Exposiciones fotográficas

Verracos

La cultura de los castros y los verracos

 

   En general, la cultura celta era mucho más primitiva que la de los iberos y restantes pueblos mediterráneos, aunque pudieron dominar a las poblaciones indígenas peninsulares, por estar éstas aún más atrasadas, inmersas en una fase cultural que podríamos calificar como del neolítico tardío (Edades del Cobre y del Bronce). 
   Los celtas (llamados así por los escritores griegos –keltoi– y romanos) eran pueblos de agricultores y ganaderos que dominaban las técnicas de fundición del hierro. Su economía era básicamente pastoril, que completaban con el cultivo de cereales y productos hortícolas. No hay evidencia de que conocieran la escritura. La acuñación de moneda era muy escasa. La arquitectura, urbanismo y artes industriales eran todavía rudimentarias, pero los celtas alcanzaron grados de excelencia en la forja de armas metálicas, en la cerámica, y en la fabricación de adornos y joyería de metal, caracterizados por sus elaborados motivos geométricos. Sus armas y joyas estaban excepcionalmente bien realizadas, y destacan sus brazaletes y torques de oro, siendo maestros en técnicas tan complejas como el damasquinado. 
   Como todos los pueblos celtas, los vettones eran afamados como valientes guerreros. Lucharon contra los cartagineses comandados por Aníbal, y luego contra los romanos. Los escritores clásicos han relatado anécdotas significativas sobre su aguerrido carácter, como, por ejemplo, el considerar que un hombre debería estar siempre combatiendo, salvo las horas que necesitaba para dormir. Una vez dominados por Roma, los vettones formaron escuadrones de caballería en los ejércitos romanos. 
  

  
Los castros. Ciudades amuralladas
  
   Los principales restos de los vettones se hallan en sus 'castros', auténticas ciudadelas fortificadas con murallas y fosos, en cada una de las cuales vivían entre 500 y 2.000 personas como máximo. Los castros o poblados celtas de la Meseta estaban erigidos en cerros, colinas y altozanos de fácil defensa, y resguardados por grandes recintos amurallados con fortificaciones dobles e incluso triples, que aprovechaban los obstáculos del terreno y las defensas naturales creadas por acantilados y riscos verticales para reforzar la protección de sus ciudades. Añadían también a este fin torres defensivas, fosos y 'campos de piedras hincadas', es decir, terrenos obstruidos por rocas deliberadamente clavadas en el suelo para dificultar los ataques de carros o caballería. Por su posición estratégica, desde los castros se controlaban los territorios circundantes. 
   Siempre elevados en las cercanías de manantiales o arroyos para surtir de agua a la población, la economía de los castros estaba orientada hacia el aprovechamiento de los recursos ganaderos. El modelo de ocupación de los poblados revela una jerarquía de los asentamientos determinada por el control de los pastizales. La trashumancia local predominaba, en detrimento de la agricultura, que era de mera subsistencia. 
   Las viviendas intramuros, por lo general de planta rectangular y en ocasiones (como en el castro de El Raso) distribuidas por calles, estaban construidas a base de tabiques de adobe sobre muros de basamento de mampuesto, el conjunto cubierto por un tejado de ramajes y tierra, y sostenido a veces por postes de madera. Tenían una o varias habitaciones, pero siempre disponían de un hogar central en la cámara principal. No obstante, en el noroeste (Galicia, Asturias, norte de Portugal), la civilización céltica permaneció virtualmente inalterada por parte de las culturas nativas a las que se impuso, y las casas continuaron siendo de planta circular, como puede observarse en las ruinas de los castros de Coaña y Santa Tecla. Aquí los difuntos seguían siendo enterrados bajo el suelo de las mismas viviendas, en una reminiscencia de las culturas prehistóricas de Los Millares y El Argar. Este tipo de habitaciones redondas y con cúpula cónica de paja entrelazada con retamas se mantuvo en la época medieval e incluso ha sobrevivido hasta nuestros días bajo el nombre de 'pallozas', si bien sólo en zonas remotas (como la sierra de Ancares, o el Cebreiro, en la provincia de Lugo). 
   Hacia finales del siglo II a C se inicia un proceso de abandono de los castros, que, a juzgar por la escasez de restos romanos encontrados en sus recintos, no llegaron a ser absorbidos plenamente por la romanización. Este fenómeno explicaría el desarrollo a mediados del siglo I a C de la zona que hoy ocupa Ávila, en un promontorio a orillas del río Adaja, área en la que se detecta un incremento de la población, sobre todo de los núcleos rurales en zonas llanas y próximas a la vega. Estos asentamientos dependerían de la ciudad romana, lo que denota un cambio en el modelo de poblamiento con respecto a los viejos castros indígenas. 
   Las necrópolis son yacimientos clave para la investigación de la sociedad celta de la época. Los difuntos eran incinerados, y las cenizas de los cadáveres guardadas en urnas, por lo general de cerámica. Éstas eran enterradas junto con ajuares funerarios a base de armas y adornos en un campo extramuros del pueblo, alineadas en calles rectilíneas, marcando con una estela de piedra cada sepultura. La disposición general de las necrópolis revela la existencia de grupos sociales diferenciados y jerarquizados, en cuya cúspide se situaría una élite de guerreros. A veces las tumbas se agrupaban por familias y se coronaban con túmulos circulares de mampostería, como es el caso de La Osera (en el castro de la Mesa de Miranda, Ávila). 
  

  
Los verracos. Un zoo de granito
  
   En cuanto a la escultura, las realizaciones más conocidas de los celtas de la Meseta son las grandes estatuas que representan animales, como toros y cerdos, esculpidas en la dura piedra de granito gris abundante en toda la región. Aunque de formas algo toscas y estilizadas, el agudo sentido de la observación de sus autores logró reflejar con bastante fidelidad las formas anatómicas de los distintos cuadrúpedos en diversas posturas, de modo que hoy en día, a pesar de los graves daños ocasionados por la erosión y el maltrato de siglos, aún es fácil identificar en la mayoría de los casos la especie animal retratada por las particularidades de su morfología. 
Verraco de Chamartín de la Sierra  
  Aunque 'verraco' en el diccionario designa literalmente a un 'cerdo padre que se echa a la puerca para la generación', se ha convenido otra acepción más específica en el campo de la arqueología para la palabra verracos: hace referencia a todas las estatuas zoomorfas en piedra de la Edad de Hierro, que se encuentran en la Península Ibérica desde los Montes de Toledo hasta Vizcaya y desde el Guadarrama hasta Portugal, independientemente de que representen animales porcinos o bovinos. En este estudio usaremos también el término 'verracos' de forma indistinta para referirnos a estas esculturas celtas, tanto si son cerdos como si son toros. 
   Los verracos se hallan irregularmente diseminados por un área que se corresponde con los antiguos territorios de las poblaciones célticas de los vettones, vacceos y carpetanos, en las actuales provincias de Ávila, Segovia, Salamanca, Zamora, Cáceres y Toledo, llegando hasta las comarcas portuguesas de Trás os Montes y Beira Alta.
    
   Los arqueólogos no se han puesto aún de acuerdo sobre la función y significado de estas estatuas, habiendo apuntado varias teorías: 
   1) Las estatuas eran elementos atropopaicos (según J. Cabré), es decir, tenían carácter mágico-protector y velaban por la suerte de los ganados. Se levantaban en los campos como guardianes y defensores de las reses y rebaños, para preservarlos de los influjos maléficos. 
   2) Dada la envergadura de algunos ejemplares, que los hace visibles desde lejos, es posible que sirviesen para delimitar los pastizales, para marcar las rutas trashumantes, o como mojones fronterizos entre territorios. Álvarez Sanchís ha relacionado los verracos del valle Amblés con el control social de las áreas de explotación ganadera, al localizarse en terrenos de pastos de invierno, de exclusivo aprovechamiento estacional y críticos en términos de subsistencia. Los verracos de esta zona estarían estratégicamente ubicados para señalar y sacralizar zonas susceptibles de explotación. 
   3) La presencia de verracos de tipo bóvido dentro o cerca de las necrópolis parece conferirles un carácter funerario. Se han localizado en la provincia de Ávila verracos tardíos, de época celtibérica o romana, que son de pequeño tamaño y se componen de dos piezas: una cista o urna cuadrangular de piedra para depositar cenizas, y el verraco propiamente dicho que forma la tapadera de la cista. Algunos de estos verracos portan sobre el cuerpo inscripciones incisas en latín. Se cree se trata de manifestaciones de la pervivencia en época romana de tradiciones y usos celtas. 
   4) Otros autores rechazan la hipótesis del carácter funerario de los verracos, y reivindican la idea de que se trataría de símbolos de fecundidad, o esculturas propiciatorias de la fertilidad en animales y hombres (Bosch Gimpera). Esto podría explicar el que en algunas ocasiones aparezcan juntos machos y hembras, o que sean encontrados en corrales o espacios para el ganado. 
   5) No puede descartarse la posibilidad de la zoolatría, teniendo en cuenta el marcado trasfondo panteísta de las creencias célticas. Los verracos serían imágenes de culto, instaladas en espacios adecuados, en las que se adoraba a animales sagrados o a divinidades indígenas (López Monteagudo, Blázquez, Fernando Fernández). Tal podría ser el caso del verraco del castro de Castelar, instalado en el centro de un círculo de piedra de 3 m de diámetro, o de los verraquillos del castro de Santa Lucía (ambos castros situados en Portugal), y también el caso del grupo escultórico de los Toros de Guisando.
   6) Los verracos, finalmente, podrían ser exvotos ofrecidos a divinidades. Antonio Blanco Freijeiro apunta que estos zoomorfos nunca alcanzaron la categoría de deidades. Serían más bien animales de sacrificio destinados a aplacar a los dioses de los difuntos.
   Es probable que las funciones de los verracos cambiaran con el tiempo, habiendo de distinguirse los esculpidos en la época prerromana de los de la época bajo dominación romana.
  
Verracos   Sea como fuere, hay que admitir que la gran mayoría de las estatuas zoomorfas de los vettones halladas en Ávila representan cuadrúpedos de la familia bóvida, en concreto toros y novillos. Las representaciones claras de cerdos son más escasas, aunque por extensión hayan terminado por designar a todos los 'verracos'. Las actividades agropecuarias de los vettones incluían la crianza de ganado porcino y bovino, por lo que no es de extrañar la importancia que tenían estas bestias en la vida de los antiguos pobladores de esta región, cuya riqueza en pastos hace que incluso hoy en día la ganadería siga siendo un sector esencial de la economía de la provincia, hecho que se hace evidente a simple vista con sólo recorrer las vegas y sierras abulenses y comprobar la nutrida cabaña de toros, bueyes y vacas que pastan a sus anchas por los campos. 
   Por otro lado hay que recordar la fuerte carga simbólica que tenía la iconografía del toro en la antigüedad europea, sobre todo en el ámbito del Mediterráneo. Bastará para corroborarlo una somera enumeración de ejemplos: los uros prehistóricos pintados en las cuevas, o tallados en huesos; los 'santuarios' decorados con cabezas de toros del poblado neolítico de Çatal Hüyük, en la Anatolia; las tiaras con cornamentas simbolizando las deidades mesopotámicas y pérsicas; el buey Apis de la teogonía egipcia; el mito de Teseo y el Minotauro, así como los juegos taurinos de la Creta minoica; el rapto de Europa por Zeus metamorfoseado en un toro blanco; el sacrificio del toro por el dios Mitra... Los faraones egipcios revalidaban en la fiesta 'sed' su condición de soberanos, mediante una ceremonia en la que el monarca corría junto a un toro Apis, en un ritual de regeneración por el que recobraba la energía y el vigor necesarios para seguir gobernando el país del Nilo. En el mundo preclásico y clásico, el toro era símbolo de poder, de fuerza, de fecundidad. 
   Los celtas de la Meseta no fueron excepción en esta fascinación general por la figura del toro. Es significativo que su estatuaria carezca por completo de esculturas antropomorfas (a diferencia de sus coetáneos los iberos), y se centre exclusivamente en motivos zoológicos. 
   Si bien las formas de los verracos son algo esquemáticas, en la mayoría de los casos se pueden discernir con seguridad los distintos detalles anatómicos del animal: la testa y cuello, el lomo protuberante, la gran papada con sus pliegues, las pezuñas y articulaciones de las extremidades, los testículos, la cola recogida en curva sobre un cuarto trasero. Por lo común son representados de pie sobre un pedestal prismático que sirve de plataforma base para la estatua y con la que forma un todo monolítico. En el espacio comprendido entre el vientre, las patas delanteras, las traseras, y la losa de base se circunscribe un hueco rectangular característico. Las dos extremidades delanteras van unidas formando un solo bloque, e igual sucede con el par de patas traseras; estos dos bloques suelen a su vez estar reforzados por sendos prismas suplementarios adosados para hacerlos más resistentes al peso de la masa pétrea del animal. El pellejo que cuelga en la parte central del vientre del toro suele servir a veces como tercer punto de apoyo sobre el pedestal.
   En la cabeza del verraco se abren en ocasiones dos orificios que suelen malinterpretarse como 'los ojos' del animal. En realidad, se trataría de agujeros destinados a acoplar en ellos los cuernos del toro. Estos cuernos podrían ser naturales, extirpados de animales astados de carne y hueso, lo que explicaría el que no se hayan encontrado rastros de cornamentas en ningún verraco, a causa de la descomposición de su materia orgánica. No cuesta mucho imaginarse el majestuoso porte que mostrarían estos cornúpetas de piedra, luciendo hermosas astas, recortándose en pie contra el cielo, vigilantes, sobre altillos dominando los feraces pastizales. 
  

  
Valoración de su calidad artística
Verracos  
   Pese a las dificultades que para la correcta apreciación de estas obras escultóricas de los vettones entrañan los estragos ocasionados por más de dos mil años de erosión y descuido, sumado a la diáspora sufrida por la mayoría de las piezas, hemos de llamar la atención sobre la alta calidad estética y la gran diversidad de soluciones iconográficas desplegada por sus artífices a la hora de reproducir en piedra los animales. 

   Entre los casi cuatrocientos verracos hasta hoy conocidos, se puede asegurar que no hay dos iguales, variando los distintos ejemplares en cuanto a especie, tamaño, formas y posturas. No es fácil valorar estas cualidades con la mera contemplación de uno o varios verracos aislados, estando como están la mayoría fuera de contexto, desperdigados por museos, pueblos y aldeas, fragmentados y desgastados además por milenios de intemperie, hasta el punto de confundirse en no pocos casos con simples rocas informes. En el estado actual de cosas, se hace indispensable un esfuerzo por parte del interesado para recorrer sistemáticamente las pedregosas tierras castellano-leonesas donde habitaron los vettones, localizar los verracos, algunos perdidos en mitad de labrantíos, y poder formarse así una visión de conjunto sobre la excelencia artística y riqueza arqueológica que encierra esta faceta insuficientemente estudiada del arte prerromano hispano. La gracia de líneas y volúmenes, el movimiento, el realismo en las proporciones y detalles, la sutileza y precisión al reflejar la musculatura, la sensación de fuerza y potencia que transmiten, hacen de cada uno de estos monolitos una joya rara e irrepetible, y en su conjunto un auténtico bestiario en piedra que todavía puede darnos mucha información sobre los celtas. 
Exposicion VETTONIA   En este sentido, contrasta el relativamente escaso interés que se presta a la escultura céltica con respecto a la escultura ibérica contemporánea, cuyas mejores piezas se custodian en museos con todos los honores. Por poner un ejemplo: en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, donde podemos admirar las Damas de Elche y de Baza, amén de un gran número de estatuillas oferentes y otras esculturas y obras de arte iberas, de los verracos celtas apenas podemos contemplar sino uno muy erosionado de tamaño pequeño (procedente de Las Cogotas), mientras que el más grande de los verracos hasta hoy conocidos yacía hasta hace poco por tierra y olvidado en un remoto paraje a la intemperie en la Sierra de Ávila. 
   Dada la descontextualización arqueológica provocada por el continuo traslado de los verracos a puntos geográficos distintos de sus lugares de origen, movilidad que se ha producido a lo largo de la historia (para reaprovechar las estatuas con propósitos suntuarios, como elementos decorativos en patios, pórticos y escalinatas de palacios), la cronología de estas esculturas se hace muy imprecisa. Las fechas aventuradas por los especialistas para su datación abarcan el dilatado lapso que va desde finales del siglo V a C hasta entrado el siglo III d C, ya en pleno Imperio Romano. Es por ello esencial la investigación arqueológica de los escasos ejemplares de verracos que aún parecen hallarse in situ, como sería el caso de los dos verracos de Villanueva del Campillo (uno de ellos de dimensiones colosales), complementada con la prospección de los terrenos circundantes, que podría arrojar nuevas luces sobre este tema. Esta labor de investigación ha sido ya puesta en marcha por la Junta de Castilla y León y la Diputación de Ávila, que ha restaurando ambos verracos y los ha relevantado en el pueblo vecino. 
   Indice de textos 
  

 
Exposiciones sobre los vettones 
  
   Por iniciativa de la Diputación Provincial de Ávila se organizó a principios de 2002 en la capital abulense una gran exposición internacional titulada 'Celtas y Vettones', en la que, por vez primera en España, se ofreció al público una panorámica general de la cultura de los pueblos célticos, con especial atención a los de Hispania y, en concreto, a los vettones que ocupaban las actuales tierras de Ávila. La exposición describía los orígenes y extensión de estos pueblos, sus creencias y 'tesoros', su expansión y contiendas bélicas, su vida cotidiana, sus conocimientos intelectuales y su expresión artística, a través de más de 350 piezas cedidas por cerca de cincuenta museos de España y Europa. 
   Asimismo, la Diputación emprendió el programa Interreg de recuperación y acondicionamiento de los vestigios celtas y vettones repartidos por la provincia de Ávila, y que en un futuro pueden convertirse en zonas de interés para visitas arqueoturísticas.
   Del 2 de diciembre de 2005 al 8 de mayo de 2006 se celebró en Ávila, en el magnífico marco gótico-renacentista del Torreón de los Guzmanes, la exposición 'Vettonia. Cultura y Naturaleza'. A lo largo de doce salas se mostró al público una panorámica completa de la cultura vettona, examinando aspectos como la arquitectura y urbanismo de los castros, los rituales funerarios, los recursos agrícolas, ganaderos, industriales y de cantería de los vettones, y exhibiendo piezas de orfebrería, cerámica y escultura, como el soberbio toro de piedra de San Miguel de Serrezuela –el segundo más grande de los verracos conocidos (fotos 49 y 50)–, que se conserva permanentemente en este palacio. Paralelamente se organizaron rutas de visitas arqueológicas a los castros de Las Cogotas, la Mesa de Miranda, Ulaca, El Raso, y a los Toros de Guisando.

 

FotoCD12

Verracos
Arte escultórico de los celtas

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Fotografías: Eneko Pastor 
Realizadas en las provincias de Ávila y Salamanca (España) 
Ilustraciones: Miguel Ángel Eugui