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Isla de Gorée. La puerta a un viaje sin retorno
La isla de Gorée, o de Gorea en español, emerge del océano Atlántico (foto04) a un par de millas al sur de Cabo Verde, la península donde hoy se levanta Dakar, la capital de Senegal.
Gorea fue uno de los primeros asentamientos europeos en Africa occidental. Se trata de una pequeña y árida isla volcánica de apenas 36 hectáreas de extensión, antaño un activo centro portuario que hoy ha perdido su hegemonía a favor de los puertos de Dakar y Saint Louis, pero que tiene gran importancia desde un punto de vista simbólico. Pues Gorea fue, entre los siglos XVI y XIX uno de los principales focos de la trata de esclavos en el continente africano.
La isla fue ocupada, a mediados del siglo XV, por los portugueses, que desalojaron a sus primitivos habitantes, los nativos Bambara. En 1617 fue comprada por los holandeses, y posteriormente (1677) conquistada por los franceses, que la convirtieron en una escala para los barcos de la Compañía Francesa de las Indias Orientales. A raíz de las guerras entre Inglaterra y Francia, Gorea fue hasta cinco veces tomada por los británicos. Desde 1816, hasta la independencia de Senegal en 1960, estuvo de nuevo controlada por los franceses.
La isla de Gorea es hoy un polo de atracción para el turismo nativo, y un lugar cuya visita es casi una obligación moral para todo viajero europeo que desee conocer Senegal. Porque Gorea se ha convertido en un símbolo de la memoria histórica de la esclavitud y del tráfico de negros entre Africa y América.
Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1978, la isla de Gorea, al igual que Auschwitz, es un bien cultural cuya importancia no radica en sus monumentos, sino en el recuerdo de un pasado trágico de cuyos errores y horrores todos hemos de aprender para no dar lugar a que se repitan.
Entre los siglos XVI y XIX, todas las potencias europeas compitieron por el tráfico de 'madera de ébano', término-tapadera que disimulaba la verdadera naturaleza de la mercancía humana que aquellas naves transportaban en sus bodegas. Gorea fue uno de los principales puntos de embarque de los esclavos africanos con rumbo a América, aunque no el único ni el más activo. Sólo en la zona de Senegal había enclaves con semejante cometido en Saint Louis, Rufisque, Gambia, la isla de Carabane o las llamadas 'escalas' del río Senegal.
El pequeño y apacible pueblo de Gorée, de poco más de mil habitantes, está dominado por los fuertes de Saint-Michel y Nassau. Sus tranquilas calles sin tráfico rodado (foto05), sombreadas por los baobabs, adornadas de coloridas buganvillas, son un remanso de paz que contrasta con el ruido y la vorágine de la vecina Dakar. La mayoría de sus edificios, con un aire entre colonial y mediterráneo, datan de los siglos XVIII y XIX, y entre ellos se encuentra la mezquita más antigua de Senegal. Abundan en sus callejas los talleres de artistas y artesanos.
La Casa de los Esclavos
Entre todos los edificios de Gorea destaca la llamada 'Maison des Esclaves', una bella construcción holandesa de dos pisos, de estilo barroco colonial del XVIII, con un patio central ocupado por una gran escalinata doble, cuyas sinuosas balaustradas conectan la planta baja, donde se hacinaban los esclavos en mazmorras, con el primer piso, donde vivían los amos y traficantes (foto06).
Al fondo, una puerta se abre al océano Atlántico. Más allá del horizonte se adivinan las tierras de América, meta forzosa de los desgraciados nativos que eran encerrados –almacenados como mercancía– en esta mansión, hasta el momento del viaje. La espera podía durar casi tres meses. Se dice que por esta puerta salían los esclavos para ser embarcados rumbo a su aciago destino. Se le llama 'la puerta del viaje sin retorno'.
Esta 'Casa de los Esclavos', que es sólo una entre las muchas esclaverías que había en Gorea, ha sido habilitada como un museo de la historia de la esclavitud y del tráfico de africanos. Su visita es muy instructiva, y despierta profundas emociones en cualquier espíritu sensible. Rótulos y paneles explicativos desgranan datos sobre gran cantidad de hechos históricos relacionados con la trata de negros. Argollas, grilletes, cadenas, látigos y otros instrumentos de dominación y tortura son exhibidos como pruebas materiales de aquella ignominia, como recordatorio del ingente sufrimiento infligido a los africanos por el hombre blanco.
Se pueden diferenciar las mazmorras (foto07) donde encarcelaban a los varones adultos de aquéllas donde encerraban a las mujeres o a los niños, siendo las familias desmembradas sin la más mínima consideración humanitaria, tratadas como mero ganado. Cada persona era designada por un número de matrícula, nunca por su verdadero nombre. Mientras que un padre de familia podía acabar en Louisiana, la madre podía ser trasladada a Brasil o a Cuba, y los hijos a Haití o a las Antillas.
La casa, que no es muy grande, podía almacenar entre 150 y 200 esclavos. Las celdas reservadas a los hombres medían 2,60 x 2,60 m, y en cada una de ellas se amontonaban de quince a veinte individuos sentados de espaldas a la pared, con cadenas ceñidas al cuello y a los brazos, a su vez lastradas por una gruesa bola de hierro. Se les permitía salir del antro sólo una vez al día para hacer sus necesidades. Los condiciones higiénicas eran tan lamentables que la primera epidemia de peste que arrasó la isla en 1779 tuvo su origen en este lugar.
La celda para los niños era una estrecha galería donde se acostaba a los pequeños en el suelo apretados entre sí como en una lata de sardinas. El índice de mortandad era muy elevado entre ellos.
Las chicas jóvenes estaban más cotizadas que las mujeres, por lo que eran encerradas en una celda aparte. Algunos negreros mantenían relaciones sexuales con las esclavas jóvenes, y en algunos casos, al quedar encinta, eran liberadas. Las mujeres mestizas emancipadas de Gorea eran llamadas 'signares', deformación del portugués 'segnora', y se mezclaban con la aristocracia de la isla.
El precio de un esclavo dependía de su peso, que se medía en una cámara de pesada. El peso mínimo para considerar a un esclavo vendible estaba fijado en 60 kilos, y los varones que no alcanzaban ese peso eran encerrados en una celda de 'inútiles temporales', con el fin de ser engordados. Los enfermos agonizantes eran simplemente arrojados al mar, para alimento de los tiburones.
El museo de la Casa de los Esclavos tiene como objetivo mantener viva la llama de la memoria de tan dolorosos hechos, y organiza cada año, en colaboración con el ayuntamiento de Gorea, actividades como el Gorée Diaspora Festival, un festival de música en homenaje y recuerdo a las víctimas de la diáspora africana, consecuencia de la compraventa de seres humanos promovida por las potencias coloniales europeas.
El actual conservador en jefe de la Casa de los Esclavos, el señor Boubacar Joseph Ndiaye, dirige periódicamente la palabra a los grupos de visitantes, y en sus arengas les informa, entre otras cosas, de que fueron 20 millones los africanos arrancados de sus países natales para ser vendidos como esclavos en el Nuevo Mundo. Activamente comprometido en la difusión de la documentación histórica en torno a la trata de esclavos, varios rótulos del museo muestran citas extraídas de los escritos publicados por el mismo Ndiaye sobre este tema. Seleccionamos una de ellas:
"El racismo, la creencia en la superioridad y en la misión particular de una raza, han costado millones de muertos. No olvidemos esto nunca". (B. J. Ndiaye).
Otro rótulo, al final de la visita, afirma que de todas las lecciones que se pueden extraer de la historia de la trata de esclavos, la más importante es ésta: "No hubo revancha".
Pero, ¿tenemos una idea suficientemente clara de cómo transcurría la trata de negros? Más información en:
Crónica negra de la trata de esclavos >>
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