La Granja de Segovia
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39. Anochecer
La indócil naturaleza de Castilla colabora con los arquitectos y escultores en dotar de más belleza a lo que ya era bello de por sí. Los árboles son aún más gigantescos y frondosos, y en la estación otoñal gustan de vestirse, como los reyes, de púrpura y oro, mientras riadas de hojas de color ámbar y miel alfombran los caminos.
Al caer la tarde, los rayos rasantes del sol crepuscular encienden las copas altas de los árboles con un resplandor dorado, y uno cree hallarse perdido en un bosque encantado, poblado de seres imaginarios apostados en los claros de la fronda y recodos de los caminos, o nadando en las aguas de los estanques.
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