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El Camino de Santiago

Las peregrinaciones

 

Origen de las peregrinaciones

   Desde los orígenes del hombre han existido peregrinos que atraídos por un lugar sagrado determinado han ido en busca de salud física y espiritual, intentando acercarse a lo divino para alejarse de lo humano hasta extremos insospechados. Desde la Prehistoria, pasando por antiguas religiones del Asia Menor y Egipto, Grecia, Roma y el Islam, las peregrinaciones han estado indisolublemente unidas a la condición de los pueblos. Pero el inicio de la historia de las peregrinaciones cristianas se da cuando los cristianos intentan seguir los pasos de Cristo, después de muerto, en un intento por asemejarse a Él pisando los mismos lugares y mirando las mismas montañas. Las peregrinaciones a Roma que comenzaron con el culto a los mártires de las Catacumbas y a las visitas de los apóstoles Pedro y Pablo fue, después de Jerusalén, la que mayor atracción provocó hasta que se descubrió la tumba del Apóstol Santiago. 
   Pero era el culto a las reliquias lo que al parecer hacía tener mucho más sentido al inmenso sacrificio que representaba aventurarse en tierras extrañas. Era una verdadera obsesión llevarse reliquias, y a falta de verdaderas ya que las tumbas debían de ser inviolables, se llevaban reliquias representativas. Polvo del camino, del templo o del santuario; musgo de las puertas de las iglesias o de las piedras que se suponían milagrosas; cera de las velas de los altares... Durante la primera época de las peregrinaciones debía besarse el sepulcro, pero a partir del siglo XV se construyeron capillas y retablos, que exhibían los relicarios de los Santos. Sin embargo, la meta era llegar al santuario y entrar en contacto con el poder sacral. 
   Cumplida su promesa y habiéndose saciado de sacrificios, el retorno a casa era distinto y carecía de toda importancia. Así, muchos se quedaban en los pueblos y villas que encontraban a su regreso, instalándose para el resto de sus días.

 

Los caminos de Santiago

   El descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago el Mayor, a principios del siglo IX, generó pronto una multitudinaria corriente de peregrinación hacia su emplazamiento, en lo que hoy es la ciudad gallega de Santiago de Compostela. Esta afluencia acabó formando, desde los más diversos puntos de Europa, una densa red de itinerarios conocida, en su conjunto, como el Camino de Santiago –o Ruta Jacobea. 
   Los momentos de mayor apogeo de la peregrinación se produjeron en los siglos XI, XII y XIII con la concesión de determinadas indulgencias espirituales. Pero esta corriente se mantuvo, con mayor o menor intensidad, a lo largo de los restantes siglos. Desde la segunda mitad del siglo XX el Camino de Santiago vive un nuevo renacer internacional que combina su tradicional acervo espiritual y socio-cultural con su poder de atracción turística y como renovado lugar de encuentro abierto a todo tipo de gentes y culturas. 
   Tradicionalmente, los períodos de mayor afluencia de peregrinos y visitantes en el Camino coinciden con los Años Santos Compostelanos, que se celebran cada 6, 5, 6 y 11 años. 

 

Camino de Europa

   El Camino de Santiago generó a lo largo de sus doce siglos de vida una extraordinaria vitalidad espiritual, cultural y social. Por su existencia nació la primera gran red asistencial de Europa y se crearon monasterios, catedrales y nuevos núcleos urbanos. 
   Por el encuentro entre gentes de tan diversa procedencia que esta ruta propició, surgió una cultura basada en el intercambio abierto de ideas y corrientes artísticas y sociales, así como un dinamismo socioeconómico que favoreció, sobre todo durante la Edad Media, el desarrollo de diversas zonas de Europa. 
   La huella del Camino y de los peregrinos a Compostela es reconocible en infinidad de testimonios públicos y privados, en distintas manifestaciones del arte o, por ejemplo, en los más de mil libros que en las últimas décadas se han ocupado, en todo el mundo, de esta senda, obra y patrimonio de todos los europeos. 
   Las vías principales del Camino de Santiago fueron declaradas primer Itinerario Cultural Europeo (1987) por el Consejo Europeo y Bien Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en sus trazados a lo largo de España y Francia (1993 y 1998, respectivamente). 

 

Caminos jacobeos

   Debido a la gran diversidad de procedencias de los peregrinos se irán definiendo sobre el suelo gallego seis itinerarios principales de llegada desde toda Europa. 
   El itinerario que alcanza una mayor concurrencia y relevancia, tanto socio-económica, como artística y cultural, es el denominado Camino Francés, que entra en España, desde Francia, por los montes Pirineos, y en Galicia por el mítico alto de O Cebreiro. 
   Pero otros cinco itinerarios consiguieron hacerse, asimismo, un hueco en la historia de las peregrinaciones jacobeas. 
   Son los Caminos Primitivos y del Norte, que alcanzaron relevancia en los primeros tiempos de la peregrinación, con dos trazados principales que entran en Galicia por Asturias, procedentes del País Vasco y Cantabria; el Camino Inglés, seguido sobre todo por los peregrinos que desde el norte de Europa y las Islas Británicas arribaban a puertos como los de La Coruña y Ferrol; el Camino Portugués, que desde el suroeste de Galicia utilizaban los peregrinos procedentes de Portugal; y el Camino del Sudeste, por el que se dirigían a Santiago los peregrinos que, desde el sur y centro de la Península, seguían la popular Vía de la Plata, entre Mérida y Astorga, para continuar, desde tierras orensanas, hacia Compostela. 
   También se consideran itinerarios jacobeos, por su simbología histórica, otros dos. Son el de Camino de Fisterra-Muxía, utilizado por determinados peregrinos medievales que, después de venerar la tumba apostólica, se sentían atraídos por el viaje hasta el cabo de Finisterre, el extremo occidental de la tierra en aquellos tiempos conocida, y la denominada Ruta del Mar de Arousa y Ulla, que rememora el itinerario por el que, según la tradición, llegaron en barco a Galicia los restos mortales del apóstol. 

 

El Camino Francés

   Para la mayor parte de los peregrinos actuales, Roncesvalles es el punto de inicio de su andadura. 
   La ruta surgió de un modo espontáneo, después de que el rey Sancho el Mayor (992-1035) limpiara de ladrones los bosques del norte del territorio navarro durante las primeras décadas del siglo XI. Algo más tarde, sus sucesores aseguraron la línea del Duero como frente contra los musulmanes, y volvieron a utilizarse las viejas calzadas romanas y la red de caminos locales, hasta asentar un itinerario estable. 
   El nombre de Camino Francés se debe al elevado número de peregrinos galos que lo elegían, y también ya que su recorrido fue institucionalizado en el siglo XII por el Códice Calixtino, la primera 'guía' del Camino, escrita por el clérigo Aymeric Picaud y divulgada por la Orden de Cluny. En el mencionado Códice, se da pormenorizada cuenta de lo que encontrará el peregrino, y de todas las etapas de su marcha. 
   El Camino Francés desciende hasta Pamplona y, enfilando después hacia occidente, atraviesa Navarra, con Logroño como principal referencia riojana. Burgos, León, Astorga y Ponferrada son los más importantes enclaves castellanos y leoneses, antes de penetrar en Galicia por las alturas de O Cebreiro y bajar después hacia la ciudad de Santiago de Compostela. 

 

El autor de la primera guía

   De entre todos los personajes históricos que han transitado la Sirga Jacobea destaca Aymeric Picaud por contribuir a su difusión a través del Codex Calixtinus (hacia 1140), considerado como la primera guía de viajes del mundo y que detalla, en su Libro V, las etapas para llegar a Compostela. 
   Picaud era un clérigo cluniacense originario de la región francesa de Poitou que había realizado el Camino en dos ocasiones, recopilando datos que luego plasmaría en su famoso libro. En éste recogió todo tipo de anécdotas, al tiempo que trazó una división de la senda desde Francia en 13 etapas, con varios días de peregrinaje para cada una de ellas. El clérigo recomendó una media diaria de 35 kilómetros a pie, y el doble en caso de hacerlo a caballo.

 

La Orden de Cluny

   San Miguel de Escalada, San Juan de la Peña o San Zoilo de Carrión se alzan en el Camino Francés a Santiago, como símbolos enarbolados por una de las comunidades religiosas más poderosas de la edad Media: la Orden de Cluny. 
   Fiel a la regla benedictina, la abadía cluniacense de la Borgoña se autoinvistió como difusora del cristianismo, sobre todo a lo largo del Camino. Según los estudios de la época, esa devoción jacobea se debió a un desmesurado anhelo de poder: durante los siglos X, XI y XII, la orden duplicó sus propiedades gracias a las generosas donaciones realizadas por los monarcas y las reinas hispánicos. Como consecuencia, llegó a existir una cadena de establecimientos con el sello de Cluny a lo largo de la ruta jacobea. 
   La independencia temporal de la orden se remonta a sus mismos orígenes, cuando recibió de Carlomagno la villa de Cluny y el abad Bernon exigió el derecho de responder de sus actos únicamente ante el Papa, saltándose la autoridad de señores y obispos. Con tamaña libertad de acción, la abadía se involucró en decisiones de ámbito social, político, económico e incluso militar en los distintos reinos europeos. 
   Desde ese punto de vista, resulta comprensible su interés por el Camino de Santiago, donde se fraguaban la Reconquista y la cristianización del sur musulmán. 
   La orden de Cluny alzó monasterios, puentes, iglesias y hospitales, y, lo que es muchísimo más importante, recibió infinidad de edificios, tierras, prioratos y villas a través de decretos reales.

 

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El camino de Santiago
La ruta al fin de la Tierra

Fotografías y textos: Eduardo Almajano 
edualmajano@yahoo.es

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   ¿Se atreve a acompañarnos en este viaje al otro lado del espejo? 
 

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