Galería de pintura

Elogio de lo cotidiano

La mirada alrededor


   "¡Oh asombro! ¡Quién pensara que los viejos pintores
   pintaron la Pintura con tan claros colores;
   que de la vida hicieron una ventana abierta,
   no una petrificada naturaleza muerta!"
   (Rafael Alberti, A la pintura)

  
   Siempre
me ha chocado, por sus fúnebres connotaciones, la expresión 'naturaleza muerta' para referirse en el vocabulario de la pintura al género del bodegón. Y el hecho paradójico de que en inglés se utilice para designarlo la fórmula still life, que contradice a la anterior. ¿Cómo la podríamos traducir? Literalmente sería 'vida quieta' o 'vida inmóvil', que parece sugerir la congelación de un instante de la vida en una imagen, definición que se ajusta más al concepto.
Miguel Angel Eugui   Los Rolling Stones jugaron con ese doble sentido para titular Still life el disco de uno de sus conciertos grabados en vivo. Still life = 'Vida todavía' (?) Sigamos con el juego: rolling stones = cantos rodados. Y vaya que si han rodado esos cantos. Y un grupo de cantos rodados en un patio a la intemperie constituye un bodegón = still life = 'naturaleza muerta'. Pero esa naturaleza está muy viva. Véase con qué alegría vive el musgo sobre las piedras, tapizándolas de terciopelos verdes. Y cómo obliga a la pintura a saltar del bodegón al género paisajístico, a meterse inopinadamente a lidiar con la naturaleza.
   Las fronteras entre los géneros se desdibujan. La mirada tiene que hacerse transversal. Pero no es sólo eso. Resulta que la geometría de la naturaleza es fractal. Lo que está arriba está abajo, lo grande está en lo pequeño, el todo en cada parte. Cada porción de la naturaleza contiene el entero cosmos. "Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito", dijo Hamlet. Vistos de cerca, los musgos son vastos bosques, las hierbas conforman oscuras selvas, las piedras se hacen montañas, erosionadas por la lluvia y el viento.
   Caen las hojas del otoño y el bodegón se realza con un manto de oro, pero a la vez la escenografía se transmuta por completo. Una lluvia amarilla de hojas de glicina va cubriendo los cráneos y los cantos rodados que estaban posando para el tondo titulado 'Noviembre'. Me veo obligado a decidir qué hojas pinto y qué hojas no para que el bodegón siga conservando su entidad visual y no tener que titularlo 'Montón de hojas'. Cuando ya está decidido y hecho, retirando unas hojas de aquí, colocando cuidadosamente otra hoja allá para equilibrar la composición, se puede proseguir con la tarea, pero es entonces cuando interviene el gato, que salta de súbito encima del bodegón y de tres zarpazos desbarata la composición más esmerada. Recomiendo no pintar cuadros cuando se está en compañía de un gato al que le gusta colaborar. El mío es de ésos: salta sobre la paleta, mete las patas en los pigmentos, y luego aparecen los suelos pintados en un estilo que recuerda al puntillismo.
   Still life? ¿Vida inmóvil? El cielo gira, el sol galopa, la luz se mueve, las sombras se alargan, los tonos varían, los colores se trastocan, y uno no es Josué. Y el pincel tiene que trabajar a contrarreloj, porque en unos minutos todo habrá cambiado, las luces de la escena se apagarán, el bodegón será otro. ¡Qué poco muerta está esta naturaleza!

Miguel Angel Eugui   Y ¿cómo demonios hace la pintura para capturar lo efímero? ¿Cómo una sucesión de un millar de pinceladas a lo largo de varios días puede inmovilizar lo que muta a cada instante? Yo todavía no lo sé. Personalmente siempre he preferido pintar (sea retrato, figura, paisaje o bodegón) del natural, a ser posible con luz natural, con el modelo delante, con el número de sesiones necesarias y sin recurrir a atajos como la fotografía. Y tengo comprobado lo difícil del reto. Sé por propia experiencia los pocos barcos que llegan a buen puerto en este mar de la pintura.
   Un motivo más para admirar a Sorolla, a Monet, a los impresionistas. O a los maestros de los bodegones barrocos, que con esos claroscuros de luz natural traen a nuestras retinas la atmósfera de otras épocas.

   Mi pintura de bodegones trata de alejarse del 'bodegón amable', decorativo, basado en motivos de estética demasiado evidente como jarrones y flores. Y no porque la belleza de la rosa no me parezca deslumbrante, sino porque trato de buscar esa belleza en otros parajes menos frecuentados. No me hace falta ir muy lejos: a nada que pasee uno la mirada alrededor los encuentra. Un humilde tarro de aguarrás, un carrete de hilo, una ristra de ajos, esconden cosas que no se ven a primera vista, paisajes en penumbra que se desvelan al ser iluminados por una larga observación. Se trata entonces de trasladar esas zonas de misterio al espacio acotado del lienzo. Y tener muy en cuenta la dimensión-tiempo (ya que, lo hemos visto, nada hay inmóvil en una 'naturaleza muerta'), atrapando al vuelo ese instante único en el que la angulación de las luces y sombras crea el hechizo.


   Utilizo a veces formatos menos habituales que el típico cuadro rectangular. Rombos, cuadrados girados, cubos de madera, tondos... Cada motivo tiende a pedir su propio formato. La superficie redonda del tondo plantea una dificultad añadida a la composición, pues se pierden las referencias horizontales-verticales de los bordes del cuadro, y hay que ingeniárselas para fijar bien la perspectiva. Me viene a la cabeza lo que le dice Leporello a doña Elvira de Burgos en Don Giovanni de Mozart:
Miguel Angel Eugui   "Madama: in questo mondo
   il quadro non è tondo"
   No creo que sea necesario comentar que el método que sigo en mi pintura exige un cierto grado de disciplina. Establecer un horario fijo para sincronizarse con el movimiento del sol, procurando que cada sesión tenga la misma luz, las mismas sombras, las mismas tonalidades. Cuando el sol no acude a la cita y sale un cielo nublado que tiñe de un tono plomizo los colores del bodegón, doy un día de descanso al pincel, y me puedo pasar horas sentado frente al cuadro estudiando las armonías, las disonancias, las transiciones de volúmenes y colores. Por dónde sigo. Por dónde no sigo. Qué cambio, qué añado, qué quito.
   Son coloquios en silencio, diálogos callados entre el pintor y lo pintado. Un tenso y prolongado duelo visual a corta distancia, que poco a poco va desentrañando los inesperados matices que puede encerrar una agrupación casual de objetos cotidianos, en los que, precisamente por ser cotidianos, ni nos dignamos detener una mirada. Ese cacharro oxidado, esas patatas de piel áspera y parda, esa cebolla cerrada y pobre. También quieren posar. Tienen tanto derecho como la rosa, la porcelana y el armiño a ser retratados, a exhibir su humildad, a ofrecerse desnudos al pintor para hacerle sentir, como describió Alberti, "la sorprendente, agónica, desvelada alegría / de buscar la Pintura y hallar la Poesía".

   Miguel Angel Eugui Pastor

 

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Elogio de lo cotidiano
Miguel Angel Eugui

 
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Textos: Javier Monreal
Traducción: Malen Eugi, Xabi Jaso
 
 


 

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