Exposiciones fotográficas

Las inclinaciones peligrosas

La tierra inclinada de Pisa


   You're the Nile,
   You're the Tower of Pisa,
   You're the smile of the Mona Lisa.
  
   (De la canción de Cole Porter "You're the Top!")

 

   Los sentidos nos engañan. La torre inclinada de Pisa no está inclinada. Es el mundo el que está torcido.
   Comprendí esto cuando subí a la torre de Pisa para fotografiar Pisa desde la torre. Cuando remontamos ese excéntrico campanario que hace siglos amenaza con desplomarse, y lo puede hacer en cualquier momento, no podemos evitar que desfilen por nuestra mente una serie de cuestiones de orden físico. ¿Aguantará todavía un poco? ¿O estará su centro de gravedad a punto de sobrepasar el eje vertical del cilindro? ¿Y si el peso de mi cuerpo resulta ser la gota que colma el vaso?
Las inclinaciones peligrosas   La primera regla de la fotografía es que en la fotografía no hay reglas. De lo que se deriva que todos los puntos de vista son igual de válidos (lo que no significa que todo vale). Entiéndase por 'punto de vista' el lugar donde se coloca la cámara, que en este caso era el séptimo piso de la torre.
   Cada piso de la Torre de Pisa consiste en una balconada circular que rodea el cuerpo cilíndrico del edificio, ornado de una columnata románica que sostiene arcos de medio punto, todo hecho en un deslumbrante mármol color marfil. Pero ojo, el suelo de esta balconada o logia es también del mismo mármol, solo que está totalmente pulimentado por las pisadas de los miles y miles de visitantes que en los últimos ocho siglos han subido a la torre. Nuestros pies pisan un piso liso, bruñido como una patena y extremadamente resbaladizo. Sucede también que este balcón no tiene ningún tipo de pretil, barandilla o parapeto protector, de forma que dar un paso más allá del límite del suelo de mármol es caer en el abismo, como pasaba cuando la Tierra era plana y un barco navegaba hasta el borde. Los fotógrafos que padezcan de vértigo, mejor que se abstengan de hacer la prueba y recuerden que la fotografía es a veces un deporte de alto riesgo.
   Para llegar a ese séptimo piso, que es el penúltimo de la torre, hay que ascender por una escalera de caracol de casi 300 escalones, construida en el interior del cilindro. La espiral ascendente de esta escalera es afectada por la oblicuidad de paredes y huecos, y quien por ella sube cree a tramos estar bajando, como si además de dar vueltas en torno al eje los escalones hicieran olas. Más que un caracol, esta estructura es una serpiente enroscada, una molécula de ADN. El cuerpo pierde el sentido de la verticalidad y la mente es asaltada por imágenes de Escher: esas escalinatas por las que se baja al subir, se sube al bajar y da lo mismo pisar la huella que la contrahuella porque enlazan consigo mismas en un bucle por el que se puede subir eternamente o bajar eternamente dando vueltas y más vueltas.
   Llega uno pues a esas alturas un tanto mareado, con el sentido del equilibrio descalabrado, y se encuentra pisando la estrecha y resbalosa superficie de un séptimo piso que se asoma al vacío sin ningún tipo de protección. Al circunvalar esa aérea logia para encontrar un buen punto de vista, dando un rodeo de 360º a la torre, el suelo de mármol está a veces en pendiente cuesta arriba, y otras veces, tras un punto de inflexión, cambia de sentido como una montaña rusa y se desliza cuesta abajo, inclinando nuestros cuerpos peligrosamente hacia el borde del abismo. Si tenemos en cuenta que la torre supera los 55 metros de altura –el equivalente a un edificio actual de 18 pisos–, se puede calcular la gravedad del peligro, que es independiente del piso del que caiga el cuerpo.
    En estas condiciones hay que fijar el encuadre y la composición de la fotografía. Intente hacer una foto cuando le tiemblan las piernas como un flan, subido a lo alto de una torre de marfil que no se ha derrumbado todavía de milagro y se mueve imperceptible pero imparablemente como si fuera la aguja de un reloj que estuviera a punto de señalar la hora y el minuto del colapso.
   El trípode suele suponer una ayuda en casos parecidos, solo que no hay en el mundo un caso parecido al de Pisa. Si se coloca el trípode en el suelo, las columnas del edificio encuadradas en primer término aparecen verticales en el encuadre, pero el resto del mundo se escora hacia un lado, la línea del horizonte se hace diagonal, el duomo se transforma en la catedral inclinada de Pisa (foto13). Y viceversa: si queremos recuperar la horizontalidad del horizonte, debemos prescindir del trípode e inclinar nuestro cuerpo para alcanzar paradójicamente la verticalidad, la vertical de una plomada. En este caso son las columnas de la torre las que basculan, llenando el encuadre de diagonales y trastocando las perspectivas.
  
Las inclinaciones peligrosas   De las pocas cosas que creo entender de la teoría de la relatividad de Einstein es que en el universo no hay un punto de vista privilegiado para observar los fenómenos. El mundo físico funciona igual tanto si se observa desde la Torre de Pisa como desde la Luna o desde un fotón que viaja a la velocidad de la luz en los confines de la Vía Láctea. Si contemplamos una bandada de patos migrando, tan correcto es decir que las aves vuelan en tal dirección como decir que el mundo vuela en sentido contrario. Puesto que la percepción de lo observado es afectada por la posición y movimiento del observador, es necesario ir más allá del engaño de los sentidos para encontrar las leyes internas que regulan los hechos, reconciliando las percepciones aparentemente contradictorias. En este sentido, la relatividad tiene muy poco de relativista.
   ¿Se inclina la Torre de Pisa o es Pisa la que se inclina? Las dos cosas. En esto la fotografía no tiene preferencias.
   Si alguien luchó toda su vida contra el engaño de los sentidos fue el más ilustre hijo de Pisa, Galileo Galilei, que nació en esta ciudad en 1564. Como físico y matemático, impulsó el método empírico, contraponiéndolo al método especulativo aristotélico, aquél cuyas teorías eran concebidas sin ser refrendadas por la práctica experimental. En 1581, cuando era un estudiante de diecisiete años, Galileo observó en la Catedral de Pisa que cuando las lámparas oscilaban lo hacían siempre en el mismo tiempo, independientemente del tamaño de la lámpara y de la amplitud de la oscilación. Formuló así la ley de isocronía de los péndulos, demostrando entre otras cosas que el péndulo oscila más rápido cuanto más cerca se halla del centro de la Tierra, y que su movimiento no depende de la masa. Galileo fue precursor del péndulo de Foucault, que probaba experimentalmente la rotación de nuestro planeta.
   Se dice que Galileo practicó en la Torre de Pisa una serie de experimentos que le condujeron a enunciar las leyes de la caída de los cuerpos. Si la historia no es vera, por lo menos es ben trovata. Imaginemos la escena: se supone que desde lo alto de la torre inclinada Galileo, asomado peligrosamente al borde, dejaba caer al vacío al mismo tiempo dos balas de cañón de distinto peso, para estudiar las velocidades de caída. Nuestro sentido común nos dice que la bala más pesada sería la primera en llegar al suelo. Así lo había dictaminado Aristóteles, precisando además que si un objeto tiene doble peso que otro, caerá al doble de velocidad.
    Pero el sentido común no solo es el menos común de los sentidos, sino que encima nos miente. Lo cierto es que ambas balas caerían con la misma aceleración y tocarían el suelo al mismo tiempo, independientemente del peso de cada una. Eso es así por más que nuestra mente se resista a creerlo, y cualquiera lo puede verificar con el más sencillo de los experimentos: dejando caer a la vez desde cierta altura dos objetos de distinto peso, pongamos una llave de metal y una caja de cerillas.
Las inclinaciones peligrosas   Basándose en los resultados de sus experimentos, que en realidad consistían en hacer rodar las balas por planos inclinados –no en arrojarlas desde la torre inclinada–, Galileo elaboró algunas tesis fundacionales de la mecánica, recogidas en su obra De motu.
  
   ¿Podemos fiarnos de nuestras percepciones? ¿Podemos fiarnos de ciertas autoridades consideradas infalibles? Resulta que la Tierra no era plana, como nos decían los sentidos, sino esférica. Que el Sol no giraba alrededor de la Tierra, como nos decía Ptolomeo, sino que es la Tierra la que si muove alrededor del Sol, como demostró Copérnico y defendió Galileo. Que los cielos no son inmutables, como decía la Iglesia, puesto que aparecen novas, ni los astros son esferas perfectas, puesto que hay cráteres en la Luna y lunas alrededor de Júpiter y anillos abrazando Saturno y manchas en el Sol, como cualquiera puede confirmar con sus propios ojos si usa, no el telescopio de Galileo, sino el más modesto de los catalejos de amateur actuales, experimentando la primera vez que lo hace el mismo estremecimiento de emoción que debió sentir el sabio pisano. Si alguien ha contribuido a sacudir el polvo de las doctrinas y creencias anquilosadas, a promover un cambio de paradigma en el pensamiento humano, ése es Galileo. Podemos agradecer a la diosa Fortuna que no se diera un patinazo en la torre y acompañara a sus balas en la caída.
   Pisa era un importante centro del saber desde la Alta Edad Media, con una universidad cuyo renombre ha prevalecido hasta los tiempos actuales. Aunque fue Galileo el más grande de los sabios que dio la ciudad, no fue el único. El matemático Fibonacci (Leonardo de Pisa) era también nacido en Pisa (hacia 1170). A él se debe la introducción en Europa en 1202 de los números 'arábigos', hoy de uso universal. Que en realidad eran de origen indio, aunque venidos a occidente a través de los árabes. Y que incluían el cero, gran innovación que no conocían los romanos (pero sí, curiosamente, los mayas). El concepto de cero revolucionó la aritmética y agilizó todas las operaciones matemáticas. Si lo duda, intente hacer una simple suma de dos cantidades expresadas en números romanos, que no usan el cero: MCCII + DCCXCVIII, por ejemplo.
   Leo en la Wikipedia que en 1934 a Benito Mussolini le vino a las mientes la disparatada idea de enderezar la Torre de Pisa hasta que quedara en posición vertical. A los técnicos no se les ocurrió mejor cosa que verter cemento en la base de la torre. El resultado fue que la torre se hundió aún más en la tierra reblandecida. ¡Qué maldita manía tienen los fascismos y las dictaduras militares de ponerlo todo derecho y ponernos a todos firmes! De haberlo conseguido, il Duce habría suprimido de un plumazo la fascinación que ejerce, atrayendo como un imán a visitantes de todo el mundo, la peligrosa inclinación de la torre. Sea dicho esto sin menoscabo del excelso mérito arquitectónico que, con inclinación o sin ella, poseen de por sí los magníficos monumentos del Campo de los Milagros de Pisa.
   No estará de más recordar que la de Pisa no es ni mucho menos la única torre inclinada de Italia, país abundante en este tipo de anomalías arquitectónicas. En Bolonia, sin ir más lejos, las torres medievales de Garisenda y Asinelli aún alzan sus esbeltos prismas hacia el cielo, cerca una de otra. Ambas están inclinadas, aunque con un ángulo distinto de oblicuidad. La primera se separa de la vertical 3,2 metros, y la segunda 1,3 metros. Y sus inclinaciones tienen además distinta orientación: vistas desde cierto punto, sus cúspides parecen tocarse. En Venecia y las islas vecinas también hay otras torres inclinadas (ver foto en la exposición de fotoAleph Cita en Venecia). Para una que tienen derecha, el Campanile de San Marcos, se les ha colapsado ya varias veces (ver montaje fotográfico).
   Torres inclinadas hay en todo el mundo, desde España (la de San Juan de los Panetes, en Zaragoza) hasta China (la Pagoda Yunyan Ta, también conocida como la 'pagoda inclinada', en Suzhou). Pero el récord mundial de inclinación no lo tiene la de Pisa. La torre más inclinada del mundo se encuentra en Alemania, en un pequeño pueblo llamado Suurhusen (Baja Sajonia): el campanario de la iglesia tiene un ángulo de inclinación de 5,07 grados respecto a la vertical, mientras que la Torre de Pisa tan solo alcanza un ángulo de 3,97 grados. Si la de Pisa es la más célebre del mundo, ello se debe no solo a su vertiginosa inclinación, sino a constituir, con sus ingrávidas arquerías de mármol tostado por el tiempo, la más bella de las torres inclinadas.

   Eneko Pastor

 

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Las inclinaciones peligrosas
La torre de Pisa

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Cita en Venecia
  
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