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Petra

El tesoro oculto en el desierto

 

   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...
   (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)

   Vi una ciudad muerta, rodeada por una gigantesca muralla de montañas que erguían sus resecas moles en lo más profundo de los desiertos del Arabia Pétrea.
   La ciudad fue otrora un fértil oasis donde confluían para repostar agua caravanas de mercaderes procedentes de Arabia, la India y la China.
   Vi que para entrar a la ciudad era obligado recorrer a pie un alto y angosto desfiladero de más de un kilómetro de longitud, que convertía el lugar en inexpugnable.
   Vi al final del desfiladero un hermoso templo esculpido en un acantilado. El templo estaba coronado por una urna de piedra en la que, según la leyenda, un faraón de Egipto había escondido un valioso tesoro.
   Vi un sinfín de tumbas, talladas –que no construidas– en los montes que circundaban la urbe, y decoradas con maravillosas formas y colores por la erosión de los siglos.
   Vi las ruinas de la fabulosa Petra, tesoro oculto en el desierto de Jordania.

 

   Un oasis con abundante agua en medio de un inmenso desierto que se extiende hasta Arabia Saudí, Petra era un enclave estratégico en el que confluían varias de las rutas caravaneras que exportaban incienso, mirra y especias desde el valle de Hadramaut, al sur de la Península Arábiga, hacia las costas del Mediterráneo. En la región se asentaban poblaciones tribales como los edomitas y los moabitas. 
   Petra era al mismo tiempo una ciudad casi inexpugnable, sólo accesible a condición de efectuar una obligada travesía por el largo y estrecho desfiladero del Siq. Mitad construida y mitad esculpida en un circo rocoso rodeado de ásperas y secas montañas atravesadas por una red de fallas, cañones y gargantas, esta urbe se convirtió en la prestigiosa capital del reino de los nabateos, una tribu de pastores nómadas venidos del sur de Arabia, que tuvo su apogeo entre los siglos II a C y II d C. Hoy, del efímero imperio nabateo sólo quedan vagos recuerdos y las sublimes ruinas de su capital, que, aunque brutalmente erosionadas por veinte siglos de intemperie, aún siguen despertando nuestro asombro por su extraordinaria belleza y colorido, y por las fantásticas formaciones naturales que les sirven de marco. 
   El viajero Harry B. Coleman, que desde 1973 ha recorrido más de 800.000 kilómetros por más de 130 países, incluyendo tres expediciones alrededor del mundo, considera Petra como el lugar más impresionante de la Tierra, por encima de las pirámides de Egipto. Coleman afirma: 'Las increíbles pirámides construidas por el hombre sólo pueden ser superadas por la más recientemente descubierta ciudad-roca de Petra. Esta remota ciudad fue excavada en piedra sólida y se remonta al siglo II.' 
   Petra figura en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde el año 1985. 

 

Emplazamiento

   En Jordania, a unos 200 km al sur de la capital, Amman. 60 km al noroeste de la ciudad de Ma'an. 
   El oasis de Petra está situado en la cuenca del Wadi Arabah, sumido a su vez en la gran depresión conocida como Valle del Rift, frontera natural que corre desde el Golfo de Aqaba hasta el Mar Muerto, a 392 metros bajo el nivel del Mar Mediterráneo, y se prolonga por el río Jordán. La ciudad se agazapaba en un recóndito escondrijo de la zona montañosa, poblada por numerosas tribus, donde antes habían florecido los antiguos reinos de Edom y Moab, varias veces citados en la Biblia. 
Petra   El lugar se llama Wadi Musa, o 'río de Moisés'. Un manantial que nace en el cercano pueblo es reputado como la fuente de agua que, según las Escrituras, el patriarca Moisés hizo brotar milagrosamente en el desierto al golpear con su vara una peña (Éxodo, 17:1-7). A lo lejos, en la cima de una alta montaña, el Gebel Harum, se divisa una construcción blanca que aseguran ser la tumba de Aarón, el hermano de Moisés. No cabe duda de que nos hallamos en escenarios bíblicos. 
   En la reseca Arabia Pétrea eran de primordial importancia los lugares donde surgían fuentes de agua. El líquido elemento determinaba los puntos claves del comercio caravanero, necesitado de repostar agua tras las largas travesías por desiertos inmisericordes, y la red de rutas se tejía en torno a estas obligadas etapas. Estas rutas están todavía hoy en uso, aunque los camellos hayan sido sustituidos por los camiones y el polvo por el asfalto. Como la Carretera de los Reyes, que va de Amman a Petra, no por la monótona autopista del desierto, sino por la sinuosa e inmemorial calzada que salvando una sucesión de montes y valles, wadis secos y cerros aún más secos, coronados a veces por castillos de los Cruzados, sigue el antiguo trazado de una de las más transitadas rutas caravaneras de la antigüedad en Oriente Próximo. 
Petra   Petra, con sus abundantes provisiones de agua, aprovechada al máximo por medio de un complejo sistema de canalizaciones y almacenada en grandes cisternas a fin de disponer de reservas hasta en las peores circunstancias, se convirtió en lugar de confluencia de las caravanas llegadas desde Arabia con las que cruzaban el Neguev rumbo a Rhinocolura (El Arish) y al gran emporio costero de Gaza. Su ubicación como encrucijada comercial impulsó la prosperidad de los ciudadanos y el poder de los reyes nabateos. 
   Lo que hacía de Petra un lugar fácil de defender y prácticamente inexpugnable era su extraordinario emplazamiento geofísico, con un único acceso a través del desfiladero del Siq. La principal entrada a la ciudad se efectúa, ayer y hoy, a través de este estrechísimo y alto desfiladero abierto en una falla de la montaña, y que no deja al viajero otra alternativa que recorrerlo a pie o a caballo durante más de un kilómetro de longitud si quiere llegar al centro urbano, que duerme el sueño de los siglos en medio de un circo de montañas rocosas que lo rodean y defienden como una gigantesca muralla natural. 
   Ya el geógrafo griego Estrabón había descrito Petra en parecidos términos: "La capital de los nabateos se llamó Petra, puesto que se encuentra al sur de una altura, uniforme y llana en el interior, pero rodeada de una mole rocosa, como una muralla. Así, por fuera es escarpada y vertical, pero en el interior brotan numerosos manantiales, tanto para uso doméstico como para la horticultura" (XVI, 779). 'Petra' significaba en griego precisamente 'la Roca', aunque su nombre nabateo era Raqum (Reqem en semítico) y los hebreos la conocían como Sela. 
   Por su posición estratégica como oasis de caravanas, en medio de las dos grandes cunas de la civilización, Mesopotamia y Egipto, se dan en las ruinas de Petra una síntesis y fusión de diversas influencias culturales: sirio-fenicias, egipcias, helenísticas y romanas. 
   La casi totalidad de los edificios de Petra, esculpidos en los acantilados que enmarcan el circo natural, son tumbas rupestres, monumentos funerarios destinados a honrar la memoria de ciudadanos nabateos difuntos (sólo uno, el de Sextus Florentinus, está dedicado a un gobernador romano). Sin embargo, aunque a primera vista lo parezca, Petra no es una mera necrópolis, sino una polis urbanizada y construida arquitectónicamente, con sus vías columnadas, calles, casas y monumentos. Esta urbe ocupaba la zona central del circo de montañas, en cuyos acantilados se excavaban las tumbas. La ciudad de los vivos estaba rodeada de la ciudad de los muertos, cuyos monumentos son la mayoría de los que hoy vemos.  

 

Breve historia

   En el paraje de Petra se han descubierto restos de asentamientos del paleolítico y neolítico, y de un pueblo repetidamente mencionado en el Antiguo Testamento: los edomitas. Pero es a partir de la llegada al lugar de una tribu nómada de lengua aramea procedente del sur de Arabia, los nabateos (el término 'nabateo' proviene de Nabathu, que significa 'de Arabia del Sur'), hacia el 312 a C, cuando Petra comienza a cobrar importancia como encrucijada caravanera, creándose un reino (ver más adelante Reyes nabateos) que se expandirá en un pequeño imperio y alcanzará la cúspide bajo Aretas IV (9 a C - 40 d C). En este período se erigieron los principales monumentos conservados hoy. 
   Las caravanas cruzaban los desiertos de Arabia rumbo al Mediterráneo, haciendo parada en Petra para repostar agua. Portaban principalmente incienso y mirra del Valle de Hadramaut (actual Yemen), así como esclavos y especias. Los nabateos organizaron un contingente militar para proteger estas rutas de salteadores y bandidos, con el fin de obtener un máximo beneficio comercial entre el ir y el venir del tráfico caravanero. 
   Algunas de estas caravanas podían tener su origen en países tan distantes como China e India y su recorrido formaba parte de la Ruta de la Seda. A veces las etapas eran marítimas y los bajeles circunnavegaban la costa de la Península Arábiga, para atracar en el Golfo de Aqaba. De las Indias traían jengibre, pimientas, azúcar, algodón y perfumes. De China se importaban sedas y especias. El tráfico comercial se daba en ambos sentidos, por lo que también se exportaban a China productos como alheña, incienso, vidrio, oro y plata. Y telas como gasas y damascos, cuyas técnicas de tejido eran desconocidas en aquel entonces en China, y que toman su nombre de dos de los principales emporios terminales de las rutas: Gaza y Damasco. 
   La hegemonía zonal de Petra se vendrá abajo con la anexión del reino nabateo a la provincia de Arabia del Imperio Romano en el 106 d C, por obra de las conquistas de Trajano. Petra comienza a decaer en el siglo II d C, al mismo tiempo que empieza el florecimiento y expansión de Palmyra, otro oasis y centro comercial caravanero en el desierto sirio, unos centenares de kilómetros al norte (ver en fotoAleph colección Las ruinas de Palmyra). El acondicionamiento y desarrollo de nuevas vías romanas que pasaban por Palmyra y eludían Petra propiciaron aún más esta decadencia. El cristianismo hace su entrada con el imperio bizantino: algunos templos paganos o tumbas se acondicionan como iglesias (por ejemplo, la Tumba de la Urna) y, extramuros, algunos barrios se pueblan con seguidores de la nueva fe. 
   Con la expansión árabe e islamización de Oriente Próximo, Petra fue abandonada y cayó en el olvido y la ruina, sepultada por el polvo de la historia. Su destrucción final fue probablemente causada por un gran terremoto, el mismo que arrasó Jerusalén y Gerasa a mediados del siglo VIII. El paraje se convirtió en un lugar maldito, de peligrosa visita por la amenaza de los bandidos. Pero su memoria persistía en leyendas y cuentos, que hablaban de genios y fantasmas de paganos muertos que habitaban el sitio, o de la existencia del tesoro de un faraón oculto en una urna. 
   Petra fue redescubierta al mundo en 1812 por J. L. Burckhart, sabio políglota y viajero de origen suizo que hizo pasarse por musulmán para poder visitar estos legendarios lugares excluidos a los ojos occidentales. 
   Existen otros monumentos nabateos fuera de Petra, principalmente en el sitio de Medain Saleh (la antigua Hegra), en Arabia Saudí, y en otros lugares de Siria y Jordania. 
   Es célebre también la cerámica nabatea de Petra, que se puede hallar por doquier incluso hoy en día, fragmentada en millones de pedazos por los valles y montes de Petra, de una belleza y finura inigualables. 

 

 

Reyes nabateos

   La irrupción y ascenso al poder de los nabateos en Petra fue un fenómeno súbito que se dio en medio del declive de la cultura helenística en los países del Mediterráneo oriental. Una tribu del sur de Arabia, compuesta de camelleros, ganaderos y pastores nómadas desplaza a fines del siglo IV a C a los edomitas, hegemónicos en las tierras al sur del Mar Muerto: la Idumea. Éstos se trasladan más hacia el norte, y entran en conflicto con los soberanos judíos, quedando atrapados entre dos reinos hostiles. El reino nabateo controla al principio los territorios entre el golfo de Aqaba y las costas del Mare Nostrum en la región de Gaza y Rhinocolura, con vistas a proteger el tráfico de caravanas, y en paralelo al crecimiento de sus riquezas y poderío inicia un proceso de expansión territorial, hasta constituirse en un pequeño imperio.

   Aretas I. Conocido como 'Tirano de los Árabes' y 'Rey de los Nabatu' (c. 168 a C) 
   Rabbel I. 
   Aretas II. Una serie de victorias hacia el 120 a C dan prestigio a su clan y es proclamado rey. Participa en el asedio de Gaza (c. 100 a C). Combate contra Alejandro Jannaeus, gran sacerdote y rey de los judíos. 
   Obodas I. Derrota a Alejandro Jannaeus (c. 93 a C) 
   Aretas III, llamado Filheleno (84 - 56 a C). Extiende el reino hasta las puertas de Damasco. Firma la paz con los judíos. Acuña moneda y adopta la escritura griega. Funda Bosra (en la actual Siria). 
   Malchus I (56 - 30 a C). Su amistad con Roma trae como consecuencia una extraordinaria prosperidad económica. Más tarde se alía con los partos, y cuando éstos son derrotados, los romanos exigen un gran tributo al soberano para ser mantenido en el trono. 
   Obodas II (30 - 9 a C). Se hace consagrar un culto como ser divinizado. 
   Aretas IV (9 a C - 40 d C), llamado Philopatris. Bajo su reinado el poder nabateo alcanza su cénit de lujo y opulencia. Se construyen los principales monumentos que aún hoy podemos admirar en Petra y se emprenden grandes obras de almacenamiento de aguas e irrigación hasta convertir la plaza en un vergel. Se intensifica la influencia romanizadora. 
   Malchus II (40 - 70 d C). Hijo y sucesor del anterior, sigue una política favorable a Roma. Ayuda a Vespasiano y Tito en la conquista de Jerusalén. La aparición de otras rutas alternativas de caravanas ralentiza el tráfico caravanero y empieza la decadencia económica de Petra. Se pierde el control de Damasco. 
   Rabbel II, llamado Soter (71 - 106 d C). Último rey independiente de los nabateos. Al poco tiempo de fallecer, los romanos se apoderan de la Nabatena, y Trajano la anexiona a la provincia de Arabia, trasladando la capital a Bosra. A partir de entonces Petra es regida por gobernadores romanos, como Sextus Florentinus, de quien se conserva la tumba. 

 

Continuar:  Al otro lado del desfiladero  >>

 

FotoCD10

Petra
El tesoro oculto en el desierto

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Petra (Jordania)

    


   

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