Galería de pintura

Miguel Angel Eugui

Los paisajes del cuerpo

 

   El cuerpo humano sigue siendo el paisaje más atractivo. También el más revelador y narrativo. Por su semblante, siempre inquietante; por el entorno en el que posa; por el ámbito que desarrolla. La figura a través de la pintura al óleo, rica en recursos. O del lápiz, leve mineral y, sin embargo, tan concreto. Me gusta que la materia se exprese por sí misma; antes, incluso, que el pintor la moldee. Me gusta que se noten los pelos de la brocha en trazos gruesos, abundantes de pintura, casi táctiles a la vista. Como esos órganos barrocos que emiten un soplido muy humano una milésima de segundo antes de dar la nota; o la viola de gamba, que impone a su sonido la voz humana. Es pintura de lo fundamental. Pulida no por la acumulación del detalle, o el desgaste de material con pincel muy fino, sino por la imponente aparición de la figura en medio de la atrevida mezcla que no cede en su color, ni en su fuerza, ni en su materia prima. 
    
   A la pose se llega por un diálogo entre el pintor y el modelo, previo planteamiento del cuadro por el pintor. Se echa mano de muchos elementos. La tradición pictórica cuenta. En el fondo siempre los maestros. La figura externa, evidente y rotunda, que impondrá cierta estética inevitable. Y también la belleza interna. Sin duda la más interesante para dar vida al cuadro. El interior que ennoblece el exterior, lo hace más gozoso, o lo disculpa, desviando la mirada impactada hacia otras cuestiones planteadas. Así la narración de conjunto es siempre muy interesante. La luz es muy pensada. Es, quizás, el mayor condicionante. Lo que de verdad manda en el cuadro. 
   La relación pose-pintor-modelo es amistosa y tranquila. Ambos implicados en el cuadro hasta usar el plural en el hecho de pintar. Al pintor le gusta que el modelo diga: "estamos pintando un cuadro". Sólo así ambos se meten tranquilos en el tiempo, absolutamente indeterminado, que necesita el arte. 
   Complicidad, pues. Y reto para el pintor –y no sólo por el parecido–. Reto honrado y muy libre. No se trata de un encargo en el que se limen arrugas, o se impongan condicionamientos sociales que distorsionen la realidad –ésta se distorsiona sólo por la interpretación posterior–. El pintor respeta el lenguaje corporal del modelo, sin concesiones al disimulo, ni exaltaciones impostadas. Pintura de sentimientos, de emociones. Pintura que implica irremediablemente. No vale decir "no entiendo". Aquí se entiende todo, incluso lo que nos incomoda. 



Del lenguaje

  Se publica ahora en castellano el libro "Poética musical" (Editorial Acantilado), que recoge las seis lecciones magistrales que el compositor Igor Stravinski dio en la universidad de Harvard en 1939. En estas lecciones, el compositor ruso reniega absolutamente del sambenito de revolucionario que todos le otorgan. La novedad de "La Consagración de la Primavera" no reside en la escritura, ni en la instrumentación, ni en el aparato técnico, sino en la entidad musical. Los arrebatos revolucionarios nunca son enteramente espontáneos --prosigue el compositor--; hay gentes hábiles que fabrican revoluciones con premeditación... Para ser franco, me vería en un apuro si quisiera citarles un solo hecho que, en la historia del arte, pueda ser calificado como revolucionario. El arte es constructivo por esencia. La revolución implica una ruptura de equilibrio. Quien dice revolución dice caos provisional. Y el arte es lo contrario al caos. 
   Hasta aquí la cita del genial compositor, cuyas lecciones no tienen desperdicio. O sea, que la persona a la que los músicos consideramos renovador y casi inventor de un nuevo lenguaje musical, en absoluto se consideraba rompedor, sino continuador de toda la tradición compositiva. 
  
   Trasladándonos a la pintura, parece que las cosas son absolutamente distintas. Hoy día hay muchísimos pintores que inventan --dicen ellos-- nuevos lenguajes. Como si se pudiera inventar un nuevo abecedario cada día. Se inventan un lenguaje que sólo ellos entienden, y lo aplican en una obra bastante incomprensible para el espectador. Tanto, que se tardaría tiempo en comprender algo de ese lenguaje, por lo que la obra es tomada por lo más decorativo o superficial, en el mejor de los casos. 
   Parafraseando las palabras de Stravinski, la novedad de la pintura de esta exposición no está en los materiales, ni en el método, sino en su entidad pictórica y en la claridad del lenguaje. Aquí nadie se puede escudar en la frase muy repetida en las exposiciones: "como no entiendo doy una pasada rápida y me voy". A lo más que se llega es a decir me gusta o no me gusta; como si se tratara de comer patas de cerdo. A mí eso me parece insuficiente. El gustar en arte es emocionarse, o no; es comprender lo más posible; es inquietarse y sorprenderse por algo; es pensar y meditar sobre el hombre y su creatividad; sobre el hombre y las relaciones que establezca con otros hombres o con los elementos. Etc. 
   Y creo que esta exposición, precisamente por lo inusual –figura y desnudo–, sorprenderá al espectador y, en mayor o menor medida, emocionará, o, por lo menos inquietará al aficionado a la pintura, al establecer una relación individual, incluso íntima, con los personajes de estos cuadros. O, más bien, con las circunstancias de los personajes de estos cuadros; con sus historias que, en muchos casos, serán muy parecidas a las nuestras. Y, al verlas ahí dignificadas por una tradición pictórica de siglos, nos servirán unas veces de consuelo, otras de gozo. 
  
   Reivindico para esta pintura su absoluta modernidad dentro del arte figurativo, por sus entornos, por el concepto de atrapar una realidad que se vive ahora, incluso por las influencias que alguien verá de Lucian Freud, por ejemplo. Y reivindico el gran peso de la tradición pictórica bien asimilada. Y no sólo por el acervo cultural universal que hay detrás de cada cuadro, sino por la plasmación que hace el pintor de las influencias cercanas, muy próximas, que se han ido acumulando en la retina desde niño; a saber, esos maravillosos retablos góticos y, sobre todo, romanistas, que pueblan nuestras iglesias. 
   Musicalmente esta pintura tiene una densidad 'bruckneriana', como en literatura tendría una prosa 'galdosiana'; pero si se adentra uno en su sutileza, la encuentro, por elaboración y estructura, muy cerca de óperas que la compositora Kaija Saariaho ha estrenado recientemente en Salzburgo. Remiten continuamente a tradiciones como el gregoriano o la música antigua, y a la vez son de una contundente modernidad. También veo, en esta pintura, el tratamiento que Cristóbal Halffter da al "hoy comamos y bebamos" de Juan del Encina, en su ópera Don Quijote. Todo esto son comparaciones muy personales que serán extrañas para la mayoría; pero lo que trato de decir es que hay lenguajes con apariencias antiguas y son muy modernos, y viceversa. 

   Javier Monreal

 

Diccionario de luces >>

 

Miguel Angel Eugui
Oleos y dibujos

© Miguel Angel Eugui Pastor 
© fotoAleph. All rights reserved
www.fotoaleph.com

Fotografías: Paco Ocaña, Miguel Angel Eugui 
Textos: Javier Monreal 
Traducción: Karrikaluze Euskaldunon Elkartea 
  
 


Otras exposiciones de Miguel Angel Eugui en fotoAleph
Elogio de lo cotidiano
(Bodegones)
   
Elogio de lo cotidiano

Oficio de colores

Miguel Angel Eugui

 


fotoAleph / Galería de Pintura