Colecciones fotográficas

La vida después del tsunami

La ola de la muerte

 

   Se suele decir que las desgracias nunca vienen solas, y en el caso de Sri Lanka este dicho demostró ser completamente cierto. Cuando ya llevaban más de veinte años padeciendo la guerra, el día 26 de diciembre de 2004 se desencadenó el terrible tsunami que iba a cobrarse miles de vidas en las costas del Índico, entre ellas la línea costera oriental y meridional de Sri Lanka.
Tsunami   No era éste el primer desastre natural que habían sufrido los habitantes de Passekudah: ya nos habían hablado de un ciclón que se desató en 1978, acompañado de un fortísimo oleaje que también destrozó el pueblo. Nuestro amigo Kunasegaram nos contaba que lo pilló durmiendo en casa. Que su cabaña se inundó llegando enseguida el agua casi hasta el techo, y que él estaba atrapado dentro sin poder salir. "¿Y tú que hacías dentro?", le preguntamos. "Swimming", nos respondió. Kunasegaram no consiguió salvarse del tsunami de 2004. Él y sus dos hijas perecieron ahogados.
   Todas las familias de pescadores que conocíamos en Passekudah fueron afectadas en mayor o menor grado por el desastre. No había ninguna que no hubiera sufrido numerosas pérdidas entre sus miembros. Recogiendo testimonios entre los supervivientes, todos coincidían en ciertas descripciones, que intentaremos escuetamente resumir: 
   Aquella mañana vieron que en cierto momento las aguas se empezaron a retirar rápidamente de la bahía, dejando el fondo del mar seco y totalmente al descubierto. Las rocas y arrecifes de coral que siempre habían estado sumergidos salieron a la superficie y se hicieron visibles. Nunca habían visto nada semejante. De pronto el mar en la lejanía empezó a rebullir y arremolinarse, "como si estuviera hirviendo". Las cornejas y las aves que siempre andan revoloteando por el lugar desaparecieron como por ensalmo. Y entonces vieron con estupor que una gigantesca ola, alta como una montaña, avanzaba en dirección a la orilla y se les venía encima. Echaron a correr hacia el interior. La ola era de agua negra (en este detalle todos insistían: "el agua no era azul ni verde, era negra", y todavía ignoramos qué explicación racional puede tener tal fenómeno).
   La ola arremetió contra sus cabañas y se las llevó por delante, ocasionando un increíble destrozo en todo el poblado de pescadores. También arrasó los hoteles, las tiendas, los chiringuitos de la playa, el depósito general de agua, las barracas del ejército y la policía –que estaban acuartelados allí por la guerra–, los templos, la iglesia cristiana. Todas las personas que no habían advertido a tiempo la que se avecinaba murieron inmediatamente ahogadas. Los niños que a esa hora todavía no habían ido a la escuela, murieron ahogados. 
Tsunami   Los pescadores que estaban faenando mar adentro en sus catamaranes se salvaron, pues la ola no rompió hasta llegar a la playa. La inundación alcanzó los diez metros de altura. Arrastrados por el ímpetu del agua, algunos lograron salvarse trepando a cocoteros (así lo hicieron Arri, el hermano de Alaki, y el hijo de éste, Ashok, que sobrevivieron y pudieron contárnoslo). Otros se quedaron atrapados en las alambradas de espino que había tendidas por el pueblo con ocasión de la guerra: los que no murieron sufrieron graves desgarramientos en todo el cuerpo. A un hombre tuvieron posteriormente que amputarle las piernas gangrenadas.
   Dada la configuración geográfica de Passekudah en dos bahías contiguas separadas por un pequeño istmo, la ola del tsunami inundó el pueblo desde dos frentes distintos, y las aguas, avanzando en corrientes cruzadas, dispersaron a las familias por zonas alejadas entre sí. Alcanzada su máxima expansión, las aguas iniciaron su retirada arrastrando en un torrente arrollador cadáveres humanos y animales, escombros y todo lo que pillaban en su imparable barrido, pero ahora en dirección contraria, rumbo al mar. 
   Cuando las aguas se calmaron, empezó lo peor: la frenética búsqueda de los familiares desaparecidos en el caos.
   Los cadáveres estaban desperdigados por todas partes, en la arena, en el agua, entre la vegetación de los campos aledaños. Las gentes de los poblados interiores próximos acudieron raudos a la zona afectada a atender a los heridos y a recoger a los muertos. Otros, en cambio, huyeron tierra adentro al cundir el rumor de que podían venir nuevas olas. No se podía esperar ayuda de otros lugares, pues todas las ciudades y pueblos de la costa estaban colapsados por el mismo desastre, además de que muchas carreteras quedaron cortadas. De forma que cada localidad tuvo que organizarse sus propios medios de auxilio. Se cargaron los cadáveres en furgonetas que los llevaron a los hospitales más cercanos, donde eran depositados por los suelos de diversas salas. La gente iba a los hospitales a identificar los cuerpos de sus familiares. En esas morgues improvisadas encontró Alaki a su hija de seis años Kalaiselvi y a su hermana mayor Mahesh (foto84); allí encontró su mujer Ally a su madre; allí Tsunamiencontró su hermano Punny a sus dos hijos, su cuñado Nava a sus dos hijos, Nagarasa a su mujer Mathi (foto86) y a su hija, Mogan a su mujer, a sus hijos, a su hermano mayor Kunasegaram (foto87) y a otros familiares. Había también cadáveres que no eran identificados porque todos los parientes del difunto habían también fallecido. Por otro lado faltaban –y esto era lo más angustioso– las personas que no habían regresado ni muertas ni vivas: los familiares desaparecidos. 
    El muy caluroso y húmedo clima tropical de la zona propició que ya desde el segundo día los cuerpos de los fallecidos empezaran a dar síntomas de descomposición. Por lo que llegó a decidirse que había que incinerarlos cuanto antes, para evitar que brotaran posibles epidemias. Así se organizaron cremaciones colectivas, siguiendo los ritos de la religión hindú de los tamiles (pese a que en Passekudah es costumbre enterrar a los muertos en cementerios cristianos, musulmanes o hinduistas).
   Arri nos contaba que al cuarto o quinto día encontró en un campo el cuerpo de su cuñado desaparecido Ponna –su mujer Mahesh y su hijo Clinton también habían muerto–. El cadáver de Ponna (un camarada de nuestros viejos tiempos, foto85) estaba totalmente hinchado y en avanzado estado de descomposición. Era tan insoportable el hedor del ambiente, que tuvo que colocarse en la cara una máscara de buceo y, equipado de esta guisa, proceder a incinerar el cuerpo allí mismo.

   El desastre del tsunami tuvo una inmediata repercusión mundial y a los pocos días ya habían acudido a las áreas siniestradas los equipos gubernamentales de auxilio y las organizaciones humanitarias de diversos países. 
Tsunami   He aquí el párrafo de una carta que nos envió Alaki por entonces:
   "Ahora mis familiares y yo estamos instalados en una tienda de campaña, en un campamento de refugiados en Valacchenai. No tenemos medios para salir a pescar. Perdimos todas nuestras pertenencias y no nos queda nada. No nos es posible hacer ningún tipo de comercio o trabajo ya que no tenemos fondos para empezar. Dependemos totalmente de la comida que pueda proveer el gobierno."
   Han pasado ya doce años desde la catástrofe y los supervivientes del tsunami han conseguido salir adelante, habiendo mejorado en muchos casos sus condiciones materiales de vida. Ya pueden hablar con serenidad de la tragedia, como de algo sucedido en un lejano pasado. Pero sus recuerdos se mantienen tan vivos como el primer día, y aunque el dolor se ha mitigado con el paso del tiempo, es evidente que aquella ola mortífera marcó un antes y un después en sus vidas. Es corriente oírles iniciar sus alocuciones con "Before tsunami..." o con "After tsunami...". Los niños han incorporado el vocablo a sus juegos: "Tsunami coming!, tsunami coming!", gritaban cuando venía una pequeña ola. Ally, la esposa de Alaki, tras la traumática experiencia, es remisa a que su nieto Venu y sus pequeños hijos adoptivos Madus y Dijem entren en el agua de la playa poco más allá de la orilla.
   Rememorando el día del tsunami, alguien nos expuso una teoría conspiratoria sobre su posible origen. La gigantesca ola podría haber sido provocada por una prueba de explosión nuclear subterránea. Posiblemente realizada por Japón. El hecho de que la palabra 'tsunami', que antes pocos conocían, sea japonesa, no sería quizá una casualidad.
   El día que Ashok (foto10) –el hijo de Alaki y Ally, en edad de saltar del nido– estrenaba su nueva casa, nos invitó a la ceremonia de inauguración. La familia se congregó en una estancia presidida por un altar dedicado a Kalaiselvi, la hija de siete años que murió en el tsunami. El altar estaba adornado con racimos y guirnaldas de flores en torno a una fotografía en ajado color que era un retrato de la niña. Dijem, 11 años, juntando las palmas de la mano en actitud de oración, con los ojos puestos en la imagen de Kalaiselvi, entonó con su voz infantil y con un gran sentimiento una serie de melodiosos cánticos de plegaria que nos dejó a todos con el corazón encogido.
   Visitamos la escuela primaria del pueblo (foto58 y siguientes), de enseñanza mixta y gratuita para niños de 8 a 16 años, donde amablemente nos recibieron el director y algunos maestros y maestras a los que no les importaba interrumpir la clase para presentar estos exóticos extranjeros blancos a los escolares, todos puestos en pie en señal de respeto. Nos explicaron que solo en esta escuela murieron en el tsunami 62 alumnos. Un monumento memorial construido junto a la entrada exhibe grabados en mármol los nombres y edades de los 62 niños y niñas de Passekudah a los que la ola arrancó tan temprano de esta vida. 
   
   Eneko Pastor

 

 Esta exposición se complementa con la titulada 'Recuerdos del paraíso', exhibida en fotoAleph.

 

  

FotoCD139
   
La vida después del tsunami

Fotografías y texto: Eneko Pastor
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Los ingresos por derechos de reproducción de las fotografías exhibidas en esta colección serán destinados en su integridad a las familias de pescadores de Passekudah.

    


 

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