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Córdoba. Encrucijada de culturas

Córdoba. Breve historia


Cordoba

 

  Córdoba romana
   
   Fundada probablemente por los cartagineses a orillas del río Guadalquivir, Córdoba creció en la antigüedad hasta convertirse en una floreciente ciudad portuaria fluvial. En 206 a C fue capturada por los romanos, que eran conscientes de su importancia geoestratégica. El Guadalquivir era entonces navegable desde su desembocadura en el Atlántico hasta la misma ciudad. Posteriormente la sedimentación de su cauce hizo acortar el tramo navegable hasta Sevilla.
   Córdoba (conocida entonces como Corduba) fue uno de los cuatro centros judiciales de la provincia romana de Bética. Pasó a ser colonia romana en 152 a C, cuando el pretor Claudio Marcelo instaló allí los cuarteles de invierno para una de sus campañas bélicas. Los seguidores de Pompeyo la utilizaron como base de operaciones durante su guerra civil contra Julio César, que saqueó la ciudad en 45 a C y ejecutó a 20.000 de sus habitantes. Al final de la república recibió el título de colonia patricia, y bajo el imperio se convirtió en un importante centro cultural y comercial, con hermosos edificios públicos y privados, rodeada de imponentes fortificaciones. Estaba conectada por la Via Augusta con Tarraco y otras ciudades del norte de la Península Ibérica. Y por otras calzadas con Gades (Cádiz), Malaca (Málaga) y Carthago Nova (Cartagena).
   Aunque quedan pocos vestigios de la Córdoba romana como para situar sus principales edificios con certeza, se sabe que la Gran Mezquita fue construida en el anterior emplazamiento del templo de Jano. Subsisten también, encajonados entre los edificios modernos de la ciudad, los restos reconstruidos de un templo de la época imperial (llamado de Marcelo, comenzado en tiempos de Claudio y terminado bajo Domiciano, en el siglo I d C), que quizá sería el santuario más importante de la Córdoba romana. Es un templo pseudoperíptero de orden corintio, de 6 columnas a lo ancho por 10 columnas a lo largo, levantadas sobre un gran podio de 16 x 32 m.
   Por las calles, plazas y patios de Córdoba se puede detectar un gran número de columnas de la época romana, de fustes monolíticos y capiteles corintios, recolocadas en diversos emplazamientos con fines decorativos (foto12). Muchas viviendas lucen en una de sus esquinas una columna romana adosada. 
   Córdoba fue el lugar de nacimiento de Séneca el Retórico y de su hijo el filósofo estoico Séneca (4 a C - 65 d C), que fue preceptor de Nerón; del poeta Lucano (39 - 65 d C), sobrino de Séneca y autor de La Farsalia; y del obispo Osio (257 - 359 d C), que llegó a ser consejero del emperador Constantino e influyó en su conversión al cristianismo.
   A consecuencia de las invasiones bárbaras de los siglos V y VI, la sociedad romana de la Península Ibérica se desintegró, y Córdoba fue tomada por los visigodos, que gobernaron la ciudad hasta principios del VIII. Durante el reinado de los visigodos, con sus centros de poder asentados en la Meseta, la ciudad entró en un periodo de decadencia. En esa época Córdoba fue base de una revuelta política contra el rey Agila y escenario de una guerra religiosa en el marco de los conflictos entre católicos y arrianos. 
   
   
   
   
Córdoba musulmana
Cordoba  
    Córdoba fue una de las primeras ciudades que fueron conquistadas por los musulmanes en su invasión de la Península Ibérica en 711 d C bajo el mando de Tariq ibn Zayid, tras su gran victoria en la batalla de Guadalete. La ciudad fue ampliamente destruida y su recuperación fue en un principio dificultada por las rivalidades tribales entre las fuerzas ocupantes. En 719 se instalaron en Córdoba los emires de Al-Andalus bajo la autoridad del califa de Damasco. El Alcázar de Córdoba fue levantado sobre ruinas romanas y visigodas para servir de residencia a los soberanos musulmanes.
   Abderramán I, emir (príncipe) de la dinastía omeya de Damasco, y único superviviente de la familia reinante que escapó a la matanza de los omeyas por los abasíes en 750, se refugió en el norte de África y luego se trasladó a Al-Andalus, donde tomó contacto con sus parientes y aliados. Reclutó un pequeño ejército con el que derrotó al emir entonces reinante (Yusef) y, tras su victoria, entró triunfalmente en Córdoba, asumiendo el liderazgo de los musulmanes españoles. En 756 instauró el Emirato de Córdoba, independizándose política y administrativamente del califato abasí, aunque mantuvo con el mismo una unidad cultural y religiosa, reconociendo al califa como líder espiritual. El poderío de la civilización omeya de Damasco resucitó así en Córdoba, al otro extremo del Mediterráneo. 
   Este cambio político marca el comienzo del periodo de máximo esplendor de Córdoba. Bajo los omeyas, Córdoba continuó siendo un centro cultural tan prestigioso como en tiempos de los romanos y fue creciendo considerablemente en población. Abderramán I fue el fundador de la Gran Mezquita, que a lo largo de los siglos iba a ser ampliada por sus sucesores, hasta ser completada en 988 por Almanzor. 
   En 929, los príncipes omeyas de España lograron satisfacer una vieja ambición cuando, ante la amenaza de los fatimíes (una nueva dinastía emergente adscrita a la rama chií del islam, que, fundada en lo que hoy es Tunicia, había establecido su capital en El Cairo, y que reivindicaba para su soberano el rango de califa), los líderes religiosos suníes españoles acordaron reconocer a los omeyas como califas por derecho propio. 
   
   Abderramán III (Abd ar-Rahman III an-Nasir), que reinó de 912 a 961, era el octavo príncipe omeya y se convirtió en el primer califa de la dinastía árabe omeya en España. Está considerado como el más poderoso regente de la dinastía y el que más acrecentó el poder y prestigio del régimen omeya en España y en el exterior. 
Cordoba   Desde 920 se dedicó a contraatacar a las fuerzas cristianas de los reinos de León y Pamplona. Capturó los fuertes de Osma y San Esteban de Gormaz, entró en Navarra en 924 y saqueó Pamplona. Restauró con energía la autoridad de Córdoba en España, que había sido cuestionada en los últimos años por una rebelión aliada de mozárabes y muladíes atrincherados en fortalezas de montaña. En sucesivas campañas combatió contra los insurrectos, sobre todo contra su principal enemigo el cristiano Omar ibn Hafsun, señor de Bobastro. Bobastro fue arrasado en 928. Las ruinas de este bastión rebelde, que incluyen una iglesia rupestre, todavía sobreviven en lo alto de una montaña de la serranía de Ronda. 
   A la vista de este y otros éxitos, algunos de los poetas de corte solicitaron a Abderramán que adoptara el título de califa. Asumió este rango en 929, eligió el título honorífico de an-Nasir li-Din Allah (= 'el que lucha victoriosamente por la religión de Dios'), y en su persona quedaron aglutinados el poder político como rey y el poder religioso como comendador de los creyentes. Así quedó instituido el Califato de Córdoba, que proclamó su independencia total respecto a Damasco o Bagdad. 
   En 933 Abderramán III conquistó Toledo tras un cruento asedio, y con esta caída desapareció el último centro de resistencia musulmana contra la hegemonía de Córdoba. La consolidación de su poder trajo gran prosperidad a la España musulmana. Fundó una ceca donde se acuñaban monedas de oro y plata. Fue también un gran constructor. Reformó la Gran Mezquita de Córdoba y le añadió un nuevo alminar. Mandó construir en la sierra una ciudad palaciega, Medina Azahara, para alojar a su familia y a la corte. 
   Su reinado fue tolerante con las religiones, y las comunidades cristiana y judía pudieron desarrollar con normalidad sus ritos y actividades, aunque siempre con el islam como credo hegemónico. El árabe era la lengua oficial, pero en la práctica existía un bilingüismo entre el árabe y el dialecto hispano-romano, sobre todo entre las clases instruidas de ambas religiones.
Cordoba   El prestigio de Abderramán III se extendió mucho más allá de sus dominios, y al final de su reinado la ciudad de Córdoba rivalizaba en grandeza con Constantinopla, Damasco y Bagdad. En su corte recibía emisarios de reyes tan lejanos como Otón I de Germania y el emperador bizantino. En 958, Sancho, rey de León exiliado, García Sánchez I, rey de Pamplona, y su madre la reina Toda rindieron en persona homenaje a Abderramán en Córdoba. Otras personalidades cristianas que se trasladaron a Córdoba para rendir tributo a los califas fueron el rey Ramiro III de León, el rey Sancho II de Pamplona, el conde Borrell de Barcelona y el conde García Fernández de Castilla.
   
   Se calcula que en su periodo de máximo esplendor (el siglo X), Córdoba albergaba 3.000 mezquitas y más de 260.000 edificios, incluyendo 80.000 tiendas, baños públicos, palacios, una afamada universidad y varias bibliotecas, una de ellas con un fondo de 400.000 volúmenes. Fue la primera ciudad del mundo con pavimentación y alumbrado público en sus calles. Según los historiadores árabes, su población alcanzaba el millón de habitantes. 
   Como capital del califato occidental, Córdoba era renombrada por su avanzado urbanismo y su grandiosa arquitectura, así como por la excelencia de su literatura, sus artes y su artesanía. Sus tejidos de seda, bordados, pieles manufacturadas y piezas de orfebrería eran apreciados en toda Europa y Oriente. Sus mujeres copistas rivalizaban con los monjes cristianos en la producción de libros religiosos. 
   Las refinadas costumbres de Bagdad, capital del califato abasí, fueron popularizadas en Córdoba por el cantante Ziryab (fallecido en 852), que se instaló en Córdoba con su troupe y fundó la Escuela Andalusí de música y canto.
    Los omeyas fusionaron los estilos romano y bizantino en sus obras arquitectónicas, añadiendo aportaciones propias. Expoliaron las ruinas de las anteriores civilizaciones mediterráneas para reaprovechar sus columnas y otros elementos constructivos incorporándolos a sus mezquitas y palacios. Un rasgo de estilo omnipresente es el arco de herradura, que adoptaron de los visigodos, aunque modificando sus proporciones en aras a conferirle una mayor esbeltez.
Cordoba   La educación fue activamente promovida por los omeyas y sus sucesores los amiridas. Córdoba atraía a sabios y eruditos de oriente y occidente, notables por su experiencia en interpretación coránica, ley islámica, filología, música, medicina y cirujía.
   Muchos de los fármacos que hoy usamos tienen su origen en la medicina árabe, y fue precisamente Córdoba uno de los lugares donde más a fondo se desarrolló esta materia, sobre todo en disciplinas como la investigación química (o alquimia) y la elaboración de medicamentos. Córdoba contaba con un hospital y una escuela médica equivalentes a las del Cairo o Bagdad. Un cirujano árabe, Albucasis (Abu al-Qasim, 936-1013), natural de Córdoba, escribió el primer libro ilustrado de cirujía, que fue ampliamente consultado. Contribuyó así a mejorar la reputación de la cirujía, por entonces considerada una práctica inferior a la medicina.
   Otro hijo ilustre de la Córdoba musulmana fue Ibn Hazm (994-1064), jurista, teólogo y filólogo, autor del celebrado El anillo de la paloma, un libro de reflexiones sobre la esencia del amor.
   Cuando el califato omeya se colapsó tras la guerra civil de 1009-31 y la España musulmana quedó desmembrada en reinos de taifas, Córdoba continuó siendo gobernada por diversos grupos de poder musulmanes. La ciudad fue severamente saqueada en 1013, y varios de sus más importantes edificios fueron destruidos, entre ellos el complejo palaciego de Abderramán III en Medina Azahara. La Gran Mezquita fue, sin embargo, respetada. Tras un breve interludio bajo el gobierno del emir de Toledo, Córdoba fue incorporada a los dominios de los abadíes de Sevilla durante el reinado (1069-1091) del sultán-poeta al-Mutamid. 
   
   La sucesiva ocupación del sur de la península ibérica por dos sectas de origen magrebí, los almorávides en el siglo XI y los almohades en el siglo XII, para incorporar los territorios hispanos a sus respectivos imperios en expansión, restableció la estabilidad de Al-Andalus, aunque el periodo de libertad artística y religiosa de que había disfrutado Córdoba durante la soberanía de los omeyas llegó a su fin.
Cordoba   Los primeros se llamaban a sí mismos al-Murabitun, es decir, 'la gente del ribat' (ribat = fortaleza de monjes-soldados), de donde derivó la palabra española 'almorávides'. En 1086, el gran líder almorávide Ibn Tashfin, que declaraba reinar en nombre del califa abasí de Bagdad, invadió con tropas bereberes la España musulmana para apoyar a los reinos de taifas, que habían caído en la anarquía tras el hundimiento del califato de Córdoba y eran incapaces de resistir por sí mismos la ofensiva de los cristianos comandados por el rey castellano Alfonso VI. En Córdoba los almorávides descubrieron los restos de la antigua y refinada civilización de los omeyas, que les sedujo por su lujo y esplendor.
   Hacia 1117, el bereber Ibn Tumart, fundador del movimiento almohade, tras una larga estancia en Oriente, regresó al Atlas magrebí, su tierra natal. Imbuido de fervor religioso, anunciaba un doble mensaje: la estricta adhesión a la doctrina de la unicidad de Dios (de ahí su nombre de almohades o al-Muwahhidun, 'unitarios') y una escrupulosa observancia de la ley islámica. Abd al-Mumin escuchó las prédicas de Ibn Tumart y se convirtió en su más ferviente discípulo. Proclamado al-Mumin el sucesor de Ibn Tumart, emprendió la guerra contra los almorávides y a los pocos años su reino se expandió por Argelia, Tunicia, Libia y Al-Andalus. Al-Mumin llegó así a ser el califa almohade más influyente, forjador de un imperio islámico que incluía buena parte de España y del norte de África, y que constituyó el apogeo del islam bereber. 
   Córdoba fue cuna de Moisés Maimónides (1135-1204), la más destacada figura intelectual del judaísmo del medievo, autor de importantes contribuciones como jurista, filósofo, médico y científico. Con la toma de poder de los almohades, que implantaron una política de rigorismo e intolerancia, la comunidad judía de Córdoba fue enfrentada a la alternativa de convertirse al islam o abandonar la ciudad. Los Maimons, la familia de Maimónides, permanecieron todavía once años en Córdoba, viéndose obligados a practicar el judaísmo en privado y disimular en público sus costumbres para parecer musulmanes. En 1159 se trasladaron a Fez, donde Maimónides prosiguió sus estudios de filosofía griega y rabínica e inició los de medicina. Más tarde se mudaron al Cairo, donde Maimónides practicó la medicina adquiriendo gran fama y convirtiéndose en físico de corte del sultán Saladino. Fue en esta capital donde redactó sus principales tratados filosóficos y científicos, entre los que destacan La Torah renovada y Guía de Perplejos. En sus escritos trató de conciliar la ciencia, la filosofía y la religión.
   Su contemporáneo musulmán, el filósofo Averroes (Abu Walid ibn Rushd, 1126-98) nació y fue educado en Córdoba, y también tuvo que sufrir el fanatismo de los almohades, que lo desterraron y censuraron sus obras. Físico, astrólogo, matemático y médico, sus Comentarios a la obra de Aristóteles se estudiaron en todas las escuelas de la Edad Media, y se puede decir que gracias a él occidente conoce a este filósofo griego. Meses antes de su muerte, sin embargo, fue rehabilitado y reclamado por la corte imperial con sede en Marrakesh, donde llegó a ejercer de físico de corte al servicio del califa almohade.
   La derrota frente a los cristianos españoles en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) marcó el principio del fin de la hegemonía almohade, que empezó a declinar hasta llegar a su desintegración. Córdoba entró también en una fase de decadencia. Aislada del suministro de seda de Granada, la ciudad perdió sus manufacturas de seda, aunque no sus industrias de cuero. Si bien su importancia político-militar menguó considerablemente, la poesía y la pedagogía continuaron floreciendo. Con la muerte del último califa almohade en 1223, Córdoba se convirtió de nuevo en un pequeño estado taifa. 
   
   
   
Cordoba   

Córdoba cristiana
   
   Al poco tiempo (1236) iba a ser capturada por las tropas cristianas de Fernando III el Santo. Córdoba perdió todo su liderazgo político y cultural. Conservó, sin embargo, un importante papel comercial, gracias a su cercanía a las minas de cobre de Sierra Morena. La Gran Mezquita fue reconvertida en catedral. Muchas familias nobles cristianas y militares distinguidos se instalaron en palacios y casas solariegas. Mencionemos la Casa del Indiano, de estilo mudéjar e isabelino, y el palacio renacentista de los Páez de Castillejo, construido en el emplazamiento del antiguo teatro romano, con portada plateresca de Hernán Ruiz el Joven, habilitado hoy como Museo Arqueológico. 
   Para protegerse de las constantes amenazas de ataque de los moros se edificaron nuevas estructuras defensivas, como el Alcázar de los Reyes Cristianos, construido por Alfonso XI sobre el antiguo alcázar de los omeyas para servirle de residencia real –con una fuerte influencia mudéjar en el estilo–, y más tarde reformado por los Reyes Católicos. Provisto de poderosos torreones en las esquinas, del primitivo alcázar solo quedan prácticamente sus jardines acondicionados al modo árabe, que formaban parte del área ajardinada que rodeaba la Mezquita. 
   Con excepción de la Gran Mezquita, todos los centros de culto musulmanes fueron derruidos o transformados en iglesias y conventos. Mencionemos como ejemplo la capilla de San Bartolomé, originalmente un edificio morisco, que muestra desde entonces una estructura claramente cristiana, en estilo gótico-mudéjar. 
   Durante dos siglos Córdoba fue una importante base de operaciones bélicas contra el reino nazarí de Granada, hasta que en 1492 cayó esta ciudad y se completó la reconquista cristiana de la península. La sinagoga de la Judería fue reconvertida al culto cristiano tras la expulsión de los judíos en ese mismo año. Córdoba quedó reducida a una tranquila ciudad de provincias, bien nutrida de iglesias, monasterios y casas aristocráticas, renombrada por su artesanía, sus caballos y sus buenos vinos.
   Uno de los hijos ilustres de la ciudad fue Gonzalo Fernández de Córdoba, 'El Gran Capitán' (1453-1515), general de los Reyes Católicos que conquistó el reino de Nápoles.
   En los siglos XVI y XVII Córdoba recobró parte de su antigua prosperidad gracias a sus 'cordobanes', cueros repujados polícromos de múltiples aplicaciones.
   Córdoba fue saqueada por los franceses en 1808, durante las guerras napoleónicas, por haber tomado parte en los movimientos pro-independencia. 
   Fue una de las primeras ciudades en ser ocupadas por las fuerzas franquistas en la guerra civil española (1936-39).

 

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Córdoba
Encrucijada de culturas

   
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