Colecciones fotográficas

Una ciudad santa de la India

India sagrada, India profana

Puri

   India es tierra de riquezas fabulosas y fabulosa miseria, de esplendor y andrajos, de palacios y chozas (...) El país de cien naciones y cien lenguas, de mil religiones y dos millones de dioses.
   Mark Twain


   Puri es una ciudad del estado de Orissa, de unos 200.000 habitantes (2016), situada en la costa nororiental del subcontinente indio, a orillas del Golfo de Bengala y a unos 500 km al sur de Calcuta. Esta ciudad costera, construida a lo largo de una extensa playa, es un importante centro comercial y un lugar de vacaciones muy frecuentado por nativos y foráneos. Sus actividades económicas incluyen la artesanía, el molido de arroz, la metalurgia y la manufactura textil. Puri es terminal de ferrocarril y la residencia de verano del gobernador del estado de Orissa. Tiene colegios de enseñanza superior, una academia de sánscrito, un observatorio y un palacio perteneciente al rajá de Puri.
   Lo que hace de Puri un lugar singular es la existencia en el corazón de su casco histórico de uno de los más sagrados templos de la India. Reconstruido en el siglo XII, en el emplazamiento de un templo anterior que custodiaba la venerada reliquia del Diente de Buda (hoy en Kandy, Sri Lanka), este templo es la sede del dios Jagannath, un avatar de Vishnu. Su imponente torre de piedra de 63 metros de altura, que se divisa desde la lejanía, atrae todos los días como un gigantesco imán a miles de peregrinos y devotos del hinduismo, venidos a Puri a rendir culto al dios, donarle ofrendas y solicitarle favores y bendiciones.
   El gran templo de Jagannath, cuyo acceso está prohibido a los no-hinduistas, constituye el centro neurálgico de la ciudad de Puri. Los antiguos barrios de viviendas se articulan urbanísticamente en torno al gran cuadrado del recinto sacro amurallado, con calles que desembocan radialmente en el templo. Desde su portalón principal parte una ancha avenida de 5 kilómetros de longitud llamada Baradand (en inglés Grand Road), que conecta el gran templo con otro santuario situado en el extremo opuesto de la avenida y conocido como Templo del Jardín, que resulta ser la segunda residencia del dios Jagannath y su familia.
   La Grand Road es la principal arteria de Puri, siempre a rebosar de vehículos y transeúntes (foto004). Su vasta superficie permite acoger muchedumbres y sirve de solar para la celebración de festivales multitudinarios. Funciona como mercado, foro público y nudo de comunicaciones. Alberga la estación de autobuses y también se concentran aquí centenares de rickshaws en una dura competencia por conseguir clientes.


  
El Señor del Mundo
  
   Más del 97 por ciento de los habitantes de Puri son hinduistas, lo que convierte a esta ciudad en un observatorio privilegiado para estudiar los ritos y ceremonias de una religión brahmánica apenas contaminada de sincretismos. Aunque el sistema de castas está oficialmente abolido en la India desde la promulgación de la Constitución de 1949, extraoficialmente se continúa poniendo en práctica de forma más o menos abierta, sobre todo entre los estratos sociales más desfavorecidos. En Puri y en Orissa el sistema de castas es similar al de otros estados de la India oriental, con algunas peculiaridades regionales. Por ejemplo, en un escalón inferior al de los brahmanes están los karanas (la subcasta de los escritores), que reclaman para sí el estatus de ksatriya (casta de los guerreros). Puri ha sido durante siglos el único lugar de la India donde miembros de todas las castas, incluidos los intocables, podían comer juntos.
Puri   Todas las castas de Orissa adoran a Jagannath, el dios protector de Puri, y esta divinidad es el protagonista absoluto de su cosmovisión religiosa. El nombre de Jagannath (pronunciado 'yaganat') es de origen sánscrito y significa "Señor del Mundo". Bajo la torre principal de su grandioso templo tutelar se custodian las estatuas de Jagannath, su hermano Balabhadra y su hermana Subhadra. Una tríada divina muy poco convencional, pues habitualmente adoptan el esquema padre-madre-hijo. A diferencia de los demás dioses y diosas del hinduismo, que suelen ser representados con rasgos humanos en estilos de corte naturalista, las estatuas de Jagannath y sus hermanos son de factura rígida y muy esquemática, talladas en madera y pintadas con colores planos, en marcado contraste con la imaginería del resto del panteón hindú. Responden a una estética que sugiere un origen tribal, lo que no es de extrañar dado el gran porcentaje de población adivasi (etnias aborígenes primitivas de la India, anteriores a las invasiones indo-arias) existente en Orissa. Jagannath y sus hermanos son reproducidos con grandes ojos de pupilas negras que ejercen sobre quien los contempla un efecto hipnotizante. Sus brazos son rígidos y horizontales, de forma que sirven de andas a la hora de transportarlos. Los tres dioses son atendidos a diario en elaboradas ceremonias oficiadas por los brahmanes del templo, con asistentes especiales que les ofrecen comida, les bañan y les visten. Está claro que gozan del don de la omnipresencia: aparecen en todos los templos, oficinas, restaurantes y viviendas de Puri impresos en láminas, carteles, estampas, calendarios... o multiplicados en miles de réplicas en forma de estatuillas, juguetes y souvenirs para los peregrinos. Hay una tienda especializada en Crafts for the Lord, donde venden profusión de estatuas de Jagannath, Balabhadra y Subhadra, y distintos tipos de atuendos y adminículos para vestirlos y enjoyarlos.
   Aunque se suele identificar a Jagannath con Krishna, el popular dios-vaquero avatar de Vishnu, algunos historiadores detectan influencias budistas en la naturaleza tripartita de las imágenes del templo. En Puri, las representaciones modernas del dasavatara (los diez avatares o encarnaciones de Vishnu) muestran a Jagannath como uno de esos diez avatares, sustituyendo al de Buda (que en la India, desde que el hinduismo reabsorbiera al budismo, había sido asimilado como un avatar vishnuita). Está comprobado que estos iconos son de origen muy antiguo. En el Museo Nacional de Nueva Delhi se conserva un panel escultórico del siglo XIII, procedente de Konarak, donde se distingue al rey Narasimhadeva I de la dinastía Ganga Oriental, esculpido en un refinado estilo realista, adorando la tosca y esquemática imagen del dios Jagannath de Puri.


  
El Festival de los Carros
Puri
   El más importante de los muchos festejos religiosos anuales que se celebran en Puri es el Rathayatra ('Festival de los Carros'), que tiene lugar en los meses de junio o julio. Las tres estatuas de Jagannath, Balabhadra y Subhadra son respectivamente montadas en tres suntuosos carros procesionales construidos en madera, provistos de enormes ruedas y rematados de pabellones piramidales en forma de sikhara o torre de templo. La esencia de la ceremonia consiste en el traslado de los dioses desde el gran templo de Jagannath hasta su residencia de verano, el Templo del Jardín, donde permanecerán una semana. Para ello los carros han de ser arrastrados varios kilómetros a lo largo de la Grand Road por medio de la fuerza bruta de cientos de hombres tirando a la vez de gruesas maromas.
   El carro (en sánscrito, ratha) tiene una fuerte carga simbólica en la mitología hindú. Los vehículos de los dioses son carros que vuelan por los cielos. Numerosos templos de la India tienen forma de carro procesional; véase como ejemplo el Templo del Sol de Konarak, cercano a Puri, que está construido como si fuera un descomunal carro de piedra, sustentado sobre veinticuatro grandes ruedas radiadas y tirado por siete caballos.
   Desde semanas antes del Rathayatra se pueden ver en las calles de Puri cuadrillas de carpinteros y artesanos trabajando al aire libre sobre el suelo para construir poco a poco y con infinita paciencia los tres inmensos carros procesionales. Martillean, tallan troncos, insertan cuñas, empotran radios a las ruedas, pintan con abigarrada policromía el entero tinglado. Día a día se aprecian los progresos, hasta que la víspera de la fiesta los tres fastuosos carros están terminados y listos para la procesión. El diámetro de las ruedas supera el doble de la altura de una persona.
   Los días previos al festival, a los peregrinos que van llegando a Puri en trenes y autobuses les vacunan contra posibles enfermedades infecciosas. Una vez tuvimos ocasión de presenciar cómo en un control de carretera hacían stop a un autobús y subían tres trabajadoras de sanidad uniformadas, portando una gran jeringa llena de un líquido, y con una misma aguja inyectaban una dosis de vacuna en los brazos de todos los pasajeros.
Bhubaneshwar   Durante la mañana del día de la fiesta han ido confluyendo muchedumbres en la Gran Road, hasta llegar ésta a quedar compactada de una masa humana impenetrable. Balcones, tejados, azoteas, marquesinas y tejavanas están igualmente abarrotados de espectadores que durante horas no pueden dar un paso ni moverse de sitio. La Gran Road parece un mar de cabelleras negras que relucen al sol. La multitud grita y repite con entusiasmo jaculatorias, al tiempo que se alzan miles de brazos al cielo. Aparece, abriéndose paso a duras penas entre el gentío, una colorida carroza supuestamente tirada por unos caballos de madera, con forma de pabellón, en cuyo interior viene el rajá de Puri, que es saludado con vítores. El rajá asiste a la ceremonia en calidad de invitado especial, protocolo que tiene asignado por tradición, aun teniendo en cuenta que en la India, desde su proclamación como república tras la independencia, rajás y maharajás están privados de cualquier poder político.
   A media altura de los carros, rodeando los pabellones que albergan a Jagannath, su hermano y su hermana, se levantan unas plataformas sobre las que se agolpan los sacerdotes que atienden a los dioses e interceden entre ellos y los humanos, adornando sus tronos con guirnaldas de flores y presentándoles los cocos que los devotos les arrojan sin parar a modo de ofrendas, lanzándolos hacia lo alto con peligro para la integridad de algún cráneo.
   A la puesta de sol, con los cielos teñidos de rojo, arranca la procesión. Filas de hombres tiran con todas sus fuerzas de las cuerdas, espoleados por los gritos de ánimo de la multitud. Los carros hacen el viaje lentamente, con constantes paradas, abriendo surcos entre la apretada turbamulta como si navegaran por un mar de azabache, y tardan toda la noche y parte del día siguiente en llegar a su destino.
   El Festival de los Carros de Puri adquirió notoriedad en el mundo por el hecho de que los colonizadores británicos interpretaban las frecuentes muertes accidentales, y algunas autoinmolaciones ocasionales de devotos que se arrojaban bajo las ruedas de los rathas, como si tales incidentes formaran parte de la liturgia del festival. La transcripción a la ortografía anglosajona del nombre Jagannath dio origen a la palabra juggernaut, que en inglés significa "fuerza irrefrenable y despiadada que en su avance aplasta o destruye todo lo que se interponga en su camino". Las crónicas del pasado sobre estas procesiones fueron muy exageradas, aunque incluso hoy en día se producen accidentes y muy de vez en cuando algún peregrino enfervorizado intenta tirarse bajo las ruedas para morir arrollado por el carruaje del dios.



Puri 
Todo fluye

   Alguna clase de magia tiene Puri cuando nos induce una y otra vez a volver a visitarla. En el transcurso de tres décadas (de 1980 a 2010) hemos tenido ocasión de viajar a Puri cinco veces, disfrutando de estancias de varias semanas en la ciudad. Ello nos ha permitido contemplar la transformación de la urbe, su crecimiento de un año para otro. La progresiva desaparición de los añejos edificios coloniales sustituidos por impersonales edificios de hormigón. El cambio de unos negocios por otros. Los hoteles en construcción que brotan por todos los barrios, cuya planta baja está ya en funcionamiento hospedando familias de nativos, mientras que las plantas superiores están por construir, y adonde suben mujeres acarreando en la cabeza ladrillos para las obras. La proliferación de empresillas de servicios telefónicos e informáticos. La multiplicación de motos, coches y camiones. La invasión de gadgets tecnológicos, hasta el punto de que no es raro que un humilde pastor lleve un móvil en el taparrabos. Y sobre todo el desmesurado crecimiento demográfico, que en Puri se hace muy patente en el barrio de pescadores. Lo que empezó siendo un pequeño poblado de cabañas de palma (foto113), creció en pocas décadas hasta convertirse en Pentakota, la populosa barriada que hoy se extiende a pie de playa en la linde oriental de Puri.
   Una estancia en Puri es como viajar sin desplazarse. Basta con sentarse en una esquina, prestar un poco de atención y veremos a la India entera viajar ante nuestros ojos. La vida fluye alrededor, con todos sus contrastes, su belleza y sus miserias.
   El templo de Jagannath está hoy muy animado. Los encargados de guardar los zapatos están atareadísimos distribuyéndolos en un casillero con números y entregando las correspondientes fichas numeradas a sus propietarios. En una fuente de mármol con grifos en forma de elefantes que vierten el agua en una alberca se lavan los pies los devotos Purihindúes que van a pisar el templo. Entran y salen por miles, a todas horas. Otros se quedan rezando ante la puerta principal, en una plaza en la que se yergue una columna monolítica traída de Konarak con el fuste vestido de telas brillantes, alrededor del cual desfilan sacerdotes cantando letanías y chocando platillos. Tras depositar unas monedas en la basa, algunos fieles se descalzan, alzan los brazos al cielo y luego se prosternan tocando con la frente el asfalto, siempre de cara a la puerta del templo (foto005). 
   Se acerca un lisiado con las piernas raquíticas y rígidas, que gatea por el suelo apoyándose en unos tacos de madera que agarra con las manos. Usa una lata con unos granos de arroz para pedir limosna. Un poco más allá otro lisiado yace dormido en el suelo. Una anciana coloca media cáscara de coco conteniendo arroz hervido ante un gran cebú negro que está tumbado, y éste, sin levantarse, se zampa el arroz acompañado de un ternero. Del interior del templo sale una música de percusión, un repiqueteo de platillos y címbalos, que se mezcla con el estrépito continuo de claxons de los coches, motos y furgonetas del exterior.
    El templo de Jagannath está cuidado y atendido por un ejército de unas 6.000 personas, entre sacerdotes, servidores de los dioses, guardianes, cantantes y operarios, constituyendo un medio de sustento económico para aproximadamente un tercio de la población de Puri. Junto a la puerta del recinto hay un garito que es la oficina de información del templo, y funciona asimismo como puesto de recaudación de ofrendas en metálico, libres de impuestos. En la fachada cuelga un rótulo que lo deja claro:
  
   GET BLESSINGS OF LORD JAGANNATH WITH HEARTY OFFERINGS
   ALL OFFERINGS TO LORDS ARE FREE FROM INCOME TAX
  
   (Obtenga bendiciones del Señor Jagannath con ofrendas sinceras. Todas las ofrendas a los Señores están libres de impuestos sobre la renta).
   Se indica también que está prohibida la entrada a forasteros y no-hindúes. Preguntamos a unos jóvenes:
Puri   – ¿Por qué no nos dejan entrar al templo de Jagannath?
   – No open mind –responde uno, tocándose la frente con el dedo. Queremos entender que se refiere a los sacerdotes que dictan las normas. Esta prohibición es muy frustrante, pues tenemos leído que el templo de Jagannath posee una singularidad que querríamos comprobar con nuestros propios ojos, y es la existencia de una antigua estructura interna formada por vigas de hierro forjado con el fin de reforzar el masivo aparejo de piedras sillares que conforma el santuario. Son largas y gruesas vigas fundidas en plena Edad Media, siete siglos antes que las vigas de hierro utilizadas por primera vez en occidente en la arquitectura de los rascacielos de Chicago, que datan del siglo XIX. Más adelante podremos examinar este tipo de vigas en el templo de Konarak (foto156).
   Donde sí dejan entrar a los extranjeros es en el Templo del Jardín de Jagannath, muy florido y colorido, pero sin especial interés arquitectónico. Nos reciben colocándonos un collar de flores, nos enseñan el trono verde que ocupan los dioses, y a continuación nos piden que hagamos una puja (rito de ofrenda), a la espera de rascar un donativo.
    La Grand Road es hoy una algarabía de gentes, vacas, mendigos, brahmanes y sadhus. El tráfico es un continuo esquivar de motos, bicis, rickshaws y coches Ambassador de opulentas formas redondeadas de los años 50. En cierta zona espera aparcada una flota de al menos un centenar de rickshaws (carritos tirados por ciclistas), con sus conductores ofreciendo todos a la vez sus servicios a los transeúntes. Pasan carros tirados por bueyes transportando cuencos de barro. Pasa un cortejo de hombres y mujeres salmodiando, que portan en parihuelas con destino al crematorio un cadáver envuelto en una mortaja, cubierto de flores y con los pies colgando.
   En medio de la calzada se alinea una hilera de mendigos, sentados codo con codo cada uno sobre una tela y blandiendo escudillas. Se arma un revuelo, con pelea posterior, en torno a una pareja de turistas extranjeros que han llegado en moto. Acuclillada entre los mendigos hay una mujer menuda y con el pelo muy corto que está completamente desnuda. La veremos allí otros días: nunca pide nada a nadie, y por sus gestos y ademanes deducimos Purique sufre algún tipo de demencia. Una señora le está dando de comer un cuenco de arroz, y un perro mete el hocico para robarle bocados, hasta que la señora lo ahuyenta. Hay también una chica muy joven, de rara belleza, que está acurrucada con la mirada perdida y va vestida con una tela de saco de esparto.
   En un moto-rickshaw, vehículo híbrido de motocicleta y rickshaw, viaja una familia entera, con un total de nueve personas. Del ventanillo trasero asoma la abuela. Al niño, que no cabe en otro sitio, lo instalan entre las piernas del chófer. Se cruzan con dos carros tirados por parejas de bueyes llenos a rebosar de hojas de palmera que taponan toda la calle. Un rickshaw arrolla a un señor que va en bicicleta; no hay daños personales.
   La calle entera queda otra vez obstruida por una procesión que nos dicen que es una boda. Se compone de:
   - Un rickshaw arrastrado por un chavalillo cargando una imagen de Laxmi con danzarines a los lados y mamparas traseras de luces de colores, como si fuera un templo andante. 
    - Detrás otro rickshaw que lleva el grupo electrógeno a motor, más una batería, dos altavoces y un señor sentado tocando un teclado de sintetizador transmitido a máximo volumen.
   - Una banda de percusión a pie.
   - Un desfile de mujeres con sus mejores saris, escoltadas por otras mujeres y por unos sadhus que llevan unos cubos de plástico al hombro con dos fluorescentes dispuestas en aspa y unos cables conectados entre sí.
   - Cerrando el cortejo, la carroza donde va el novio vestido de blanco con sus mejores galas, acompañado de un niño que es su ahijado.
   En una plataforma elevada hay siete vacas comiéndose las hojas de platanero que suelen usar en los restaurantes como platos para servir comidas. Por muy sagradas que sean, un comerciante les arrea un estacazo en los cuartos traseros y las vacas se escapan bajando por las escalinatas. Un cebú se pone a defecar delante de un puesto de verduras y el tendero le sacude la cola para Puriespantarlo. Un gran macaco macho salta desde las tejavanas a un poste de electricidad, lo zarandea a placer y vuelve a saltar a una ventana, baja, cruza la calle, alguien lo persigue amenazándolo con un palo, trepa raudo a un tejado. Varios mozos de carga hacen grandes esfuerzos para meter en un camión una estatua gigante circunscrita en una especie de rueda, mientras entonan "¡a la una, a las dos, a las tres!".
    Transita por la calle un grupo organizado de peregrinos de Jagannath. A la cabeza van las mujeres y detrás los maridos con los hijos. Todos van descalzos, ellos vistiendo dhoti blanco con un paño naranja al dorso. En otro grupo de peregrinos todos los niños y adultos van con la cabeza rapada al cero. 
   Las tiendas y los tenderetes callejeros están llenos de mujeres haciendo la compra, excepto los puestos de té, más frecuentados por los hombres. En uno de ellos, un sórdido chiringo con las cazuelas ennegrecidas por el humo, un hombre agachado rasca un coco contra una barra de hierro afilada y clavada verticalmente al suelo para obtener coco rallado. En los puestos de artesanía, repletos de estatuillas de Jagannath de todos los tamaños, nos ofrecen lo mismo postales que pieles de pitón. Entre los puestos hay uno que vende única y exclusivamente pulseras de plástico. Una tienda de ropa lleva como rótulo Spanish Taylor.
   Abundan los puestecillos ambulantes de venta de paan. Llaman así a una preparación hecha con hojas de la planta de betel (Piper betle). Mascar betel es uno de los vicios más arraigados entre la población india. Untan la hoja de la planta con unos polvos extraídos de diversos tarritos, le añaden un líquido de un frasco y un trozo de nuez de areca. Doblan la hoja formando un pequeño tetraedro que los consumidores se meten a la boca y mastican durante horas hasta convertirlo en una pasta roja. Cuando le han extraído toda la sustancia escupen los restos dejando salpicados de manchas rojas suelos y paredes. Al parecer el paan es un estimulante que produce adicción y a la larga puede ocasionar cáncer de boca. Lo cierto es que se ve a muchos adictos al betel con la boca teñida de rojo y las dentaduras llenas de huecos.
Puri   En una calle que conduce al templo de Jagannath hay instalado un minúsculo cubil con el cartel 'Govt. Bhanga Shop'. Es una tienda del gobierno que expende bhanga, es decir, marihuana, también conocida como ganja. Pese a que esta droga está perseguida por la ley en la mayoría de los estados de la India, su consumo está tolerado en las ciudades santas, como Benares, Omkareshwar o Puri, y la suministra el mismo gobierno, a precios oficiales. Hay por lo menos otras dos expendidurías de este tipo en Puri, una de ellas en el barrio de pescadores (foto059). El interior está empapelado de láminas de dioses, un asura (o demonio) y hombres musculosos que practican halterofilia. El funcionario pesa la ganja en una balanza utilizando una vieja moneda de una rupia como contrapeso para medir una tola (unidad de peso equivalente a 11 gramos), o también monedas partidas por la mitad para menores cantidades. La sirve en un cucurucho de papel de periódico. En el mismo cuchitril venden también opio. El vendedor nos muestra un paquetito con una sustancia negra y pastosa envuelta en un papel. Dice que se puede fumar o comer. Alguien nos informa de que la ganja gubernamental es de baja calidad y perjudicial para los pulmones. Que la mejor es la de Manipur o la de Kerala, pero solo se consigue en el black market.
   Los dharamsalas o albergues gratuitos para peregrinos están a rebosar de huéspedes. Cartel a la entrada de un ashram (congregación religiosa): Leather goods and cameras prohibited. En una agencia de viajes llamada OM TRAVELS un cartel anuncia: Spiritual books, incense, sold here.
Puri   Circunvalamos a pie el gran recinto amurallado del templo de Jagannath, que está jalonado de capillas secundarias. Alternan entre ellas los puestos de venta de cacharros de latón y polvos de colores rojos para marcar el bindu en la frente. En un templete de Rama adosado al muro un trío de músicos tocan la tabla y cantan el Hare Krishna Mantra y otros cánticos interminables. En la capilla de Hanuman (foto014) unos pintorescos sadhus (santones anacoretas) con los moños untados de barro, pinturas en el rostro y collares de semillas, hacen una puja al semidiós simio Hanuman. Entra en la capilla un hombre enano, que se une al grupo. Se ven pequeños hijos de brahmanes, de entre cinco y diez años, la cintura ceñida con una mera pieza de tela blanca, pero ya con el cordón sagrado distintivo de su casta al torso.
   Una esquina está ocupada por puestos de pastelería (foto047), exhibiendo apilamientos de pastelillos de hojaldre y miel bajo una nube de moscas y avispas. En un puesto de reparación de bicicletas (foto057) me saludan dándome la mano y me la dejan pringada de grasa. No lejos hay un club deportivo con hombres haciendo gimnasia y ejercicios de musculación. Se nos acerca un leproso que nos pide limosna exclamando: "Leprosy, leprosy!".
   Desde un tejado un macaco salta a la calle y cruza veloz la calzada rozando a dos señoras, que pegan un chillido. Sube disparado a una terraza donde hay una mujer que se lleva también un buen sobresalto. Ésta entra en casa y vuelve a salir empuñando una escoba. El mono se esfuma. Un señor que está rezando postrado en el suelo empuja inadvertidamente con sus pies a un ternero, que retrocede asustado. Acto seguido se pone en pie, le palpa al animal la testuz de una forma respetuosa, como pidiendo perdón, y luego se toca la frente. Una mujer mayor atiza con una pértiga las ramas de un árbol que invade la calzada para que caigan los frutos.
   A última hora de la tarde los cielos se encapotan de nubes oscuras y se pone a llover. Se produce un apagón, pero los tenderetes tienen cada cual un grupo electrógeno (motor generator) que quema queroseno y exhala tufaradas de gases irrespirables.
   Por la noche se ve a las vacas, toros, terneros y cebúes plácidamente tumbados en medio de las carreteras asfaltadas, soportando a su alrededor un infernal tráfico de coches, rickshaws y motoretas, con estrepitoso intercambio de bocinazos, que no les deja dormir tranquilos.



Fantasías orientales
Puri
   La arquitectura del casco histórico de Puri no es muy antigua, a lo más del siglo XVIII, pero su tipología responde a todos los tópicos de las fantasías orientales en el imaginario occidental. Estamos sumergidos en una exuberante amalgama de porches de arcos polilobulados (foto030), balcones de celosías coronados por pabellones bulbosos, patios con murales populares y telas tendidas, casas señoriales de fachadas encaladas en colores vivos, que conviven con otras ajadas y descascarilladas por las humedades del monzón (foto037). Templetes y capillas por todos los rincones pintarrajeados en estilo kitsch con parejas de leones rugientes o guardias con aspecto de cipayos custodiando las entradas como centinelas (foto015). Atlantes de cemento pintado luchando en distintas posturas sostienen con sus cuerpos un balcón. Puertas y ventanales están ornados de pavos reales, caballos, parejas de elefantes, dragones, dioses y diosas.
   Las aguas fecales se escurren por agujeros y van a parar a canaletas que corren al aire libre hasta que desaguan por las cloacas y van a parar a un río. Hay perros vagabundos de aspecto sarnoso que beben de estas aguas. Las cornejas cenicientas limpian las calles de basuras, los macacos trepan por las fachadas y asoman por los aleros como gárgolas.
    Las vacas sagradas y los toros mansos forman parte consustancial del paisaje urbano. Pasean plácidamente por las callejas a la busca de llevarse algo a la boca, aunque sea un cartón untado en barro. Campan por sus respetos, sabedores de que nadie los va a molestar, metiendo el morro en los puestos de verduras, entrando en los portales. Una vaca da mordiscos al tronco de un platanero. Otra intenta comerse un coco introduciendo la mandíbula inferior dentro de la cáscara. PuriOtra husmea en un bote de hojalata y está a punto de comerse en un descuido el sombrero de paja que mi compañero de viaje lleva en la mano. A menudo cornean a los perros o a otras vacas que les dispuntan tales alimentos. La competencia es feroz: un simple puñado de arroz en el suelo atrae inmediatamente a vacas, perros y cornejas que lo dejan todo limpio en un santiamén.
    Un señor acaricia una vaca haciéndole mimos y arrumacos. Las mujeres contemplan la calle desde los atrios y las ventanas. Los sadhus saludan –"Namasté, namasté"– y nos invitan a sentarnos con ellos. En el atrio de un templo hay sentados dos corrillos de hombres. Unos juegan a los naipes (foto008), los otros a una especie de parchís (juego originario de la India) con un tablero de telas de colores y tres dados de marfil en forma de prismas alargados (foto010). Frente a una pequeña capilla de Jagannath unos devotos cantan acompañados del bajo continuo de una tabla. Nos invitan a sumarnos al grupo: "Quítate los zapatos y siéntate".
    La escuela pública en este barrio es minúscula, con las aulas en forma de pasillo de un metro de ancho por cuatro de largo. Los niños y niñas se sientan en el suelo, las espaldas contra la pared, y estudian oriya (el idioma oficial de Orissa) con ayuda de pequeñas pizarras. El 'transporte escolar' es una especie de vagón de madera con los escolares encajonados dentro (foto199), transportado por un rickshaw que tiene que hacer quiebros y maniobras para avanzar por las callejuelas.
    El sitio de las cremaciones es una explanada en un descampado cercano a la playa con templetes de fondo, tras un cartel de "Puri Municipality". Hay seis o siete hogueras encendidas, con vacas y perros merodeando por medio. Las cornejas hurgan con sus picos los orificios nasales de las vacas para desparasitarlos. Un empleado del crematorio –solo las castas inferiores pueden realizar este oficio– con un largo palo remueve la pierna de un difunto para colocarla bien sobre el fuego. Los olores a carne quemada se mezclan con los de fritangas de los tenderetes vecinos. Vagando por el crematorio hay un niño que lleva en las manos una pequeña mangosta. Un aguilucho se lanza en picado, atrapa con el pico un pequeño lagarto y se lo lleva volando.
Puri   Algunos días instalan en las calles templetes portátiles de telas de colores, albergando imágenes de los héroes del Ramayana, a los que brindan honores con una ensordecedora música de timbales y platillos, mientras un brahman pasa y repasa delante de las figuras la llama de una lámpara de aceite que luego sostiene en alto sobre las cabezas de los feligreses.
   A pocos metros de la ajetreada Grand Road, perdiéndonos por callejas secundarias y siguiendo un sendero, llegamos a rincones que parecen estar situados en plena naturaleza (foto026). Y es que el centro de Puri está salpicado de zonas verdes, remansos de paz adonde no llega el tráfico, con hermosos paisajes de bosques de cocoteros rodeando lagunas con nenúfares, utilizadas como estanques sagrados para la purificación del cuerpo, y donde algunos jóvenes se bañan y lavan sus ropas (foto027). En el mandapa o sala columnada de un templo a la orilla hay un grupo de hombres haciendo gimnasia. Contamos a uno hacer más de 50 flexiones de brazos apoyándose sobre una pila de ladrillos.
   Aparece una bandada de decenas de macacos saltando de árbol en árbol y armando un gran guirigay. Se persiguen unos a otros, zarandeando en la trifulca las ramas de las palmeras. Un mono pequeño pierde el equilibrio y se cae a la laguna, pero enseguida sale nadando hacia la orilla. Otros monos le imitan, tirándose desde las ramas para zambullirse en el agua. Son buenos nadadores y nadan largos trechos hasta llegar a tierra firme, para volver a subirse a un árbol y volver a tirarse al agua. Varias hembras con crías en brazos o a la espalda saltan de los troncos a los muros y bajan al camino. Un muchacho las espanta y los monitos se desprenden de los brazos de sus madres, echan a correr y trepan ágilmente, enseñando sus rojos traseros, por los troncos verticales.

 

Pueblo de artistas

   Un anciano vestido de blanco agazapado en un porche moldea y pinta piezas de artesanía para vender al turismo local, como leones de papel de periódico coloreado que mueven la cabeza en suspensión.
Puri   En algunos talleres de artesanía están modelando piezas de barro mezclado con paja (foto050), como un dios musculoso de ocho brazos con un pie sobre un cisne y otro sobre un demonio. Nos dicen que es Kartikeya, el hermano de Ganesh. Unos jóvenes aprendices pintan con pinceles imágenes de Jagannath y su parentela. Lo hacen acurrucados en un espacio tan mínimo que ni caben las figuras.
   Abundan en Puri los talleres de escultura, por lo habitual sin ningún rótulo en el exterior que los anuncie. Puri atesora una tradición escultórica de muchos siglos, que se mantiene viva hasta hoy, aunque se ciñe en su estilo a los patrones clásicos. Dentro de estos talleres se pueden contemplar expuestas magníficas esculturas en piedra de distintos motivos y tamaños, dignas de estar en museos. Ganesh, Vishnu, Laxmi, Buda y los héroes del Mahabharata y del Ramayana pueblan hasta el último rincón. Se exhiben también figuras tribales de bronce elaboradas con la antigua técnica de la cera perdida por las tribus adivasi de la región. En un taller del gobierno –se ven en las paredes diplomas y fotografías de los jefes relacionándose con políticos– podemos observar a los artistas en pleno trabajo, dibujando croquis, desbastando bloques, cincelando con manos expertas las complejas siluetas de los dioses y diosas, puliendo las estatuas para sacarles lustre. Nos muestran una piedra de color verde oscuro a la que llaman soapstone, que tiene textura de jabón y es tan blanda que permite ser tallada con las más delicadas filigranas. Nos muestran también un Purialmacén colmado de parafernalia para procesiones, moldes de poliéster para hacer Budas, carrozas, lámparas y un gran loto de plástico. Encerrados ambos en una jaula, un pavo real le hace el cortejo a una pava. Fuera cae un repentino chaparrón y se corta la electricidad, quedándonos todos a oscuras. Afortunadamente vamos provistos de linterna y paraguas, objetos muy útiles en la temporada de monzones.
   Nos aborda un vendedor ambulante de pinturas en seda o en algodón tratado, de buena calidad artística y fuerte sabor tradicional, conocidas como pattachitra. Uno de sus motivos recurrentes son los amores de Krishna y Radha. Insiste en que es artesanía especializada, no como la que venden en la playa, y compara con dos muestras la diferencia en el trabajo del novel y del maestro. Vende también bambúes desplegables típicos de Puri. Consisten éstos en hojas de bambú cosidas entre sí y que se pliegan en acordeón, conteniendo dibujos grabados con una tinta indeleble que no se va con el agua. Al desplegar las hojas se ven los motivos, que muchas veces representan parejas en diversas posturas amorosas. Aunque afirma que están extraídas del Kamasutra, parecen más bien inspiradas en las esculturas eróticas del cercano templo de Konarak.
   El vendedor nos dice que los confecciona él mismo. Nos comenta que vive en un pueblo a quince kilómetros y todos los días emplea una hora en venir a Puri y una hora en volver. Tiene dos hijos, es pobre y no puede montarse una tienda porque la artesanía no da lo suficiente para arrendar un local. Por ello se dedica a la venta ambulante. El pueblo al que se refiere es Raghurajpur, apodado 'el Pueblo de los Artistas', una aldea urbanizada en torno a una plaza rectangular donde la mayoría de las familias se gana la vida elaborando pinturas, esculturas y objetos artesanales que luego venden en Puri o en Bhubaneshwar, la capital del estado. Su espíritu creativo desborda la mera artesanía y abarca la decoración de sus viviendas (foto052), cuyas fachadas e interiores están engalanados con pinturas murales ilustrando temas extraídos de la inagotable mitología hindú.
   Hay en Puri una calle dedicada al gremio de las artes gráficas. Nos fijamos en una negra y siniestra imprenta, con una máquina de la primera revolución industrial provista de una gran rueda y rodillos de entintar planchas. El operario que la maneja pone y quita a mano folios en la máquina para imprimir unas facturas de Orissa State Electricity Board, mientras nos hace un gesto con la cabeza invitándonos a entrar. Otros empleados seleccionan tipos de los chibaletes y componen a mano los textos a imprimir.


Puri
Sobre ruedas

   El distrito de Puri, eminentemente rural, es una llanura aluvial donde crece el arroz en campos inundados de agua y bordeados de palmeras cocoteras. Al oeste se extiende una región de colinas boscosas cruzada por los Ghats Orientales. Al sur, tocando la costa, se halla Chilka Lake, uno de los lagos de agua salada más grandes de la India, de aguas poco profundas, donde se crían gran cantidad y variedad de peces.
   Queremos acercarnos a Chilka Lake por la carretera de la costa, para lo cual acudimos a un puesto de alquiler de bicicletas atendido por un brahman. Alquilamos dos bicis para todo el día, una de ellas sin barra horizontal, que nos advierten que es bici de ladies. Caen goterones que presagian lluvia. Recorremos en toda su longitud la playa de Puri y luego entramos hacia el interior. En el asfalto de las carreteras aparecen pintadas de AJIT RAJ FOR PRESIDENT. Nos perdemos en un no-lugar donde se alternan pistas de tierra con tramos asfaltados llenos de charcas de agua turbia que ocultan los baches y nos mojan los pantalones. Una carretera muere de pronto en un templo con dependencias anexas en torno a un estanque sagrado. Junto a sus muros hay hileras de mendigos sentados en el suelo con escudillas, la mayoría infectados de lepra. Unos metros antes de la entrada al recinto un rótulo reza LEPROSY ASSISTENCE CENTER.
    Un brahman nos saluda, nos pregunta la nacionalidad y a qué casta pertenecemos. Se acercan otros sacerdotes y todos dejan claro que son brahmanes, abriéndose la camisa para enseñarnos el cordón sagrado que ciñe su torso e identifica a los "nacidos dos veces". Nos informan que este templo funciona solo con los donativos de la gente. Salen unas señoras del templo y se arma una trapatiesta en la hilera de leprosos, pidiendo todos a la vez limosna en idioma oriya. Un buey enfermo con la pata torcida está tumbado al pie del templo. Un leproso le acerca a la boca un puñado de forraje.
Puri   Seguimos con las bicis intentando dar con la ruta. Nos topamos con una manada de monos langures. Mamá langur tiene una cría que le intenta chupar los pezones, por más que ella se lo impide. Otros langures corretean por el lomo de las tapias, con sus largas colas apuntando al cielo. Preguntamos a unos campesinos por dónde se va a Chilka Lake y nos señalan a la vez tres direcciones diferentes. Tras dar varias vueltas salimos por una carretera secundaria, que discurre elevada sobre las ciénagas y los arrozales. Nos adelanta un camión de colorida carrocería y un rótulo en la trasera que dice BLOW HORN, y luego un autobús de cercanías que hace un doble adelantamiento en el mismo momento en que se mete una moto por medio. La moto derrapa y se cae por tierra. El autobús escora bruscamente hacia la derecha y se vuelca quedando tambaleante en un ángulo de 45º, a punto de precipitarse sobre la marisma (foto072). Por la puerta y ventanas del autobús salen apresuradamente cerca de un centenar de pasajeros. No ha habido heridos. Solo un buen susto.
    Reemprendemos la travesía. Tres niños van en una bicicleta y nos adelantan. Uno de ellos se apea en marcha de un salto y de otro salto se monta en la parrilla trasera de mi bici. "How are you? What is your name? What is your country?". Luego se baja también en marcha y corre a alcanzar su bicicleta, subiéndose de un brinco.
    Entre los lotos de una laguna se ven hombres pescando con caña, tal vez ranas. Se divisan por el camino pájaros de largas colas en forma de horquilla, garcetas, una culebra aplastada, crotones, papayos, árboles de Bo, pueblos de casas con tejados de paja. Pasa un ciclista llevando un mono langur sentado en el manillar, que se va rascando la tripa. Unos críos de muy pocos años pastorean unos corpulentos búfalos de agua.
Puri   Una mujer trasiega con un gran montón de estiércol, haciendo tortas que deposita sobre una lona de plástico y que serán utilizadas como combustible. Un toro intenta montar una vaca en plena carretera. Al mismo tiempo cruza la calzada un cebú trotando en diagonal, que trastorna todo el tráfico y casi me hace caer de la bicicleta. Para disputarle la comida, una vaca cornea a un perro, y éste se aleja quejumbroso. Una perra amamanta a unos cachorros recién nacidos; se levanta y se va andando con los perritos colgando de sus pechos.
   El sol está ya muy bajo y damos por imposible nuestro plan de ir a Chilka Lake, para emprender el regreso a Puri. Hemos de atravesar un puente estrecho y sin parapetos sobre un río de aguas putrefactas y burbujeantes, con una gruesa tubería haciendo de borde y con un denso tráfico de camiones en dirección contraria. Con riesgo de caernos al agua avanzamos haciendo eses, rozando por los pelos los carricoches, haciendo sonar la campanilla hasta dolernos el pulgar. También cruzan el puente como pueden varias bicicletas que llevan cada una dos pasajeros, transportando larguísimos troncos de bambú que sobresalen por delante y arrastran por detrás. Un rickshaw da media vuelta cruzándose en mi camino y me choco con él. Al enderezar la bici golpeo otra que pasa al lado. El ciclista se limita a lanzarme una mirada hostil.
   Llegamos a la ciudad ya entrada la noche. Sobreviene un apagón y se queda todo Puri a oscuras. Las bicicletas no llevan faros delanteros y manejarlas de noche por las calles de Puri es poco menos que suicida. En la oscuridad hay que apañárselas para no colisionar con los variopintos vehículos y animales que salen de todos los lados, los vehículos supuestamente conduciendo por la izquierda. A veces nos sumimos en las más densas tinieblas, y con el alma en un vilo hay que ir conduciendo de oído, atentos a los timbrazos de las bicis y rickshaws sin luces, amén de esquivar las vacas y cebúes, y de sortear tropeles de personas saliendo del cine.



Bajo el monzón

   Este año las lluvias monzónicas se han prolongado más de la cuenta y está todo Puri pasado por agua. Cada dos por tres el cielo se oscurece con negros nubarrones que descargan copiosos aguaceros. Las calles se inundan, las cloacas se desbordan, se forman charcas y torrentes por todas partes.
Puri    Los arrabales están anegados con aguas estancadas. Parecen una pequeña Venecia hecha de cabañas lamidas por las aguas, unas veces verdes y limpias, otras veces corrompidas. Las escuelas se quedan aisladas entre ciénagas. Hay que mojarse las piernas para acceder al umbral de algunas viviendas. Deprime el ánimo el ver familias que habitan en casas de 3 x 3 m de superficie, lo que en Europa sería una habitación, con unas condiciones higiénicas deplorables, los patios llenos de basuras sumergidas en aguas cenagosas. Todo está húmedo y musgoso, con chorretones verdinegros rezumando por las paredes.
   Leemos en un periódico editado en Vizianagaram que las bajas presiones en el Golfo de Bengala provocan que llueva desde hace nueve días. Hay inundaciones al sur de Orissa, con más de doscientos muertos. El primer ministro de la India ha sido visto con un esparadrapo en el pulgar. Los monzones afectan también a otros países asiáticos. Pitones y cocodrilos invaden Bangkok por centenares debido a las lluvias, que obstruyen los agujeros que les sirven de refugio. Las pitones comen ratas, gatos y perros. Si muerden no tienen veneno, pero pueden transmitir el tétanos.
   En un campo los jóvenes juegan al cricket entre chubasco y chubasco. Un chaval resbala y se cae de la bicicleta, dándose un golpe en la rodilla que le hace contraerse de dolor. Inmediatamente un hombre, para comprobar si se ha roto algo, le hace dar patadas al aire y correr un poco, y luego le ayuda a poner la cadena en los piñones de la bici.
   Todas las prendas de vestir y las sábanas están húmedas. Las familias indígenas alojadas en los hoteles dejan la ropa mojada a secar en las terrazas o balcones de las habitaciones. Dejan también saris tendidos en el césped del patio. La humedad lo impregna todo. Muchos objetos –bolsas, periódicos, mapas...– están como revenidos y mohosos, saturados del agua ambiente. A lo lejos se oyen las olas de la playa como un rumor de fondo de más agua.
   Llevamos a arreglar el paraguas a un zapatero remendón. Cuando volvemos a recogerlo, por todo pago nos pide la voluntad. El zapatero exclama "¡tatachán!" al abrir el paraguas para mostrarlo arreglado.
   Las marismas van subiendo día a día de nivel convirtiendo las cabañas en palafitos. Tantas charcas y cenagales favorecen la proliferación de toda clase de insectos, y también de anfibios, como lo evidencia la nutrida presencia de pequeños sapos que han aparecido por todo Puri. La invasión de sapos va en aumento conforme pasan los días. Saltan por los suelos de los restaurantes y por los pisos y balcones de las viviendas. En los pasillos de nuestro hotel llegamos a contar trece sapos, sin mirar mucho. Por los pozos merodean tortugas de agua. Hay miles de libélulas volando por todas partes. Al anochecer unos mosquitos diminutos nos pican en los tobillos y tenemos que ponernos calcetines. Un gatito persigue a una salamanquesa (gekko), la atrapa y alguien le da un escobazo para que la suelte.



Pink House

   Estamos hospedados en un modesto hotelillo no muy confortable, pero que tiene a su favor el estar situado en primera línea de playa junto al barrio de pescadores. Se llama Pink House y es uno de esos hoteles de Puri a medio construir. En un ala están levantando el segundo piso, aunque ya alojan huéspedes en la planta baja. Tenemos Purisaltamontes y polillas en la habitación, y un grillo cantando en el cuarto de baño. Como no es costumbre el uso de papel higiénico, esa función la cubre un grifo cerca del suelo con el que se vierte agua en un cazo de plástico para usarla en la limpieza corporal. Este grifo chorrea agua cada vez que dejo de apretar el botón de la bomba del váter. En cambio, el grifo del lavabo emite unos rugidos como si tuviéramos en el cuarto de baño un monstruo regurgitando y haciendo borborigmos.
   Por la noche el ventilador que cuelga del techo anda renqueando: acelera, decelera y mete chirridos, mientras que la bombilla fluorescente no deja de parpadear. Da la sensación de que el sistema de electricidad del hotel se ha vuelto loco, lo que no es de extrañar si examinamos (foto060) las instalaciones y tendidos eléctricos de Puri, con sus inextricables embrollos de cables, enchufes y generadores. Otra noche al ventilador le da por girar aceleradísimo y casi pillamos un resfriado.   
   Ha habido en Puri una eclosión de insectos semejante a una plaga egipcíaca. En las lámparas orbitan como satélites cientos de mosquitos. Es imprescindible, si no queremos ser acribillados, colocar mosquiteros en las camas, para lo que montamos un tingladillo tendiendo cuerdas entre las paredes de la habitación. Gorgojos y otros insectos mueren de hambre sobre la tela del mosquitero. Las salamanquesas y los sapos del hotel, siempre vigilantes a la caza del mosquito, están cada noche más gordos, suponemos que debido al festín de bichos.
    Vamos a ducharnos. Se corta el agua. Hay agua por todas partes menos en la ducha. Informamos del problema al manager del hotel, que nos contesta:
   –OK. No problem. Tomorrow.
Puri   Cada cuarto de hora sobreviene un apagón, que me interrumpe la lectura del libro. Cuando la electricidad vuelve, las bombillas fluorescentes parpadean sin terminar de encenderse. Avisado el manager, éste se limita a comentar "Tube like discoteque". Le preguntamos si pueden cambiar los tubos. "OK. No problem. Tomorrow".
   Por la noche los perros callejeros se enzarzan en feroces broncas, con una cacofonía de ladridos y aullidos que hacen imposible dormir. Las familias de huéspedes nativos también alborotan lo suyo. En la habitación de al lado un niño se pasa berreando toda la noche. Se oye a lo lejos como la banda sonora de un film, un zumbido distorsionado de canciones estridentes y diálogos peliculeros, que permanece sonando horas. Otra noche se oyen letanías amplificadas por altavoz que vienen del pueblo de pescadores. Una voz masculina salmodia un mantra y voces femeninas contestan a coro: "Govinda, Govinda, Govinda..." Así hasta el amanecer, en que un estrépito de graznidos de cornejas que han invadido el balcón nos termina de despertar.
   Algunos años más tarde volvemos a alojarnos en la Pink House, cuyas obras están ya concluidas. El manager tiene un perro de raza incierta al que deja corretear suelto por pasillos, cocina y habitaciones. El chucho hace sus necesidades por cualquier lado y hoy las ha hecho justo delante de la puerta de nuestro cuarto. Damos aviso al manager para que alguien limpie aquello, y por toda respuesta exclama: "This dog is crazy!". Probamos a pedírselo a Dipak, un room-boy de 15 años encargado de atender las habitaciones. Haciéndose cargo de la situación, nos contesta:
   –OK. No problem. Tomorrow.
   Nadie nos lo dice, pero todo apunta a que en estas cuestiones sigue vigente el sistema de castas. Las labores de limpieza de letrinas están encomendadas en exclusiva a miembros de las castas más bajas, que en este caso son unas señoras que vienen todos los días a limpiar antes del amanecer.


  
Corte de los milagros

   A la salida del hotel vemos subido a un árbol a un sadhu vestido con un taparrabos y pinturas en la cara, arrancando ramas. "Eating, eating", nos explica.
Bhubaneshwar   Una viejecilla con un pecho descubierto y piernas que semejan palillos sostiene en brazos un niño recién nacido. Se lleva la mano a la boca haciendo ademán de que le demos algo para comer.
   Todos los días al salir del hotel se nos acerca una pareja de leprosos para pedir limosna. Ella va montada en un carrito hecho con un cajón de madera, con ruedas de madera y un asa, que él empuja. Tiene una mano inservible, con el antebrazo en disminución terminando en un pequeño muñón y el otro brazo vendado, los pies colgando fuera del carrito.
   También nos pide a diario limosna un hombre que padece elefantiasis, montado en un cochecito que maneja con gran pericia por medio de dos correas de transmisión accionadas por palancas, aunque los dedos de la mano solo le llegan hasta la altura de la primera falange. Tiene las piernas desiguales y tremendamente hinchadas. Nos enseña la rueda de su carricoche, que tiene la cubierta rajada. Nos anuncia que hoy va a llover.
   Pasa un rickshaw pedaleado con agotador esfuerzo por un viejecillo que no puede con su alma, llevando en el asiento un orondo matrimonio. Muchos turistas extranjeros se abstienen por escrúpulos de conciencia de alquilar esta clase de vehículos, cosa fácil de comprender pues pocas actividades hay que pongan más en evidencia, y a un palmo de nuestras narices, lo que es la explotación del hombre por el hombre. No opinan así, sin embargo, los propios rickshaw-drivers, que ven mermar su ya de por sí muy escasa y repartida clientela. Para contrarrestar estas reticencias morales en los últimos años hacen propaganda: se ven carteles con la foto de un sonriente conductor de rickshaw y el slogan "Por un turismo verde, utilice el rickshaw".
   Reconocemos a un joven que hace ocho años trabajaba de conductor de rickshaw, y él también nos reconoce. Ya no tiene rickshaw: tuvo que venderlo para pagar el hospital a su madre, que al final murió de cáncer de estómago. Comenta que los hospitales estatales de la India son gratuitos, pero tan malos que nadie quiere ir. Que las cosas han cambiado mucho, que la vida en la India ha subido mucho de precios. Un kilo de patatas, que antes valía 2 rupias, ahora cuesta 20 rupias. Rememora con nostalgia los tiempos pasados. Todo ha cambiado. Hay nuevas construcciones por todas partes. La vida se ha hecho difícil. Una riada destruyó su casa en el pueblo; nos invita a que vayamos a verlo. Tiene ahora 28 años, y está casado y con dos hijos. No tiene empleo fijo ni perspectivas de futuro, y nos ruega a ver si le podemos dar una pequeña ayuda. El aliento le huele a ron.

 

 

 

 

 

Hijos de la mar


   Pentakota, el barrio de pescadores de Puri, está bastante más desarrollado que hace algunos años, con las calles más o menos urbanizadas y fuentes públicas en algunos cruces. Las cabañas son en general de tejados de palmera a dos aguas y planta de una sola habitación, a veces de dos. Las estructuras son de estacas de madera y las paredes de hojas de palma trenzadas alternando con el ladrillo y el cemento. Para la iluminación utilizan pequeñas bombonas de gas. Muchas fachadas están decoradas con dibujos geométricos de color blanco que evocan estrellas o aves. Los zócalos están pintados con grecas blancas, que dan al lugar un aire como africano. Hay un templo en medio del pueblo, con su decoración popular de estatuas de leones guardianes y atlantes forzudos de vivos colores. En una plaza se levanta un mástil Puriinclinado, con una vela de embarcación desplegada a modo de toldo para proyectar una gran sombra a las horas en que el sol más abrasa. Bajo un quiosco el busto escultórico de un viejo pescador es honrado con una lápida: "To our beloved fisherman master...". 
    Niños pequeños corren y juegan desnudos por todos los rincones, algunas niñas con ajorcas en los tobillos y cinturones de monedas rodeando sus vientres. Por el pavimento de tierra prensada de las calles hay depositados pucheros y bandejas de metal, y aletas de tiburón puestas a secar al sol. No hay tráfico de vehículos motorizados pero sí un continuo pulular de patos, pollitos y cerdos callejeando por todo el pueblo, y perros que nos ladran por ser forasteros. En mitad de una calleja yace el cadáver maloliente de un perro y nadie lo retira ni parece preocuparse. En ciertos solares hay estercoleros donde hozan cerdos de piel negra. Todo el ambiente está impregnado de un penetrante olor a pescado.
   Las puertas de las casas están abiertas. Al calor del mediodía las familias duermen, un anciano en su charpoy, la abuela tumbada en el suelo del atrio. Unas mujeres hurgan concienzudamente con los dedos en las cabezas de niños o niñas para quitarles los piojos. Un niño es bañado en una cubeta de plástico. En un tenderete de colorida decoración un altavoz emite a todo volumen una canción de película de Bollywood cuyo estribillo repite "Laxmi, touch me. Laxmi, touch me..." Nos aclaran que va a haber una boda.
    Hay entre las cabañas pequeños talleres de costureros, locales de lavado y planchado, tiendas donde venden redes y aperos de pesca y tiendecillas de comestibles. Una tienda de libros en venta o en alquiler (7 rupias/día, con 200 rupias de depósito), donde venden también shilloms. En el suelo de las pescaderías rompen a mazazos grandes bloques de hielo, para poder conservar el pescado en hielo picado. 
   Hay también en el pueblo un bar de cervezas que se llama 'Beer Parlour', y un tugurio donde sirven té, café y otras bebidas como, por ejemplo, el bhang lassi, un batido de leche con bhang, que es como llaman a una pasta verde compuesta de hojas de cannabis maceradas en agua.
   En la playa están instalando largas barreras de paneles de bambú y palma para proteger al pueblo de la arena que arrastra el viento.
Puri   Al carecer de sistema de alcantarillado, el tramo de playa que linda con el pueblo de pescadores se utiliza como letrina de hombres. Éstos hacen sus necesidades acuclillados sobre la arena, a la vista de todo el mundo, a veces juntándose en pequeños grupos para charlar. A continuación, con el longhi remangado por encima de la cintura, se acercan a la orilla y se limpian con agua de mar, utilizando para ello solo la mano izquierda. Cuando sube la marea, las olas se encargan de limpiar las heces; mientras tanto hay que andar por la playa mirando bien dónde se pisa. Más intimidad tiene el aseo de las mujeres, que se halla en un recinto aparte vallado y arbolado. Cerca de allí, aislado en un bosque de coníferas, hay un edificio donde se enseña sánscrito para post-graduados. 
   Mujeres, niñas y algunas ancianas de piel arrugada vienen desde muy lejos caminando por la playa. Una de ellas padece de elefantiasis en las dos piernas. Acarrean sobre la cabeza haces de troncos para usarlos de leña. Mantienen el equilibrio con los largos y pesados troncos en posición horizontal. Van con el sari recogido hasta la rodilla y portan en la mano un cuenco de latón lleno de agua que hace las funciones de papel higiénico. Hacen paradas cada ciertos tramos para descansar. En ocasiones nos piden ayuda para colocar la leña sobre sus cabezas, que sostienen sobre un pañuelo enrollado. Pasan también niños transportando cargas de un peso que parece imposible que puedan soportar. 
    Sobre la arena, bajo las velas utilizadas como toldos parasoles, grupos de hombres sentados se dedican a reparar las redes de pesca (foto105). Utilizan un instrumento parecido a un huso que todos manejan con soltura, haciendo los nudos en los hilos de pita a la distancia adecuada para que la red quede con una retícula uniforme. Nos invitan a sentarnos con ellos; nos piden smoke.
   En el extremo oriental del pueblo la playa está desierta. Perduran varados en la arena unos pocos esqueletos de barcas de madera hace tiempo abandonadas. Las embarcaciones se hacen ahora de poliéster; las fabrican de una sola pieza, todas iguales, utilizando un molde, y las proveen de hélice de motor. Hace algunos años todavía se construían en madera unas curiosas barcas desmontables. Consistían en cuatro grandes troncos tallados con perfiles curvilíneos que se ensamblaban entre sí amarrándolos con sogas para componer una larga embarcación que podía montarse o desmontarse a conveniencia. Su ventaja era que permitía dividir por cuatro el peso de la barca a la hora de transportarla (foto086).



Rompiendo las olas
Puri
   Puri no tiene nada que se parezca a un puerto. Su contacto con el mar es a playa abierta, una playa rectilínea y kilométrica, sin bahías o refugios naturales, que recorre toda la línea costera de Orissa. Cuando no están navegando, las embarcaciones descansan varadas en el tramo de playa que da al pueblo de pescadores (foto082). El océano golpea sin descanso la costa con violentas olas, generando resacas y corrientes submarinas que hacen muy peligroso el baño. 
   Por la mañana temprano los pescadores salen a faenar. Primero tienen que transportar las barcas al agua, lo que hacen colgándolas de dos troncos de bambú transversales que cargan sobre los hombros de dos grupos de ocho o diez pescadores. Ya en la orilla, atan concienzudamente las redes, velas, remos y mástiles al interior del casco, para no perderlos si la nave zozobra. Entre tres personas acarrean motores conectados con hélices por un largo tubo, que acoplan a la lancha. 
   A continuación cada barca tiene que atravesar la barrera de las olas. Los hombres, de pie dentro del agua preparados para saltar a bordo, vigilan el ritmo del oleaje para calcular el momento propicio de lanzarse a romper la ola, llegado el cual empujan con todas sus fuerzas la nave con la proa enfilada rumbo al horizonte. Pero el ímpetu de las olas es tan avasallador que las barcas vuelcan con facilidad y tienen que hacer varias intentonas hasta lograr superar la zona de oleaje y entrar en una mar más calmada. Desatan entonces los remos, hincan verticales los mástiles, despliegan las velas y navegan en pos de un banco de peces al que echar las redes.
Puri   Hacia el mediodía empiezan a recoger las redes. Es un espectáculo ver regresar las barcas con las velas al viento salpicando el paisaje marino de triángulos centelleantes. Los pescadores aprovechan el impulso de las olas para 'surfear' con las naves, precipitándolas a gran velocidad contra la orilla hasta encallarlas, con bruscos encontronazos, en la arena. Luego tiran lentamente de las barcas con una sirga que se enrolla a un torniquete de arrastre (foto096) para dejarlas varadas fuera del alcance de las mareas. Niños y ancianos se apuntan a echar una mano para hacer girar el torniquete. Otras barcas son trasladadas a la zona de atraque a hombros de pescadores (foto093), que piden ayuda para compartir la pesada tarea a toda persona que pase cerca. Nos piden que arrimemos el hombro para transportar, junto a otras quince personas, una pesada barca de madera. Quedamos casi deslomados con el intento.
    No es mucha la pesca que trae cada barca. Los pescadores depositan los pescados en la arena distribuyéndolos en pequeños lotes recogidos en redecillas. Allí donde los dejan se forman corrillos de mujeres (foto098), que discuten con los pescadores el precio de compra. Un hombre vocea una retahíla de precios en cuantía descendente hasta que una mujer hace el gesto de tocar el lote, que le queda adjudicado al precio cantado en ese instante. 
   Las piezas grandes son subastadas aparte. Hay congrios, peces manta, peces raya de una especie con bigotes, un pequeño tiburón, caballas, langostas, langostinos. A todas las mantas y rayas les sangra la cola, pues les ha sido extirpado el aguijón. Una mujer regatea ferozmente el precio de tres langostinos. El vendedor se los quita de las manos y los arroja airado a la arena. Ella los vuelve a coger y prosigue la discusión. Al final el vendedor se los lleva enfadado, mientras ella se ríe a sus espaldas. Por un enorme pez manta pagan 80 rupias. Pesará como 30 kilos y ordenan a una niña de unos catorce años que se lo lleve en una cesta. Entre cuatro mujeres no pueden subir la cesta a su cabeza y dos pescadores tienen que ayudar. 
Puri   Otras mujeres llevan sobre la cabeza –apoyados sobre un paño enrollado que hace de almohadilla– bidones de hojalata conteniendo tortugas. En medio de la aglomeración andan chavales que venden dulces y pastas, y una vendedora de globos y chucherías que lleva expuestos en un madero (foto100). Unos niños vuelan cometas y otros juegan con barquitos que se confeccionan ellos mismos con un trozo de corcho blanco al que pinchan un palo con una pequeña vela de papel. Una mujer de rostro demacrado que lleva en brazos un bebé de pocos meses se acerca y nos dice que tiene diez hijos y que está a la espera de otro.
   Hace un fuerte viento y el mar está embravecido. Sobrevuelan aguiluchos y milanos, mientras las cornejas cenicientas hacen el servicio de limpieza llevándose al vuelo todos los desperdicios que pillan. Un ave rapaz de gran tamaño captura un cangrejo. Grupos de vacas se pasean solas por la playa. Por la arena corren cientos de los llamados 'cangrejos fantasma' (género Ocypode), de color pálido y ojos salientes, que cavan pequeños hoyos para refugiarse.
    A la sombra de las barcas varadas sestean algunos ancianos, en compañía de perros con la piel llagada de tanto rascarse la tiña. Todavía quedan pescadores que se cubren la cabeza con un cucurucho de mimbre para protegerse del sol (foto091), un gorro tradicional que va desapareciendo. En cuanto al resto del atuendo, los viejos van más desnudos que los jóvenes; apenas se cubren con un magro trozo de tela. Sus figuras traen a la memoria el verso machadiano "Casi desnudo, como los hijos de la mar".

Puri

Estampas playeras

   La extensa franja meridional de la playa de Puri, fuera ya del barrio de pescadores, está reservada a fines turísticos y recreativos. Una zona de la playa está en proceso de reforestación; la están parcelando con vallas de palmera trenzada y plantan arbolillos. 
   Los vigilantes de seguridad de la playa son ancianos pescadores con un cucurucho por sombrero y un neumático en la mano. Son contratados por los bañistas para que les acompañen de cerca mientras nadan y retozan en el agua. No son muchos los nativos que se bañan. Nadie se mete muy adentro en el mar, por temor a las fuertes corrientes. Las mujeres permanecen casi siempre en la orilla, sin aventurarse más en profundo, excepto si van de la mano de sus maridos. Se bañan vestidas con sus más elegantes saris; la seda se les pega al cuerpo. En su mayoría se limitan a quedarse sentadas y dejar que la última ola las moje y la arena las embadurne. 
    A veces las familias se sacan fotos con un fotógrafo público alquilado, el cual tiene que entrar al agua vestido para disparar la foto justo cuando les golpea la ola, con lo que termina con los pantalones (y la cámara) empapados. Luego seca con un pañuelo el objetivo de la cámara, poco más que un cajón made in Rusia de los años cincuenta.
   Los niños hacen surfing con unas simples tablas arrancadas de cualquier caja de madera, y utilizan neumáticos como flotadores. Otros niños se afanan en recolectar por la playa botellas de plástico vacías para sacarse unas rupias. Hay jóvenes haciendo gimnasia, footing y cabriolas, o jugando a lanzarse un disco de plástico. Un joven modela una estatua de arena con forma de mujer tumbada de exuberante anatomía. Una niña, en lugar de un castillo, se ha hecho una cocina de arena y juega a cocinitas. Un niño con las piernas deformadas por la polio renquea a gatas por las dunas. 
    Hay masajistas en la playa que ofrecen sus servicios a los turistas. Sus tarifas: 20 minutos, 30 rupias; una hora, 100 rupias. Se alquila un dromedario para dar paseos y sacarse fotos. La arena quema los pies. Se ven en el cielo buitres que vuelan planeando en círculos.
Puri   Unos jóvenes brahmanes están muy interesados por una turista en bikini. Una viajera alemana, que viaja sola por la India, no se atreve a entrar al agua por lo bravas que vienen las olas. Se le acerca un muchacho quinceañero y le dice que si se baña acompañada de un pescador como él no tiene peligro de ahogarse.
   Hacia la mitad de la playa sobreviven los restos de una noria de feria abandonada y herrumbrosa. Al extremo sur la playa queda cortada por la desembocadura de un río, que traza un amplio meandro entre arenales. Las aguas están aquí remansadas y las frecuentan pescadores con cañas. Hay instalada en este lugar una fila de veinte hélices de energía eólica de unos 25 metros de alto cada una, de la casa Windmatic. La última hélice se está cayendo, pues ha cedido el terreno al comerse una lengua del río la duna sobre la que se asienta. Está inclinada en ángulo de 60º sobre el mar; la plataforma de la base está también inclinada y semihundida. 
    Hemos visto el cadáver de un delfín varado en la playa, de más de dos metros, de piel muy negra y brillante, provisto de una buena colección de dientes. Un cerdo negro muerto y maloliente es llevado y traído por las olas haciendo rodar su cuerpo hinchado. Un águila de cabeza blanca se posa majestuosa en la arena.
   En el paseo marítimo de Puri hay abierta una sucursal de la oficina de información del templo de Jagannath, con el siguiente rótulo: ENQUIRY DONATION SCHEME. 
   Y en la playa un cartel que exhorta: BEACH IS A PARK, NOT A LAVATORY. NO PUBLIC NUISANCES PLEASE.
Puri   A eso de las 6 empieza a anochecer. Los cajas y cajones aparentemente abandonados en la playa se transforman al caer la noche en un mercadillo de chucherías y souvenirs formando una cuadrícula de calles estrechas, iluminadas con bombonas de gas. Venden juguetes de plástico y hojalata, plumieres, collares, llaveros, caracolas, ruedas del templo de Konarak, pequeños templos de Jagannath, láminas con la imagen de Jagannath, figuras de madera de Jagannath.  

    Hoy amanece con un sol espléndido. Al cabo de un rato se pone a llover. Tenemos que ir a la playa con paraguas.  
   Vuelven ya las últimas embarcaciones que han salido a faenar esta mañana. Tres pescadores salen despedidos de la barca debido a la fuerte embestida de una ola de costado. Un señor que ha visto la escena nos comenta: "Lord Jagannath protects these fishermen". 
    Hoy ha habido una gran pesca. Sobre la arena, en el área improvisada de subastas donde las mujeres regatean mientras los hombres miran, hay depositados atunes, congrios, salmonetes, sardinas, doradas y unos peces de color verde metálico con manchas, que no sabemos identificar. Gran cantidad de murenas muy largas y delgadas, de color pardo, las bocas atadas con un cordel, serpentean por la arena mientras agonizan. "Like snakes", murmura un hombre. Las mujeres les clavan un cuchillo y les arrancan la piel. Hay un gran pez-martillo y un buen número de peces-manta, algunos con una cola similar a un látigo de dos metros. Nécoras de diferentes colores. Un viejo marino nos enseña un pequeño pescado parecido a un barbo y nos dice que es un pez de Chilka Lake. 
Puri   Han capturado también un buen número de tiburones, algunos de hasta tres metros. Los pescan con anzuelos grandes y una pita muy gruesa. Cuando enganchan un escualo, le sueltan cuerda y la recogen con un prolongado tira y afloja hasta cansarlo. A los tiburones les cuesta morir más que a otros peces: vemos pequeños ejemplares todavía boqueando. Sin terminar de morir, les rebanan con un cuchillo las aletas (nos dicen que para exportarlas a Singapur). Luego les cercenan la cabeza, los abren en canal, les extraen las vísceras –los hígados son enormes–, y cortan la carne en rodajas. La carne es dura, la piel parece lija, los ojos son de pupila vertical como los de los gatos. Al abrirles la boca muestran varias filas de dientes en cada mandíbula, algunos de esos dientes a su vez dentados, como si fueran pequeñas sierras. Uno de los escualos tiene sobre la espina dorsal una especie de cuerno cartilaginoso de forma triangular. Las llagas sangran y la sangre se mezcla con la arena y atrae diez mil moscas. No hay ninguna industria de enlatado o procesado: casi todo lo que se pesca es para consumo local. 
   Los pescadores recogen la pita de sus cañas, no en un carrete, sino enrollándola a una botella. Otros usan para pescar una simple liz, sin caña, y el cebo se lo procuran de pequeños gusanos y crustáceos que encuentran en la arena. Nos saludan dos hombres que portan dos pequeñas langostas vivas sujetas de las antenas y nos las ofrecen en venta. Otros nos reclaman para ayudar a sacar una barca del agua. 
   Para llevarse los pescados adquiridos algunas mujeres utilizan un caparazón de galápago en equilibrio sobre la cabeza. Una mujer de pelo blanco y piel muy arrugada, con los brazos tatuados, anillo en la nariz como un piercing, vestida con una pieza de tela y pulseras de latón, se fuma un puro de cuclillas en la arena.
   Un joven de unos 20 años, sonriente y de ademanes delicados, nos dice que es un 'dancing boy', que es una mujer con cuerpo de hombre. Se ofrece a bailar para nosotros en el hotel por unas rupias, cosa que declinamos. Lleva una cesta bajo el brazo y ha venido a comprar pescado a la playa, tarea propia de mujeres, mientras los pescadores en torno bromean con él, le hacen carantoñas y se ríen.

 

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FotoCD137

Una ciudad santa de la India

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Fotografías realizadas en Puri, Konarak y Bubhaneshwar (Orissa, India)

   


 

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