Exposiciones fotográficas

Verracos

Introducción


   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...
   (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)


   Vi grandes animales de piedra, esculpidos en duro granito por anónimos artistas que habitaron en la Península Ibérica siglos antes de Cristo.
   Los animales representaban toros y cerdos, pero su significado y función habían llegado a olvidarse con el paso de los milenios. Se decía que tenían poderes mágicos y se erigían para proteger los ganados.
   Vi decenas de estas estatuas desperdigadas por remotos pueblos y aldeas distantes entre sí, algunas perdidas por los campos, de la meseta castellana.
   Eran los raros vestigios de tribus de pastores y guerreros de origen céltico que vivieron en castros fortificados en lo alto de colinas: los vettones. Obras llenas de fuerza y belleza, realizadas por unos pueblos que no conocían la escritura.
   Vi los llamados ‘verracos’, la más genuina expresión del arte escultórico de los celtas de la Hispania antigua.

 

   'Verracos' es la palabra comúnmente adoptada para designar las esculturas zoomorfas de origen céltico que, realizadas siglos antes de Cristo, se hallan dispersas por distintos puntos de la Península Ibérica, con especial densidad en la Meseta castellana. Estas estatuas de piedra representan en general a toros y cerdos, y fueron esculpidas por consumados aunque anónimos artistas de los pueblos que habitaban la zona, en particular de los conocidos como 'vettones'. 
   Los vettones eran uno de los pueblos de procedencia celta, contemporáneos de los iberos, que habitaron la Península en la época prerromana. Ocuparon principalmente los territorios en torno al Sistema Central, coincidentes con las actuales provincias españolas de Ávila y buena parte de Salamanca, Zamora, Cáceres, así como con el Portugal septentrional. Toros de Guisando 
   De los escasos restos que han llegado hasta nuestros días de esta pequeña civilización autóctona, a medio salir de las nieblas de la prehistoria, en el día de hoy podemos admirar aún las desoladas ruinas de los castros o ciudades fortificadas con murallas en lo alto de lomas, rodeados de agrestes paisajes no muy diferentes de los que habría en la antigüedad, y, en el terreno de la escultura, las hermosas estatuas monolíticas de los verracos vettones, asociados a los castros, aleatoriamente esparcidas por distintas y distantes localidades de la meseta castellano-leonesa. Animales en piedra de finalidad controvertida y cronología imprecisa, que –al haber sido objeto de múltiples traslados en el transcurso de los siglos– carecen en su mayoría de un contexto arqueológico que permita su datación. 
   La presente exposición de fotografías quiere ser una modesta aportación que contribuya a paliar de algún modo la visión fragmentaria e incompleta que aún se tiene sobre el arte celta mesetario, a nuestro juicio insuficientemente valorado, pese a constituir un relevante capítulo de la historia del arte en España. Poder contemplar en conjunto estas obras físicamente alejadas entre sí ayudará a captar con más nitidez su singularidad, belleza y variedad de formas. Mostraremos también imágenes de los castros de donde provienen gran número de los verracos, a fin de que el espectador pueda situar mentalmente estas esculturas en el contexto de sus escenarios originales. 
   Exhibiremos por último algunas fotografías de verracos que, pese a los pasos que se están dando por parte de las instituciones hacia la revalorización de la cultura vettona, son todavía muy poco conocidos, al hallarse ubicados en apartadas aldeas.

 

Emplazamiento

   Las fotografías de verracos mostradas en esta exposición no constituyen sino una pequeña selección, sin ánimo exhaustivo, de imágenes de los casi cuatrocientos verracos de piedra conocidos que se hallan diseminados por distintas ciudades, aldeas y pueblos de las antiguas tierras de los vettones, principalmente en la provincia de Ávila, y en concreto en las siguientes poblaciones: 

   Ávila capital
   Narrillos de San Leonardo
   Tornadizos de Ávila
   Mingorría
   El Oso
   Santa María del Arroyo
   Solosancho
   Villaviciosa
   Chamartín de la Sierra
   Riofrío
   Toros de Guisando
   Villatoro
   Villanueva del Campillo
   Vicolozano
   Aldea del Rey Niño
   San Miguel de Serrezuela

  
   Con el fin de contextualizar mejor la cultura de los verracos en sus paisajes naturales, se exhiben también fotografías de las ruinas de los oppida o castros célticos donde habitaban los vettones y de donde provienen gran número de estos animales en piedra: 
   Castro de Las Cogotas
   Castro de Ulaca
   Castro de la Mesa de Miranda
   Castro de El Raso de Candeleda
 
   Finalmente, la colección de fotos se completa con una pequeña muestra de los verracos conservados en Salamanca capital, entre ellos el famoso toro de piedra del Lazarillo de Tormes.

 

Breve historia

   En el transcurso de varios siglos, entre el 950 y el 600 a C, se produjeron migraciones graduales y pacíficas de grupos humanos protoceltas hacia la Península Ibérica, y después de indoeuropeos aglutinados bajo el nombre de 'celtas'. No se sabe con certeza los motivos que impulsaron estos desplazamientos de población, pero se ha aventurado que buscaban los yacimientos salinos del valle del Ebro. En la Península se toparon con pueblos indígenas a los que pronto dominaron, en razón a su preponderancia militar, pero a su vez fueron absorbidos con posterioridad por la población autóctona, muy superior en número de habitantes. 
   Los celtas son el primer pueblo prehistórico que salió del anonimato en los territorios europeos al norte de los Alpes. Predominaron en gran parte de Europa, desde Irlanda hasta los Balcanes e incluso hasta Anatolia. Aunque nunca formaron un grupo étnico unificado, ni crearon un gran imperio, pues siempre estuvieron divididos en un sinfín de tribus con diferentes dialectos, adquirieron gran potencia política y militar, y se convirtieron en un decisivo motor de desarrollo en las civilizaciones europeas. 
   La mayor parte de los grupos protoceltas e indoeuropeos practicaban la incineración. La llamada cultura de los Campos de Urnas se difundió hacia el año 1000 a C por toda la Galia y penetró poco a poco en la Península Ibérica entre el 950 y 700 a C, probablemente por los puertos de montaña del Pirineo central. Eran grupos poco numerosos, que construyeron poblados de cabañas de madera y paja en pequeñas alturas cercanas a manantiales y ríos, sobre todo en Cataluña, Levante y el valle del Ebro. Conocían la técnica de fundición del hierro. Cultivaban trigo y cebada, e introdujeron el mijo. Fabricaban cerveza y vino. Practicaban el pastoreo y la cría de ganado vacuno, caballar y porcino, así como el comercio. La posesión de caballos y de armas de metal otorgó a los celtas una superioridad militar sobre las poblaciones autóctonas, constituyéndose en una fuerza hegemónica.
  

Cultura de Hallstatt
  
   La presión ejercida por los escitas en el siglo VIII a C obligó a los pueblos tracio-cimerios del sur de Rusia y Ucrania a emigrar remontando el Danubio, hasta llegar a Hungría y Baviera, desplazando a las poblaciones 'celtas' de la zona. Estos emigrantes, en contacto con los orientales, dieron origen a la cultura de Hallstatt, así llamada por el nombre de un poblado de Austria representativo de esta época. Eran de lengua indoeuropea. Introdujeron el uso intensivo del hierro y técnicas de doma y monta de caballos. La casta de los guerreros adquirió poder, y se han hallado enterramientos de jefes y miembros de la oligarquía dominante con ricos ajuares funerarios, que hacia el 600 a C incluyen lujosos carros de combate de dos y cuatro ruedas. Tuvieron intercambios comerciales con etruscos y griegos. 
   Hacia el 600 a C la práctica de la incineración se había generalizado y había penetrado con cierta rapidez en sucesivas oleadas entre los pueblos de cultura neolítica tardía del oeste, centro y norte de la Península Ibérica. Los poblados de esta época se componían, como los protoceltas, de cabañas de madera de forma circular con una sola cámara y una puerta de acceso. El techo era una cúpula de ramaje y paja. Esta tipología constructiva fue pronto sustituida por cabañas de piedra de planta rectangular, con una sola puerta y techo de ramaje plano, a semejanza de las ya existentes en el país. La ubicación de los asentamientos en lugares planos o de poca altura permite deducir la inexistencia de necesidades defensivas en esta época. Pese a la progresiva introducción de la técnica de fundido de hierro, las armas (espadas, hachas) y utensilios eran aún mayoritariamente de bronce. Además de diestros jinetes, los celtas eran aficionados a la caza y a la monta como diversión, a la música, a la danza, y a diversas formas de literatura de transmisión oral. 
   Entre las heterogéneas poblaciones celtas asentadas en la Península Ibérica podemos citar a los berones y pelendones (establecidos hacia el 700 a C), los sefes, lugones y vettones (llegados hacia el 600 a C), y los belgas o galos (hacia el 500 a C). La última oleada de emigrantes celtas del periodo hallstáttico se trasladó hacia la Meseta Castellana, Galicia, León y Asturias. La mayor parte de la población autóctona neolítica se mezcló con los celtas o bien se asimiló a ellos culturalmente (no siempre lingüísticamente), produciéndose la fusión entre ambos grupos étnicos. 
  

Cultura de La Tène
  
  
La segunda fase de la Edad del Hierro comprende entre el 500 y el 200 a C, y es conocida como cultura de La Tène (nombre de un sitio arqueológico en Suiza), que se caracteriza por una mayor unidad racial, cultural y religiosa, con hegemonía en la Europa central. La civilización celta alcanzó su cénit en este periodo. La casta de los druidas o sacerdotes ganó cada vez mayor poder y mantuvo viva una religión de marcado carácter panteísta, entroncada con la naturaleza y basada en ritos mágicos y adivinatorios. Las artes aplicadas y la artesanía alcanzaron niveles de virtuosismo, con la incorporación de figuras zoomorfas, vegetales y máscaras en la decoración de calderos, recipientes, espejos y otros artefactos. 
   Nuevos pueblos indoeuropeos, los galos, entraron en la Península hacia el 500 a C, y trajeron con ellos la más avanzada cultura de La Tène, aunque no llegaron a desplazar totalmente la cultura hallstáttica. Atravesaron una vez más los pasos pirenaicos y se establecieron en las comarcas no ocupadas por los iberos, aunque en contacto con ellos. Cabe distinguir tres grupos principales en los asentamientos celtas en España: 
   1) los célticos, en torno a la Cordillera Ibérica; su centro más representativo sería Numancia, en la actual provincia de Soria, ciudad de la que proviene casi toda la información de que disponemos sobre el periodo; 
   2) los celtas de la Meseta, en Ávila, Salamanca, Zamora, Burgos, Palencia, Valladolid, etc; 
   3) los grupos del norte del valle del Duero, en Coaña (Asturias), Santa Tecla (Pontevedra) y Briteiros (Portugal). 
   Los celtas galos del periodo La Tène elaboraban carne en salazón, sobre todo de cerdo. Tejían lana, curtían pieles y trabajaban el cuero. Hacían tapices, bordados, esmaltes. Fabricaban herramientas de metal y piezas de alfarería (ya con uso de torno). Empleaban un arado de dos ruedas en las faenas agrícolas. Bebían vino, hidromiel, cerveza y sidra, y el pan era alimento básico. Dado el predominio de bosques de robles, conectados con la religión druídica, tomó impulso la crianza de cerdos, y la caza de jabalíes o verracos como diversión popular. 
   Usaban espadas largas, escudos de cuero, arcos, flechas, hondas y lanzas con puntas de hierro, así como carros de combate. También portaban cuchillos, cascos, rodilleras y cotas de malla. Disponían de unidades de infantería y caballería perfectamente adiestradas para la guerra. 
   Las distintas poblaciones competían entre sí por el dominio, y algunas estaban regidas por un soberano. Algunos reyes, sin embargo, eran electos, y el poder de la aristocracia tendió a incrementarse.
  
   Los rituales religiosos se fueron haciendo más complejos: se adoraba a los animales cobrados en cacerías, y también a los domésticos y de pastoreo (caballo, toro, asno, carnero...), a árboles, bosques y frutos, a divinidades femeninas campestres, a la fertilidad de las plantas, a los dioses del comercio, la música, la guerra, el mar, los ríos y las fuentes. Rendían culto a las armas. Creían en otra vida después de la muerte. Se afirma que algunos de sus ritos incluían sacrificios humanos. 
   Los druidas eran reclutados entre los clanes guerreros, pero tenían un rango más elevado. Se encargaban de los rituales y ceremonias religiosas, de los sacrificios, y de la educación de los jóvenes de la nobleza. El druidismo resistió con fuerza a la romanización, y fue por ello especialmente perseguido. Julio César, en De bello Gallico, describe los sitios sagrados celtas, las arboledas y bosques de árboles sagrados. Habla también de los dioses celtas, entre los que destaca a Mercurio como el principal, siguiendo la costumbre romana de asimilar los dioses bárbaros asignándoles los nombres y atributos propios de los dioses clásicos grecolatinos. 
   Por otras fuentes clásicas se sabe que los celtas adoraban a una multitud de dioses (se han registrado más de cuatrocientos), siendo la mayoría pequeñas deidades de carácter local, con culto limitado a una pequeña región, y de las que no quedan sino referencias sueltas. Hay que admitir de todos modos que el conocimiento actual de la religión druídica de los celtas sigue estando sumido, a falta de testimonios literarios o epigráficos, en las brumas del misterio.  
   La vivienda típica de los celtas de esta época se hizo más sofisticada, llegando a disponer de tres habitaciones: vestíbulo, cocina y dormitorio, con un almacén bajo el suelo a modo de despensa. La sociedad se basaba en la familia patriarcal, reunidos los diferentes clanes familiares en estamentos superiores. 
   Coincidiendo con las migraciones celtas, se había desarrollado paralelamente una avanzada cultura de orígenes orientales en el Levante y sur de España: la de los iberos, que convivió en vecindad con los pobladores celtas hasta terminar por fusionarse parcialmente dando lugar a los celtíberos. 
   Desde mediados del siglo I a C el mundo celta quedó atrapado entre dos fuerzas hostiles: el Imperio Romano, que extendía sus fronteras al Rin y al Danubio, y las tribus germánicas, que empujaban hacia el sur, por lo que fue perdiendo su hegemonía en la zona. La tradición céltica sobrevivió con cierta fuerza en Bretaña e Irlanda, y también en la Península Ibérica, donde no llegó a diluirse del todo con la romanización, manteniendo su influencia cultural en ciertos ámbitos hasta bien entrada la Edad Media.

 

FotoCD12

Verracos
Arte escultórico de los celtas

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en las provincias de Ávila y Salamanca (España)
Ilustraciones: Miguel Ángel Eugui