Exposiciones fotográficas

Gentes del Yemen

Rostros del Yemen


   Dedicamos esta exposición a la memoria de nuestro amigo Mikel Essery Arruti, que falleció en Yemen el 2 de julio de 2007, junto a otras diez personas, víctima de un atentado suicida indiscriminado inducido por el fanatismo político-religioso. Mikel era un ciudadano del mundo, y amaba este país.

 

 

   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...
   (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)


   Vi a los nativos del legendario país del incienso y de la mirra, la tierra que gobernaron la reina de Saba hace tres mil años y la reina Arwa hace casi mil.
   Era el país que los antiguos llamaron Arabia Felix, porque el verdor de sus montañas y la feracidad de sus valles contrastaban como feliz excepción entre los despiadados desiertos de la Península Arábiga.
   Vi de cerca los hermosos rostros de sus habitantes, y al verlos sentí el reflejo de la simpatía y hospitalidad de sus corazones.
   Y vi que sus sonrisas ofrecían también un poderoso contraste con la austeridad extrema de su medios de vida, y parecían haber dejado atrás y hasta olvidado las convulsiones de la reciente historia de su nación.
   Vi los rostros de las gentes del Yemen, espejos del alma colectiva de este bellísimo país que va abriéndose poco a poco al mundo.

 

 

   En pocos lugares de la Tierra existe la oportunidad de realizar retratos fotográficos con tanta soltura como en el Yemen. País recientemente abierto al mundo, sus hospitalarios habitantes ven con una mezcla de curiosidad y sentido del humor la creciente invasión de visitantes foráneos que, cámara en ristre, recorren este bellísimo rincón de la Península Arábiga, antaño llamado Arabia Felix (epíteto que pondera el verdor de sus montañas por contraposición a los rigores de los desiertos de Arabia). 
Gentes del Yemen   No es tarea fácil hacer retratos. Será ésta de hecho una de las disciplinas más difíciles y delicadas de la fotografía. Puesto que la cara es el espejo del alma, un buen retrato sería, por definición, aquél que lograra no sólo captar las facciones físicas externas de un ser humano, sino también algún rasgo de su psicología interna, que permitiera al espectador intuir en alguna medida el carácter o personalidad del retratado. En un instante que dura menos que una fracción de segundo, en la película quedan plasmados gráficamente un gesto, una mirada, una postura irrepetible de una persona que ya de por sí es única e irrepetible. ¿Cómo conseguirlo de una forma natural? ¿Cómo evitar la impostación del modelo, la pérdida de espontaneidad que en cualquier sujeto provoca el hecho de ser apuntado por el objetivo de una máquina? Que el observador condiciona lo observado no sólo es una constatación de la estética sino una ley fundamental incluso en física cuántica. 
   Si dejamos aparte el retrato de estudio, que posee su lenguaje específico, creemos que el retrato fotográfico del natural –por ejemplo, el que escoge por tema los rostros nativos con que el viajero se topa por las calles, ciudades, aldeas o campos de un país– tiene también sus propias normas. 
   La primera, intentar hacerse invisible. ¿Y cómo logra esto el fotógrafo? Mezclándose con la población. Dejando pasar un tiempo antes de sacar la cámara, para observar con calma el entorno, para ir empapándose del ambiente, para charlar con las gentes y que las gentes se acostumbren a uno, hasta el punto de que nadie se sienta avasallado por el aparato fotográfico y se le deje de prestar atención. A partir de ese momento mágico empiezan a surgir las mejores fotos, los más genuinos retratos. Trabajadores pillados manos a la obra, ajenos a todo lo que no sea su faena. Mercaderes que reclaman la atención de los viandantes hacia los artículos expuestos en sus tenderetes. Hombres y mujeres que regatean en los zocos. Niños y niñas que corretean por los callejones y juegan a la comba, a la rayuela, a las canicas y, cómo no, al fútbol, aunque sea con un balón desinflado y en una empinada cuesta. Ancianos de rostro barbudo, paseando su serena dignidad por calles y plazas.   

   En lo que respecta al Yemen se da una circunstancia añadida, y es el hecho de que muchos de sus nativos no sólo no tienen inconveniente, sino que piden expresamente al viajero el ser retratados. "¡Sura, sura!", exclaman los muchachos a todas horas por las calles, y no pocos adultos también, demandando que se les haga una foto. Para qué hacerse de rogar. Antes de que se lo piensen dos veces, se saca la cámara y un rápido clic deja inmortalizados sus fotogénicos rostros, su elegante porte, sus medievales atuendos, con sus galabeyas y sus chadores, con sus turbantes y sus yambías. No se crea que nos pedirán algo a cambio. Todo lo más, algunos nativos, muy pocos, solicitarán amablemente que se les envíe una copia de la fotografía. Así lo hacemos en estos casos, por sistema, como detalle obligado de agradecimiento. Invitamos a la persona retratada a que nos escriba en su propia grafía árabe su dirección postal en un papel, que una vez vueltos a casa fotocopiaremos y pegaremos en el sobre donde remitiremos al interesado la sura solicitada. 
Gentes del Yemen   Otras veces seremos nosotros quienes requiramos permiso al sujeto para hacerle el retrato. Es de gran utilidad para ello chapurrear algunas palabras en árabe. La fórmula "monken sura?" (que se podría traducir por "¿me permite hacerle una foto?") obra milagros. Casi todos los yemeníes nos lo concederán de mil amores, y con un cordial ademán de complicidad se prestarán a participar en el consabido rito fotográfico, un tanto sorprendidos y bastante regocijados porque su persona sea motivo de atención para un forastero. 
   Ciertamente, el nativo en estas ocasiones posa, adopta una postura convencional, contemplando hierático el objetivo y perdiendo naturalidad. Pero tampoco ello importa demasiado. Es como si se entablara un pequeño duelo cara a cara. El fotógrafo hace frente al modelo y el modelo sostiene la mirada. Por lo general es una mirada franca, sin dobleces, que no rehúye la nuestra, que escruta al viajero con gesto entre curioso y expectante, que parece taladrarle con esos ojos negros, brillantes y profundos como azabaches para adivinar sus pensamientos más recónditos, hasta el punto de que uno se pregunta quién está fotografiando a quién. 
   Y es así como a la inimitada y frágil belleza de los pueblos y paisajes de este extraordinario país –al que no es un tópico calificar como el perfecto escenario para los cuentos de las Mil y Una Noches, tal y como lo supo ver Pasolini–, se antepone el placer de poder contemplar la belleza de su paisanaje: la áspera hermosura de los rostros de las gentes del Yemen, rostros curtidos por el sol, por el desierto y por la montaña. Semblantes cuarteados de los viejos, despellejados por los embates de la intemperie a dos mil metros de altitud, cincelados de arrugas que nos hablan del duro transcurrir de sus vidas y nos cuentan historias de su pasado. Semblantes alegres e inocentes de los infinitos niños que como una turbamulta nos rodean allá donde vayamos, reclamándonos cada uno la atención, con una algarabía de voces y risas que no ceja. Semblantes apenas intuidos de las mujeres, que se ocultan a nuestro objetivo cubiertos por el velo de sus chadores. Miradas atentas y penetrantes de los campesinos, con sus turbantes o sus kuffiyas palestinas anudadas a la cabeza, la omnipresente yambía o puñal curvo colgando del cinto, y un bulto en la mejilla que delata cuando están masticando qat.

   Al seleccionar las imágenes para nuestra exposición de Gentes del Yemen, hemos procurado alternar los retratos frontales de los nativos con otras fotos que reflejen también a la figura humana inmersa en sus ambientes y actividades, aunque puedan éstas no ser consideradas 'retratos' en un sentido estricto. Hemos intentado también proponer un sucinto muestrario de la inabarcable pluralidad de tipos y gentes que caracteriza a la población yemení, con fotos capturadas tanto en ciudades como en pueblos y diminutas aldeas de montaña, alguna en la costa, de toda la geografía del Yemen, incluyendo el remoto valle de Hadramaut, que, pese a las trabas burocráticas y tras innumerables controles de policía y ejército, ya puede ser visitado en el hasta hace poco cerrado a los extranjeros Yemen del Sur. 
Gentes del Yemen   Veremos así, por ejemplo, a los expendedores de qat en los mercados (foto 38). Conviene saber que el qat es, estando prohibido el alcohol, la droga nacional de los yemeníes, consumida todos los días y por casi todas las capas sociales. Se trata de un narcótico ligeramente estimulante que se activa al masticar de forma prolongada las hojas del árbol del qat (Catha edulis), cuyo cultivo masivo en bosques en las tierras altas va desplazando al histórico cultivo del café, al ser más rentable por su alto consumo interno (un tercio de la economía del ex-Yemen del Norte). Veremos también a las vendedoras de qat del mercado de Ta'izz (foto 42), que llevan fama de astutas regateadoras, pues este oficio no está sólo reservado a los hombres. 
   Dentro de los abigarrados zocos de los pueblos y ciudades del Yemen, podremos contemplar –ya que no aspirar sus aromas– las tiendas de especias, que aún venden hoy, como hace treinta siglos, el incienso y la mirra, a peso, sobre balanzas de platillos. Husmearemos entre los tenderetes de frutos secos (fotos 09 y 10) o entre los cacharros de cerámica de las tiendas de alfarería (foto 11). Entraremos en las carnicerías (foto 14), pollerías (foto 35), pescaderías (fotos 49 y 59) y puestos de verduras (foto 34). Observaremos a las gentes en pleno ramadán, mientras esperan en el restaurante la hora de la puesta de sol, para la ruptura del ayuno diurno (foto 15). O bien bailando por las calles en los festejos propios de este mes sagrado para los mahometanos (fotos 55 y 56). 
   Pese a que el acceso a las mezquitas está en principio vedado a los forasteros no-musulmanes, si demostramos suficiente interés y respeto, los mismos nativos e incluso los imanes (foto 43) nos invitarán a penetrar, descalzándonos, en estos recintos sacros, donde observaremos a los fieles rezar, leer versículos del Corán, o simplemente reposar, o echar una siesta en el suelo, en medio de una atmósfera de calma y recogimiento que contrasta vívidamente con el ruidoso trajín del exterior. 
   Aquí y allá sorprenderemos a niños de menos de doce años trabajando como adultos, vendiendo en los mercados (fotos 10, 13 y 49), limpiando las calles, acarreando barro para fabricar ladrillos de adobe, recogiendo las redes de pescar (foto 46), o haciendo de lazarillos para guiar a los ciegos (foto 31). 
Gentes del Yemen   Veremos también a los vendedores de yambías (foto 12 y 13). La yambía (o jambiya) es el puñal curvo envainado en una trabajada funda y colgado de un cinto a juego que no puede faltar en el atuendo tradicional yemení, como la corbata en un traje occidental. Lo portan casi todos los varones, desde los niños hasta los ancianos, y no tiene otra utilidad que la puramente decorativa. La fabricación de yambías supone una auténtica industria artesanal, pues las hay de todas las formas y materiales, desde las más sencillas a las más lujosas, algunas verdaderas joyas del repujado y la filigrana en plata. 
   Choca aún más que las yambías, a quien visita por primera vez el Yemen, la elevada proliferación de armas de fuego que se ofrece a sus ojos por las calles, en los transportes públicos, en las tiendas o en las mismas viviendas. Su venta es legal. Es normal ver a un padre de familia paseando tranquilamente junto a su consorte e hijos con una escopeta colgada al hombro. Y tampoco es raro que el padre ceda su fusil a un hijo pequeño para que se lo sostenga un rato (foto 27) mientras realiza una compra o una tarea cualquiera. O viajar en un taxi colectivo apretujándose con otros pasajeros que transportan entre sus piernas un pequeño arsenal de cuatro o cinco escopetones; a la pregunta de si llevan puesto el seguro, contestan que sí, que "no problem", pero uno no deja de sentirse inquieto durante todo el trayecto. Y, sin embargo, no hay motivos de preocupación: el ambiente es tranquilo, la agresividad está ausente, los casos de violencia son muy infrecuentes. 
   Esto es lo habitual en casi todo el Yemen. No así en ciertas zonas, como Marib, en el desierto del norte. Los extranjeros que se aventuren en esta atormentada región se verán obligados a pedir un permiso a la policía para visitarla, y se les organizará el viaje en una caravana de jeeps custodiada por una tanqueta del ejército erizada de cañones de metralletas; a cada viajero se le asignará un escolta armado (foto 23) que no le quitará ojos el resto de su excursión, haciendo bastante incómodo cualquier intento de contemplar al libre albedrío las ruinas de la legendaria presa y de los Gentes del Yementemplos sabeos, o los restos del pueblo viejo de Marib, cuyas esbeltas casas-torre de adobe continúan arrasadas tras los bombardeos de la última guerra civil. En esta zona se producen cada cierto tiempo, por parte de elementos incontrolados de las tribus locales, secuestros de turistas o personalidades, que luego son utilizados como rehenes para exigir al gobierno de la nación, más que rescates pecuniarios, la concesión de determinadas reivindicaciones sociales. 
   Este estado de cosas tiende a cambiar en los últimos años, y la realidad actual del Yemen es la de un país relativamente seguro para viajar, con una población nativa acogedora y deseosa de entablar contacto con el extranjero, de intercambiar impresiones y de hacerle la estancia agradable. Lo cual no ha impedido, desgraciadamente, que en julio de 2007 un atentado suicida con coche-bomba se cobrara la vida de once viajeros (ocho de ellos vascos y catalanes) que volvían de una excursión a Marib. Masacre, la primera de este tipo en el Yemen, que fue enérgicamente repudiada por la población yemení, en multitudinarias manifestaciones de condena.
   La simpatía desbordante de los yemeníes contrasta con sus duros medios de vida, en los que los recursos económicos de la mayor parte de la población son de mera supervivencia. En aldeas remotas de las montañas –racimos compactos de casas-torre que yerguen sus sillares encaramados en los más abruptos riscos y sobre borrascosas cumbres a 2.500 metros de altura– los campesinos trabajan de sol a sol en huertas aterrazadas y escalonadas en pendientes de extremado desnivel, mientras sus mujeres cuidan del hogar y los hijos, acarrean leña, y se abastecen de agua por el sistema de bajar todos los días por la falda del monte hasta llegar al río, llenar unos bidones, colocárselos en equilibrio sobre la cabeza, y volver a ascender la montaña por senderos precarios que bordean vertiginosos barrancos. Pero todo este faenar no les impedirá, cuando se crucen en nuestro camino, saludarnos con el "salam alaekum" y darnos la bienvenida con la más sincera de las sonrisas. 
   Sonrisas que nos acompañarán durante todo nuestro viaje por el Yemen y que brillarán en los rostros de sus gentes en toda ocasión y lugar. Cuando nos inviten a tomar un té o a compartir un manojo de qat o a participar en una tertulia vespertina en el mafraj (salón de los invitados, situado en el último piso de cada casa-torre). Sonrisas de camaradería, cuando al poco rato de entablar conversación, ya se dirijan a nosotros cariñosamente con el apelativo de sadiq (amigo). Sonrisas ubicuas de los incontables niños con los que nos toparemos y parlotearemos por todos los rincones del país, y en cuyos alegres ojos queremos entrever esperanzados el futuro del Yemen, un futuro con el que este sufrido pueblo por fin pueda hacer honor a su sobrenombre de 'Arabia Feliz'. 
   Sonrisas de las gentes del Yemen, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, a los que recordamos con nostalgia, y que ocuparán un lugar en nuestro corazón por el resto de nuestras vidas.

 

Continuar:  Yemen. Breve historia >>

 

  

FotoCD13

Gentes del Yemen 
Retratos de la 'Arabia Feliz'

Fotografías: Eneko Pastor

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