Colecciones fotográficas

La vida después del tsunami

Una lágrima en el océano

 

   Sri Lanka es el nombre de esa isla en forma de lágrima que emerge en el océano Índico no lejos de la punta sur de la India, casi tocando al ecuador, y que durante muchos siglos fue llamada Ceylán. Los antiguos griegos ya la conocían, al menos de oídas. La llamaban Taprobana. La menciona Megasthenes hacia el año 290 a C y aparece en un mapa de Ptolomeo. 
Tsunami   Siglos más tarde su nombre es citado en la primera estrofa del poema épico Los Lusiadas de Camoens, escrita pocos años después de la llegada de los portugueses a la isla:
   Las armas y varones distinguidos,
Que de Occidente y playa Lusitana
Por mares hasta allí desconocidos,
Pasaron más allá de Taprobana...
   Los navegantes árabes la conocían como Serendib (o Serendip), nombre que dio origen a la palabra inglesa 'serendipity', traducida por la Academia Española de la Lengua como 'serendipia'. Inventada por el escritor inglés Horace Walpole inspirándose en el cuento persa 'Los tres príncipes de Serendip', serendipity hace referencia a la cualidad mágica que provoca que cuando una persona busca una cosa, encuentre por azar otra cosa mucho más valiosa de la que buscaba.
   Y en verdad que algo de eso sienten los viajeros que visitan Sri Lanka.
   Los musulmanes decían que Serendib era el elíseo al que Dios había desterrado a Adán y Eva para consolarles de su expulsión del Paraíso. La isla aparece en Las Mil y Una Noches, como uno de los escenarios de los viajes de Simbad el Marino.
   Marco Polo desembarcó en la isla a la vuelta de su viaje a China, y afirmó que Ceylán es "indudablemente la más bella isla de su tamaño en el mundo entero".
   Estamos hablando de la que fue una isla mítica, situada muy lejos de las rutas marítimas convencionales. Un reino remoto y legendario, más cercano a la fantasía que a la realidad, habitado por pescadores de perlas, renombrado por la magnificencia de sus reyes y por sus fabulosas riquezas naturales, entre las que abundaban el marfil, las esmeraldas, los zafiros, y cuyas frondosas selvas tropicales cobijaban las más exóticas especies de flora y fauna.
   "Debe usted saber que los rubíes se encuentran en esta isla y en ningún otro país del mundo sino en éste. Se encuentran también zafiros y topacios y amatistas, y otras muchas piedras preciosas. Y el Rey de esta Isla posee un rubí que es el más bello y más grande del mundo" (Marco Polo).
   
Tsunami   El científico y escritor estadounidense Arthur C. Clarke (autor de 2001: Una odisea del espacio), que residió la mayor parte de su vida en Sri Lanka, describió así el país: "La isla de Ceylán es un pequeño universo; contiene tantas variaciones culturales, paisajísticas y climáticas como otros países de doce veces su tamaño. (...) Si le interesan la gente, la historia, la naturaleza y el arte –las cosas que realmente importan– puede descubrir, como yo, que toda una vida no es suficiente". (Arthur C. Clarke, The View from Serendip).
   Los oriundos la llamaban Lanka, que significa 'resplandeciente', y en 1972 este nombre se recuperó como topónimo oficial de la isla, precedido de la palabra Sri, un epíteto honorífico que se podría traducir como 'sagrado' o 'santo'. 
   Según una tradición local, de Sri Lanka al cielo hay solo 40 millas; desde allí puede oírse el sonido de las fuentes del paraíso.
   Imágenes edénicas de Sri Lanka que contrastan brutalmente con la trágica realidad que han vivido sus habitantes en las últimas décadas, en las que, además de sufrir catástrofes naturales como el tsunami de 2004, que arrasó sus costas orientales y provocó la muerte de miles de personas, les ha tocado padecer desde su independencia en 1948 una sucesión concatenada de crisis políticas que desembocaron en el estallido de una cruenta guerra civil (1983-2009) entre el ejército gubernamental cingalés y los guerrilleros revolucionarios tamiles que propugnaban la partición de la isla para crear el nuevo estado independiente de Tamil Elam. Esta guerra se saldó con una cifra estimada de entre ochenta y cien mil muertos, en su mayoría civiles, amén de provocar un gravísimo deterioro de la economía de la isla, del que tardará años en recuperarse.
   Sri Lanka, isla de lágrimas. Lágrimas que van a caer en el océano.

 

 

 

 

 

TsunamiUn reencuentro agridulce

   Passekudah es una pequeña aldea de pescadores en la costa oriental de Sri Lanka, situada entre las ciudades de Batticaloa y Trincomalee. Sus habitantes son en su mayoría de la etnia tamil, aunque conviven en armonía con comunidades minoritarias de cingaleses, musulmanes y cristianos de ascendencia portuguesa.
   Retratos como los que mostramos en esta exposición no se pueden hacer si no existe una gran confianza entre la persona fotografiada y la persona que la fotografía. En sucesivas estancias en Passekudah a lo largo de los años 80, en los comienzos de la guerra civil de Sri Lanka, tuvimos la suerte de vivir durante meses en estrecha convivencia con varias familias de pescadores tamiles y poder conocer muy de cerca su modo de vida. Al conseguir romper la barrera turista/nativo, nos hicieron sentir como si fuéramos uno más entre ellos. Nos embarcaron en sus faenas pesqueras, comimos y dormimos en sus cabañas, nos fuimos juntos de juerga, nos llevaron de excursiones por la isla, asistimos a sus ceremonias religiosas y entablamos, en suma, una profunda y duradera amistad.
   Durante los últimos treinta años nos fue imposible viajar a Passekudah, debido a que la zona tamil de Sri Lanka estuvo vedada a los extranjeros mientras duró la guerra civil, que tenía allí su principal frente de batalla. Terminada la guerra y levantada la prohibición, hemos tenido ocasión de volver a visitar a nuestros viejos amigos de Passekudah y conocer de primera mano las tristes vicisitudes que han sufrido en este largo intervalo. 
   No hará falta decir que nuestros sentimientos han sido contrapuestos. Por un lado la alegría de volver a ver a las familias que con tanto cariño nos acogieron en aquellos lejanos días y comprobar que su amistad permanece intacta después de tanto tiempo. Por otro lado el profundo dolor por las ausencias, por los muchos amigos que perecieron en la guerra o fueron tragados por el tsunami que devastó las costas de Sri Lanka en las navidades de 2004. No hay familia de Passekudah que no se haya visto diezmada por la muerte, que se ensañó con especial crueldad en este apacible pueblo de pescadores.
   Hace treinta años las familias de pescadores de Passekudah habitaban en cabañas construidas a base de troncos y hojas trenzadas de palmera, que se levantaban entre árboles frutales a orillas de una hermosa playa bordeada de cocoteros, de arenas blancas y aguas templadas de transparente color turquesa. Hoy no queda ni rastro de todas esas cabañas. Se las llevó por delante el tsunami junto con todas sus pertenencias. La animada zona donde se concentraban los pequeños restaurantes y chiringuitos de bebidas es hoy un área desolada invadida por la vegetación selvática.
Tsunami   Un maremoto provocado al parecer por el deslizamiento de unas placas submarinas en la isla de Sumatra el 26 de diciembre de 2004 generó un gigantesco oleaje con olas de más de diez metros de altura, el fenómeno conocido como 'tsunami' (un vocablo japonés), que arrasó las costas del Índico desde Indonesia hasta el Golfo de Bengala, cobrándose miles de vidas. El tsunami embistió de lleno contra la costa oriental de Sri Lanka y devastó nuestra pequeña aldea de Passekudah, dejando centenares de muertos solo en esta localidad.
   Transcribimos a continuación un fragmento de la carta que nuestro amigo Alaki nos envió al poco del desastre, que pueden dar una ligera idea de la magnitud de la tragedia:
   
   "El 26.12.2004, hacia las 8,45 a.m. el mar se embraveció y las olas comenzaron a golpear la tierra. Los residentes de la playa y de un poco más lejos echaron a correr dejando todo en sus casas para salvar la vida al ver que el mar se les venía encima. Yo y mi entera familia también huimos de la casa para salvar la vida. Mientras corríamos mi familia quedó separada en dos grupos. Debido a esta separación fuimos arrastrados a diferentes áreas y nos perdimos todos. Volví solo y no pude encontrar a ningún miembro de mi familia. Cuando la situación volvió a la normalidad, empecé a buscar a mis familiares. Me encontré con que mi hija Kalaiselvi, los dos hijos de mi hermano Punniyamoorthy, su suegra, el hijo de Ponnuthurai Thilakawathy, Clinton, y mi cuñado Ponnuthurai y su esposa Mahesh estaban todos muertos. Recuperaron sus cuerpos, que fueron incinerados según el rito hindú. Los dos hijos de Nava, el hermano de Ally, murieron. Kunasegaram y sus dos hijas también murieron. Thurairajasingam, el marido de Punniyawathy, murió y también murieron sus dos hijas. Los dos hijos de Kavitha, la hermana de Ally, murieron. Sithravel y la familia de Nagarasa, su mujer y su hija, murieron. En total murieron 208 personas en Passekudah debido a las olas del tsunami ese desgraciado día. 62 escolares murieron también. 40 niños que iban a ser admitidos en la escuela también murieron. La familia de Mogan murió y Mogan logró escapar."
   
Tsunami   Relataremos más adelante cómo vivió el pueblo de Passekudah aquellas trágicas horas, basándonos en testimonios de los hombres y mujeres que sobrevivieron al tsunami (capítulo La ola de la muerte).
    
   Los supervivientes del tsunami, que en un principio fueron alojados por las organizaciones humanitarias (entre ellas Intermón Oxfam) en tiendas de campaña, fueron al cabo de unos años definitivamente realojados a unos 5 kilómetros tierra adentro, en una zona a la que no habían alcanzado las aguas. Allí el gobierno de Sri Lanka les concedió terrenos para construir sus nuevos hogares, esta vez de ladrillo y cemento. El gobierno de Alemania contribuyó a financiar las obras. Cada casa, compuesta de un porche, dos habitaciones, cocina y baño se levanta en una parcela cuadrada a modo de jardín, donde crecen árboles frutales que les proporcionan cocos, mangos, plátanos, papayas y piñas. Una de las habitaciones la dedican a sus ritos religiosos, y de las paredes cuelgan coloridas láminas de Siva, Ganesh, Murugan, Laxmi y otros dioses y diosas del panteón hindú, ante las que diariamente depositan ofrendas de flores y monedas.
   El conjunto de las viviendas está urbanizado formando calles que se cortan en ángulo recto y se tuvo buen cuidado de que las familias no quedaran dispersadas, de modo que la vecindad está constituida por hermanos y parientes cercanos. El agua proviene de la capa freática del subsuelo a la que acceden perforando pozos. Por fin pueden disfrutar de la electricidad, algo que no les estaba permitido en sus antiguas cabañas por el riesgo de incendios. Con el tendido eléctrico pueden bombear el agua a depósitos instalados en los tejados que les posibilitan tener grifos y duchas. TsunamiTambién disponen por primera vez de frigorífico, televisor y otros electrodomésticos. En este sentido se puede afirmar que han prosperado materialmente, aunque para ganarse la vida siguen dependiendo como antaño de la pesca a pequeña escala.
   Todos los miembros de la familia (excepto los niños) tienen ya teléfono móvil, con lo que están intercomunicados entre sí todo el día, aunque estén remando mar adentro en un catamarán. Nos traen recuerdos de los viejos tiempos en Passekudah, cuando telefonear a Europa suponía estar veinticuatro horas a la espera de que conectara el único y vetusto teléfono que había en la post-office. Antes éramos nosotros quienes fotografiábamos. Ahora somos los fotografiados. "Selfie! Selfie!", nos piden hacerse en nuestra compañía las cuadrillas de jóvenes con que nos topamos por la playa. Tanto adelanto neotecnológico contrasta muy vivamente con el ancestral telón de fondo de sus tradiciones y ceremonias religiosas, ancladas en el mítico y mágico pasado de Sri Lanka.
   Tras el tsunami las familias vendieron (o malvendieron) a bajo precio los terrenos que poseían cerca de la playa, donde otrora vivían en sus chozas, teniendo que afrontar grandes dificultades burocráticas debido a que todos sus papeles y contratos de propiedad se habían perdido en la inundación. Hoy la primera línea de playa se ha 'cancunizado': está ocupada por hoteles de lujo, una sucesión de jaulas de oro para turistas adinerados, por lo que el pueblo de Passekudah ha perdido gran parte de su encanto.


Los pescadores de Passekudah
    
   La playa de Passekudah está protegida de los embates de las olas por una barrera natural de arrecifes coralinos sumergida a poca profundidad, que no solo remansa las aguas sino que impide merodear por la costa a los tiburones del Índico. Los peces y crustáceos que pululan por la bahía y los arrecifes aledaños proveen a las familias de TsunamiPassekudah de la mayor parte de sus recursos alimenticios. La pesca sigue siendo de mera supervivencia, realizada generalmente con redes de uso individual o, cuando se trata de capturar calamares, con anzuelos sujetos a un hilo de pita. 
   Los pescadores se quejan de que después del tsunami ya no hay casi peces en la bahía, y resulta deprimente verles regresar a sus hogares en muchas ocasiones con los cestos vacíos tras haber estado faenando toda la noche. También hemos podido comprobar haciendo 'snorkeling' en los arrecifes que los hermosos corales que contemplábamos antaño en las rocas del fondo han sufrido un gran deterioro a causa del tsunami (y probablemente también por las contaminantes naves de recreo motorizadas que atruenan hoy por la bahía), aunque parece ser que poco a poco van reviviendo y recuperando su esplendor. Los pequeños peces tropicales de brillantes colores (pez ángel, pez payaso, pez picasso, pez mariposa, pez arcoiris y un interminable etcétera de variopintos peces) siguen allí rondando entre los corales y acercándose con curiosidad a los buceadores.
   No existen en Passekudah manufacturas de envasado, ni de salazón, ni el más mínimo vestigio de industria pesquera. Los pescados son consumidos en el mismo día. Cuando hay pescado de sobra, antaño se vendían los excedentes al mejor postor en subastas improvisadas en la playa; hoy día los venden a intermediarios que, tras almacenarlos en cajas con hielo picado, los distribuyen a mercados, restaurantes y hoteles. Con estas transacciones ocasionales, los pescadores obtienen algunas ganancias en metálico que les posibilitan adquirir otros bienes necesarios para la vida hogareña.
Tsunami   Los pescadores navegan por las tranquilas aguas de la bahía en catamaranes (foto01), someras canoas que se fabricaban artesanalmente con troncos vaciados de árbol de mango y provistas de un balancín lateral para evitar los vuelcos. Hoy los catamaranes se fabrican en poliéster, que los hace más estancos, evitando así las filtraciones de agua a su interior. La palabra 'catamarán' con que se conoce en el mundo a la barca con balancín es precisamente de lengua tamil, por lo que no es aventurado suponer que fueron los tamiles quienes inventaron este práctico tipo de embarcación. También algunos (cada vez más) pescan en lanchas con motor fueraborda, sobre todo para faenar en el estuario de Valaicchenai.
    Con las piernas encajonadas en el estrecho hueco del catamarán (foto97), los pescadores reman en grupos de dos, de tres o de cuatro. Al remar, con cada palada deben efectuar una determinada torsión de muñeca, con el fin de contrarrestar la tendencia a virar que provoca el balancín, y mantener de esta forma derecho el rumbo. Cuando avistan un banco de peces, aceleran el ritmo, y llegados al objetivo lanzan rápidamente las redes, no atrapando cada vez más que unos pocos pececillos. Pero van atentos también al fondo del mar, que en estas aguas transparentes y poco profundas se distingue con claridad. De vez en cuando un par de antenas blancas asoma por debajo de una roca. Entonces uno de los tripulantes se lanza de cabeza al agua, bucea hasta el fondo y sin pensárselo dos veces introduce el brazo hasta el hombro por un orificio de la roca para atrapar la langosta cuyas antenas han delatado allí su presencia. Remonta a la superficie y lanza la langosta al fondo del catamarán, donde se queda tamborileando con un enérgico coleteo. 
Tsunami    Las de la zona de Passekudah son unas hermosas langostas de una especie de color verdirrojo que carecen de pinzas, y son fáciles de avizorar a la luz de la luna. Los pescadores evitan, sin embargo, salir a buscarlas en las noches de luna llena, pues debido al exceso de luz las langostas tienden a retraerse en lo profundo de sus refugios submarinos. Cuando los pescadores nadan y bucean por la noche entre los corales, se produce un curioso efecto lumínico: las aguas agitadas por sus brazos y piernas centellean alrededor de sus cuerpos con un tenue chisporroteo de destellos fosforescentes.

   Hay que tener cuidado con la murena, ese pez con cuerpo de serpiente y cara de pocos amigos, que acecha entre las rocas y los corales en los sitios más inesperados. La isla de Sri Lanka es renombrada por la extraordinaria biodiversidad de sus especies de flora y fauna, y esto incluye la presencia de animales potencialmente peligrosos para el ser humano, como, por poner otros ejemplos, el pez escorpión, el pez piedra, los cocodrilos en los ríos, y los gaviales, una especie de cocodrilo de morro estrecho y alargado que se alimenta de peces y nada en las aguas saladas de los estuarios. En un río que desemboca en la playa de Passekudah podemos ver un cartel que advierte en tamil, cingalés e inglés: "Peligro. Cuidado. Cocodrilos merodeando". Nuestro amigo Alaki nos contaba que una noche, estando durmiendo en la parcela donde iba a construir la casa para su hijo Ashok, no lejos de la playa, oyó un ruido en las malezas próximas, y al acercarse para averiguar lo que era se topó con un enorme cocodrilo con las fauces abiertas de par en par. Nos dijo que salen de noche para atrapar y comerse los perros.
Tsunami   No hay paraíso sin su serpiente, pero el caso de Sri Lanka llega en esta cuestión al extremo. Se han contabilizado 101 especies de serpientes en la isla, de las cuales 46 son endémicas. Entre ellas están la impresionante cobra de anteojos, la pitón –bicho que puede superar los diez metros de largo–, la boa, las víboras, las serpientes-coral y las culebras de mar. Algunas de ellas (las craits) están clasificadas entre las especies de ofidios más venenosas del mundo, siendo Sri Lanka uno de los países con mayor porcentaje de mortandad por picadura de serpiente. Cuando caminábamos de noche por los alrededores del pueblo, nos recomendaban que nos apartáramos del borde del camino, por el peligro que supone la presencia de culebras.
   
   Los tamiles de Sri Lanka constituyen una sociedad muy apegada a la tradición, con costumbres y creencias de origen ancestral, muy parecidas a las de los habitantes del actual estado de Tamil Nadu, en la punta sur de la India. Es ésta la tierra de donde provienen sus antepasados, de los que hay constancia histórica de que fueron buenos navegantes y exportaron su cultura a otros países, incluida la isla de Lanka. Pero no fueron los únicos. Desde el siglo V a C habían ido creciendo en diversos lugares de Sri Lanka otros asentamientos de tribus y clanes indoarios procedentes del norte de la India, siendo el más poderoso el de los sinhalas, que, con el tiempo, terminó dando nombre (cingaleses) a los descendientes de estos grupos humanos. Hoy se conoce con el gentilicio 'cingalés' al habitante de Sri Lanka perteneciente a la etnia mayoritaria indoaria (y de religión budista), diferenciándolo del habitante de la etnia minoritaria de origen dravidiano (y de religión hinduista) conocida como 'tamil'.
    La religión predominante de Sri Lanka es el budismo, practicado principalmente por los cingaleses, pero la constitución de la república isleña garantiza la libertad de culto a otras religiones, como el hinduismo (practicado mayoritariamente por los tamiles), el mahometanismo, el cristianismo y el judaísmo. Así como los budistas tienen sus propias pagodas y los musulmanes sus propias mezquitas, los tamiles tienen sus propios templos hinduistas. El templo principal de Passekudah está dedicado a Ganesh, el dios con cabeza de elefante, hijo de Siva, que quita los obstáculos del mundo y trae la buena suerte. Allí acuden esporádicamente los lugareños a depositar ofrendas a los dioses y a pedirles favores y bendiciones. A veces se celebran ceremonias colectivas, presididas por un brahmán, en las que no es raro presenciar, bajo el rítmico percutir de los tambores, determinados ritos en los que uno o varios fieles terminan entrando en estado de trance.
Tsunami    En nuestra última visita tuvimos ocasión de asistir a una de estas ceremonias, que pocos blancos habrán tenido el privilegio de presenciar. La familia de nuestros viejos amigos, que nos tenía hospedados en su casa, nos invitó a ir a un templo situado a unos 60 kilómetros de Passekudah. Previamente nos recomendaron a los varones que nos vistiéramos con sarong y a nuestra compañera de viaje que se pusiera pantalones o una falda larga "porque si no, la gente te va a estar mirando las piernas". Llegamos de noche al santuario, que estaba ubicado en medio de un campo e iluminado con antorchas. El templo no era sino un conjunto de pequeñas capillas entre árboles dedicadas a diversos dioses y diosas. Los feligreses se sentaban sobre esteras en el suelo, agrupados en corrillos familiares. Unos brahmanes sentados tocaban el tambor y cantaban salmodias. Al rato apareció una mujer que parecía estar en trance, reptando por el suelo como una serpiente y emitiendo sonidos guturales. Vestida de negro, con una melena encrespada y los ojos desorbitados, la mujer imponía sus manos sobre las cabezas de los feligreses que se le iban acercando en fila uno a uno, les exhalaba su aliento sobre el rostro, los asperjaba con agua y a algunos les azotaba el cuerpo con unas ramas, como para exorcizarlos de los malos espíritus. También a nosotros, sin perjuicio de que fuéramos extranjeros, nos invitaron a que participáramos en la ceremonia. La mujer repitió con nosotros los mismos ritos, nos untó la frente y la garganta con un ungüento color ocre, pronunció unos conjuros en tamil y al final nos colocó unas guirnaldas de flores blancas alrededor del cuello. Luego nuestros amigos ceilandeses nos explicaron que este ritual servía para evitar las picaduras de serpientes, y nos aseguraron que tenían el firme convencimiento de que el conjuro funcionaba.
Tsunami    Otro día uno de nosotros asistió a un festival que se celebra durante diez días de julio en el gran templo Mamagam de Batticaloa (una ciudad a 30 kilómetros al sur de Passekudah), donde presenció la ceremonia de danza kaveri, que consiste en bailar al ritmo de flautines y tambores con garfios clavados en la espalda y atados a unas cuerdas de las que tiran otros danzantes, de forma que casi llegan a desgarrarles los músculos dorsales. Esta autopenitencia se la infligen los devotos para pedir favores a los dioses, por ejemplo la curación de la enfermedad de un familiar, o también para darles gracias por los servicios prestados, por ejemplo si el familiar se ha curado. Un amigo nos enseñó las cicatrices que tenía en la espalda a consecuencia de la danza kaveri que practicó en su día en agradecimiento al dios Ganesh, al que había prometido en voto realizarla si le ayudaba a salir de la prisión en que había sido internado durante la guerra.

   Los hombres y las mujeres de las familias tamiles se reparten las tareas cotidianas obedeciendo a una rígida división de roles. Así ocurre también en nuestro pequeño pueblo de Passekudah. Los varones son los encargados de proveer de recursos económicos a la familia, mientras que las mujeres hacen las faenas de la casa, preparan la comida y cuidan de la prole, que puede llegar a ser numerosa. Hace unos años no era infrecuente encontrar matrimonios con diez hijos o más, aunque parece ser que las nuevas generaciones se van moderando en esta cuestión y ya solo procrean una media de cuatro o cinco hijos. También en algunas familias se han adoptado niños huérfanos. Los niños participan activamente en las labores hogareñas: cumplen sin rechistar todos los recados que les encomiendan los adultos: traer o llevar cualquier objeto o mensaje, atender a los hermanos y hermanas más pequeños, ayudar en las tareas de la casa... 
    Cada vez es más frecuente, dada la precariedad económica de la isla, que muchos jóvenes (y no tan jóvenes) emigren a trabajar a países de Oriente Medio, en particular a Arabia Saudí y a los Emiratos Árabes, desde donde, con los raquíticos salarios que allí perciben, tienen la posibilidad de contribuir a los ahorros de la familia enviando algunas divisas a sus hogares. No emigran solos, sino en cuadrillas y con un contrato de trabajo ya preestablecido, por lo general de dos años. Allí trabajan en albañilería, pintura, servicio doméstico y todas las labores duras que los nativos de esos países enriquecidos con el petróleo no se dignan realizar. Los obreros emigrantes comen y duermen hacinados en barracones, en un régimen que se puede calificar de semiesclavitud. Pero lo que es un sueldo mísero en Qatar o Bahrein es un sueldo sustancioso en Sri Lanka. Lo que no quita para que este sistema, al depender de las divisas externas y no de la producción interna, fomente la inflación y la endémica fragilidad de la economía de la isla.
Tsunami   No existiendo nada parecido a cosas como la seguridad social, planes de jubilación o asilos para la tercera edad, los ancianos, los abuelos y abuelas (apappa y amamma), son cuidados por sus propias familias, alojados en sus mismas casas, donde también contribuyen a los quehaceres domésticos con actividades que no requieren de gran esfuerzo físico (foto92): picar el tabaco, moler el grano, limpiar las legumbres... Estos ancianos son tratados con un respeto que raya en la veneración. Se les pide con frecuencia consejo, y su opinión es tenida muy en cuenta. Son los patriarcas y matriarcas familiares, origen seminal de toda la rama, auténticos pozos de experiencia y sabiduría. 
   Además del padre y la madre (appa y amma), también gozan de un rango y autoridad especiales dentro de la familia el hijo primogénito (anna) y la hija mayor (akka). Los restantes hermanos (tambi) y hermanas (tangaji) les deben obediencia y respeto. Cuando un hijo se casa, la nueva pareja se construye una casa no lejos de la de sus padres y se va a vivir en ella. La densidad de habitantes y viviendas va así aumentando a un ritmo sostenido, y de un año para otro se puede apreciar a simple vista que el pueblo va creciendo de forma imparable.
   Los matrimonios son concertados por los padres; los pretendientes poco tienen que decidir. Al revés de lo que ocurre en la India, la dote debe ser aportada por el marido a la esposa. Las alianzas matrimoniales se arreglan entre individuos que por lo general pertenecen a ramas más o menos cercanas de la misma familia extensa. Ocurre así que todos los habitantes del pueblo terminan estando más o menos emparentados, y sus árboles genealógicos se entrecruzan hasta formar un bosque tan frondoso como las selvas de Sri Lanka, con una inextricable profusión de primos, tíos, sobrinos, suegros, yernos, nueras y cuñados. Es significativo que la fórmula coloquial con la que se saludan entre sí los vecinos sea la frase "Enna macchan?", que en tamil literalmente significa "¿Qué tal, cuñado?". 
    
   La dieta básica de las familias de pescadores consiste en un curry de arroz con pescado. O también pescado con arroz. Complementan este régimen con verduras (legumbres, berenjenas, ladyfingers...), compradas en el mercado de la cercana ciudad de Valacchenai, y frutas (piñas, papayas, rambután...) recolectadas de los árboles que cultivan en sus jardines. En ningún guiso puede faltar el ingrediente de las guindillas, cuanto más rabiosamente picantes, mejor. 
   Comen sin usar cubiertos, valiéndose exclusivamente de la mano derecha. La mano izquierda la reservan para otros menesteres relacionados con la higiene corporal. Antes comían de cuclillas a cualquier hora en cualquier rincón. Ahora ya se reúnen en torno a una mesa, que por ser insuficiente para todos tienen que ocupar por turnos: primero comen los hombres y luego las mujeres. No existiendo la costumbre de la sobremesa, cada comensal se levanta cuando ha terminado su plato y se va tranquilamente a sus quehaceres.
Tsunami   Antes cocinaban con fuego de leña, en una fogata encendida en el mismo suelo de la cabaña. Ahora ya disponen de cocinas de gas. Cuando desescaman los pescados en el jardín, ipso facto se aglomeran en los árboles y tapias del derredor, como salidas del film de Hitchcock, las omnipresentes cornejas, que dejarán el sitio limpio del menor resto de pescado. 
   Para freír, utilizan aceite de coco, sustancia que también emplean como loción para la piel y para dar lustre a sus cabelleras, tanto las mujeres como los hombres. Dicen que es beneficioso para el pelo. No es éste el único producto con que les regala la palmera cocotera, tan abundante por estos pagos. Si tienen sed y no hay un pozo cercano, trepan con agilidad por el tronco del cocotero hasta alcanzar un racimo de cocos, desprenden uno con el machete y lo tiran a tierra. Con el mismo machete cortan un trozo de la cáscara para hacer un agujero y el fruto se convierte en un cántaro de refrescante agua de coco. Si el líquido se deja fermentar, obtienen el toddi, una especie de vino de palma de color lechoso y sabor agrio. Si se destila, consiguen el arrack, una especie de aguardiente o ron de coco con alta graduación de alcohol, muy apreciado por los pescadores.
   Hay que decir que el alcoholismo está muy extendido, sobre todo entre los hombres mayores que han pasado la guerra, pero también entre ciertos jóvenes. Algunos de ellos han fallecido prematuramente, al decir de algunos por la 'mala vida' que llevaban. En nuestra última estancia les solíamos ver entrando en el bar desde el punto de la mañana, y salir al cabo de unas horas tambaleándose y haciendo eses, con buenas dosis de arrack en el cuerpo. Hay que constatar también que muchos miembros de las nuevas generaciones sienten un fuerte rechazo hacia el alcohol, al ver el estado de postración con que regresan sus padres a sus hogares a última hora del día.
   Las mujeres visten con faldas largas y coloridas blusas, y en las ocasiones especiales o cuando salen de viaje, con vistosos saris a la manera de la India (foto05). Los hombres visten más a la occidental, pero también utilizan, sobre todo en casa, el tradicional y cómodo sarong (una pieza de tela cosida en forma de tubo que se enrollan en torno a la cintura). Anillos, collares y pendientes completan el atavío de las mujeres. Y con frecuencia se adornan el rostro con el característico bindu (en tamil pottu), ese lunar que se dibujan en medio de la frente, símbolo, según dicen algunos, del 'tercer ojo'. También a los bebés y a los niños se les aplica el pottu, y además el arnacuri, un cordón atado alrededor del vientre que dicen les protege de los malos espíritus.
Tsunami   Los niños son la alegría de cada casa. Los recados y los deberes escolares no les impiden sacar tiempo de sobra para divertirse. Corretean y enredan por todos los rincones, cantan y bailan (foto47) acompañándose de un tamtam, juegan al cricket. Trepan a árboles y tapias con soltura, sin que nadie les diga "¡que te vas a caer!". Hacia las 9 de la noche, después de cenar, dada la escasez de camas se echan a dormir en el suelo de hormigón de la casa, con la cabeza apoyada en una almohada y con la misma ropa que han llevado durante el día. Se quedan dormidos al instante y a partir de ese momento ya no hay trajín que los despierte. Por la noche hay que tener cuidado, al levantarse para ir al baño, de no pisar niños.
   
   Después de treinta años, muchas cosas han cambiado en Passekudah. De aquel pueblo de cabañas de pescadores junto a la playa (ver en fotoAleph exposición Recuerdos del paraíso) no queda absolutamente nada, hecha salvedad de las personas que sobrevivieron al tsunami. Las que habíamos conocido cuando eran niños son ya adultos treintañeros. Los jóvenes están en los cuarenta o los cincuenta. Y los mayores son ya ancianos o han fallecido, aunque también muchos hombres y mujeres se han quedado por el camino en la plenitud de su vida. 
   Acabada la guerra, la mayoría de las familias ha recomenzado una nueva vida, a veces lejos del pueblo. El siglo XXI ha entrado de lleno en sus casas –no todavía en sus templos–, y se nota que las nuevas generaciones vienen pujantes. Los jóvenes se mandan whatsapps, están en las redes sociales, navegan más por internet que por la bahía, e incluso conversan con sus móviles por videoconferencias vía skype. 
   Pero si algo no ha cambiado en aquellos hombres y mujeres que conocimos hace treinta años es su sentido de la amistad, que se ha mantenido incólume a lo largo del tiempo. Nos alojaron en sus casas, nos dieron de comer, hicimos vida en familia. Y sobre todo intercambiamos recuerdos, evocando los felices días en que disfrutamos de su hospitalidad en el Passekudah de antes de la guerra y el tsunami. Recuerdos llenos de nostalgia, imbuidos de un sentimiento de profunda añoranza por la juventud perdida y para siempre irrecuperable.

 

 

Guerra en el paraíso

   Todo el mundo ha visto en los medios de comunicación las escalofriantes imágenes del tsunami que en diciembre de 2004 se abatió sobre las costas de Indochina, Indonesia, la India y las islas del océano Índico, causando decenas de miles de muertos e incalculables daños materiales. Pero menos gente conoce la otra gran calamidad Tsunamique se abatió sobre la isla de Sri Lanka, que tuvo un menor impacto mediático a pesar de que duró nada menos que 26 años. Nos referimos a la atroz guerra civil que desde 1983 hasta 2009 hizo estragos entre la población de la isla, incluyendo nuestra pequeña aldea de pescadores. 
   Los tamiles de Sri Lanka siempre se han sentido discriminados con respecto a la mayoritaria población cingalesa de la isla. Se quejaban, entre otras cosas, de su escasa representación parlamentaria, de que su lengua estaba relegada, de que sus hijos no tenían igualdad de oportunidades para entrar en la universidad. Y reclamaban mayores cotas de autogobierno para poder vivir conforme a sus usos de raigambre hinduista. 
   En 1983 hubo una revuelta en una cárcel donde fueron asesinados varios prisioneros tamiles y esa fue la chispa que prendió el fuego de la guerra. Los grupos insurgentes que venían operando desde hacía años contra el gobierno se radicalizaron e intensificaron sus actividades armadas. Entre estos grupos, el que terminó obteniendo mayor liderazgo fue el LTTE (Tigres de Liberación de Tamil Elam), de inspiración maoísta. Reclamaban la partición política de Sri Lanka para crear en el norte y este de la isla (de mayoría de población tamil) un estado independiente llamado Tamil Elam.
   Es significativo el nombre de 'tigres' que adoptaron. Para ellos su principal enemigo era el ejército del gobierno cingalés. El gentilicio cingalés deriva de 'sinha', en sánscrito 'león'. De hecho en la bandera de Sri Lanka figura el dibujo de un león, emblema de los cingaleses. De forma que, simbólicamente hablando, la guerra se planteó como un combate de tigres contra leones. Pero los zarpazos de esa lucha alcanzaron a toda la población civil, tanto a la cingalesa como a la tamil.
   Los atentados se sucedieron durante interminables años. Los rebeldes ponían bombas en los mercados, en los aviones, en los transportes públicos, sembrando la muerte indiscriminadamente. El ejército gubernamental reaccionaba arrasando a sangre y fuego los poblados que podían albergar rebeldes, fusilando a los tamiles en la misma puerta de sus cabañas delante de sus mujeres e hijos, practicando detenciones masivas, implantando el toque de queda, torturando, encerrando en calabozos a cualquier sospechoso de apoyar a la guerrilla. Y todos los jóvenes tamiles, de los 16 a los 30 años, eran sospechosos, por ser jóvenes y por ser tamiles.
Tsunami   Por su parte la actuación de los 'tigres' no era menos brutal. Irrumpían por la fuerza en las cabañas de sus mismos paisanos tamiles para requisar todas las joyas y objetos de valor de la familia, con el fin de financiar sus actividades armadas. Si encontraban en la casa un joven (chico o chica), lo reclutaban en su grupo y se lo llevaban a la fuerza a sus campos de entrenamiento, sin atender a las protestas de los familiares. 
   Extraña manera la de los 'tigres de liberación' de liberar a los tamiles, que se vieron así acorralados entre dos fuegos.
   En 1987, a petición del gobierno cingalés, el primer ministro de la India, Rajiv Gandhi, hijo de Indira Gandhi, envió tropas indias a la isla –las llamadas IPKF (Indian Peace Keeping Forces)–, como 'fuerzas de pacificación'. Pero éstas pronto derivaron en fuerzas de represión, perpetrando masacres tanto entre los activistas como entre la población civil tamil. Al final tuvieron que retirarse sin haber conseguido otra cosa que empeorar la situación. Esta maniobra en falso le costó la vida a Rajiv Gandhi, que fue en 1991 víctima de un atentado suicida. En un mítin electoral que se celebraba en el estado indio de Tamil Nadu, una militante del LTTE mezclada entre los espectadores se acercó a Rajiv Gandhi para regalarle un ramo de flores. El ramo contenía en su interior una bomba. En 1993 otro atentado suicida acabó con la vida del presidente electo de Sri Lanka Ranasinghe Premadasa.
   La guerra se prolongó durante años alternando periodos de relativa calma con periodos de recrudecimiento de las hostilidades. Se organizaron conferencias de paz en Oslo y Ginebra, que no dieron resultado. 
   
   Pasando de lo general a lo particular, relataremos a continuación algunos sucesos vividos en primera persona por nuestros colegas de Passekudah. 
   Transcribimos un fragmento de una carta que nos envió nuestro amigo Alaki en aquellos aciagos días:
Tsunami
   "La situación actual en nuestra área es muy mala. La guerra entre las tropas del gobierno y el LTTE continúa en algunos lugares. Muchos refugiados del distrito de Trincomalee han venido a nuestra zona y se han instalado en lugares públicos. Algunos grupos armados reclutan jóvenes y es muy difícil retener en casa a mi hijo Tamilselvam (19 años). Muchos jóvenes que tienen dinero se van a los países de Oriente Medio para buscar empleo. Algunos jóvenes que tienen parientes en Europa van a países de Europa como refugiados.
   Todos los días vivimos con miedo, dormimos con miedo."

   Tamilselvam (foto08), el hijo mayor de Alaki, eludió ser reclutado a la fuerza por los grupos rebeldes gracias a que le acogieron en una familia de musulmanes, en cuya casa vivió escondido tres años. Alaki y su mujer Ally tuvieron en varias ocasiones que escapar de su cabaña a altas horas de la noche en medio de la refriega para salvarse de las bombas y los tiroteos, y se veían obligados a dormir con su bebé recién nacido a la intemperie en medio del campo.
   Ganesh (foto90), hermano menor de Alaki, se alistó a las 'Fuerzas Indias de Pacificación' (IPKF), el grueso de cuyos contingentes estaba integrado por soldados tamiles de la India; murió con veintipocos años por disparos de los 'tigres'.
   Otro buen amigo nuestro –omitimos los nombres, porque las heridas de la guerra aún siguen abiertas y tal información podría dar lugar a represalias– fue hecho prisionero por la única razón de haber asistido a un mítin de los rebeldes, y encarcelado en una prisión de alta seguridad cerca de Colombo, atiborrada de presos con causas parecidas, donde fue sistemáticamente torturado y de la que tardó dos años en salir. Una de las torturas consistía en atarle las muñecas por la espalda con una cuerda de la que tiraban para dejarle suspendido, al tiempo que le golpeaban con estacas por todo el cuerpo, especialmente en las plantas de los pies. Cada vez que terminaba la sesión de tortura tenía las manos tan doloridas y temblorosas que para comer debía acercar la boca al plato e ingerir el alimento sin utilizar las manos. El arroz que le daban estaba tan plagado de piedras que le destrozaron la dentadura. El agua que le daban estaba llena de Tsunamiinmundicias, y debía colocar los dedos sobre el borde del cuenco para intentar filtrarlas. Su mujer hacía viajes a Colombo para intentar visitarle, y solo la última vez le dejaron ver a su marido durante escasos cinco minutos. 
   Su hermano, de 18 años, fue detenido en la calle a cuento de nada por soldados del ejército. Encerrado en un cuartelillo, durante tres días fue sometido a torturas. Por ejemplo, le colgaban desnudo y cabeza abajo de una cuerda atada a los tobillos, con una polea con la que podían hacer que el cuerpo subiera y bajara. Cuando bajaba, se le sumergía la cabeza en un barreño de agua, provocándole asfixias. No confesó nada, porque no tenía nada que confesar. Su delito: ser joven y ser tamil. Por si todo ello no fuera suficiente, aún se ensañaron más introduciéndole un bolígrafo en cada oído que luego golpeaban fuertemente con las manos como para clavárselo en el cráneo, con el resultado de que le dejaron un tímpano perforado. Cuando nos lo contaba en nuestra última visita, nos pedía que acercáramos nuestra oreja a la suya, y a continuación, cerrando la boca y tapándose las narices, exhalaba con fuerza el aire de sus pulmones, de forma que podíamos oír cómo el aire le silbaba al salir por el orificio del tímpano.
    A su hermano menor le golpearon en la cabeza de tal manera que le dejaron completamente sordo, como pudimos comprobar cuando le saludamos en nuestro reencuentro. No pronunció ni una palabra. Simplemente no oía lo que le decíamos.
   Un cuñado de ambos hermanos fue sacado de su cabaña sin motivo justificado por soldados del ejército y tiroteado a bocajarro en la misma puerta, delante de toda su familia. Su mujer, en un ataque de desesperación, se suicidó acto seguido allí mismo.
   Valgan estos pocos ejemplos para dar una idea de las atrocidades que se cometían día a día en el transcurso de la guerra, de las que eran víctimas personas completamente inocentes. Podríamos seguir interminablemente.
   También conocimos en Passekudah, en los días del comienzo del conflicto, a un muchacho que se enroló voluntariamente en la guerrilla. Nunca hemos vuelto a saber nada de él. 
Tsunami   Los guerrilleros tamiles eran en su mayoría muy jóvenes, casi adolescentes. Todos ellos llevaban enrollado al cuello un cordón del que pendía una pequeña ampolla de vidrio que contenía cianuro. De esta forma, si alguno de ellos caía prisionero de las tropas gubernamentales, mordiendo la ampolla se podía suicidar, para así evitar las posibles delaciones al ser torturados.
   
   En enero de 2008, el gobierno cingalés emprendió una ofensiva final contra el LTTE, que en los últimos años había ido replegando sus tropas para terminar atrincherándose en sus bastiones de la península norteña de Jaffna. El ejército avanzó sobre Jaffna, organizando una cacería de 'tigres' que degeneró en una auténtica carnicería. La ONU denunció el baño de sangre provocado por los combates entre ambos bandos, con 380 civiles muertos, entre ellos un centenar de niños. Por fin, el 18 de mayo de 2009 el ejército dio por derrotado al LTTE, asegurando que 'todos' los líderes de la guerrilla habían muerto en los últimos combates. La guerra había terminado.
   Balance: 26 años de guerra y entre 80.000 y 100.000 muertos, para no conseguir absolutamente nada, aparte del hundimiento de la economía de la isla.
   En nuestra última visita a Sri Lanka (2016) hemos podido ver que cerca de Batticaloa hay campos precintados con cintas rojas que prohiben el paso, por el peligro de que estallen las minas antipersona que fueron sembradas allí durante la guerra –no sabemos si por el ejército o por los guerrilleros– y que están todavía sin desminar.

 

 

 

  

La ola de la muerte

   Se suele decir que las desgracias nunca vienen solas, y en el caso de Sri Lanka este dicho demostró ser completamente cierto. Cuando ya llevaban más de veinte años padeciendo la guerra, el día 26 de diciembre de 2004 se desencadenó el terrible tsunami que iba a cobrarse miles de vidas en las costas del Índico, entre ellas la línea costera oriental y meridional de Sri Lanka.
Tsunami   No era éste el primer desastre natural que habían sufrido los habitantes de Passekudah: ya nos habían hablado de un ciclón que se desató en 1978, acompañado de un fortísimo oleaje que también destrozó el pueblo. Nuestro amigo Kunasegaram nos contaba que lo pilló durmiendo en casa. Que su cabaña se inundó llegando enseguida el agua casi hasta el techo, y que él estaba atrapado dentro sin poder salir. "¿Y tú que hacías dentro?", le preguntamos. "Swimming", nos respondió. Kunasegaram no consiguió salvarse del tsunami de 2004. Él y sus dos hijas perecieron ahogados.
   Todas las familias de pescadores que conocíamos en Passekudah fueron afectadas en mayor o menor grado por el desastre. No había ninguna que no hubiera sufrido numerosas pérdidas entre sus miembros. Recogiendo testimonios entre los supervivientes, todos coincidían en ciertas descripciones, que intentaremos escuetamente resumir: 
   Aquella mañana vieron que en cierto momento las aguas se empezaron a retirar rápidamente de la bahía, dejando el fondo del mar seco y totalmente al descubierto. Las rocas y arrecifes de coral que siempre habían estado sumergidos salieron a la superficie y se hicieron visibles. Nunca habían visto nada semejante. De pronto el mar en la lejanía empezó a rebullir y arremolinarse, "como si estuviera hirviendo". Las cornejas y las aves que siempre andan revoloteando por el lugar desaparecieron como por ensalmo. Y entonces vieron con estupor que una gigantesca ola, alta como una montaña, avanzaba en dirección a la orilla y se les venía encima. Echaron a correr hacia el interior. La ola era de agua negra (en este detalle todos insistían: "el agua no era azul ni verde, era negra", y todavía ignoramos qué explicación racional puede tener tal fenómeno).
   La ola arremetió contra sus cabañas y se las llevó por delante, ocasionando un increíble destrozo en todo el poblado de pescadores. También arrasó los hoteles, las tiendas, los chiringuitos de la playa, el depósito general de agua, las barracas del ejército y la policía –que estaban acuartelados allí por la guerra–, los templos, la iglesia cristiana. Todas las personas que no habían advertido a tiempo la que se avecinaba murieron inmediatamente ahogadas. Los niños que a esa hora todavía no habían ido a la escuela, murieron ahogados. 
Tsunami   Los pescadores que estaban faenando mar adentro en sus catamaranes se salvaron, pues la ola no rompió hasta llegar a la playa. La inundación alcanzó los diez metros de altura. Arrastrados por el ímpetu del agua, algunos lograron salvarse trepando a cocoteros (así lo hicieron Arri, el hermano de Alaki, y el hijo de éste, Ashok, que sobrevivieron y pudieron contárnoslo). Otros se quedaron atrapados en las alambradas de espino que había tendidas por el pueblo con ocasión de la guerra: los que no murieron sufrieron graves desgarramientos en todo el cuerpo. A un hombre tuvieron posteriormente que amputarle las piernas gangrenadas.
   Dada la configuración geográfica de Passekudah en dos bahías contiguas separadas por un pequeño istmo, la ola del tsunami inundó el pueblo desde dos frentes distintos, y las aguas, avanzando en corrientes cruzadas, dispersaron a las familias por zonas alejadas entre sí. Alcanzada su máxima expansión, las aguas iniciaron su retirada arrastrando en un torrente arrollador cadáveres humanos y animales, escombros y todo lo que pillaban en su imparable barrido, pero ahora en dirección contraria, rumbo al mar. 
   Cuando las aguas se calmaron, empezó lo peor: la frenética búsqueda de los familiares desaparecidos en el caos.
   Los cadáveres estaban desperdigados por todas partes, en la arena, en el agua, entre la vegetación de los campos aledaños. Las gentes de los poblados interiores próximos acudieron raudos a la zona afectada a atender a los heridos y a recoger a los muertos. Otros, en cambio, huyeron tierra adentro al cundir el rumor de que podían venir nuevas olas. No se podía esperar ayuda de otros lugares, pues todas las ciudades y pueblos de la costa estaban colapsados por el mismo desastre, además de que muchas carreteras quedaron cortadas. De forma que cada localidad tuvo que organizarse sus propios medios de auxilio. Se cargaron los cadáveres en furgonetas que los llevaron a los hospitales más cercanos, donde eran depositados por los suelos de diversas salas. La gente iba a los hospitales a identificar los cuerpos de sus familiares. En esas morgues improvisadas encontró Alaki a su hija de seis años Kalaiselvi y a su hermana mayor Mahesh (foto84); allí encontró su mujer Ally a su madre; allí Tsunamiencontró su hermano Punny a sus dos hijos, su cuñado Nava a sus dos hijos, Nagarasa a su mujer Mathi (foto86) y a su hija, Mogan a su mujer, a sus hijos, a su hermano mayor Kunasegaram (foto87) y a otros familiares. Había también cadáveres que no eran identificados porque todos los parientes del difunto habían también fallecido. Por otro lado faltaban –y esto era lo más angustioso– las personas que no habían regresado ni muertas ni vivas: los familiares desaparecidos. 
    El muy caluroso y húmedo clima tropical de la zona propició que ya desde el segundo día los cuerpos de los fallecidos empezaran a dar síntomas de descomposición. Por lo que llegó a decidirse que había que incinerarlos cuanto antes, para evitar que brotaran posibles epidemias. Así se organizaron cremaciones colectivas, siguiendo los ritos de la religión hindú de los tamiles (pese a que en Passekudah es costumbre enterrar a los muertos en cementerios cristianos, musulmanes o hinduistas).
   Arri nos contaba que al cuarto o quinto día encontró en un campo el cuerpo de su cuñado desaparecido Ponna –su mujer Mahesh y su hijo Clinton también habían muerto–. El cadáver de Ponna (un camarada de nuestros viejos tiempos, foto85) estaba totalmente hinchado y en avanzado estado de descomposición. Era tan insoportable el hedor del ambiente, que tuvo que colocarse en la cara una máscara de buceo y, equipado de esta guisa, proceder a incinerar el cuerpo allí mismo.

   El desastre del tsunami tuvo una inmediata repercusión mundial y a los pocos días ya habían acudido a las áreas siniestradas los equipos gubernamentales de auxilio y las organizaciones humanitarias de diversos países. 
Tsunami   He aquí el párrafo de una carta que nos envió Alaki por entonces:
   "Ahora mis familiares y yo estamos instalados en una tienda de campaña, en un campamento de refugiados en Valacchenai. No tenemos medios para salir a pescar. Perdimos todas nuestras pertenencias y no nos queda nada. No nos es posible hacer ningún tipo de comercio o trabajo ya que no tenemos fondos para empezar. Dependemos totalmente de la comida que pueda proveer el gobierno."
   Han pasado ya doce años desde la catástrofe y los supervivientes del tsunami han conseguido salir adelante, habiendo mejorado en muchos casos sus condiciones materiales de vida. Ya pueden hablar con serenidad de la tragedia, como de algo sucedido en un lejano pasado. Pero sus recuerdos se mantienen tan vivos como el primer día, y aunque el dolor se ha mitigado con el paso del tiempo, es evidente que aquella ola mortífera marcó un antes y un después en sus vidas. Es corriente oírles iniciar sus alocuciones con "Before tsunami..." o con "After tsunami...". Los niños han incorporado el vocablo a sus juegos: "Tsunami coming!, tsunami coming!", gritaban cuando venía una pequeña ola. Ally, la esposa de Alaki, tras la traumática experiencia, es remisa a que su nieto Venu y sus pequeños hijos adoptivos Madus y Dijem entren en el agua de la playa poco más allá de la orilla.
   Rememorando el día del tsunami, alguien nos expuso una teoría conspiratoria sobre su posible origen. La gigantesca ola podría haber sido provocada por una prueba de explosión nuclear subterránea. Posiblemente realizada por Japón. El hecho de que la palabra 'tsunami', que antes pocos conocían, sea japonesa, no sería quizá una casualidad.
   El día que Ashok (foto10) –el hijo de Alaki y Ally, en edad de saltar del nido– estrenaba su nueva casa, nos invitó a la ceremonia de inauguración. La familia se congregó en una estancia presidida por un altar dedicado a Kalaiselvi, la hija de siete años que murió en el tsunami. El altar estaba adornado con racimos y guirnaldas de flores en torno a una fotografía en ajado color que era un retrato de la niña. Dijem, 11 años, juntando las palmas de la mano en actitud de oración, con los ojos puestos en la imagen de Kalaiselvi, entonó con su voz infantil y con un gran sentimiento una serie de melodiosos cánticos de plegaria que nos dejó a todos con el corazón encogido.
   Visitamos la escuela primaria del pueblo (foto58 y siguientes), de enseñanza mixta y gratuita para niños de 8 a 16 años, donde amablemente nos recibieron el director y algunos maestros y maestras a los que no les importaba interrumpir la clase para presentar estos exóticos extranjeros blancos a los escolares, todos puestos en pie en señal de respeto. Nos explicaron que solo en esta escuela murieron en el tsunami 62 alumnos. Un monumento memorial construido junto a la entrada exhibe grabados en mármol los nombres y edades de los 62 niños y niñas de Passekudah a los que la ola arrancó tan temprano de esta vida. 
   
   Eneko Pastor

 

 Esta exposición se complementa con la titulada 'Recuerdos del paraíso', exhibida en fotoAleph.

 

  

FotoCD139
   
La vida después del tsunami

Fotografías y texto: Eneko Pastor
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www.fotoaleph.com
Los ingresos por derechos de reproducción de las fotografías exhibidas en esta colección serán destinados en su integridad a las familias de pescadores de Passekudah.

    


 

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