Exposiciones fotográficas

Angkor. El corazón de Camboya

La naturaleza contra Angkor


   En el fondo de las selvas de Siam, he visto alzarse la estrella vespertina sobre las grandes ruinas del pasado, sobre los templos de Angkor, la ciudad del misterio...
   Pierre Loti, Peregrino de Angkor

   En el fondo de las selvas de Siam se extiende la inmensa llanura de Camboya, rodeada de cadenas montañosas de evocadores nombres (montes Cardamomo, montes Elefante...) y salpicada de colinas que en anteriores eras geológicas fueron islas.
   Es una llanura donde los arrozales compiten por el espacio con las selvas. Donde el agua es un bien crucial pero precario, condicionado por la alternancia entre temporadas de lluvia y temporadas secas. Donde los campesinos viven desde hace siglos siguiendo pautas sociales de origen ancestral.
   En el fondo de estas selvas de Indochina yacían escondidas las ruinas de una civilización que, desde que fue redescubierta por viajeros franceses en el siglo XIX, no ha dejado de asombrar al mundo.
Angkor   Angkor es el nombre con que se conoce. Se trata de un término genérico (angkor = capital), que en realidad hace referencia a una gran metrópolis: un denso núcleo de ciudades asentadas en un área de unos 50 km de radio, en torno al palacio residencial del monarca, y que constituían en su conjunto la capital de un reino.
   Un reino entre los muchos que se disputaban los territorios de la península indochina, pero que con el paso de los siglos llegó a ser un imperio que abarcó grandes extensiones de lo que hoy son Tailandia, Laos y Vietnam.
   La tormentosa historia reciente de Camboya ha impedido hasta hace pocos años a los viajeros acercarse a la mítica Angkor. Hoy las cosas han cambiado, y a la invasión de la selva tropical hay que añadir las invasiones de turistas que acuden desde todo el mundo a ver con sus propios ojos esta maravilla del pasado, y que, sin embargo, no consiguen entre todos perturbar la magia del lugar.
   Hoy la mayoría de los monumentos de Angkor han sido despejados de las raíces, ramas y lianas que los abrazaban y destripaban, y muchos de ellos reconstruidos por anastilosis, reutilizando los restos arquitectónicos originales que yacían dispersos por los suelos. Pero la tarea es ingente. Son tantos y tan monumentales los templos, palacios y construcciones civiles y religiosas por salvar de la acción depredadora de la selva, que parece imposible que algún día se llegue a dar la vuelta al proceso, y se detenga la lenta pero inexorable destrucción. De momento, muchos edificios son apuntalados provisionalmente con andamios para evitar su inminente derrumbe.
   Las ruinas de Angkor fueron declaradas en 1992 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Sin embargo, los fondos internacionales que llegan a Camboya para su salvaguarda sólo permiten abordar unos pocos proyectos de restauración a la vez. En los últimos años los esfuerzos se han concentrado en la reconstrucción del inmenso templo piramidal de Baphuon, en el centro de Angkor Thom, y se calcula que las obras pueden prolongarse durante varios años más.
   Si pocas son hasta ahora las reconstrucciones, aún menos son las campañas de excavación científica que hayan tenido lugar en las vastas ruinas del parque arqueológico de Angkor, por lo que cabe esperar que quede aún mucho por descubrir. De hecho, todavía pueden visitarse ruinas de templos que todavía no han sido excavados por los arqueólogos, que se hallan literalmente intocados desde que cayeron en el abandono, con torres desmoronadas, con grandes rimeros de cascotes obstruyendo los patios y haciendo impracticables las galerías, con sillares desencajados, cubiertos de musgos, carcomidos de líquenes, con frisos y cornisas tallados de exquisitos relieves pero rotos y desparramados por los suelos, con jambas y dinteles atrapados por los tentáculos implacables de las raíces de los ficus. Todo está por descubrir debajo de esos caos de bloques de arenisca asfixiados por lianas, zarzas y enredaderas en un amasijo inextricable. Y al penetrar con muchas dificultades en las entrañas de estos santuarios muertos, puede uno revivir las sensaciones que experimentarían los exploradores pioneros decimonónicos al descubrir en el fondo de la selva tan prodigiosas ruinas en tal estado de deterioro.
Angkor 
   Irreconocibles restos de arquitectura van apareciendo por doquier, mezclados con los helechos y con las orquídeas; con toda esta flora de penumbra eterna, bajo la bóveda de los grandes árboles.
   (Pierre Loti, Peregrino de Angkor, 1901)
  
   Entremos más adentro en la espesura. Los gigantescos árboles yerguen sus troncos enhiestos como fustes de una catedral de proporciones no humanas, las ramas haciendo de nervaduras de una bóveda de verdor, y envuelven las ruinas en una espesa penumbra. Son troncos robustos, de corteza lisa muy clara, a veces como pulida, que se disparan hacia las alturas como si quisieran tocar las nubes, y a la vez lanzan sus feroces raíces hacia abajo para aferrar con fuerza los muros, torres y tejados de las milenarias construcciones que esconde el bosque, como si fueran las garras de un ave Roc, salida de una historia de Simbad, que quisiera arrancar a pedazos las paredes de los templos.
   Es éste el árbol llamado 'Spung' (Tetrameles nudiflora), que recuerda mucho a la ceiba en su porte y en sus raíces aéreas en forma de gruesos tabiques. Estas raíces se transforman a veces en enormes anacondas que reptan y se introducen sinuosamente por puertas y ventanas, abrazan los dinteles y molduras con sus gruesos anillos (foto21), y los estrujan conforme van creciendo en espesor con los siglos, en una lentísima agonía que termina por reventar los paramentos, inclinar las torres y desmembrar las estructuras de los edificios. En ocasiones la fusión entre naturaleza y arquitectura es tan intrincada que no se sabe si el árbol sostiene al templo, o el templo sostiene al árbol.
   Otro hermoso árbol que suele crecer sobre los tejados de los templos, utilizando éstos como si fueran pedestales, es el llamado 'Champei' (Plumeria alba), que no tiene apenas hojas en sus abundantes ramas, pero brotan flores en sus puntas. Está también el omnipresente 'Trang' (Ficus altisima), de la familia de las moráceas, el famoso ficus o 'higuera de las ruinas', cuyas raíces son más filamentosas y avanzan en todas direcciones como tentáculos de una medusa, atrapando toda ruina que pillan a su paso y ahogándola con una maraña de madera.
  
   Existe un empeño de destrucción hasta en las plantas. El Príncipe de la Muerte, llamado Siva por los brahmanes, el que ha azuzado contra cada animal el enemigo especial que lo devora, contra cada criatura el microbio que la roe, parece haber previsto desde la noche de los orígenes que los hombres tratarían de prolongarse un poco construyendo cosas duraderas; y, así, para aniquilar su obra, imaginó, entre otros mil agentes destructores, las parietarias y, sobre todo, la 'higuera de las ruinas', a la que no hay nada que se le resista.
   La 'higuera de las ruinas' reina hoy omnipotente en Angkor. Sobre los palacios, sobre los templos que pacientemente ha disgregado, por todas partes, despliega en triunfo su pálido ramaje liso, con moteados de serpiente, y su ancha cúpula de follaje. Al principio, no era más que una diminuta grana sembrada por el viento en un friso o en el vértice de una torre. Pero, en cuanto pudo germinar, sus raíces, tenues como filamentos, se insinuaron entre las piedras para descender, guiadas por un instinto seguro, hacia el suelo; y, cuando por fin lo han encontrado, rápidamente se hinchan de jugo nutridor, hasta hacerse enormes, separándolo, desequilibrándolo todo, rasgando de arriba abajo las recias murallas. Entonces, el edificio está perdido sin remedio.
   La selva y siempre la selva; y siempre su sombra y su opresión soberana.
   (Pierre Loti, Peregrino de Angkor, 1901)
Angkor  
   La selva y el arte se han fusionado en Angkor hasta conformar una unidad que es ya indivisible. Las tentaculares raíces y troncos de los ficus forman parte integrante de la arquitectura de los templos en plano de igualdad con las columnas, los dinteles o las balaustradas de piedra. El oscuro laberinto del templo de Ta Prohm ya no podríamos imaginarlo despejado de los soberbios árboles que se incrustan en sus muros y obstruyen sus galerías (foto18). Su atractivo estético, su poder de fascinación, provienen tanto de la mano del hombre como de la labor de la naturaleza, de la amalgama de la arquitectura y la escultura con esa tupida flora selvática que todo lo invade y que ya no tiene sentido erradicar. La naturaleza imita al arte. Al mismo tiempo que lo destruye.
   Por abrumadores que sean la cantidad, el tamaño y la calidad artística de los restos monumentales que se pueden admirar en Angkor, debemos ser conscientes de que en realidad lo que vemos no es sino una mínima parte de lo que hubo. Todas las construcciones que existían realizadas en materiales perecederos, como la madera, el bambú, o la hoja de palmera trenzada, han desaparecido sin dejar apenas rastro, destruídas por la intemperie y la voracidad inclemente de las selvas tropicales. Las techumbres de madera finamente tallada con que se coronaban pórticos y pabellones de algunos templos se han evaporado con los siglos. Y también se han desvanecido en la nada todas las casas de viviendas de los habitantes de las ciudades (se calcula que en Angkor Thom vivía más de un millón de personas), incluidos los palacios residenciales de los reyes, cuyos lujosos pabellones también estaban construidos en madera. Algo parecido ocurrió en el antiguo Egipto, del que no se conservan viviendas, ni siquiera palacios de faraones.
   Las únicas realizaciones arquitectónicas de Angkor que han perseverado a través del tiempo son las que fueron construidas en piedra o ladrillo. Es decir, las murallas y puertas de las ciudades, partes de un palacio real (el de Jayavarman VII en Angkor Thom), y, sobre todo, los templos y santuarios. El hecho de que la inmensa mayoría de las edificaciones que sobreviven en Angkor sea  de carácter religioso tiene su explicación: los templos eran las moradas donde residían los dioses inmortales, y, a diferencia de las casas de los hombres, habían de ser construidos en un material noble y eterno: la piedra. De hecho, muchas de las soluciones arquitectónicas de los monumentos de Angkor reproducen en piedra las formas de la arquitectura en madera de la misma época, y ello nos permite inferir (con ayuda también de unos bajorrelieves descriptivos en el templo de Bayon) qué aspecto tendrían las casas y otros edificios civiles hoy totalmente desaparecidos.
  
   En la sombría selva apuntan otra multitud de ruinas, en montones separados y revueltos bajo el bello ramaje triunfante: restos de palacios, de templos, de piscinas en las que se bañaban elefantes y hombres. Aún atestiguan el esplendor del Imperio de los Khemers, que brilló durante mil quinientos años, ignorado de Europa, y que se extinguió tras un rápido ocaso, agotado por innumerables batallas contra Siam, Anam, y hasta contra la gran China inmemorial y estancada.
   Para mis ojos de occidental, la impresión que se recibe de todas estas cosas, es la de algo incomprensible y desconocido.
   (Pierre Loti, Peregrino de Angkor)

   Hay en Angkor también otro tipo de construcciones que han resistido a los estragos del tiempo, y que de hecho se pueden considerar como las obras más 'faraónicas' que llegaron nunca a emprender los reyes jemer: nos referimos al complejo sistema hidráulico con que dotaron a las ciudades y campos de vastos territorios de Camboya. Los colosales estanques construidos mediante el levantamiento de diques de siete y ocho kilómetros de longitud, que permitían abastecer de agua a populosas ciudades y prolongar la temporada de regadío de los arrozales y huertas. La extensa y densa red de canales que surcaba en todas direcciones las llanuras, y que era usada tanto para una mejor irrigación como para el transporte en barco. Los impresionantes fosos que rodean ciudades y templos, que servían no sólo de protección sino para el uso público de sus aguas. Se cree que estas obras descomunales fueron el factor más determinante en el inusitado desarrollo económico y cultural que alcanzó Angkor en su época imperial.

 

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FotoCD114
  
Angkor
El corazón de Camboya

  
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