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La isla de Rodas

La caída del gigante

  
   Es admirable por la bondad de sus leyes y por la sabia administración de los asuntos de estado y, sobre todo, en lo que se refiere a la navegación, pues Rodas tuvo durante largo tiempo el dominio del mar, exterminó la piratería y se hizo amiga de los romanos y de los reyes que eran amigos de los romanos y de los griegos.
   Estrabón

 

   Con sus 1.400 km2, la isla de Rodas (en griego moderno, Rodhos) es la de mayor extensión del Dodecaneso, el archipiélago más oriental del Mediterráneo, y la segunda isla griega más grande después de Creta. Emerge de las aguas del mar Egeo muy cerca de la costa sur de Turquía, a solo 18 km del litoral de la región turca que antiguamente se conocía como Caria (foto24).
   Puede que el topónimo de Rodas provenga de la palabra fenicia erod, que significaba 'serpiente'. En la antigüedad la isla estaba infestada de serpientes, e incluso hoy en día los granjeros de Rodas calzan botas de cuero para protegerse de la picadura venenosa de algunos ofidios.
La isla de Rodas   La isla cuenta con abundantes pastos y sus cultivos principales son desde antiguo los omnipresentes en el Mediterráneo: cereales, olivos, vid. El dios Eolo azota a Rodas, como a otras islas del Egeo, bajo las formas de Bóreas, Noto, Euros y Céfiro, y los campos, jalonados de molinos de viento, recuerdan a algunos lugares de La Mancha.
   Bajo un régimen de democracia limitada, en la que las familias más adineradas detentaban el poder, pero con un sistema de gobierno eficiente, la isla de Rodas disfrutó en la antigüedad clásica de una buena administración. Su sistema monetario era ampliamente aceptado en los países mediterráneos.
   Sus leyes marítimas, las más antiguas de las que quedan registros, fueron obedecidas en todo el Mediterráneo y adoptadas por Augusto para el imperio romano. Léase a este respecto una cita de Antonino Pío, emperador de Roma de 138 a 161, referido a un litigio marinero: "Yo soy desde luego el señor del mundo, pero la Ley es el señor del mar. Esta cuestión debe ser decidida por la ley marítima de los rodios, dado que no contraviene a ninguna de nuestras leyes".
   Este corpus de leyes de navegación, que también fue parcialmente incorporado al código bizantino, constituye aún hoy la base del derecho marítimo. La 'Ley Rodia' establecía, por ejemplo, una norma todavía vigente: que las pérdidas ocurridas a un capitán como consecuencia de tratar de salvar un barco y su cargamento de algún peligro deben ser asumidas proporcionalmente por todos los propietarios del cargamento, así como por el dueño de la embarcación.
   La isla-estado de Rodas armó una pequeña pero competente flota para defender su tráfico marítimo. Los barcos de guerra rodios hicieron uso de recipientes con fuego sujetos a palos que disparaban con arcos, anticipándose en varios siglos a la utilización de este tipo de armas por los griegos.
   Además de avezados navegantes, los rodios demostraron ser hábiles mercaderes. Del puerto de Rodas partían navíos mercantes cargados de ánforas con destino a los más lejanos emporios del Mediterráneo. Los principales recursos productivos de la isla radicaban en el cultivo de la vid y la elaboración de vino, al igual que ocurre en el presente. La riqueza y poder que acumularon los rodios (se calcula que hacia 170 a C movilizaban un millón de dracmas anuales por actividades de importación y exportación) propició que la isla de Rodas ejerciera una marcada influencia política en todo el Mediterráneo, sobre todo en defensa de la libertad de navegación. Los rodios guerrearon contra Bizancio con el fin de mantener abiertos los estratégicos estrechos de Dardanelos y Bósforo, que comunican el mar Mediterráneo y el mar Negro. Combatieron también a los piratas de Creta.

   La isla de Rodas ha sido estudiada arqueológicamente desde fechas tan tempranas como los años 70 del siglo XIX, en la misma época que Heinrich Schliemann sentaba las bases de la arqueología científica con sus excavaciones en Troya y Micenas a la búsqueda de los orígenes de la civilización griega. En sus yacimientos se han descubierto abundantes artefactos de los periodos micénico y posteriores, pero ningún palacio micénico como los de Creta o el Peloponeso.
   En la época clásica, la isla de Rodas era famosa como un centro de pintura y escultura. También se impartían allí enseñanzas de filosofía, y durante más de tres siglos mantuvo en funcionamiento una importante escuela de retórica, donde estudiaron Catón, Julio César y Lucrecio. Entre los poetas rodios sobresalieron Pisandro, autor de la Heracleia, y Apolonio (que aunque nativo de Alejandría fue gran parte de su vida ciudadano honorario de Rodas), autor de las Argonáuticas.
La isla de Rodas   La escuela de escultura de Rodas estaba a la altura de las de Atenas o Pérgamo, con un estilo propio que se caracteriza por ser uno de los más abarrocados del helenismo. Los escultores rodios fueron prolíficos: entre sus muchas obras, las más célebres son el grupo de Laoconte y sus hijos devorados por las serpientes que se custodia en los museos del Vaticano, realizado en mármol por Polidoro, Atenodoro y Agisandro de Rodas, y la Victoria de Samotracia conservada en el Louvre, que aunque fue hallada en la isla de Samotracia, es de autoría atribuida a Pitócrito de Rodas. A este mismo escultor se debería un insólito bajorrelieve rupestre tallado en un peñasco natural en la subida a la acrópolis de Lindos, que reproduce con gran precisión un navío de la época (foto13).
    De las tres ciudades antiguas de la isla de Rodas, Lindos, asentada en una bahía, era la que poseía los mejores puertos. Lindos es hoy un pintoresco pueblo, junto a una playa
(foto11), formado por un aterrazamiento de casas blancas en torno a un farallón rocoso que está coronado por una acrópolis de la época griega clásica y protegido por una fortificación medieval construida por los Caballeros de San Juan en el siglo XV. Entre las ruinas de Lindos se conserva, muy restaurado, el templo de Atenea Lindia (ss. V-III a C), en el punto más alto de la acrópolis, que en su tiempo era el santuario más venerado de la isla, y continuó siéndolo tras la fundación de la ciudad de Rodas. Su culto incluso pervivió en la Edad Media, muerto ya el paganismo, bajo la forma de adoración a una Virgen de la Gruta situada en el mismo emplazamiento. Se accedía al templo por una escalinata monumental que remontaba sucesivos patios y terrazas porticados. La estatua de la diosa estaría adosada a la pared del fondo del templo y era probablemente criselefantina, es decir, realizada en oro y marfil, al igual que las desaparecidas estatuas de Atenea del Partenón y la estatua de Zeus en Olimpia. Esta última fue otra de las Siete Maravillas del Mundo que se desvaneció en las brumas del tiempo.
   Camiros, otra de las tres ciudades fundacionales de la isla de Rodas, no es hoy sino un campo de ruinas junto al mar
(foto22), dominado por el monte más alto de la isla: el Ataviros, de 1.200 m. El lugar estuvo habitado desde la época micénica, pero a partir del siglo IV a C se construyó una nueva ciudad con trazado urbano hipodámico, es decir, distribuido en una cuadrícula ortogonal, a la manera de la recién fundada ciudad de Rodas, a la que tomaba como modelo. Se repartía en dos terrazas: en la superior se hallaba la acrópolis, y en la inferior las viviendas y edificios públicos. Las excavaciones han sacado a la luz múltiples objetos importados de otras islas del Egeo, sobre todo piezas de cerámica, que dan fe de los intensos intercambios comerciales que había establecido Rodas a lo largo y ancho del mar Mediterráneo.
  
   La ciudad de Rodas de los Caballeros, capital de la isla y del archipiélago griego del Dodecaneso, puerto franco, es hoy la única aglomeración urbana importante de Rodas, situada en la punta nordeste de la isla, no lejos de las ruinas de la antigua Yalisos. Asentada en una pequeña península junto al histórico puerto Mandrakion, que supuestamente era el emplazamiento del Coloso de Rodas y cuyos muelles están todavía fortificados con murallas construidas en la Edad Media, la ciudad de Rodas está dividida en dos zonas: una moderna y una de época gótica (fotos 02 y siguientes). Esta última, enclaustrada en un recinto amurallado, fue construida por los Caballeros de Rodas en el siglo XIV sobre la antigua urbe griega de época clásica, de la que no subsisten más restos que las ruinas de la acrópolis. Así la describía el geógrafo Estrabón en el siglo I d C:
   La ciudad de los rodios está situada en el extremo oriental de la isla, y, por sus puertos, sus caminos, sus murallas y todo tipo de construcciones, es tan distinta de las otras, que no podríamos mencionar una que sea igual a ella, o se le parezca, y mucho menos que le sea superior. (Estrabón, Geographia, XIV, 2, 5)
La isla de Rodas   Los ciudadanos de Rodas conmemoraron el éxito de la resistencia de la ciudad al largo asedio (305-304 a C) organizado por Demetrio Poliorcetes contra la isla (poliorcetes = 'asediador de ciudades'), en el marco de las luchas de poder entre los sucesores de Alejandro Magno, erigiendo alrededor del año 290 a C el célebre Coloso de Rodas, una estatua de bronce de más de treinta metros de alto que representaba al dios del sol Helios.
   La estatua de la divinidad se erguía de pie probablemente en el puerto de la ciudad de Rodas. Estaba realizada en bronce con refuerzos de hierro y su interior hueco se había rellenado de piedras para aumentar su estabilidad. Fue obra de Cares de Lindos, un escultor discípulo de Lisipo, el más influyente artista de la época helenística. Cares había esculpido en Tarento una estatua de bronce de Zeus de unos 22 metros de altura, por lo que se le solicitó que construyera una estatua gigantesca al dios Helios, protector de la isla de Rodas.
   La colosal escultura fue ponderada como una de las Siete Maravillas del Mundo (se entiende del mundo antiguo) en la célebre clasificación atribuida a Filón de Bizancio.
   Recordemos cuáles eran las otras Maravillas: la Gran Pirámide de Egipto, los Jardines Colgantes de Babilonia, el Faro de Alejandría, el Artemision de Efeso, el Mausoleo de Halicarnaso y la estatua de Zeus en Olimpia. El tiempo ha sido implacable con ellas. La única que queda prácticamente intacta es la gran pirámide de Keops en Giza, que es a su vez la mayor pirámide del mundo. De las restantes 'Maravillas' sólo sobreviven escasos restos del Mausoleo y del Templo de Artemisa, y algunos sillares del Faro sumergidos en las aguas de la bahía de Alejandría. De los míticos Jardines Colgantes de Nabucodonosor lo único que se ha identificado entre las ruinas de adobe de Babilonia es su emplazamiento. Y la gran estatua de Zeus Olímpico, de doce metros de alto, esculpida en oro y marfil, desapareció para siempre coincidiendo con el fin del paganismo y el comienzo del cristianismo.
  
   La más destacada de todas es el Coloso de Helios, del que el autor de los versos yámbicos dice 'De setenta codos de altura, Cares de Lindos me hizo'. (Estrabón, Geographia, XIV, 2, 5)
   Si hemos de dar crédito a las medidas consignadas por Estrabón, setenta codos de alto equivalen nada menos que a 31 metros, la altura de un edificio actual de 10 plantas. Para una estatua de bronce, estas dimensiones son descomunales. Podremos hacernos una idea más cabal de ello si recurrimos a algunas comparaciones.
   ¿Qué otros colosos conocemos de la antigüedad? Son famosos los Colosos de Memnón, dos impresionantes estatuas sedentes del faraón Amenhotep III realizadas en cuarcita, que se levantan todavía en medio de los campos de la necrópolis tebana (Luxor, Egipto): alcanzan los 18 metros de alto. Los superan en altura, sin salir de Egipto, los cuatro colosos de Ramses II, también sedentes, en la fachada del templo de Abu Simbel: más de 20 metros. Pero ha de tenerse en cuenta en este caso que se trata de colosos rupestres, es decir, que están tallados (no construidos) en un acantilado a cuya pared quedan adosadas sus espaldas formando un conjunto monolítico con la solidez de una montaña. Un ejemplo análogo lo constituirían los dos enormes Budas de Bamiyan (Afganistán) destruidos por los talibán en marzo de 2001, que medían 55 y 37 metros de alto. Sus figuras estaban también integradas al acantilado con el que formaban una unidad. Pero es que el Coloso de Rodas era una figura humana de pie y exenta: todo un alarde de técnica para su época, dicho sea sin menoscabo de su calidad artística, que en la Grecia del helenismo se da por supuesta.
   ¿Y qué hay de los colosos de la Isla de Pascua, al otro extremo del mundo? Éstos también se yerguen exentos en las desoladas praderas de esta remota isla del Pacífico. El más alto de los que se erigieron en pie mide 12 metros. El más alto de los inacabados mide 22 metros, pero nunca llegó a ser puesto en pie; su figura puede verse a medio desgajar de la cantera donde se tallaba. Otro coloso exento es el de Sravanabelgola (India), una representación en mármol de Gomateshvara tallada en el siglo X d C, que muestra su cuerpo erguido y desnudo en el patio de un monasterio jain sobre una colina, pudiendo ser divisado desde veinte kilómetros a la redonda. Está considerado como la estatua monolítica exenta más grande del mundo todavía en pie. Mide 18 metros de alto.
   Al lado de estos gigantes, el David de Miguel Ángel, con sus 4,10 metros de estatura, parece quedar encogido a proporciones de liliputiense.
   Habrá que esperar a la segunda mitad del siglo XIX para que al Coloso de Rodas le salga un rival de altura. Es la misma época en que el empleo de grandes vigas de acero permitió la construcción de los primeros edificios que superaron en tamaño a las pirámides de Egipto: los rascacielos. Y la erección de otro coloso de metal que por primera vez en la historia sobrepasó la altura del Coloso de Rodas: se levanta también en una isla, porta también una corona de la que irradian destellos solares, y su altura alcanza los 46 metros. Hablamos, naturalmente, de la Estatua de la Libertad, en la Isla de la Libertad, Nueva York. Inaugurada en 1886, la Estatua de la Libertad es una escultura hueca compuesta de placas de cobre ensambladas sobre una estructura de hierro con tal precisión, que a distancia toman apariencia de una superficie continua. Fue realizada en París por el escultor francés Augusto Bartholdi, con la colaboración de Gustave Eiffel en la labor de ingeniería de su estructura interna.

La isla de Rodas
   Según Filón, el escultor Cares de Lindos forjó el Coloso de Rodas empezando por la base y trabajando hacia arriba. Se necesitaron doce años para realizarlo, de 292 a 280 a C, y los costes del ambicioso proyecto superaron con creces todo lo previsto.
   Doce años tardaron en terminarla y costó 300 talentos, que se consiguieron de las máquinas de guerra abandonadas por el rey Demetrio en el asedio de Rodas. (Plinio el Viejo, Historia natural, XXXIV, 18, 3)
   Al parecer, los rodios habían preguntado al escultor cuánto costaría crear una estatua de 50 pies (15 metros) de altura; cuando les respondió, le inquirieron sobre el coste que tendría una estatua del doble de alto. Él contestó que el doble, y se cerró el contrato. Cares de Lindos no tuvo presente que al doblar la altura de la estatua necesitaría ocho veces más de materiales para su realización, error que le condujo a la bancarrota. Se cuenta que Cares se suicidó para no tener que soportar el oprobio de haber caído en la ruina. La estatua fue terminada por otro escultor de Lindos llamado Laques.
   No se sabe con exactitud el aspecto que presentaba el Coloso, asunto que ha sido objeto de muchas elucubraciones fantasiosas a lo largo de los siglos. En la mitología griega, Helios era imaginado como un hermoso dios antropomorfo coronado con la brillante aureola del sol, que proyecta rayos alrededor de su cabeza. Un rasgo iconográfico que fue adoptado por los partos y por los persas sasánidas para representar a su deidad solar Mitra (ver ejemplos en Nemrut Dagi, Turquía, y en Taq-i Bostan, Irán).
   Helios era el dios estatal de la isla de Rodas, su numen protector. Su rostro luce irradiando rayos solares en el anverso de los dracmas y hemidracmas que acuñaban los rodios, mientras que el reverso de las monedas presenta una rosa (en griego, rhodon), el emblema de Rodas. Quizá se tapaba los ojos con una mano, tal como aparece plasmado en un relieve. Su hercúleo cuerpo se exhibiría desnudo, como corresponde a los héroes y los dioses. La idea de que se sostenía a horcajadas con un pie a cada lado de la entrada del puerto, de modo que los barcos navegaban por debajo de sus piernas abiertas, es una fantasía de origen medieval. Tal disposición sería técnicamente imposible para una escultura de bronce de tamañas dimensiones. Las representaciones gráficas del Coloso en siglos posteriores están teñidas de romanticismo, y las contemporáneas oscilan entre lo delirante y el kitsch (véase como muestra, en la imagen adjunta, una recreación imaginaria dibujada por un artista local, donde el Coloso ejerce además las funciones de faro).
   Hacia 225 a C, a causa de un fuerte terremoto que asoló gran parte de la isla de Rodas, la estatua del Coloso se quebró por la zona de las rodillas y terminó por derrumbarse. Había permanecido en pie durante solo 55 años. Era un dios, pero falleció a la edad de un hombre.
   Los rodios recibieron numerosas donaciones de otros países para contribuir a reparar los daños causados por el temblor, lo que es indicativo del elevado prestigio de que gozaba Rodas en todo el mundo griego. El rey Ptolomeo de Egipto se ofreció a financiar la reconstrucción del Coloso, pero un pronunciamiento del oráculo de Delfos indujo a los rodios a decidir que la estatua no se relevantara.
   Sólo las dos piernas permanecían en pie en tiempos del geógrafo griego Estrabón y del naturalista latino Plinio el Viejo (siglo I d C), que fueron testigos de aquella colosal ruina. Este último escribió que los dedos del Coloso eran tan grandes que un hombre apenas podía rodearlos con sus brazos.
   Un terremoto la postró, pero incluso yacente es un milagro. Pocos el pulgar pueden abarcar con los brazos, sus dedos eran más grandes que la mayoría de las estatuas. El vacío de sus miembros rotos se asemeja a grandes cavernas. En el interior se ven magnas rocas, con cuyo peso habían estabilizado su constitución. (Plinio el Viejo, Historia natural, XXXIV, 18, 3)
   Hoy el Coloso yace en el suelo, destruido por un terremoto hasta la altura de las rodillas. A causa de un oráculo, no se ha vuelto a levantar. (Estrabón, Geographia, XIV, 2, 5)
  
La isla de Rodas 
   Si nos atenemos al canon de proporciones de la figura humana masculina en la estatuaria de la época helenística –y recordamos que el artífice del Coloso, Cares de Lindos, era discípulo de Lisipo, el celebrado escultor griego que propuso el nuevo canon de 'las ocho cabezas'–, podemos calcular que si el cuerpo del Coloso medía realmente treinta y un metros, sus piernas alcanzarían hasta las rodillas unos ocho metros de alto. Los tobillos son el talón de Aquiles de las estatuas, su zona más frágil. Si el Coloso se quebró por las rodillas, es de suponer que sus piernas estarían reforzadas con un soporte auxiliar –un tronco de árbol, un pliegue de tela...– para conferir más firmeza a la base de la estatua, como era práctica habitual en la escultura de la época. De poco sirvió en este caso, pues el punto débil de la estatua se desplazó más arriba.
   Es fácil imaginar la consternación que invadiría a los isleños al contemplar esas dos torres gemelas desmochadas, ese cuerpo de gigante postrado en tierra mostrando sus oquedades oscuras como cavernas. El radiante Helios, dios protector de la isla, yacía en el suelo como un cadáver que presagiara el fin de la grandeza de Rodas. "Dios ha muerto", debieron pensar los rodios dos mil años antes que Nietzsche. Gea, la diosa de la Tierra, lo había fulminado.
   A partir de entonces, los dioses parecen abandonar la isla de Rodas a la deriva, y el otrora gigante de los mares comienza a precipitarse en una imparable caída. La creciente hegemonía de los romanos en el Mediterráneo desplaza a Rodas de algunas de sus plazas fuertes. Las antaño fructíferas actividades comerciales de los rodios van decayendo hasta casi desaparecer.
   La edad de oro de Rodas había tocado a su fin.
   Y, sin embargo, en tiempos del emperador romano Tito (s. I d C), los rodios todavía eran ponderados como "no los mejores de los griegos, sino los únicos helenos que quedan".
   Dicen que los restos del dios caído fueron tenidos por sagrados y nadie osó expoliarlos. Que permanecieron in situ, tirados por tierra, durante más de ocho siglos. El año 653 d C los árabes ocuparon la isla de Rodas y desguazaron los despojos de la estatua para venderlos como chatarra. Se cuenta que con el metal extraído se llenaron las alforjas de más de 900 camellos.
   Tal fue el sórdido destino del Coloso de Rodas, una de las Siete Maravillas del Mundo antiguo. Descuartizado como Orfeo y vendidas sus carnes de bronce al mejor postor, que en este caso fue un judío de Edesa. Quién sabe en qué se reencarnaron con el tiempo esas divinas reliquias metálicas, si en herramientas para labrar los campos o en máquinas de guerra.
   Hoy del Coloso sólo queda en Rodas un vacío, una leyenda, una nostalgia de tiempos perdidos que fueron más poderosos
.

 

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FotoCD96
   
La isla de Rodas
Sin noticias del coloso

 

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