel es un sitio arqueológico situado en pleno desierto a 270 km al sur de Asuán, muy cerca de la frontera de Egipto con Sudán. Antes estaba a orillas del Nilo. Ahora está a orillas del lago Nasser. Este paraje es célebre por albergar dos legendarios templos rupestres mandados excavar por el faraón Ramses II en un acantilado de arenisca de la orilla occidental del Nilo.
    Los egipcios desarrollaron técnicas para tallar grandes masas de roca utilizando sierras y taladros de cobre complementadas con un abrasivo, una técnica probablemente usada por primera vez para extraer bloques de piedra de las canteras y más tarde para excavar templos y tumbas rupestres en el interior de los acantilados rocosos. El más grandioso de estos templos es sin duda el complejo de Abu Simbel en la Baja Nubia, si bien cuando fue realizado, en tiempos de Ramses II, ya existían precedentes en Egipto de esta modalidad de arquitectura.
Abu Simbel   Por ejemplo del Imperio Medio datan las tumbas rupestres de los grandes señores feudales de Beni Hassan y las de los príncipes de Elefantina en Qubbat el-Hawa (Asuán). Pero podríamos remontarnos también al Imperio Antiguo, con los numerosos hipogeos excavados en la roca madre de la necrópolis de Giza, junto a las grandes pirámides, de los que la tumba de Meryrer-nufer Qar (VI Dinastía), 'supervisor de las pirámides de Keops y Micerino', con sus estatuas cinceladas en la roca, sería una buena muestra (ver foto en la colección de fotoAleph 'El tiempo teme a las pirámides').
   
   Ramses II el Grande fue el tercer faraón de la XIX Dinastía y reinó en Egipto de 1304 a 1237 a C aproximadamente. Su reinado fue el segundo más longevo de la historia de Egipto (67 años), tras el de Pepi II de la VI Dinastía.
   El padre de Ramses, Seti I, le nombró corregente a edad temprana y lo llevó consigo en sus campañas guerreras. Llegado a rey, la suerte de Ramses II en sus incursiones bélicas tuvo altibajos. Hacia 1300 intentó someter a los hititas sin éxito en la famosa batalla de Qadesh, la primera guerra en la Historia de la que disponemos una crónica detallada. Aunque esta batalla terminó sin vencedores ni vencidos, Ramses II se adjudicó la supuesta victoria y la mandó reflejar en relieves en los muros de los templos. Hacia 1294 conquistó parte del imperio hitita, pero la continua hostilidad de los hititas le obligó a retirarse y a firmar un tratado de paz en 1283. También emprendió guerras contra los edomitas, los moabitas y los libios. Su reputación como rey poderoso se basaba a ojos de sus súbditos en su fama de guerrero, pero Ramses II es principalmente recordado por su largo y próspero reinado, por sus grandes programas de construcción, y por las muchas estatuas colosales que reproducen su efigie a todo lo largo del valle del Nilo.
    Pocos sitios antiguos hay en Egipto que no lleven el nombre de Ramses II, pues además de los mandados construir o restaurar por el propio rey, éste no dudaba en usurpar los monumentos de sus antecesores y atribuírselos a sí mismo, grabando cartuchos con su nombre en sus muros y estatuas.
   De todo ello no hay que deducir que Ramses II fuera el faraón más poderoso de la historia de Egipto, pues lo superó uno de sus antecesores, Tutmosis III, de la XVIII Dinastía, cuyos ejércitos habían conquistado Nubia y Oriente Próximo, y bajo cuyo reinado (1504-1450 a C) el imperio egipcio alcanzó su máxima extensión territorial.
Abu Simbel   Ramses II completó la gran sala hipóstila del templo de Amón en Karnak (Tebas) y el templo comenzado por su padre Seti I en Abydos. En el Delta se hizo construir una ciudad residencial (Pi-Ramses) que utilizó como capital y en la orilla occidental de Tebas mandó erigir un templo funerario en honor a su persona, conocido hoy como el Ramesseum.
   En Nubia levantó no menos de seis templos, dos de ellos rupestres, es decir, monolíticos, esculpidos (no construidos) en un macizo rocoso de Abu Simbel.
  
   Los templos de Abu Simbel permanecieron desconocidos para el mundo exterior, semienterrados en las arenas del desierto nubio, hasta su redescubrimiento en 1813 por Johann Ludwig Burkhardt, el mismo explorador suizo que un año antes había descubierto Petra.
   He aquí cómo describe Burkhardt el estado en que encontró el templo de Ramses II: "Cuando empecé a subir por la colina arenosa, creyendo haber visto todas las antigüedades de Abu Simbel, me dirigí por suerte un poco más hacia el sur, cayendo mi vista de repente sobre cuatro gigantescas estatuas colosales... recogidas en un profundo nicho, pero por desgracia casi totalmente enterradas bajo la arena, que en este lugar se precipita en forma de aluviones... ni siquiera puede decirse con seguridad si las estatuas representan figuras sentadas o de pie..." (J. L. Burkhardt, 1813).
   El conjunto arqueológico de Abu Simbel fue estudiado científicamente por primera vez por el egiptólogo pionero Belzoni. Está formado por dos templos rupestres (speos) que se complementan. El del sur es el más grande y está consagrado al culto de las principales divinidades del Imperio Ramésida, y también al mismo Ramses II divinizado. El del norte está dedicado a su esposa la reina Nefertari como encarnación de la diosa Hathor. El primero fue comenzado ya en la época de Seti I, padre de Ramses, cuando éste no había llegado a los quince años, pero fue en su mayor parte ejecutado durante el reinado de Ramses II. El segundo es enteramente obra de Ramses II.
  
  
Templo Sur
Indice de fotos
  
   Como ocurre habitualmente en la arquitectura rupestre, los templos de Abu Simbel son una traducción al lenguaje de la roca de la arquitectura 'construida' en la época. Todos sus elementos imitan, adaptándolas, las características arquitectónicas de los templos al aire libre, solo que en este caso no se procedía por adición sino por sustracción, esculpiendo y ahuecando la masa de roca para eliminar el material sobrante.
   El característico pilono de fachada de los templos, habitualmente precedido por estatuas colosales del rey, es remedado en el frontis monolítico del Templo Sur de Abu Simbel, que tiene un perfil troncopiramidal y está rematado por una moldura cilíndrica (foto02), como es habitual en los pilonos. La primera de las salas interiores representa el patio, la siguiente representa la sala hipóstila, y la del fondo la cella del dios: la distribución habitual de un templo egipcio.
   Las cuatro estatuas colosales de Ramses II en la fachada del primer templo constituyen uno de los más espectaculares ejemplos del arte escultórico del Egipto de los faraones (foto03). Mide cada una 20 metros de alto, y por tanto superan en altura a los famosos Colosos de Memnon (18 m) en Tebas, que representaban al faraón Amenhotep III. Están esculpidas en un entrante excavado en la pared vertical del acantilado. Miran hacia el este, contemplando cada amanecer el sol naciente. Una de ellas está parcialmente colapsada, la cabeza y los hombros yaciendo por tierra.
Abu Simbel   Cabe imaginar la sobrecogedora impresión que causaría el avistamiento de estos colosos a quienes viniendo del sur trataran de penetrar en Egipto siguiendo el curso del Nilo. El viajero creería haber entrado en una tierra de gigantes, capaces de moldear las montañas para crear tan colosales prodigios, y desde el primer momento sería consciente del inmenso poderío del rey-dios que gobernaba aquellas tierras.
   Los rasgos faciales y corporales de los colosos están idealizados. Nos muestran un Ramses joven, de cuerpo robusto y expresión hierática, con una compostura y aspecto más divinos que humanos (foto10). Es muy ilustrativo comparar estos 'retratos' con el verdadero rostro de Ramses II, de nariz aguileña, cabellera lacia, abultada nuez y protuberante nuca, aprovechando que tenemos la rara oportunidad de contemplarlo en la momia del rey, que se conserva en el Museo del Cairo. En verdad que impresiona enfrentarse cara a cara con un personaje que tuvo tanto peso en la Historia.
   Bajo los ramésidas, el arte del antiguo Egipto se desarrolló de forma desigual, con distintos niveles de calidad. Se abandonó el estilo realista-expresionista (casi caricaturesco) introducido en el periodo de Ajenaton, el faraón 'hereje' de la XVIII Dinastía, y se volvió a una suerte de academicismo que obedecía a los viejos cánones implantados en el arte egipcio desde tiempos ancestrales. Algunas obras todavía muestran una gran pericia en la ejecución técnica y una cuidada sutileza en el trazo, pero la estética es más decorativista, con cierta tendencia al hieratismo y al estereotipo. Los ramésidas, principalmente Ramses II y Ramses III, impulsaron la construcción de un ingente número de templos en todo Egipto en un periodo relativamente corto de tiempo, por lo que es comprensible que la calidad de ejecución de las esculturas y pinturas que los embellecían a veces se resienta. Comparadas con las excelsas obras de arte de la XVIII Dinastía, estas obras evidencian un declive del nivel artístico. Se debe asimismo tener en cuenta que la materia empleada en muchos de los trabajos escultóricos era la piedra arenisca, cuya textura granulada dificulta la afinación en los detalles.
   Junto a las piernas de los colosos se esculpieron estatuas más pequeñas representando a la reina Nefertari, esposa de Ramses II, y a sus hijos e hijas. Debemos recordar que Ramses II tuvo, a lo largo de su longeva vida, más de cien hijos con sus numerosas esposas y con las concubinas de su harén, como queda patente en la recientemente descubierta tumba de los hijos de Ramses II en el Valle de los Reyes, que contiene cincuenta cámaras mortuorias. Junto al tercer coloso empezando por la izquierda podemos ver la estatua de la reina Tuya, madre de Ramses II (foto17).
  
   Los arquitectos/escultores del antiguo Egipto no dejaban nada al azar. Cada elemento iconográfico, cada detalle compositivo, encierra una carga simbólica. Las desproporciones entre los tamaños del rey, su consorte y su prole están estudiadas y pretenden resaltar la preeminencia de la figura del rey sobre los demás miembros de su familia. Es significativo que, por otro lado, los faraones sean habitualmente representados con la misma estatura que los dioses. Con ello se equipara al monarca con la deidad, se subraya el origen divino de la realeza.
   En las caras verticales de los pedestales, como aplastados por la mole de los colosos, están reproducidos los pueblos extranjeros sometidos al faraón egipcio, en forma de filas de prisioneros atados con una cuerda enlazada a sus cuellos y brazos (foto18 y siguientes). También aquí la distribución responde a criterios simbólicos: los rostros de los prisioneros del pedestal norte presentan claros rasgos asiáticos (es decir, de los pueblos al norte de Egipto y del Próximo Oriente), mientras que los prisioneros del pedestal sur presentan rasgos negroides, de los pueblos africanos al sur de Egipto.
   Una inscripción hace referencia a estas escenas: "He aquí los miserables jefes kushitas que su majestad ha traído de sus victorias en el país de Kush, para llenar los almacenes de su augusto padre Amón, señor de Tebas, pues que le ha dado poder contra el Sur, fuerza contra el Norte, por los siglos de los siglos."
   Si nos fijamos con más detenimiento en estos relieves, observaremos que las sogas que atan a los cautivos son en realidad tallos de plantas de loto y de papiro, que simbolizan respectivamente el Alto Egipto y el Bajo Egipto.
Abu Simbel   En los cuerpos de los colosos se pueden ver escritos graffiti de antiguos visitantes (foto07). Los más arcaicos están grabados por mercenarios griegos al servicio del faraón Psamético en el siglo VI a C, y han proporcionado un material epigráfico muy relevante para el estudio del alfabeto griego en sus fases tempranas. Por sus nombres y dialecto se deduce que eran griegos de Rodas y Jonia.
   Sobre el dintel de la puerta, enmarcada en un nicho, hay una figura frontal en altorrelieve del dios del sol naciente Harmakis con la cabeza de halcón de Horus y el disco solar de Re sobre la cabeza, que recibe ofrendas del faraón, reproducido a derecha e izquierda en bajorrelieves de perfil (foto08). La cornisa superior está coronada por un friso de monos cinocéfalos que saludan al sol del amanecer. Delante de la fachada se extiende una terraza con una balaustrada decorada con estatuas de Osiris y Horus en forma de halcón (foto16).
   El templo en sí está consagrado a los dioses solares Amón-Re y Harmakis, a Ptah, dios supremo de Menfis, y a la figura divinizada del propio Ramses II. Su fachada alcanza los 38 m de altura y el interior está compuesto de tres estancias consecutivas y de tamaño decreciente que penetran 63 m en lo profundo de la roca, decoradas con más figuras del rey y con relieves y pinturas que describen su vida y hazañas (foto24).
   Al igual que en el Ramesseum y el templo de Karnak en Tebas, los relieves policromados de las paredes relatan con gran profusión de detalles el 'triunfo' de los egipcios contra los hititas en la batalla de Qadesh, toda una campaña de propaganda a mayor gloria del faraón. En un momento crítico de la batalla, en que los egipcios están a punto de ser vencidos por haberse retrasado la llegada de refuerzos, se muestra cómo Ramses II, con su valor y arrojo, se lanza a la contraofensiva y peleando él solo contra el ejército enemigo consige ponerlo en desbandada.
   Se ven también las típicas escenas de presentación de ofrendas y desfiles de sacerdotes acarreando sobre sus hombros las barcas procesionales que portan la estatua del dios oculta en un edículo o naos. En los techos aparece repetida la imagen de Nejbet, diosa del Alto Egipto, en su forma de buitre con las alas desplegadas, que protege los santos lugares.
   La sala principal queda dividida en tres naves por dos filas de cuatro pilares osiríacos (es decir, que llevan adosadas estatuas representando repetida la efigie del faraón con los atributos del dios Osiris, foto22). En pie y con los brazos cruzados sosteniendo el flagelo y el báculo reales, las estatuas, que van de suelo a techo, están vestidas con el faldellín ceremonial y tocadas con las coronas del Alto y el Bajo Egipto (foto23).
Abu Simbel   Las sucesivas salas se van reduciendo en altura hasta llegar al santasantórum, situado al fondo, en lo más profundo de la caverna artificial. Allí aparecen sentadas, mirando a oriente, cuatro estatuas talladas en la misma pared en la que se funden sus espaldas (foto25). Tres de ellas representan a los dioses Ptah, Amón-Re y Hamakis, mientras la cuarta retrata al propio rey Ramses II sentado entre ellos, a su misma imagen y semejanza, como una divinidad de rango equivalente.
   Los antiguos egipcios eran muy duchos en la ciencia de la observación de los cielos y en el arte de su interpretación. Es célebre el fenómeno solar de Abu Simbel, en el que dos días al año los rayos del sol naciente penetran hasta la cámara más profunda del templo para iluminar por breves instantes las estatuas sedentes del faraón y los demás dioses, coincidiendo esos días (según se dice, aunque este dato no está confirmado) con los aniversarios del nacimiento y la coronación del monarca.
  

 
Templo Norte
Indice de fotos
   
   Al norte del templo principal se halla excavado el segundo templo de Abu Simbel. De dimensiones más reducidas, está consagrado a Nefertari, la esposa favorita de Ramses II, y al mismo tiempo al culto de la diosa Hathor. Con esta doble advocación se asimilaba la figura de la reina a la de la diosa del amor y de la música.
   La fachada, de 28 x 12 m (foto 27 y siguientes), está ritmada por una serie de seis nichos separados por franjas en talud que enmarcan otras tantas estatuas alternadas del rey y la reina, esta vez representadas con la misma estatura (9,5 m de alto). Junto a las piernas del rey se ven pequeñas estatuas de sus hijos varones y junto a las piernas de la reina estatuas de sus hijas (fotos 33 y 34).
   En el centro una puerta da acceso a las cámaras internas, que tienen una distribución similar a la del gran speos de Ramses II, solo que a una escala más reducida. La primera sala está provista de tres pares de pilares cuadrados con capiteles hathóricos, es decir, con el rostro de la diosa Hathor, de orejas de vaca (foto35).
  
  
Un arduo rescate
  
   Puede que la más importante campaña de rescate de la historia de la arqueología sea la de los templos de Abu Simbel.
   Cuando el gran pantano, llamado lago Nasser, creado por la construcción de la presa alta de Asuán amenazó con inundar los templos rupestres de Abu Simbel, a principios de los años 60 la Unesco y el gobierno egipcio hicieron una llamada a la comunidad internacional para salvar el sitio. Entre 1964 y 1968, un equipo internacional de ingenieros y científicos dirigió el colosal trabajo de desmontar, trasladar y volver a montar el entero acantilado incluyendo sus templos a un lugar más alto que no fuera afectado por la inundación. El equipo contó con una ingente mano de obra, maquinaria de última tecnología y el apoyo económico de más de 50 países.
   Si ya de por sí es complicado desmontar y trasladar un edificio de sillares, hacer lo mismo con un edificio rupestre, esculpido en una montaña, es una tarea que creeríamos poco menos que imposible. Pero lo cierto es que en Abu Simbel se hizo, ante el asombro del mundo. El entero promontorio rocoso con los templos horadados en sus entrañas fue literalmente serrado y despiezado en grandes bloques con sierras mecánicas de alta precisión. Los bloques fueron trasladados y remontados 180 metros más hacia el interior y 60 más arriba, fuera del alcance de las aguas. Las descomunales y delicadas piezas fueron encajadas en el nuevo sitio con tal precisión que apenas se aprecian las juntas. Se tuvo mucho cuidado en mantener para los templos la misma orientación geográfica que tenían en origen.
   Para mejor preservar los monumentos se procedió a construir una enorme cúpula de hormigón, escondida a la vista de los visitantes, sobre las estructuras rupestres internas, con el fin de descargarlas del enorme peso de la mole montañosa que soportaban encima y amenazaba con colapsarlos.

 

 

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FotoCD101
   
Abu Simbel
y otros templos salvados de las aguas

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Nubia (Egipto)

 


 

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