Colecciones fotográficas

La vida después del tsunami

Guerra en el paraíso

 

   Todo el mundo ha visto en los medios de comunicación las escalofriantes imágenes del tsunami que en diciembre de 2004 se abatió sobre las costas de Indochina, Indonesia, la India y las islas del océano Índico, causando decenas de miles de muertos e incalculables daños materiales. Pero menos gente conoce la otra gran calamidad Tsunamique se abatió sobre la isla de Sri Lanka, que tuvo un menor impacto mediático a pesar de que duró nada menos que 26 años. Nos referimos a la atroz guerra civil que desde 1983 hasta 2009 hizo estragos entre la población de la isla, incluyendo nuestra pequeña aldea de pescadores. 
   Los tamiles de Sri Lanka siempre se han sentido discriminados con respecto a la mayoritaria población cingalesa de la isla. Se quejaban, entre otras cosas, de su escasa representación parlamentaria, de que su lengua estaba relegada, de que sus hijos no tenían igualdad de oportunidades para entrar en la universidad. Y reclamaban mayores cotas de autogobierno para poder vivir conforme a sus usos de raigambre hinduista. 
   En 1983 hubo una revuelta en una cárcel donde fueron asesinados varios prisioneros tamiles y esa fue la chispa que prendió el fuego de la guerra. Los grupos insurgentes que venían operando desde hacía años contra el gobierno se radicalizaron e intensificaron sus actividades armadas. Entre estos grupos, el que terminó obteniendo mayor liderazgo fue el LTTE (Tigres de Liberación de Tamil Elam), de inspiración maoísta. Reclamaban la partición política de Sri Lanka para crear en el norte y este de la isla (de mayoría de población tamil) un estado independiente llamado Tamil Elam.
   Es significativo el nombre de 'tigres' que adoptaron. Para ellos su principal enemigo era el ejército del gobierno cingalés. El gentilicio cingalés deriva de 'sinha', en sánscrito 'león'. De hecho en la bandera de Sri Lanka figura el dibujo de un león, emblema de los cingaleses. De forma que, simbólicamente hablando, la guerra se planteó como un combate de tigres contra leones. Pero los zarpazos de esa lucha alcanzaron a toda la población civil, tanto a la cingalesa como a la tamil.
   Los atentados se sucedieron durante interminables años. Los rebeldes ponían bombas en los mercados, en los aviones, en los transportes públicos, sembrando la muerte indiscriminadamente. El ejército gubernamental reaccionaba arrasando a sangre y fuego los poblados que podían albergar rebeldes, fusilando a los tamiles en la misma puerta de sus cabañas delante de sus mujeres e hijos, practicando detenciones masivas, implantando el toque de queda, torturando, encerrando en calabozos a cualquier sospechoso de apoyar a la guerrilla. Y todos los jóvenes tamiles, de los 16 a los 30 años, eran sospechosos, por ser jóvenes y por ser tamiles.
Tsunami   Por su parte la actuación de los 'tigres' no era menos brutal. Irrumpían por la fuerza en las cabañas de sus mismos paisanos tamiles para requisar todas las joyas y objetos de valor de la familia, con el fin de financiar sus actividades armadas. Si encontraban en la casa un joven (chico o chica), lo reclutaban en su grupo y se lo llevaban a la fuerza a sus campos de entrenamiento, sin atender a las protestas de los familiares. 
   Extraña manera la de los 'tigres de liberación' de liberar a los tamiles, que se vieron así acorralados entre dos fuegos.
   En 1987, a petición del gobierno cingalés, el primer ministro de la India, Rajiv Gandhi, hijo de Indira Gandhi, envió tropas indias a la isla –las llamadas IPKF (Indian Peace Keeping Forces)–, como 'fuerzas de pacificación'. Pero éstas pronto derivaron en fuerzas de represión, perpetrando masacres tanto entre los activistas como entre la población civil tamil. Al final tuvieron que retirarse sin haber conseguido otra cosa que empeorar la situación. Esta maniobra en falso le costó la vida a Rajiv Gandhi, que fue en 1991 víctima de un atentado suicida. En un mítin electoral que se celebraba en el estado indio de Tamil Nadu, una militante del LTTE mezclada entre los espectadores se acercó a Rajiv Gandhi para regalarle un ramo de flores. El ramo contenía en su interior una bomba. En 1993 otro atentado suicida acabó con la vida del presidente electo de Sri Lanka Ranasinghe Premadasa.
   La guerra se prolongó durante años alternando periodos de relativa calma con periodos de recrudecimiento de las hostilidades. Se organizaron conferencias de paz en Oslo y Ginebra, que no dieron resultado. 
   
   Pasando de lo general a lo particular, relataremos a continuación algunos sucesos vividos en primera persona por nuestros colegas de Passekudah. 
   Transcribimos un fragmento de una carta que nos envió nuestro amigo Alaki en aquellos aciagos días:
Tsunami
   "La situación actual en nuestra área es muy mala. La guerra entre las tropas del gobierno y el LTTE continúa en algunos lugares. Muchos refugiados del distrito de Trincomalee han venido a nuestra zona y se han instalado en lugares públicos. Algunos grupos armados reclutan jóvenes y es muy difícil retener en casa a mi hijo Tamilselvam (19 años). Muchos jóvenes que tienen dinero se van a los países de Oriente Medio para buscar empleo. Algunos jóvenes que tienen parientes en Europa van a países de Europa como refugiados.
   Todos los días vivimos con miedo, dormimos con miedo."

   Tamilselvam (foto08), el hijo mayor de Alaki, eludió ser reclutado a la fuerza por los grupos rebeldes gracias a que le acogieron en una familia de musulmanes, en cuya casa vivió escondido tres años. Alaki y su mujer Ally tuvieron en varias ocasiones que escapar de su cabaña a altas horas de la noche en medio de la refriega para salvarse de las bombas y los tiroteos, y se veían obligados a dormir con su bebé recién nacido a la intemperie en medio del campo.
   Ganesh (foto90), hermano menor de Alaki, se alistó a las 'Fuerzas Indias de Pacificación' (IPKF), el grueso de cuyos contingentes estaba integrado por soldados tamiles de la India; murió con veintipocos años por disparos de los 'tigres'.
   Otro buen amigo nuestro –omitimos los nombres, porque las heridas de la guerra aún siguen abiertas y tal información podría dar lugar a represalias– fue hecho prisionero por la única razón de haber asistido a un mítin de los rebeldes, y encarcelado en una prisión de alta seguridad cerca de Colombo, atiborrada de presos con causas parecidas, donde fue sistemáticamente torturado y de la que tardó dos años en salir. Una de las torturas consistía en atarle las muñecas por la espalda con una cuerda de la que tiraban para dejarle suspendido, al tiempo que le golpeaban con estacas por todo el cuerpo, especialmente en las plantas de los pies. Cada vez que terminaba la sesión de tortura tenía las manos tan doloridas y temblorosas que para comer debía acercar la boca al plato e ingerir el alimento sin utilizar las manos. El arroz que le daban estaba tan plagado de piedras que le destrozaron la dentadura. El agua que le daban estaba llena de Tsunamiinmundicias, y debía colocar los dedos sobre el borde del cuenco para intentar filtrarlas. Su mujer hacía viajes a Colombo para intentar visitarle, y solo la última vez le dejaron ver a su marido durante escasos cinco minutos. 
   Su hermano, de 18 años, fue detenido en la calle a cuento de nada por soldados del ejército. Encerrado en un cuartelillo, durante tres días fue sometido a torturas. Por ejemplo, le colgaban desnudo y cabeza abajo de una cuerda atada a los tobillos, con una polea con la que podían hacer que el cuerpo subiera y bajara. Cuando bajaba, se le sumergía la cabeza en un barreño de agua, provocándole asfixias. No confesó nada, porque no tenía nada que confesar. Su delito: ser joven y ser tamil. Por si todo ello no fuera suficiente, aún se ensañaron más introduciéndole un bolígrafo en cada oído que luego golpeaban fuertemente con las manos como para clavárselo en el cráneo, con el resultado de que le dejaron un tímpano perforado. Cuando nos lo contaba en nuestra última visita, nos pedía que acercáramos nuestra oreja a la suya, y a continuación, cerrando la boca y tapándose las narices, exhalaba con fuerza el aire de sus pulmones, de forma que podíamos oír cómo el aire le silbaba al salir por el orificio del tímpano.
    A su hermano menor le golpearon en la cabeza de tal manera que le dejaron completamente sordo, como pudimos comprobar cuando le saludamos en nuestro reencuentro. No pronunció ni una palabra. Simplemente no oía lo que le decíamos.
   Un cuñado de ambos hermanos fue sacado de su cabaña sin motivo justificado por soldados del ejército y tiroteado a bocajarro en la misma puerta, delante de toda su familia. Su mujer, en un ataque de desesperación, se suicidó acto seguido allí mismo.
   Valgan estos pocos ejemplos para dar una idea de las atrocidades que se cometían día a día en el transcurso de la guerra, de las que eran víctimas personas completamente inocentes. Podríamos seguir interminablemente.
   También conocimos en Passekudah, en los días del comienzo del conflicto, a un muchacho que se enroló voluntariamente en la guerrilla. Nunca hemos vuelto a saber nada de él. 
Tsunami   Los guerrilleros tamiles eran en su mayoría muy jóvenes, casi adolescentes. Todos ellos llevaban enrollado al cuello un cordón del que pendía una pequeña ampolla de vidrio que contenía cianuro. De esta forma, si alguno de ellos caía prisionero de las tropas gubernamentales, mordiendo la ampolla se podía suicidar, para así evitar las posibles delaciones al ser torturados.
   
   En enero de 2008, el gobierno cingalés emprendió una ofensiva final contra el LTTE, que en los últimos años había ido replegando sus tropas para terminar atrincherándose en sus bastiones de la península norteña de Jaffna. El ejército avanzó sobre Jaffna, organizando una cacería de 'tigres' que degeneró en una auténtica carnicería. La ONU denunció el baño de sangre provocado por los combates entre ambos bandos, con 380 civiles muertos, entre ellos un centenar de niños. Por fin, el 18 de mayo de 2009 el ejército dio por derrotado al LTTE, asegurando que 'todos' los líderes de la guerrilla habían muerto en los últimos combates. La guerra había terminado.
   Balance: 26 años de guerra y entre 80.000 y 100.000 muertos, para no conseguir absolutamente nada, aparte del hundimiento de la economía de la isla.
   En nuestra última visita a Sri Lanka (2016) hemos podido ver que cerca de Batticaloa hay campos precintados con cintas rojas que prohiben el paso, por el peligro de que estallen las minas antipersona que fueron sembradas allí durante la guerra –no sabemos si por el ejército o por los guerrilleros– y que están todavía sin desminar.

 

 

 

  

La ola de la muerte

   Se suele decir que las desgracias nunca vienen solas, y en el caso de Sri Lanka este dicho demostró ser completamente cierto. Cuando ya llevaban más de veinte años padeciendo la guerra, el día 26 de diciembre de 2004 se desencadenó el terrible tsunami que iba a cobrarse miles de vidas en las costas del Índico, entre ellas la línea costera oriental y meridional de Sri Lanka.
Tsunami   No era éste el primer desastre natural que habían sufrido los habitantes de Passekudah: ya nos habían hablado de un ciclón que se desató en 1978, acompañado de un fortísimo oleaje que también destrozó el pueblo. Nuestro amigo Kunasegaram nos contaba que lo pilló durmiendo en casa. Que su cabaña se inundó llegando enseguida el agua casi hasta el techo, y que él estaba atrapado dentro sin poder salir. "¿Y tú que hacías dentro?", le preguntamos. "Swimming", nos respondió. Kunasegaram no consiguió salvarse del tsunami de 2004. Él y sus dos hijas perecieron ahogados.
   Todas las familias de pescadores que conocíamos en Passekudah fueron afectadas en mayor o menor grado por el desastre. No había ninguna que no hubiera sufrido numerosas pérdidas entre sus miembros. Recogiendo testimonios entre los supervivientes, todos coincidían en ciertas descripciones, que intentaremos escuetamente resumir: 
   Aquella mañana vieron que en cierto momento las aguas se empezaron a retirar rápidamente de la bahía, dejando el fondo del mar seco y totalmente al descubierto. Las rocas y arrecifes de coral que siempre habían estado sumergidos salieron a la superficie y se hicieron visibles. Nunca habían visto nada semejante. De pronto el mar en la lejanía empezó a rebullir y arremolinarse, "como si estuviera hirviendo". Las cornejas y las aves que siempre andan revoloteando por el lugar desaparecieron como por ensalmo. Y entonces vieron con estupor que una gigantesca ola, alta como una montaña, avanzaba en dirección a la orilla y se les venía encima. Echaron a correr hacia el interior. La ola era de agua negra (en este detalle todos insistían: "el agua no era azul ni verde, era negra", y todavía ignoramos qué explicación racional puede tener tal fenómeno).
   La ola arremetió contra sus cabañas y se las llevó por delante, ocasionando un increíble destrozo en todo el poblado de pescadores. También arrasó los hoteles, las tiendas, los chiringuitos de la playa, el depósito general de agua, las barracas del ejército y la policía –que estaban acuartelados allí por la guerra–, los templos, la iglesia cristiana. Todas las personas que no habían advertido a tiempo la que se avecinaba murieron inmediatamente ahogadas. Los niños que a esa hora todavía no habían ido a la escuela, murieron ahogados. 
Tsunami   Los pescadores que estaban faenando mar adentro en sus catamaranes se salvaron, pues la ola no rompió hasta llegar a la playa. La inundación alcanzó los diez metros de altura. Arrastrados por el ímpetu del agua, algunos lograron salvarse trepando a cocoteros (así lo hicieron Arri, el hermano de Alaki, y el hijo de éste, Ashok, que sobrevivieron y pudieron contárnoslo). Otros se quedaron atrapados en las alambradas de espino que había tendidas por el pueblo con ocasión de la guerra: los que no murieron sufrieron graves desgarramientos en todo el cuerpo. A un hombre tuvieron posteriormente que amputarle las piernas gangrenadas.
   Dada la configuración geográfica de Passekudah en dos bahías contiguas separadas por un pequeño istmo, la ola del tsunami inundó el pueblo desde dos frentes distintos, y las aguas, avanzando en corrientes cruzadas, dispersaron a las familias por zonas alejadas entre sí. Alcanzada su máxima expansión, las aguas iniciaron su retirada arrastrando en un torrente arrollador cadáveres humanos y animales, escombros y todo lo que pillaban en su imparable barrido, pero ahora en dirección contraria, rumbo al mar. 
   Cuando las aguas se calmaron, empezó lo peor: la frenética búsqueda de los familiares desaparecidos en el caos.
   Los cadáveres estaban desperdigados por todas partes, en la arena, en el agua, entre la vegetación de los campos aledaños. Las gentes de los poblados interiores próximos acudieron raudos a la zona afectada a atender a los heridos y a recoger a los muertos. Otros, en cambio, huyeron tierra adentro al cundir el rumor de que podían venir nuevas olas. No se podía esperar ayuda de otros lugares, pues todas las ciudades y pueblos de la costa estaban colapsados por el mismo desastre, además de que muchas carreteras quedaron cortadas. De forma que cada localidad tuvo que organizarse sus propios medios de auxilio. Se cargaron los cadáveres en furgonetas que los llevaron a los hospitales más cercanos, donde eran depositados por los suelos de diversas salas. La gente iba a los hospitales a identificar los cuerpos de sus familiares. En esas morgues improvisadas encontró Alaki a su hija de seis años Kalaiselvi y a su hermana mayor Mahesh (foto84); allí encontró su mujer Ally a su madre; allí Tsunamiencontró su hermano Punny a sus dos hijos, su cuñado Nava a sus dos hijos, Nagarasa a su mujer Mathi (foto86) y a su hija, Mogan a su mujer, a sus hijos, a su hermano mayor Kunasegaram (foto87) y a otros familiares. Había también cadáveres que no eran identificados porque todos los parientes del difunto habían también fallecido. Por otro lado faltaban –y esto era lo más angustioso– las personas que no habían regresado ni muertas ni vivas: los familiares desaparecidos. 
    El muy caluroso y húmedo clima tropical de la zona propició que ya desde el segundo día los cuerpos de los fallecidos empezaran a dar síntomas de descomposición. Por lo que llegó a decidirse que había que incinerarlos cuanto antes, para evitar que brotaran posibles epidemias. Así se organizaron cremaciones colectivas, siguiendo los ritos de la religión hindú de los tamiles (pese a que en Passekudah es costumbre enterrar a los muertos en cementerios cristianos, musulmanes o hinduistas).
   Arri nos contaba que al cuarto o quinto día encontró en un campo el cuerpo de su cuñado desaparecido Ponna –su mujer Mahesh y su hijo Clinton también habían muerto–. El cadáver de Ponna (un camarada de nuestros viejos tiempos, foto85) estaba totalmente hinchado y en avanzado estado de descomposición. Era tan insoportable el hedor del ambiente, que tuvo que colocarse en la cara una máscara de buceo y, equipado de esta guisa, proceder a incinerar el cuerpo allí mismo.

   El desastre del tsunami tuvo una inmediata repercusión mundial y a los pocos días ya habían acudido a las áreas siniestradas los equipos gubernamentales de auxilio y las organizaciones humanitarias de diversos países. 
Tsunami   He aquí el párrafo de una carta que nos envió Alaki por entonces:
   "Ahora mis familiares y yo estamos instalados en una tienda de campaña, en un campamento de refugiados en Valacchenai. No tenemos medios para salir a pescar. Perdimos todas nuestras pertenencias y no nos queda nada. No nos es posible hacer ningún tipo de comercio o trabajo ya que no tenemos fondos para empezar. Dependemos totalmente de la comida que pueda proveer el gobierno."
   Han pasado ya doce años desde la catástrofe y los supervivientes del tsunami han conseguido salir adelante, habiendo mejorado en muchos casos sus condiciones materiales de vida. Ya pueden hablar con serenidad de la tragedia, como de algo sucedido en un lejano pasado. Pero sus recuerdos se mantienen tan vivos como el primer día, y aunque el dolor se ha mitigado con el paso del tiempo, es evidente que aquella ola mortífera marcó un antes y un después en sus vidas. Es corriente oírles iniciar sus alocuciones con "Before tsunami..." o con "After tsunami...". Los niños han incorporado el vocablo a sus juegos: "Tsunami coming!, tsunami coming!", gritaban cuando venía una pequeña ola. Ally, la esposa de Alaki, tras la traumática experiencia, es remisa a que su nieto Venu y sus pequeños hijos adoptivos Madus y Dijem entren en el agua de la playa poco más allá de la orilla.
   Rememorando el día del tsunami, alguien nos expuso una teoría conspiratoria sobre su posible origen. La gigantesca ola podría haber sido provocada por una prueba de explosión nuclear subterránea. Posiblemente realizada por Japón. El hecho de que la palabra 'tsunami', que antes pocos conocían, sea japonesa, no sería quizá una casualidad.
   El día que Ashok (foto10) –el hijo de Alaki y Ally, en edad de saltar del nido– estrenaba su nueva casa, nos invitó a la ceremonia de inauguración. La familia se congregó en una estancia presidida por un altar dedicado a Kalaiselvi, la hija de siete años que murió en el tsunami. El altar estaba adornado con racimos y guirnaldas de flores en torno a una fotografía en ajado color que era un retrato de la niña. Dijem, 11 años, juntando las palmas de la mano en actitud de oración, con los ojos puestos en la imagen de Kalaiselvi, entonó con su voz infantil y con un gran sentimiento una serie de melodiosos cánticos de plegaria que nos dejó a todos con el corazón encogido.
   Visitamos la escuela primaria del pueblo (foto58 y siguientes), de enseñanza mixta y gratuita para niños de 8 a 16 años, donde amablemente nos recibieron el director y algunos maestros y maestras a los que no les importaba interrumpir la clase para presentar estos exóticos extranjeros blancos a los escolares, todos puestos en pie en señal de respeto. Nos explicaron que solo en esta escuela murieron en el tsunami 62 alumnos. Un monumento memorial construido junto a la entrada exhibe grabados en mármol los nombres y edades de los 62 niños y niñas de Passekudah a los que la ola arrancó tan temprano de esta vida. 
   
   Eneko Pastor

 

 Esta exposición se complementa con la titulada 'Recuerdos del paraíso', exhibida en fotoAleph.

 

  

FotoCD139
   
La vida después del tsunami

Fotografías y texto: Eneko Pastor
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www.fotoaleph.com
Los ingresos por derechos de reproducción de las fotografías exhibidas en esta colección serán destinados en su integridad a las familias de pescadores de Passekudah.

    


 

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