Exposiciones fotográficas
Portal a Senegal
No se puede poner puertas al mar
Al día de hoy, entrados ya en el siglo XXI, ¿ha desaparecido totalmente la trata de negros? No lo tenemos muy claro.
Habría que decir más bien que ha adoptado otras formas.
Hoy la trata ya no se lleva a cabo en grandes buques provistos de bodegas para el cargamento de 'ébano', sino en precarias embarcaciones como las pateras y los cayucos. En nuestra exposición de fotos mostramos diversos astilleros, situados en pueblos de pescadores a lo largo de la costa de Senegal, donde se construyen con métodos artesanales cayucos y piraguas (fotos 21, 63, 79 y 80). Los alegres colores con que están decorados no dejan presagiar el trágico fin que espera a algunos. En principio destinados a la pesca, muchos de estos cayucos se utilizan subrepticiamente para el transporte, por el océano Atlántico, de emigrantes africanos a distintos países de Europa.
Los negreros ya no son capitanes y marinos europeos o americanos, sino los propios compatriotas de los africanos. Personas anónimas, organizadas en grupos clandestinos, a modo de mafias.
Los hombres, mujeres y niños que son embarcados (embaucados habría más bien que decir) en estas chalupas rumbo a un incierto destino no conocen ni la duración ni los peligros de la travesía. Muchos de ellos ni saben nadar.
En vez de pagar por ellos, son ellos los que pagan el viaje. Y abonan al tratante sumas desorbitadas en relación a sus exiguas economías, invirtiendo a veces en la operación los ahorros de toda su vida, cuando no los de su familia.
La elevada mortandad no se produce por las pésimas condiciones higiénicas y el hacinamiento de los barcos negreros de antaño, sino por naufragios, por hipotermia, por agotamiento físico o por deshidratación, dada la fragilidad de estas embarcaciones, inadecuadas para una larga navegación oceánica, y la total imprevisión que existe en lo que respecta a las provisiones de agua, comida o ropas de abrigo.
Cuando algunos de los pasajeros mueren en el trayecto, sus cuerpos son, hoy como ayer, simplemente arrojados por la borda.
No hace mucho se detectó en aguas del Caribe un 'cayuco fantasma' que flotaba perdido a la deriva, y en su interior no se encontraron sino cadáveres: senegaleses que habían fallecido de hambre y de sed durante la travesía.
Conviene aclarar que aunque muchos cayucos parten de las costas de Senegal, sus pasajeros provienen también, en gran medida, de otros países africanos, y a veces incluso asiáticos. Senegal sería sólo su puerto de embarque. Y es que por su situación geográfica, Senegal viene a ser el finisterre de Africa. El inmenso desierto del Sahara constituye, al norte, una barrera infranqueable.
Estos hombres y mujeres no escapan únicamente de la pobreza. La endémica corrupción de sus gobiernos, las dictaduras, las sangrientas guerras civiles (Liberia, Sierra Leona, Somalia, Sudán... son sólo algunos ejemplos) les empujan a embarcarse en la aventura, en lo que no es sino una huida hacia adelante. Poco a poco, los pueblos de Africa van perdiendo a sus mejores ciudadanos.
Recientemente ha saltado a los periódicos que los gobiernos de algunos países (Mauritania, Malta...) se niegan a acoger, ni siquiera a socorrer, a emigrantes navegando en cayucos y pateras que han naufragado o se encuentran en apuros o necesitan repostar agua.
A su llegada a destino (los que llegan vivos, y no son detenidos y repatriados), los africanos ya no trabajan de esclavos. Entran de lleno en un sistema económico de capitalismo aún más salvaje que el de sus países de origen, donde impera la ley del más fuerte, o la del más listo.
Los puestos de trabajo que obtienen son los más duros, los que ningún nativo de aquí quiere, los peor retribuidos. Pasan de una economía de supervivencia a otra de mera subsistencia. Sus títulos universitarios o profesionales no son homologados. La venta callejera, el 'top-manta', el trapicheo de estupefacientes, la prostitución... se convierten no pocas veces en su única y mísera alternativa. O la de ser explotados por empresarios sin escrúpulos, que se aprovechan de la precariedad de su situación para pagarles sueldos muy por debajo del mínimo legal, sin contratos y sin cobertura de seguridad social. El alojamiento se da muchas veces en condiciones infrahumanas, apiñándose un gran número de personas en pisos desvencijados o cuartuchos de alquiler.
Si a todo esto no se le puede llamar, en un sentido estricto, esclavitud, hay que ver cuánto se le parece.
Este estado de cosas ha llevado a la ONG Medicus Mundi a reclamar a las Naciones Unidas que se declare el tráfico de emigrantes como un crimen contra la Humanidad.
A nadie se le oculta que las grandes desigualdades sociales y económicas entre los países desarrollados y los países 'en vías de desarrollo' (otro eufemismo) son la causa profunda de este fenómeno imparable.
Estamos en la era de la globalización, y los modernos medios de comunicación propician que todos estemos conectados con todos, al menos virtualmente. Pero ocurre que los africanos también disfrutan, a veces en mayor medida de lo que suponemos, de la televisión por satélite y de internet (foto39). Y pueden contemplar nuestro sistema de vida. Y compararlo con el suyo.
Sólo que la imagen que les llega de nuestro European way of life está tremendamente sesgada y distorsionada. Cuando una persona pasa hambre en Africa, y observa en los anuncios publicitarios europeos cómo incluso a nuestras mascotas, a nuestros perros y gatos domésticos, les alimentamos con los más exquisitos manjares, ¿qué tiene de extraño que deduzca que por aquí atamos a los perros con longanizas, que esto es poco menos que el reino de Jauja? ¿Podemos reprocharles que vengan en masa a buscarse la vida?
Cierto es que los flujos migratorios de Africa y Asia hacia Europa no son cosa de hoy. Desde hace varias generaciones, un buen porcentaje de los ciudadanos de las metrópolis más desarrollados de Europa occidental son descendientes de emigrantes procedentes sobre todo de sus antiguas colonias en Asia y Africa. Pero nunca como hasta hoy la emigración se había producido de forma tan fuera de todo control.
La situación ha llegado a tales niveles de absurdo que hay gobiernos que ordenan erigir muros y barreras fronterizas para intentar frenar la avalancha. Pasa esto en los Estados Unidos, con la construcción de un muro en la frontera mexicana, pero pasa también en España, con la instalación de una doble (y luego triple, y luego cada vez más alta) alambrada de espinos en las fronteras con Ceuta y Melilla, dos de las anacrónicas colonias españolas que todavía quedan en territorio africano, barreras que ya han producido muertos (por disparos de la policía) en el intento desesperado de muchos magrebíes y subsaharianos por saltárselas. Cayó en 1989 el muro de Berlín, esa vergüenza de Europa, pero parece ser que no hemos aprendido todavía la lección.
Las sucesivas reformas de la ley de extranjería española para regularizar a los inmigrantes 'sin papeles' no sólo no han paliado el problema, sino que han provocado lo que los periodistas denominan el 'efecto-llamada'. Cada vez más africanos están dispuestos a perseguir el señuelo de una nueva vida en un nuevo mundo, y el gobierno español, a instancias de los restantes gobiernos de la Comunidad Europea, se ve obligado a repatriar cada vez más inmigrantes, a convertirse en el cancerbero de Europa.
Pero de poco sirven estas medidas, pues muchos de los deportados están firmemente dispuestos, en cuanto surja la ocasión, a repetir el salto, por otras vías. No se puede poner puertas al mar.
En nuestro viaje por Senegal, oímos muchas veces de boca de nativos senegaleses esta frase: "Los españoles sois los africanos de Europa". Nos recordaba aquello de que "Africa empieza en los Pirineos", pero en este caso no era un menosprecio, sino un elogio, una expresión de simpatía de los senegaleses hacia los españoles, de agradecimiento por el trato que se dispensa a los africanos cuando llegan a tierras españolas, léase las islas Canarias o la costa mediterránea de Andalucía, por comparación al maltrato sufrido en otros países europeos. Incluso cuando la policía los había detenido y expulsado del país, decían sentirse mejor tratados que en otras experiencias análogas, pongamos en Francia o Italia.
Bienvenidos seáis, senegaleses. Bienvenidos seáis, africanos, porque venís a añadir color, savia nueva y pluralidad a nuestra cultura.
Pero no es dejéis engañar por los cantos de sirena del neoliberalismo. Porque aquí todos tenemos, blancos y negros, algo de esclavos.
FotoCD40
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Fotografías:
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