Colecciones fotográficas

El oasis de Siwa

Alejandro Magno estuvo aquí

 

   Este paraíso perdido y olvidado que es el oasis de Siwa tuvo sus momentos de protagonismo en la Historia.
   Si bien los vestigios más antiguos que han detectado los arqueólogos corresponden a asentamientos neolíticos del X milenio a C, de antes de la desertización del Sahara, Siwa empezó a ser conocido, bajo el nombre de Sekht-am ('Tierra de Palmeras'), cuando entró dentro de la órbita cultural del Egipto de los faraones, durante la época saíta (Dinastía XXVI, 664-525 a C), cuyos soberanos habían trasladado la capital a Sais, una ciudad en el Delta. También los pobladores griegos de Cirene, en la actual Libia, habían tomado contacto por la misma época con el oasis.
El oasis de Siwa   Cuando Cambises II, hijo y sucesor de Ciro el Grande, invadió Egipto en 525 a C, continuando la expansión del Imperio Persa fundado por su padre, y sustituyendo a la dinastía saíta en el gobierno del país, ya era famoso en el mundo mediterráneo un oráculo que tenía su sede en este remoto oasis de 'la Libia'. Era el Oráculo de Amón, dios originario de Tebas, supremo entre los dioses, que ya por entonces los griegos –que tenían una colonia en el Delta (Naucratis) e intensas relaciones comerciales y culturales con los egipcios– lo habían asimilado con Zeus, el dios supremo de los helenos.
   "(...) el oráculo de Amón, este oráculo también es de Zeus." (Herodoto, II, 55)
   Este oráculo (foto62) fue consultado por personajes tan relevantes en el mundo griego como Pitágoras y Píndaro, que lo popularizó en sus escritos.
   El oráculo dio por extensión nombre a todo el oasis ('oasis de Amón') y a sus habitantes: los 'amonios'. Incluso la palabra 'amoníaco' tiene aquí su origen etimológico: del latín ammoniacus y del griego ammoniakón, que viene a significar 'del oasis de Amón, en Libia', y se aplicaba a una gomorresina de olor desagradable extraída con fines medicinales de la cañaheja, una planta umbelífera norteafricana.
   No conviene desdeñar la influencia que los oráculos ejercían en la política de la época. Por sus bocas hablaban los dioses a los hombres. Los dirigentes acudían a ellos a consultarlos antes de tomar decisiones importantes, fuera efectuar una expedición, una alianza o una guerra. El haber malinterpretado el ambiguo vaticinio del oráculo de Delfos ("Si emprendes una guerra contra los persas, destruirás un gran imperio") le costó al rey Creso de Lidia perder su propio imperio, que cayó bajo el poder persa. Sucedió que el oráculo de Zeus-Amón proclamó un dictamen desfavorable contra la invasión de Egipto por los persas. Pronosticó que su dominio sería efímero y animó a los habitantes de Siwa a oponerles resistencia. Cambises, irritado, planeó enviar a Siwa una parte escogida de sus tropas en una expedición de castigo contra los amonios.
   "Cuando en su marcha llegó a Tebas, (Cambises) escogió del ejército unos cincuenta mil hombres, les encargó que redujeran a esclavitud a los ammonios y prendieran fuego al oráculo de Zeus" (Herodoto, III, 25).
   Pero la expedición acabó en desastre. Los persas no habían contado con las inclemencias del desierto.
   "Las tropas destacadas para la campaña contra los ammonios partieron de Tebas y marcharon con sus guías; consta que llegaron hasta la ciudad de Oasis (se refiere al oasis de Kharga), distante de Tebas siete jornadas de camino a través del arenal; esta región se llama en lengua griega Isla de los Bienaventurados. Hasta este paraje es fama que llegó el ejército; pero desde aquí, como no sean los mismos ammonios o quienes de ellos lo oyeron, ningún otro lo sabe; pues ni llegó a los ammonios ni regresó. Los mismos ammonios cuentan lo que sigue: una vez partidos de esa ciudad de Oasis avanzaban contra su país en el arenal; y al llegar a medio camino, más o menos, entre su tierra y Oasis, mientras tomaban el desayuno, sopló un viento Sur, fuerte y repentino, que, arrastrando remolinos de arena, los sepultó, y de ese modo desaparecieron. Así cuentan los ammonios que pasó con este ejército." (Herodoto, II, 26).
   El recuerdo de esa malhadada expedición al oasis de Siwa, datada en 524 a C, que nunca llegó a su destino ni jamás volvió, sepultados vivos los soldados por una tormenta de arena –sea esto historia o leyenda–, se grabó en la imaginación de las gentes. (Incluso hoy día se pueden ver en Siwa carteles de una agencia de viajes que anuncian, nada menos: 'Excursión por el desierto a la busca del ejército de Cambises enterrado bajo las dunas').

  
   Casi dos siglos más tarde, en 331 a C, Alejandro Magno cabalgaba con su ejército y guías hacia el Oasis de Siwa por la ruta que desde la actual Marsa Matruh se adentra hacia el sur en el Desierto Líbico. Tras la conquista de Tiro y Gaza, Alejandro había entrado triunfante en Egipto, donde, como enemigo de los persas, fue bien recibido por los nativos, entonces bajo el yugo de la segunda dominación persa (343-332 a C). Visitó la ciudad sagrada de Heliopolis y la antigua capital de Menfis, donde ofreció a los dioses los sacrificios pertinentes. Frente a la isla de Pharos fundó Alejandría. Y entonces, con vistas a consolidar su poder, decidió consultar el oráculo de Zeus-Amón en el lejano oasis de Siwa. El relato de esa travesía por el desierto ha sido transmitido por varios autores clásicos, entre ellos Estrabón y Plutarco, aunque la fuente que se considera más fiable es la de Flavio Arriano, historiador y filósofo griego (92-175 d C), que en su Anabasis de Alejandro cuenta lo siguiente:
    "(...) Alejandro fue poseído por el ardiente deseo de visitar Ammon, en Libia, en parte con el fin de consultar al dios, porque se decía que el Oráculo de Amón era exacto en sus informaciones, y porque se decía que Perseo y Hércules lo habían consultado, el primero cuando fue enviado por Polidectes contra la Gorgona, el segundo cuando visitó a Anteo en Libia y a Busiris en Egipto. También en parte impulsaba a Alejandro el deseo de emular a Perseo y a Hércules, pues se declaraba descendiente de ambos. Dedujo también que su linaje se remontaba a Amón, tal como las leyendas remontaban el de Perseo y Hércules a Zeus. Por lo tanto hizo una expedición a Amón con el propósito de conocer con mayor certeza su propio origen, o al menos para decir que lo había conocido."
   Alejandro y sus hombres siguieron el mismo recorrido que, debido a los condicionamientos geográficos, por fuerza tienen que seguir también hoy los viajeros con destino a Siwa. Los fantasmas del recuerdo de la catastrófica expedición de Cambises debían planear sobre sus mentes. Pero Alejandro estaba hecho de otra pasta, de la sustancia de los dioses.
Alejandro Magno   "Según Aristóbulo, avanzó a lo largo de la costa hasta Paraetonium por una región que era un desierto, aunque no falto de agua, a una distancia de unos 1.600 estadios. Entonces torció hacia el interior, donde estaba localizado el Oráculo de Amón. El camino es desierto, y la mayor parte de él es arena, desprovisto de agua. Pero cayeron copiosas lluvias para Alejandro, cosa que fue atribuída al influjo de la divinidad; como también el siguiente suceso. Cada vez que en esa región sopla un viento sur, amontona arena a lo largo y ancho de la ruta, haciendo invisible el trazado del camino, de forma que es imposible discernir qué dirección tomar en la arena, como si uno estuviera en el mar; pues no hay mojones en el camino, ni montañas por ningún lugar, ni árboles, ni colinas estables que permanezcan erectas, por lo cual los viajeros deben ser capaces de intuir el trayecto correcto, como hacen los marinos con las estrellas. En consecuencia, el ejército de Alejandro se extravió, pues hasta los guías dudaban de la dirección a seguir. Ptolomeo, hijo de Lagus, dice que dos serpientes iban delante del ejército, profiriendo voces, y Alejandro ordenó a los guías seguirlas, confiando en el divino portento. Dice también que éstas les mostraron el camino del oráculo y el de la vuelta. Pero Aristóbulo, cuyas informaciones son admitidas generalmente como correctas, dice que dos cuervos volaban delante del ejército, y que hicieron de guías de Alejandro. Puedo afirmar con seguridad que alguna asistencia divina le fue ofrecida, ya que la probabilidad también coincide con la suposición; pero las discrepancias en los relatos de los distintos narradores han privado a la historia de certidumbre."
   La descripción que hace Arriano del oasis de Siwa –al igual que sucede con la precedente descripción del desierto– se podría aplicar, sin cambiar una coma, al oasis de hoy:
   "El lugar donde está emplazado el templo de Amón está enteramente rodeado de un desierto de arenas que se extienden en la lejanía, que está desprovisto de agua. Un punto fértil, de pequeña superficie, en medio de este desierto; pues donde alcanza su máxima extensión tiene sólo cuarenta estadios de anchura. Esta lleno de árboles cultivados, olivos y palmeras; y es el único lugar en aquellos parajes que se refresca con el rocío."
   Arriano habla también de los manantiales de aguas termales que abundan en el oasis (foto65). Y de los yacimientos de sal cristalizada que emergen con la evaporación de los lagos salados de aguas poco profundas de los alrededores (foto58).
   "Una fuente surge también allí, muy distinta a todas las demás fuentes que salen de la tierra. Pues al mediodía el agua está fría para el gusto, y todavía más para el tacto, tan fría como puede ser el frío. Pero cuando el sol se ha metido por el oeste, se hace más caliente, y desde el ocaso sigue aumentando su calor hasta medianoche, cuando alcanza su punto más caliente. Después de la medianoche se va haciendo gradualmente más fría; al amanecer ya está fría; pero al mediodía alcanza el punto más frío. Todos los días experimenta estos cambios alternos con regularidad. En este lugar se consigue también, cavando, sal natural, y algunos de los sacerdotes de Amón transportan grandes cantidades a Egipto. Pues siempre que van a Egipto la meten en pequeñas cajas de palma trenzada, y la llevan como presente al rey, o a algún otro hombre importante. Los bloques de esta sal son grandes, algunos de más de tres dedos de largo; y es clara como el cristal. Los egipcios y otros que son respetuosos con la divinidad usan esta sal en los sacrificios, ya que es más pura que la que se extrae del mar."
   Poco más añade Arriano sobre la breve estancia del macedonio en Siwa, y cuida de dejar en el misterio lo que el oráculo le dijo, para enterarnos de lo cual habremos de consultar otras fuentes.
   "Alejandro se quedó maravillado del lugar, y consultó el oráculo del dios. Habiendo oído lo que era agradable para sus deseos, como dijo él mismo, emprendió el viaje de regreso a Egipto por la misma ruta, según el relato de Aristóbulo; pero según el de Ptolomeo, hijo de Lagus, tomó otro camino, que conducía derecho a Menfis." (Flavio Arriano, Anabasis de Alejandro).
  
   Antes de Arriano, el historiador y ensayista griego Plutarco (hacia 46-120 d C), en sus Vidas paralelas de Alejandro y Julio César, había escrito una biografía de Alejandro, con un enfoque más psicológico que histórico, donde relata una versión muy parecida de su accidentada travesía a Siwa, y aporta algo más de información sobre el augurio del oráculo.
   "(...) y emprendió viaje al templo de Amón. Era este viaje largo, y además de serle inseparables otras muchas incomodidades ofrecía dos peligros: el uno, de la falta de agua en un terreno desierto de muchas jornadas, y el otro, de que estando de camino soplara un recio ábrego en unos arenales profundos e interminables, como se dice haber sucedido antes con el ejército de Cambises, pues levantando un gran montón de arena, y formando remolinos, fueron envueltos y perecieron cincuenta mil hombres. Todos discurrían de esta manera; pero era muy difícil apartar a Alejandro de lo que una vez emprendía, porque favoreciendo la fortuna sus conatos le afirmaba en su propósito, y su grandeza de ánimo llevaba su obstinación nunca vencida a toda especie de negocios, atropellando en cierta manera no sólo con los enemigos, sino con los lugares y aun con los temporales.
   Los favores que en los apuros y dificultades de este viaje recibió del dios le ganaron a éste más confianza que los oráculos dados después; o, por mejor decir, por ellos se tuvo después en cierta manera más fe en los oráculos. Porque, en primer lugar, el rocío del cielo y las abundantes lluvias que entonces cayeron disiparon el miedo de la sed; y haciendo desaparecer la sequedad, porque con ellas se humedeció la arena y quedó apelmazada, dieron al aire las calidades de más respirable y más puro. En segundo lugar, como, confundidos los términos por donde se gobernaban los guías, hubiesen empezado a andar perdidos y errantes por no saber el camino, unos cuervos que se les aparecieron fueron sus conductores volando delante, acelerando la marcha cuando los seguían y parándose y aguardando cuando se retrasaban. Pero lo maravilloso era, según dice Calístenes, que con sus voces y graznidos llamaban a los que se perdían por la noche, trayéndolos a las huellas del camino. Cuando pasado el desierto llegó a la ciudad, el profeta de Amón le anunció que le saludaba de parte del dios, como de su padre; a lo que él le preguntó si se había quedado sin castigo alguno de los matadores de su padre. Repúsole el profeta que mirara lo que decía, porque no había tenido un padre mortal." (Plutarco, Vidas paralelas. Alejandro, XXVI-XXVII).
  
   El geógrafo e historiador griego Estrabón (63 a C-19 d C), tras relatar las mismas vicisitudes de la travesía por el desierto de Alejandro (el extravío, la tormenta de arena, los cuervos-guías), especifica con más detalle el contenido del oráculo:
   "(El sacerdote-profeta) dijo al rey, expresamente, que era el hijo de Júpiter. Calístenes añade (...) que los embajadores llevaron de vuelta a Menfis numerosas respuestas del oráculo referentes a la descendencia de Alejandro de Júpiter, y sobre la futura victoria que iba a obtener en Arbela, la muerte de Darío, y los cambios políticos en Lacedemonia." (Estrabón. Libro XVII. I, 43).
   El sacerdote-profeta del oráculo de Zeus-Amón confirma, por tanto, la ascendencia divina de Alejandro. Le declara hijo de Zeus (para los romanos Júpiter), que es lo mismo que decir hijo de Amón. La cuestión no era baladí en el antiguo Egipto, pues el representante de la divinidad en la Tierra, el hijo del dios supremo, no era otro que el faraón. Implícitamente el profeta está llamando soberano de Egipto a Alejandro, y es plausible deducir que tal augurio contribuyera a la subsiguiente proclamación de Alejandro como faraón. El nombre de Alejandro aparecerá en jeroglífico en los cartuchos reales (así en Luxor y Karnak), y más tarde en Babilonia su retrato será representado en las monedas ataviado de una corona con dos cuernos de carnero. En Mesopotamia, la tiara con cuernos era atributo de la divinidad. En Egipto esos cuernos curvados en espiral simbolizaban a Amón, el dios con cabeza de carnero.
   Los designios del augur de Siwa fueron favorables a las ambiciones de Alejandro, que, tras dejar organizado con buen número de gobernadores y guarniciones el control del valle del Nilo, abandonó el país para proseguir su campaña contra el imperio persa, llegando en su empeño hasta la India. En su conquista de Asia, Alejandro invocaría constantemente su condición de hijo de Amón, atribuyendo sus éxitos bélicos al favor y protección de esta divinidad egipcia, a la que ofrecía solemnes sacrificios tras cada victoria.
   Uno de los generales que acompañaron a Alejandro en su aventura era Ptolomeo, hijo de Lagus; a los pocos años de la muerte de Alejandro (323 a C), el efímero imperio forjado por el macedonio estalló en pedazos, y varios de sus oficiales, los llamados Sucesores, guerrearon entre sí y terminaron por repartirse la soberanía sobre los distintos territorios. Ptolomeo se apoderó de Egipto, lo declaró independiente, y asumió el poder primero como sátrapa y luego como nuevo faraón, fundando la dinastía Ptolemaica (o Lágida), que iba a durar 300 gloriosos años. Se dice que Ptolomeo ordenó trasladar el cadáver de Alejandro –obedeciendo sus supuestas últimas voluntades– a Egipto, para organizar sus funerales y entierro.
   "En Babilonia (ciudad en que murió Alejandro), los egipcios lo embalsamaron para la posteridad, y mientras los oficiales se preguntaban quién buscaría su amistad, hicieron correr la voz de que el deseo del moribundo había sido ser enterrado en Siwa, convenientemente lejos de todos sus rivales. (...)
   La posesión del cadáver de Alejandro era un símbolo excepcional de prestigio (...); se habló de celebrar un funeral en Siwa para mantener tranquilos a los soldados, y, durante un par de años, los ingenieros estuvieron ocupados con los intrincados planos del carro fúnebre. (...)
   Cuando el conjunto estuvo preparado, Pérdicas, su guardián, se hallaba luchando con los nativos de Capadocia, la única brecha en el Imperio occidental de Alejandro; así pues, estaba fuera de juego, y mientras tanto Ptolomeo, nuevo sátrapa de Egipto, se había hecho amigo del oficial que estaba a mando del cortejo. Macedonia no fue consultada; el carro partió en secreto hacia Egipto, y Ptolomeo acudió allí para encontrarse con el botín que justificaría su independencia. Se adelantó a los rivales que no habían hablado con el suficiente entusiasmo de Siwa y, en lugar de enviar el ataúd al desierto, lo expuso primero en Menfis y después, finalmente, en Alejandría, donde todavía pudo ser visto por el joven Augusto cuando visitó Egipto trescientos años más tarde. Desde entonces el féretro nunca volvió a verse. A pesar de los intermitentes rumores, la actual Alejandría no ha revelado el lugar en el que se encuentran los restos de su fundador; probablemente fue Caracalla quien visitó por última vez el cadáver y éste fue destruido durante los disturbios que padeció la ciudad a finales del siglo III d C."
   (Robin Lane Fox, Alejandro Magno, conquistador del mundo)

 

   ¿Y dónde está el mausoleo de Alejandro Magno? Su localización es hoy objeto de controversia. Algunos arqueólogos dicen que tiene que estar en Alejandría, todavía por descubrir en el subsuelo de la ciudad. Otros afirman que la tumba de Alejandro se halla en el lugar donde fue exaltado al rango de faraón: en el oasis de Siwa.

El oasis de Siwa   En enero del año 1995 saltó a los periódicos de todo el mundo la noticia de que había sido descubierta la tumba de Alejandro Magno en el oasis de Siwa, por un equipo de arqueólogos dirigidos por la profesora Liana Souvaltzi, graduada en arqueología y filología por la Universidad de Atenas. Se calificó el hallazgo como 'uno de los más grandes descubrimientos arqueológicos de este siglo'. El anuncio resultó ser prematuro, pues la excavación, comenzada en 1989, estaba todavía en fase de desarrollo y sin concluir. Al año siguiente las autoridades egipcias denegaron la renovación de los permisos de trabajo en las ruinas, con lo que la excavación quedó abortada. El descubrimiento fue desacreditado por algunos arqueólogos. Y así siguen hoy las cosas. Las obras paralizadas, el recinto cerrado y abandonado, cubierto de escombros. Las piezas arquitectónicas y escultóricas salidas a la luz, que habían sido almacenadas en el exterior protegidas por embalajes, están ahora deteriorándose a la intemperie. No se permite a nadie acercarse al lugar, y la fotografía está prohibida. Todo esto lo cuenta la profesora Souvaltzi en su libro 'The Tomb of Alexander the Great at the Siwa Oasis', que defiende con ahínco frente a sus detractores la autenticidad de la tumba (un gran corredor de 55 metros, decorado al estilo griego –el único caso en Siwa–, que conduce por una puerta a una cámara todavía por desescombrar), y atribuye a maniobras políticas del gobierno griego (el tema de Macedonia está en el trasfondo) la paralización del proyecto.
  
   Si el asunto de la tumba de Alejandro sigue siendo polémico, hay mayor unanimidad al atribuir la localización del célebre Oráculo de Zeus-Amón a un templo faraónico que se yergue en la cumbre de un cerro (la roca de Aghurmi) y sobresale como una isla por encima del palmeral (foto59), pudiendo ser divisado desde prácticamente todo Siwa. Se accede a lo alto del otero subiendo por unas escaleras y atravesando un portalón cubierto, provisto de enormes puertas de madera, que dan paso a las ruinas de mampostería y adobe de Aghurmi, otro pueblo arruinado por las lluvias como en el caso de El oasis de SiwaShali. También aquí el alminar troncopiramidal de la mezquita es el único edificio que queda en pie (foto61).
  
   En medio del amasijo de tierra y cascotes de esta aldea abandonada destacan los sólidos sillares grises del templo del Oráculo, o lo que queda de él (foto62), que data de tiempos de Amasis (570-526 a C), el penúltimo rey de la dinastía saíta, o sea, de poco antes de la invasión de los persas de Cambises. Dedicado al culto de Amón, 'el Señor de los Consejos', sólo conserva la carcasa de los muros, consolidados más que restaurados, de una estructura compuesta por dos antecámaras y una cámara al fondo, comunicadas entre sí por pórticos en el típico estilo egipcio-faraónico tardío, y con el techo desaparecido. También ha desaparecido en su casi totalidad la decoración interna de sus paredes, aunque aún se puede distinguir con dificultad un bajorrelieve medio borrado de un personaje tocado con una corona rematada por dos grandes plumas: la representación habitual del dios Amón.
   Tras el episodio de Alejandro, el Oráculo de Zeus-Amón fue sumiéndose poco a poco en el olvido, y ya bajo el gobierno de los romanos las profecías de los oráculos habían caído en el desprestigio. Así lo recoge Estrabón, que viajó por Egipto en la época de la pax romana:
    "Habiendo oído hablar mucho del templo de Amón, sólo deseamos añadir esto: que en tiempos antiguos la adivinación en general y los oráculos eran tenidos en mayor estima que en el presente. Ahora están muy desatendidos: ya que los romanos están satisfechos con los oráculos de la Sibila, y con la adivinación tirrena mediante entrañas de animales, vuelos de pájaros y apariciones portentosas. Por eso el oráculo de Amón, que antaño se tenía en gran estima, está casi abandonado." (Estrabón. Libro XVII. I, 43).
  
   A un par de kilómetros del Oráculo, todavía pueden verse en un claro del palmeral los escasos restos de otro templo faraónico, llamado hoy de Umm Ubayda. Ambos templos estaban conectados por una calzada, y formaban parte de un mismo complejo ceremonial dedicado a Amón. Construido bajo el reinado de Nectanebo II (360-343 a C, XXX Dinastía) por Wenamun, 'el Gran Jefe del Desierto', no queda del edificio más que un muro en pie rodeado de enormes bloques de piedra desparramados por el suelo, muchos de los cuales contienen inscripciones. El oasis de SiwaEl muro despliega tres rangos superpuestos de bajorrelieves, con figuras de dioses y reyes en procesión sobre un fondo cromado (foto64), y sobre ellos un extenso texto jeroglífico que hace referencia al rito funerario de la 'apertura de la boca'. A principios del siglo XIX, el templo todavía se conservaba bastante entero, pero un terremoto en 1811 lo dañó severamente, y en 1897 un gobernador de Siwa no tuvo mejor ocurrencia que hacerlo estallar con pólvora para aprovechar sus sillares en la construcción de una comisaría de policía cercana. Lo poco que ha sobrevivido del templo todavía está pendiente de excavación arqueológica.
  
   No lejos de este templo, en otro claro del palmeral, puede uno darse un chapuzón en una gran piscina natural de aguas termales, de forma perfectamente circular. Las flechas señalizadoras que guían al lugar indican: 'Fuente de Cleopatra'. Un nombre sonoro y sugerente, aunque no exista ninguna evidencia de que la reina de Egipto se bañara nunca aquí. Es probable que esta poza formara parte integrante del complejo religioso del templo de Umm Ubayda y el Oráculo de Amón. Sus límpidas aguas dejan ver un fondo de rocas y plantas acuáticas (foto65), desde donde salen a borbotones burbujas que suben a la superficie. Las paredes circulares internas que delimitan el manantial eran hasta hace pocos años de piedras talladas, posiblemente de época romana, pero hoy han sido sustituidas por un vulgar revestimiento de azulejos.
El oasis de Siwa   Gracias a su riqueza agrícola, el oasis de Siwa gozó todavía de algunos siglos de prosperidad bajo los romanos y los bizantinos, para ir luego cayendo en el letargo y prácticamente desaparecer sepultado bajo el polvo de la Historia.
   
   De su importancia en tiempo de los romanos dan testimonio los numerosos cementerios de tumbas rupestres, datados en esa época, que se hallan diseminados por todo el oasis y sus alrededores. Casi no hay monte, colina o cerro en Siwa que no esté acribillado de hipogeos excavados en sus paredes rocosas, hasta el punto de que se podría asegurar que en el oasis de Siwa hay más tumbas que casas, más muertos que vivos. El llamado Jebel al-Mawtah (o 'Monte de los Muertos') es el más céntrico del lugar, un auténtico gruyère con decenas de túneles y cámaras mortuorias de todos los tamaños, horadadas a su vez de nichos para sepulturas (foto66). Algunas de las tumbas están decoradas con pinturas, pero justo ésas están cerradas a los visitantes. En 1940 la necrópolis de este monte fue utilizado como refugio antiaéreo, ya que Siwa fue escenario de algunas batallas de la I y la II Guerra Mundial, ocupada primero por el ejército británico y luego por los alemanes del Afrika Korps de Rommel.
  
   En otros parajes del oasis, como Bilad al-Rum o Deheiba, situados a algunos kilómetros del centro, se pueden ver otras necrópolis, consistentes en hileras interminables de cámaras rectangulares socavadas al pie de los montes, abiertas a la intemperie, abandonadas durante siglos, en algunas de las cuales todavía se pueden encontrar, semienterrados en la arena, cráneos, costillas y fémures de los difuntos allí inhumados (foto67).

  

Continuar:  La magia de Siwa >>

 

FotoCD42

El oasis de Siwa

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Fotografías: Eneko Pastor 
Realizadas en el Oasis de Siwa (Desierto Líbico, Egipto)
  
 


    

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