Colecciones fotográficas

El tiempo teme a las pirámides

Mueren las civilizaciones, las pirámides no

 

   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...
   (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)

   Vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide. Minúsculo rastro de vida en las entrañas de lo que era una gigantesca sepultura, rodeada de miles de otras tumbas, en una vasta necrópolis que se extendía por el desierto hasta más allá del horizonte.
   Vi un laberinto roto, con sus infinitas cámaras y corredores reducidos a escombros. Era el primer laberinto que se hizo en el mundo, el que inspiró a Dédalo la construcción del suyo en Creta.
   Pirámide y laberinto eran uno y lo mismo, formaban parte de un único complejo sacro, creado con el propósito de garantizar a perpetuidad la gloria del faraón.
   Vi otros monumentos, ciudades y civilizaciones posteriores que habían caído en la ruina y el olvido, pero las pirámides de Egipto, símbolo de la inmortalidad, seguían allí, eternamente en pie.
   Y comprendí que aunque todos tememos al tiempo, el tiempo, en cambio, teme a las pirámides.

 

   De las 'Siete Maravillas' del mundo antiguo (según la célebre clasificación atribuida a Filón de Bizancio), sólo subsiste en pie una. 
   Mientras que los jardines colgantes de Babilonia, la estatua de Zeus en Olimpia o el Coloso de Rodas se han desvanecido en las nieblas de la Historia sin dejar el menor rastro, mientras que del templo de Artemisa en Efeso o del Mausoleo de Halicarnaso sólo podemos ver unos exiguos cimientos, y se ha de practicar buceo para descubrir bajo el mar unos pocos sillares del Faro de Alejandría, hay una 'maravilla' que ha sobrevivido casi intacta a los estragos del tiempo. Nos referimos a la Gran Pirámide de Keops en Giza, y, por extensión, a todas las pirámides del Egipto de los faraones. 
   Las pirámides egipcias ocupan sin duda el puesto de cabeza entre los monumentos que han maravillado a los hombres desde la antigüedad, y aún hoy, en la era de los alardes tecnológicos, despiertan en quienes tienen ocasión de visitarlas el más profundo de los asombros. Nadie que se acerque a las pirámides desde El Cairo podrá olvidar la conmoción que provoca su primer avistamiento en la lejanía, sus siluetas sobresaliendo como montañas en el horizonte muy por encima de los más altos edificios de los arrabales cairotas que se expanden en dirección a Giza. 
   Bonaparte se quedó corto al ponderarlas ante sus tropas. Desde lo alto de estas colosales estructuras, no son cuarenta, sino cuarenta y cinco los siglos que nos contemplan. Pero no sólo nos hallamos ante las más antiguas (junto a los zigurats sumerios) realizaciones arquitectónicas de la humanidad, sino que además estos edificios marcan hitos insuperados en cuanto a magnitud, perfección técnica y solidez constructiva. Su sola presencia es la prueba irrefutable: mientras otros monumentos, ciudades e incluso civilizaciones posteriores yacen en las ruinas y el olvido, las pirámides de Egipto siguen ahí, inmortales, incólumes, como si fueran el vivo símbolo de la eternidad. 
   En octubre de 1992 se produjo en el norte de Egipto un fortísimo terremoto que causó centenares de muertos y la destrucción de un gran número de viviendas en la ciudad del Cairo. En aquel momento un equipo de arqueólogos (dirigidos por Jean Kerisel) se encontraba en el interior de la Gran Pirámide llevando a cabo un proyecto de prospecciones. Los investigadores procedieron a realizar nuevas mediciones de la pirámide para comprobar si había sido dañada por el temblor de tierra. Al no haberse alterado las medidas ni un milímetro, llegaron a la conclusión de que el seísmo no había afectado en lo más mínimo a la estructura de la pirámide. Y eso que al año siguiente todavía se veían apuntalados con andamios, para evitar su derrumbe, los esbeltos minaretes de las mezquitas medievales del Cairo, debilitados por la feroz sacudida. 
   "Las pirámides están ahí desde hace tanto tiempo que hasta las estrellas han cambiado de situación", escribió Théophile Gautier. "Todos temen al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides", sentencia un conocido proverbio egipcio, de forma no menos poética. 
   Los mayores destrozos que han sufrido las pirámides no son debidos a los terremotos o a la intemperie, sino a la mano del hombre. Durante los siglos del medievo, muerta ya la cultura faraónica, las pirámides fueron explotadas como canteras para construir la ciudad del Cairo y otras poblaciones. Los sillares de sus revestimientos externos eran de caliza o granito de la mejor calidad, tallados con formas regulares, y debido a ello fueron saqueados hasta dejar descarnada la superficie de la mayoría de las pirámides, lo que confiere a sus perfiles ese aspecto escalonado. Para hacerse una imagen cabal de su verdadero aspecto hay que retrotraer la imaginación a los tiempos en que las pirámides lucirían en todo su esplendor, con sus caras triangulares y lisas delimitadas por afiladas aristas, resplandeciendo en la lejanía con el fulgor deslumbrante de los rayos del dios-sol Ra. 
   A esto hay que añadir el expolio que, ya desde el Imperio Antiguo, perpetraron por sistema los ladrones de tumbas, que conseguían penetrar en las cámaras más secretas de las pirámides, aunque para ello fuera necesario cavar largos túneles en la roca del subsuelo, con el fin de robar los tesoros que eran ritualmente enterrados como ajuar funerario cerca de los sarcófagos de los reyes, reinas, nobles y miembros de la familia real. Este fenómeno condicionó en gran medida la evolución arquitectónica de la estructura interna de las pirámides, cuyos sistemas de acceso a sus respectivas cámaras funerarias se fueron haciendo con el tiempo más y más complicados y laberínticos, llenos de pozos, falsos corredores y pasos obstruidos por inmensos bloques deslizantes o 'rastrillos'. Eran trampas expresamente ejecutadas con el propósito de despistar a los ladrones, impidiéndoles la localización de los tesoros. Vano propósito, pues la práctica totalidad de las pirámides y tumbas del Egipto faraónico fueron violadas y saqueadas ya desde la antigüedad, al poco de su construcción. Y este latrocinio continuó siendo endémico durante el Imperio Nuevo (cuando los faraones no eran ya inhumados en las pirámides sino en tumbas-hipogeo profundamente excavadas en los acantilados) y en la Baja Época, e incluso se podría añadir que se ha perpetuado hasta nuestros días.  

 

Rascacielos del desierto

   Ya de cerca, cuando estamos a sus pies, las pirámides se levantan sobre nosotros como una cordillera de límpido perfil dentado, de montes cincelados con caras planas y bordes rectilíneos, que brotan aislados unos de otros en la desolación de las arenas del desierto. A sus abrumadoras dimensiones se une su belleza minimalista, la sencillez y perfección de sus formas, parecidas a las del tetraedro, el cubo y demás sólidos platónicos.  
   Si los seres humanos somos la medida de todas las cosas, vistos a los pies de las pirámides quedamos empequeñecidos hasta el extremo de parecer insignificantes hormigas. Y nuestros corazones se sobrecogen ante tanta grandeza, y en nuestros cerebros empiezan a agolparse las preguntas. ¿Cómo es posible tallar, trasladar y apilar semejantes masas de piedra? ¿Cómo se pudo subir hasta 146 metros de desnivel tamaños sillares, de dos toneladas y media cada uno de promedio, y cuyo número se calcula en más de dos millones para cada una de las grandes pirámides? ¿Orientar el cuadrado de la base (de más de 200 metros de lado) hacia los cuatro puntos cardinales, con márgenes de error de sólo unos segundos de grado? ¿Allanar más de 100.000 metros cuadrados de la roca madre hasta conseguir la horizontalidad total del suelo sobre el que cimentar las pirámides? Y sobre todo, ¿por qué dilapidar tal cantidad de energía para construir lo que se supone son sólo tumbas de reyes?  
   Las cifras son muy inexpresivas para transmitir una idea de las dimensiones de estos edificios, por lo que conviene recurrir a algunas comparaciones. Tomemos la Gran Pirámide de Keops en Giza, con sus 230 metros de lado-base y su cúspide a 146 metros, altura equivalente a la de un rascacielos de cincuenta pisos (aunque la de Kefren, con sus 215 m de lado y 143,5 m de alto, le siga muy de cerca). Cuesta creer, aunque es un dato demostrable, que la Gran Pirámide no sólo fue en volumen el mayor monumento de la antigüedad, sino que mantuvo ese primer puesto durante cuarenta y cuatro siglos, a lo largo de toda la Edad Media y la Edad Moderna, y sólo fue superado en el siglo XIX, cuando se introdujo el uso de la viga de acero, que posibilitó la construcción de los primeros rascacielos o de estructuras como la Torre Eiffel. Cualquiera de las grandes catedrales góticas de la Europa medieval cabría de sobra en el interior de la pirámide, si ésta fuera hueca, e incluso la mayor de las iglesias de la Cristiandad: la basílica de San Pedro del Vaticano, con su cúpula a 139 m de alto. Podrían mencionarse como excepción las afiladas agujas ojivales de la catedral de Colonia, que alcanzan los 157 m, pero el volumen conjunto de este santuario es considerablemente inferior al de la pirámide.  
   Si comparamos las pirámides de Giza con las pirámides precolombinas de Mesoamérica (con las que no tienen por cierto nada que ver, ni en concepto, ni en arquitectura, ni en fechas, ya que éstas datan como mínimo de veinticinco siglos más tarde), comprobaremos que el mayor monumento de Teotihuacán (México), la llamada Pirámide del Sol, fundada hacia el siglo I a C, tiene una base de dimensiones (222 x 225 m) ligeramente inferiores a la de Keops, pero su altura apenas alcanzaría los 75 metros, frente a los 146 de la Gran Pirámide egipcia. Por otro lado, la más alta de las pirámides que construyeron los mayas del periodo clásico (el Templo de la Serpiente de Dos Cabezas, en Tikal, selva del Petén, Guatemala, que data de hacia el 720 d C) sólo llega a los 64,60 m, incluyendo su cresta de remate. Del periodo maya preclásico existen las ruinas de una gran pirámide en El Mirador (selva del Petén, Guatemala), que alcanza casi los 100 metros de alto, y sería la mayor de todas las pirámides prehispánicas. 

   Las crónicas clásicas hablan de peonadas de 100.000 obreros trabajando por turnos de tres meses durante veinte años para edificar las grandes pirámides de Keops y Kefren ("Trabajaban por bandas de cien mil hombres, cada una tres meses"). Pero estos escritos, que son los más antiguos que se conocen sobre el tema, se deben a Herodoto de Halicarnaso, y datan por tanto del siglo V a C. Comparados con las pirámides, son como quien dice de anteayer. Cuando el 'padre de la Historia' viajó por Egipto, hacía dos milenios que las pirámides habían dejado de ser construidas, y estos monumentos eran muy remotas antigüedades, tan distantes para él en el tiempo como separada está la época de Herodoto (la de la Grecia clásica) de la nuestra. Otros autores clásicos que visitaron luego la tierra de los faraones, y dejaron también sus testimonios por escrito, fueron Estrabón y Diodoro de Sicilia. 
   Lo más probable es que, además de nutridos equipos de canteros, obreros y albañiles eficientemente coordinados por arquitectos y capataces, la población entera del país del Nilo estuviera directa o indirectamente al servicio de la faraónica construcción. Los campesinos laborarían las tierras para garantizar, vía tributos, el suministro de alimentos a los trabajadores a pie de obra. En los meses estivales, cuando se producía la inundación anual del río Nilo, que irrigaba y a la vez fertilizaba los campos, los labriegos quedaban ociosos, en compás de espera hasta la bajada de las aguas y el comienzo de la temporada de siembra, por lo que su fuerza de trabajo sería reclutada para la erección de la pirámide. 
   No se crea que la práctica de la leva forzosa de mano de obra entre el campesinado es cosa del pretérito, algo que desapareció con la antigua civilización faraónica. En la segunda mitad del siglo XIX después de Cristo, con motivo de la construcción del Canal de Suez, el gobierno egipcio (entonces bajo el virreinato de Said Pachá) movilizó por la fuerza a miles de campesinos, adultos y niños, desplazándolos lejos de sus casas y aldeas, para obligarles a participar en la excavación del inmenso conducto que iba a conectar los mares Mediterráneo y Rojo. Ya por entonces lady Duff-Gordon denunciaba en sus cartas la abrumadora opresión sufrida a diario por los 'fellahs' o campesinos egipcios, que eran reclutados lo mismo para el servicio militar que para obras civiles de interés público, o acribillados a impuestos, al mismo tiempo que eran objeto de todo tipo de vejaciones y malos tratos. En 1940, el novelista egipcio Tewfik el-Hakim escribía en 'Diario de un juez sustituto rural': "¡Temible burocracia! La tiranía y la humillación son tratamientos habitualmente empleados, desde el jefe hasta el último subordinado: el ministro hace temblar al mudir, quien aterroriza al maamur, el cual acosa al omda, y éste trata como a un animal al desgraciado fellah, sobre quien acaba por recaerle todo." 
   Volviendo al tiempo de las pirámides, hay que precisar que todos los operarios involucrados en las construcciones reales recibían un salario del Estado, en forma de alimentos (si hemos de creer a Herodoto, éste se reduciría a raciones de rábanos, cebollas y ajos), y su alojamiento estaba organizado en grandes barriadas de casas de familias de obreros y artesanos levantadas a no mucha distancia de los campos de trabajo: las llamadas 'ciudades de las pirámides', de las que quedan abundantes vestigios. El difundido tópico de que las pirámides eran levantadas por esclavos no deja de ser un cliché con posible origen en el cine hollywoodiense, ya que no hay constancia del menor indicio de que en aquella época existiese la esclavitud en Egipto.  

 

Moradas para la eternidad

    ...los egipcios derivaron la universalidad de la cuña, forma piramidal, como un instrumento hecho para destruir el tiempo, logrando la eternidad de la piedra para asimilar todo el potencial creador del viento magnético del desierto.
   (José Lezama Lima, Paradiso)   

   No podemos pasar por alto el hecho intrigante de que no exista ninguna descripción de las pirámides anterior a Herodoto, ni siquiera en Egipto. Perteneciendo las pirámides a las eras más antiguas de la civilización egipcia (los denominados Imperios Antiguo y Medio), existen, sin embargo, infinidad de relieves e inscripciones en los templos, calzadas procesionales y mastabas de ese periodo, que representan escenas de las actividades desarrolladas a diario por los antiguos habitantes de las riberas del Nilo. Gracias a esos ilustrativos paneles pictórico-escultóricos, podemos conocer con un buen grado de aproximación cómo transcurría la vida de los egipcios de la época de las pirámides. 
   Las pirámides no son tumbas solitarias, sino que forman parte de grandes complejos funerarios que, sumados todos, componen una inmensa necrópolis que se estira por la orilla occidental del Nilo a lo largo de unos 100 kilómetros. Se trata de la Necrópolis de Menfis, un cementerio real que fue creciendo durante un lapso de más de quinientos años junto a la capital de los faraones del Imperio Antiguo, con el fin de servirles de residencia para la eternidad. Pero no sólo eran reyes los allí enterrados.Giza. Complejo de mastabas Cada pirámide tenía en sus aledaños otros cementerios, compuestos por sepulturas del tipo 'mastaba', que crean en conjunto auténticas ciudades de los muertos, urbanizadas ortogonalmente con calles que se cruzan formando manzanas. Eran las tumbas de los parientes reales, nobles, funcionarios, altos dignatarios y personajes ilustres de la corte, cuyos cuerpos eran momificados e inhumados con su ajuar funerario en cámaras excavadas en lo más profundo de sus respectivas mastabas, emplazadas adyacentemente a la pirámide con el propósito de que sus propietarios reposaran lo más cerca posible del faraón. 
   Las paredes de las salas, capillas y pasadizos de los complicados interiores de estas mastabas (que podían llegar a poseer hasta sesenta estancias) eran decoradas, sobre todo a partir de la V Dinastía, con bajorrelieves y huecorrelieves policromados, que reproducían con agudo sentido de la observación escenas de labores agrícolas, artesanales, de caza y de pesca, encaminadas todas a garantizar a perpetuidad el suministro de los alimentos, bebidas y bienes materiales necesarios para la manutención ultraterrena del difunto titular de cada mausoleo. De este modo la tumba se convertía en una residencia para el Más Allá, donde el doble o 'ka' del fallecido podía disfrutar indefinidamente de los placeres que había conocido en vida, disponer de los objetos de que había estado rodeado en su estancia terrenal, y, sobre todo, ser destinatario de culto funerario por parte de sus familiares, que honraban su memoria aportando ofrendas para su vida de ultratumba. 
   Son relieves de excelente factura, llenos de movimiento, dotados de vivo colorido, de una variedad de temas inacabable y un realismo no superado en épocas posteriores. Repartidos en frisos superpuestos en distintos registros, cubriendo muros, jambas, dinteles, pilares y corredores de las tumbas, describen plásticamente multitud de episodios que proporcionan una ingente cantidad de información visual sobre los usos y costumbres de la sociedad egipcia del tiempo de las pirámides.Saqqara. Mastaba de Kagenmi Sabemos por ellos cómo los primitivos egipcios laboraban los campos, qué tipo de cosechas recogían, qué tipo de ganado poseían. Conocemos sus distintas técnicas de caza y pesca. Un examen atento permite descubrir mil detalles de su vida doméstica y familiar. Con qué se alimentaban, cómo cocinaban, cómo ordeñaban las vacas, amasaban el pan, recolectaban la miel de las colmenas, cómo elaboraban el vino y la cerveza, qué vestidos, peinados, joyas y calzados usaban. 
   Si bien es cierto que se trata de escenas idealizadas haciendo referencia sólo a personajes de las capas altas de la sociedad, también aparecen en ellas de rebote otros personajes más humildes, anónimos, pertenecientes a los varios estratos sociales en que estaba articulada la población, como campesinos, artesanos, braceros, sirvientes... Podemos distinguir los oficios y gremios, los sacerdotes, funcionarios, recaudadores de contribuciones, escribas, matarifes, carpinteros, constructores de barcos, metalistas, orfebres...Saqqara. Mastaba de Niajjnum y Jnumhotep Se conocen tumbas hasta de cantantes de la corte (Nefer y Kahai, en Saqqara, V D) y de peluqueros reales (Niajjnum y Jnumhotep, Saqqara, V D). En una tumba llamada 'de los médicos' podemos ver imágenes de parto o circuncisión (Anjmahor, Saqqara, VI D). El cuidado naturalismo con que están dibujadas la fauna y la flora del valle del Nilo facilita la exacta identificación y diferenciación de cada una de las especies de cuadrúpedos, aves, peces o plantas mostradas en los frisos.

 
   Tal es la abundancia de datos visuales que nos han llegado de los egipcios coetáneos a las pirámides, que resulta por contraste bastante extraño el que no aparezca en ningún lugar la menor referencia gráfica a ninguna de las fases de su construcción. Sí que hay textos jeroglíficos de la época que se refieren a estos monumentos, aunque siempre de una forma muy parca o indirecta: se limitan a mencionar la existencia de tal o cual pirámide, pero nada cuentan de cómo fueron erigidas. Unos textos fragmentarios hallados en un almacén del templo anejo a la pirámide de Neferirkare (los 'Papiros de Abusir', V D) son de tipo administrativo y tratan de los recursos, salarios y servicios necesarios para el mantenimiento del culto post-mortem en la pirámide del faraón, pero no dicen ni una palabra sobre su edificación. 
   Por la magnitud, complejidad y perfección de los conjuntos piramidales del Imperio Antiguo se deduce a ciencia cierta que los arquitectos habrían de diseñar planos maestros de los proyectos constructivos de los faraones, amén de organizar a fondo la distribución logística de grupos de trabajo, la contabilidad y la intendencia para las obras. Mas ninguno de esos hipotéticos planos y documentos ha sobrevivido al barrer del tiempo (como no sea un alzado de pirámide dibujado en una de las sepulturas reales nubias de la necrópolis de Meroe, en el Sudán, que datan de un periodo muy posterior). 
Saqqara. Textos de las Piramides de Teti   Los conocidos como 'Textos de las Pirámides', que se encontraron por primera vez en la pirámide de Unas (foto66), el último rey de la V Dinastía, y luego en las pirámides de los reyes de la VI Dinastía, son escrituras en jeroglífico que recubren toda la superficie de las paredes de las cámaras sepulcrales de estos faraones, incisas en la piedra y coloreadas. El descubrimiento de estos textos despertó gran interés en la comunidad arqueológica, dado que hasta entonces se creía que las pirámides eran anepígrafas, es decir, que carecían de todo tipo de inscripción (como así sucede en las pirámides más antiguas, la desnudez total de cuyos interiores contrasta vivamente con la prolija decoración iconográfica de las mastabas). Los Textos de las Pirámides, a pesar de lo arcaico de su lenguaje, han conseguido ser descifrados por los expertos, que aseguran se trata de una heterogénea compilación de oraciones, letanías y conjuros de carácter mágico-religioso, destinados a servir de consejo y guía al faraón para ayudarle en su viaje al mundo de los dioses. 
   Posteriormente, en los llamados Primer Periodo Intermedio (aprox. 2180 - 1990 a C) e Imperio Medio (aprox. 1990 - 1780 a C), los jeroglíficos de las cámaras piramidales saltaron de las paredes a los mismos sarcófagos donde eran sepultados los reyes, decorando sus caras externas e internas. Estas inscripciones, llamadas 'Textos de los Sarcófagos', amplían en complejidad las fórmulas y preces recogidas en los Textos de las Pirámides, y en conjunto persiguen el mismo propósito de servir de protección y guía al faraón en el Más Allá. Los Textos de los Sarcófagos han proporcionado gran cantidad de información sobre el sentido de las ceremonias fúnebres de la realeza egipcia, encaminadas todas a facilitar el tránsito del espíritu del faraón a la esfera de los dioses y garantizar así su inmortalidad, pero tampoco en este caso hacen la más mínima mención a cualquier asunto relacionado con la edificación de las pirámides.

 
   Y no es que escaseen los datos sobre las herramientas y modus operandi de los distintos oficios dedicados a las labores de construcción. Por ejemplo, en la mastaba de Ti, un alto dignatario de la corte que ostentaba, entre otros títulos, los de 'jefe de todas las obras del rey' y 'supervisor de las pirámides de Neferirkare y Niuserre' (Saqqara, finales de la V Dinastía, hacia 2400 a C), podemos contemplar entre sus abundantes relieves las múltiples especialidades que ejercían los artesanos (escultores, forjadores, carpinteros, joyeros, guarnicioneros...) al servicio del personaje. Distribuidos en una secuencia de escenas sucesivas, en el taller del carpintero podemos identificar a los trabajadores serrando tablas, encajando pasadores en cajones, puliendo una cama de madera y dialogando entre ellos. 
Saqqara. Arrastrando un trineo   Otros bajorrelieves de la misma mastaba muestran cómo se transportaban las esculturas, instalándolas sobre unos trineos de madera con patines de puntas curvadas hacia arriba, que eran arrastrados tirando de sogas por equipos de braceros. A veces el arrastre se reforzaba con bueyes, como se puede apreciar en un relieve de la mastaba de la princesa Idut (Saqqara, VI D), que ilustra el transporte de un sarcófago a la necrópolis. 
   En una tumba del Imperio Medio (XI-XII D, hacia 1900 a C), la de Djehuty-hetep en Deir el-Bersha (Egipto Central) había una escena pintada que representaba el transporte de una estatua colosal. Aunque el panel original se ha perdido, se conserva una reproducción de Minutoli, del siglo XIX d C: largas filas de obreros halan de cuerdas para arrastrar al coloso, que se apoya sobre un trineo de madera. La comitiva avanza por una calzada reforzada con tablas. Un operario encaramado en el mismo pedestal de la estatua va arrojando con un cántaro lodo húmedo al paso del trineo, con el fin de lubricar el firme y facilitar el deslizamiento. 
   Nada nos impide inferir que el mismo sistema de arrastre por trineo sería utilizado para transportar los grandes bloques de sillar y relleno utilizados en la construcción de las pirámides, desde las canteras a las obras. A este respecto hay que tener en cuenta que los egipcios de aquellos remotos días aún no conocían el uso de la rueda (ni, por tanto, de la polea). Las típicas imágenes que hemos visto mil veces de faraones montados en carros tirados por caballos, en escenas de guerra o de caza, son de época posterior, pues aparecen a partir del Imperio Nuevo, cuando ya no se construían pirámides reales. Fueron los hycsos, pueblos migratorios de origen oriental aún no bien identificados, quienes introdujeron en Egipto el carro de guerra, cuando invadieron el país hacia el 1700 a C para gobernarlo desde su capital Avaris, en el Delta, como las dinastías XV y XVI (Segundo Periodo Intermedio). Conviene puntualizar que este vehículo sólo fue utilizado para fines bélicos o cinegéticos, como un objeto suntuario propiedad del faraón y símbolo de su poder, y nunca como medio de transporte de cargas.

   Es muy significativo el hecho de que la piedra fuera el material básico en la construcción de pirámides, tumbas y templos, es decir, en edificios funerarios y religiosos, y en cambio nunca o casi nunca fuera empleada en edificios de carácter civil, como en casas, haciendas, almacenes... Ni siquiera se construía en piedra la más importante de las residencias: la Casa Real, o sea, el palacio del faraón (y eso a pesar de que el término 'faraón', usado en la Biblia, deriva del egipcio antiguo 'per-aa', que literalmente significa la 'Gran Casa'). Los palacios de los reyes se construían del mismo material que los hogares y habitáculos rurales de los más humildes de los fellahs: de adobe. Aunque es de imaginar que dispondrían de dependencias anejas, como atrios de pilares de madera, y que estarían lujosamente decorados con toda clase de objetos suntuarios, muebles, toldos, cortinas, tapices, alfombras, lo cierto es que son escasísimos los restos de palacios faraónicos que han llegado hasta nuestros días, siempre a nivel de meros cimientos. Fenómeno claramente atribuible a lo perecedero de los materiales empleados. 
   ¿Palacios de ladrillo y tumbas de piedra? La paradoja tiene una sencilla explicación: la vida en este mundo es efímera, barro que vuelve al barro. La verdadera vida es la eterna, la del Más Allá. De piedra ha de ser, pues, la casa del difunto, la sepultura. De piedra el templo, hogar de los dioses inmortales. De piedra la pirámide, residencia eterna del faraón. Edificios hechos todos de roca dura, noble e imperecedera: moradas para la eternidad.  

 

 

De qué están hechas las pirámides

   La introducción del hierro fue muy tardía en Egipto, que parece no haber pasado por una 'Edad de Hierro' como la que se dio en otros países del Viejo Mundo. Esta carencia hace aún más meritoria la pericia demostrada por los operarios de los Imperios Antiguo y Medio en la construcción de las pirámides, pues sólo disponían para su trabajo de utensilios de cobre, madera y piedra. 
   Con tales herramientas fueron capaces de extraer millones de metros cúbicos de piedra caliza de las canteras situadas entre 300 y 600 metros al sur de las pirámides de Giza, y con tales medios de transporte, trasladarlas hasta la zona de obras, e izarlas a centenares de metros de altura. Se ha calculado que el volumen total de piedra vaciado de estas canteras se corresponde con el de las grandes pirámides, y que los equipos humanos de extracción serían aún más numerosos que los de las propias obras. 
   Pero no solo era éste el tipo de roca utilizado en la construcción de las pirámides. Para el revestimiento de sus caras exteriores se empleaba una variedad de piedra caliza más fina, de alta calidad y de tono muy claro, que permitía un pulido extremo de la superficie del edificio, dejándolo con un acabado de tersura reluciente, con las juntas ajustadas al milímetro y las aristas perfectas, como trazadas a tiralíneas (foto25). Podemos ver ejemplos de ello en las escasas pirámides que han conservado vestigios de su revestimiento original: los restos en el vértice de la pirámide de Kefren (foto42) y, sobre todo, la pirámide Romboidal de Snefru, en Dashur, que preserva casi toda su primitiva capa externa de piedra (foto19). Se trata de la caliza de Tura, llamada así porque era extraída de las canteras de Tura, situadas no lejos de Menfis, unos pocos kilómetros al sur del actual Cairo. 
   Todavía había un tercer tipo de piedra empleado en las pirámides: el granito rojo. Éste procedía de canteras más lejanas, algunas de la península del Sinaí, pero sobre todo de Siene (la actual Asuán, ciudad situada cerca de la primera catarata del Nilo, a 860 km al sur del Cairo), y de ahí su nombre de sienita. Importantes afloramientos graníticos en la zona suministran una roca dura, compacta y moldeable, que puede ser pulimentada hasta adquirir un hermoso brillo rojizo, y que por su extraordinaria nobleza fue aprovechada ininterrumpidamente durante los tres milenios de la civilización faraónica como materia prima para templos, columnas, estelas, obeliscos, sarcófagos, esfinges, estatuas colosales y un sinfín de obras de arte creadas con aspiración de sobrevivir al tiempo. Y a fe que lo consiguieron. El Templo Bajo del complejo funerario de Kefren es, con sus gigantescos pilares y dinteles monolíticos de granito, no sólo uno de los templos mejor conservados del Imperio Antiguo, sino todo un referente estético que rivaliza en sobriedad de líneas con las más avanzadas tendencias de la arquitectura actual. Mencionemos también, aunque sean más tardíos (Imperio Nuevo), los obeliscos de Hatshepsut en el templo de Karnak (Tebas), monolitos que alcanzaban los 30 metros de alto, o la estatua colosal de Ramses II, de 10 m, procedente de Menfis, que hasta hace poco se erguía con su majestuosa presencia en medio del caótico tráfico de la plaza Ramses del Cairo. 
   En las pirámides también se usó el granito rojo o rosado de Asuán, tanto en su interior como en su exterior. En el interior se aplicaba para recubrir con un material noble y sumamente resistente la parte más secreta (y más sagrada) del mausoleo: la cámara sepulcral del faraón. De granito eran también en muchas ocasiones los sarcófagos, las paredes, suelos y bóvedas de las antecámaras, algunos corredores, y los rastrillos deslizantes que hacían de tapones de obturación del pasadizo de acceso a la cámara real. Los bloques de granito eran por lo general de mayores dimensiones que los de caliza, a veces de tan descomunal tamaño que podían alcanzar las 45 toneladas de peso, como ocurre con las nueve losas de granito que conforman el techo de la Cámara del Rey de la pirámide de Keops (foto39). 
   En el exterior de las pirámides se empleó el granito, a partir de Kefren, también como capa de revestimiento de la parte baja del monumento, reservando la caliza de Tura para la parte alta. Así puede apreciarse en la pirámide de Micerino, que ha conservado, gracias a que había permanecido enterrada bajo las arenas, parte de su recubrimiento original a base de enormes bloques prismáticos de granito (foto49), algunos todavía sin desbastar ni pulir (operaciones que se realizaban una vez terminada la edificación de la pirámide, empezando por el vértice y concluyendo por la base: "La parte más alta de la pirámide fue labrada primero, después labraron lo que seguía y por último la parte que estribaba en el suelo y era la más baja de todas". Herodoto. Historia, II, 125).

    ¿Y cómo se las arreglaban los egipcios para que tales megalitos salvaran los 800 kilómetros que separaban las canteras de las pirámides? Recordemos que conocían otro medio de transporte: el barco. Y que disponían de una ancha y magnífica arteria de comunicación: el Nilo, a lo que habría que añadir la vasta red de canales que fueron excavando a lo largo de los siglos a uno y otro lado de sus riberas, para irrigación de los campos pero también para navegación, en una obra colectiva no menos faraónica que la de las pirámides. 
   Que los egipcios fueron excelentes constructores de barcos y consumados navegantes lo sabemos no sólo por los numerosos dibujos, pinturas, maquetas y relieves que describen escenas de navegación por río y por mar (sus naves arribaron hasta Biblos y el país del Punt), sino por el hecho de que nos han llegado ejemplares perfectamente conservados de auténticos barcos de la era de las pirámides, como puede comprobar quien visite el museo donde se custodia la barca solar de Keops, instalado a la vera de su pirámide en Giza. Allí se puede contemplar entero el barco más antiguo del mundo. Era costumbre enterrar en torno a las pirámides embarcaciones completas, con todos sus remos y componentes (foto37). Su función ritual iba encaminada, según se cree, a posibilitar al espíritu del faraón la navegación por los cielos y a través del mundo de los muertos. 
   Así pues, los pesadísimos bloques de granito de Siene eran embarcados y transportados Nilo abajo hasta la zona de Menfis, trayecto en el que se invertirían varios días de navegación. El dato puede ser corroborado por un relieve procedente de un muro de la calzada procesional de acceso a la pirámide de Unas (Saqqara, V D, hacia 2350 a C): en él se ve claramente una barcaza de madera a remos transportando por el agua dos grandes columnas monolíticas papiriformes, de las utilizadas en los templos, tumbadas ambas sobre el puente del barco. Siglos más tarde, en el Imperio Nuevo, parecidas naves serán capaces de acarrear por el río obeliscos monolíticos de 30 metros de altura hasta la región de Tebas. 
   Herodoto también lo confirma en sus crónicas: "Los unos tenían orden de arrastrar piedras desde las canteras del monte Arábigo hasta el Nilo; después de transportadas las piedras por el río en barcas, mandó a los otros recibirlas y transportarlas hasta el monte que llaman Líbico" (Herodoto. Historia, II, 124).
  
   En las últimas pirámides del Imperio Medio se introdujo el uso de una nueva materia prima para el macizado de sus masas internas: el ladrillo de adobe. Consistía éste en un bloque relativamente pequeño, poco pesado y manejable, de barro, mezclado con paja para aumentar su consistencia, que adquiría su forma prismática mediante unos moldes de madera, y era secado al sol (foto78).
   A nadie se le escapa el enorme ahorro de tiempo y esfuerzo que la sustitución de grandes sillares de piedra por pequeños ladrillos de barro iba a suponer en la edificación de las pirámides. El resultado final, tras el recubrimiento del núcleo con la consabida capa de caliza fina, era tan impecable como el de las grandes pirámides de sillares de piedra. Pero estos atajos constructivos no resistieron el paso del tiempo: despojadas las pirámides de su revestimiento superficial, las lluvias y los vientos se encargaron de erosionar estas inmensas moles, apelmazar sus ladrillos, y transformarlas al cabo en montículos y colinas, que puntean el paisaje como si fueran meros accidentes orográficos (foto79). 

 

 

Seamos sinceros: nadie sabe cómo se construyeron

   Si son muchas las pruebas que parecen ofrecer respuestas evidentes a la cuestión del transporte de grandes rocas en el antiguo Egipto, no resulta tan fácil encarar los problemas técnicos que implica la elevación de las mismas en la construcción de las pirámides. 
   Pensemos, para empezar, que difícilmente los obreros usarían grandes andamiajes, dado que en las orillas del Nilo apenas crecían árboles madereros. Siendo la palmera datilera (seguida de la acacia y el sicomoro) la principal especie arbórea del país, es de constatar que el tronco de este árbol es demasiado endeble como para asumir las funciones de viga o pilar en cualquier estructura que pretenda ser estable. Otra carencia a sumar a las dificultades con que se enfrentarían los constructores. 
   La madera sí que era utilizada en la tierra de los faraones, con fines suntuarios y artísticos, pero ésta era escasa y muy cara, ya que debía ser importada de países como Nubia o el Líbano (a través de su puerto en Biblos), que proveían a los navieros egipcios de grandes partidas de troncos de cedro, una madera de soberbia calidad cuya dureza aumenta con el tiempo. Con ella se esculpieron estatuas, se tallaron puertas y se confeccionaron ataúdes. Nunca se le asignó, aún así, un uso constructivo en las pirámides. Los pocos restos de madera que han sido hallados en sus interiores son sendos armazones de troncos de cedro embebidos entre los bloques de las cámaras de dos pirámides (la de Maidum y la Romboidal), cuyo cometido parece ser más simbólico que estructural. 
   A falta de datos contemporáneos, los historiadores se ven obligados a acudir a los textos de Herodoto, que son la más antigua fuente escrita que queda sobre la cuestión. En ellos se habla de rampas y de máquinas. 


Rampas

   Si los antiguos egipcios sabían cómo arrastrar grandes masas de piedra cargadas sobre trineos que se deslizaban por calzadas, el siguiente paso sería remontar calzadas que tuvieran cierto grado de inclinación, o sea, subir los bloques cuesta arriba por medio de rampas. Es teoría muy extendida la de que los operarios montaban una gran rampa perpendicular a cada pirámide para ascender por ella los pesados sillares hasta sus distintos niveles de hilada. Esta suposición parece provenir del segundo libro de la Historia de Herodoto, que sobre la construcción de la Gran Pirámide de Keops dice lo siguiente:

Estatuilla del faraon Keops

   (Keops) ordenó después que todos trabajasen para él. (...) Trabajaban por bandas de cien mil hombres, cada una tres meses. El tiempo en el que penó el pueblo para construir el camino para conducir las piedras fue de diez años; y la obra que hicieron es a mi parecer no muy inferior a la pirámide, pues tiene cinco estadios de largo (888 metros), diez brazas de ancho (18 m) y ocho brazas de alto (14 m) en su mayor altura, y está construida de piedra labrada y esculpida con figuras.  
   Diez años, pues, pasaron para construir ese camino y las cámaras subterráneas en el cerro sobre el que se levantan las pirámides (...) 
   (Herodoto. Historia, II, 124. Ver texto completo en Las pirámides según Herodoto)

   A juzgar por su descripción, cuando habla de 'camino' Herodoto parece referirse a la calzada de acceso al Templo Alto de la pirámide de Keops –calzada procesional que todas las pirámides habían incorporado a su complejo funerario a partir de la IV Dinastía–, confundiéndola con un presunto camino hecho ex-profeso para facilitar la conducción de los bloques hasta la pirámide. Tales calzadas, flanqueadas por muros paralelos, que salvaban desniveles de terreno con el refuerzo de altos taludes, tenían, efectivamente, esculpidas sus paredes interiores con 'figuras'.
   No es de extrañar que estas construcciones impresionaran a Herodoto no menos que las pirámides. Pero su función no era de tipo práctico sino ceremonial: eran las vías oficiales de acceso a cada complejo piramidal, y supuestamente por ellas se transportaba el cuerpo del faraón difunto desde el Templo Bajo, ubicado en el borde de la zona cultivable de la vega del Nilo, al Templo Alto, anejo a la pirámide, donde se celebraban los rituales fúnebres previos a la inhumación del cadáver. 
   La realidad es que no quedan, alrededor de las pirámides, sino unas pocos tramos arruinados de posibles rampas de conducción de piedras, que en ninguno de los ejemplos que se conocen alcanzarían una altura superior al nivel de las primeras hiladas del monumento. Un vestigio muy tardío, pero que puede aportar pistas al respecto, está en Karnak (Tebas): es un amontonamiento de adobes frente al primer pilono (XXX D) de este conjunto templario, que por lo que se ve no se llegó a desmantelar, al dejarse inacabada la construcción del pilono. Se dirían los restos de una rampa temporal auxiliar, que tenía en su momento una pendiente de entre el 10 y el 15%, es decir que de cada diez metros de recorrido del trineo de arrastre, el bloque de piedra acarreado ascendería un metro y pico en altura. 
   Extrapolando este dato al caso de las pirámides, y a nada que lo meditemos, la teoría de la rampa perpendicular no se sostiene: para llegar a los 50 metros de altura que solía tener una pirámide de tamaño medio, la rampa de conducción de piedras debería sobrepasar los 300 metros de longitud. Y si hablamos de las grandes pirámides de Keops o de Kefren, que superan ambas los 140 metros de alto, sus respectivas rampas superarían el kilómetro de largo, apoyándose sus etapas finales en plataformas con taludes de más de 100 metros de altura, lo que comportaría una masa total de relleno de la rampa muy superior a la de la misma pirámide. Si la masa fuera de adobe, se colapsaría por su propio peso. Si de piedra, constituiría en sí misma una obra más grandiosa que la más grande maravilla del mundo antiguo. ¿Cómo es que no queda nada de ella? 
   En los últimos años ha cobrado cierta popularidad otra hipótesis que suena más verosímil: la de la rampa envolvente. Un sistema de rampas en espiral ascendente, adosado a las caras de la pirámide, sustentándose en su mismo cuerpo, permitiría subir los bloques hasta la cúspide con un dispendio constructivo sensiblemente menor. La masa de relleno para tales rampas se reduciría a sólo un 10% del de la propia pirámide. 
   Ahora bien, quienes se han molestado en estudiar un poco más a fondo los problemas constructivos derivados del sistema de rampa envolvente y en calcular los empujes y resistencias de las masas puestas en juego, llegan mayoritariamente a la conclusión de que esta teoría también se cae por su propio peso. Los taludes de la rampa envolvente cubrirían las superficies de las caras piramidales, dificultando su trazado y orientación (que fueron exactos). Los equipos de hombres y trineos empleados en la faena de izar los bloques (de 2,5 toneladas de media) se toparían con grandes problemas a la hora de doblar las esquinas en ángulo recto, al contar con márgenes de maniobra cada vez menores, sobre todo en los últimos y más altos tramos, ya próximos a la cúspide (a la vertiginosa altura de 140 metros), por más que se variaran los grados de pendiente de las rampas en sus últimas vueltas. 
   Una tercera teoría aún más elaborada ha sido propuesta por D. Arnold, que vuelve a implicar el uso de rampas perpendiculares, aunque en este caso la rampa estaría embebida en la misma estructura del edificio, a modo de 'rampa interior'. Partiendo de la mitad de una de sus caras, la rampa se prolongaría en el núcleo interno de la pirámide, dejándolo atravesado por un corredor hueco y sin techo. A medida que fuera creciendo el número de hiladas del edificio, aumentaría la longitud de la rampa, hasta casi alcanzar la cara contraria. Llegados ahí, se rellenaría el corredor y se montaría una nueva rampa que, comenzando en el exterior, penetraría de nuevo en el interior de la pirámide hasta la cara contraria, repitiéndose el proceso cada vez a mayor altura. En las últimas etapas habría que recurrir a rampas laterales de refuerzo y escaleras. 
   Por muy complicado que resulte explicar y comprender este sistema, mucho más complicado sería llevarlo de la teoría a la práctica. Aunque comporta una sensible reducción en la longitud y masa de relleno de las rampas, al concebirlas como parcialmente internas, lo cierto es que con tal procedimiento terminaría resintiéndose la solidez del edificio, pues su núcleo quedaría debilitado. Adolece además esta hipótesis de la misma inconsistencia que la ya mentada de la rampa envolvente en lo que se refiere a la maniobrabilidad de grandes bloques en los exiguos espacios de los niveles cercanos al vértice de la pirámide. Téngase en cuenta que en razón de la misma estructura piramidal del edificio, se requeriría cada vez más fuerza de trabajo para arrastrar menor cantidad de bloques a mayor altura. 

Máquinas

   Centrémonos ahora en las 'máquinas'. Si todas las especulaciones basadas en rampas llevan a callejones sin salida, si los egipcios de aquel tiempo carecían de grandes andamios, de ruedas, de poleas, de herramientas de hierro, si no ha sobrevivido ninguna documentación epigráfica o iconográfica que dé pistas sobre cómo se erigieron las pirámides, ¿qué nos queda para reconstruir mentalmente sus sistemas de edificación? No nos queda otra que volver al más antiguo texto por ahora conocido, el de Herodoto, que habla de máquinas de madera: 

   La pirámide se construyó de este modo: a manera de gradas, que algunos llaman adarves y otros zócalos. Hechos así el comienzo, levantaron las demás piedras con máquinas formadas de maderos cortos, que las alzaban desde el suelo hasta la primera hilera de las gradas; cuando subían hasta ella la piedra, era colocada en otra máquina levantada sobre la primera grada, y desde ésta era levantada hasta la segunda hilera por otra máquina. Porque había tantas máquinas como hileras de gradas, o bien la misma máquina, siendo una sola y fácilmente transportable, la irían llevando de grada en grada, cada vez que descargaban la piedra: demos las dos explicaciones exactamente como las dan ellos.  
   (Herodoto. Historia, II, 125. Ver texto completo en Las pirámides según Herodoto

   El padre de la Historia transcribe las dos explicaciones como las dan 'ellos', los sacerdotes de Menfis con los que tuvo ocasión de contactar en su viaje pionero al país del Nilo. Y hay que reconocer que ambas resultan creíbles, aunque si algo hay seguro en todo esto es que la credulidad de Herodoto era proverbial y que no pocas veces se han de tomar sus testimonios con todas las reservas. Lástima que no especificara con más detalle qué tipo de máquinas usaban, si eran grúas, palancas, cabrias, cabrestantes... o cómo funcionaban. Es muy probable que ni sus informantes nativos supieran a ciencia cierta cómo se construyeron las antiquísimas pirámides, y que no hicieran sino proyectar hacia un imaginario pasado lo que veían en su presente, el siglo V a C, en el que el uso de máquinas de madera para la construcción era habitual en todo el mundo mediterráneo, y con las que tanto los egipcios como Herodoto estarían familiarizados. La cuestión es que muchas de esas máquinas se introdujeron en épocas en que las pirámides ya no se construían. 
   Aunque la arqueología ha sacado a la luz abundantes vestigios de herramientas de cobre (cinceles), de madera y de piedra (mazas, plomadas), son escasísimos los objetos que puedan ser clasificados como máquinas, y cuando lo son, su función sigue siendo controvertida. Por ejemplo, el trineo oscilante, un artilugio de madera que aparece con frecuencia en los depósitos de fundación de las tumbas de Tebas (que no olvidemos son posteriores a las pirámides): se trata de un trineo que se semeja más bien a una mecedora al tener los esquíes curvos, y que supuestamente (según G. Legrain) serviría para elevar bloques. Tras sujetar la roca sobre el trineo, se haría balancear el conjunto hacia un lado para calzarlo con un tope. A continuación se repetiría la oscilación hacia el lado contrario, y tras volverlo a calzar habría subido unos pocos centímetros. Y así sucesivamente hasta izar el bloque a la altura adecuada. Ingeniosa teoría, aunque tenga el inconveniente de que no funciona en la práctica, pues el trineo oscilante, una vez calzado la primera vez, ya no se desplaza tan fácilmente. 
   No nos ha llegado el menor resto arqueológico que pueda ser tomado por andamio, como no sea la huella indirecta de unos orificios redondos y poco profundos tallados a intervalos regulares en el suelo del templo alto de la pirámide de Kefren, que habrían servido, según U. Hölscher, para instalar, encajados en ellos, postes de andamiajes. Mediante algo parecido a una grúa de pinza operando desde estos andamios, se habrían podido alzar los gigantescos megalitos hasta sus lugares correspondientes en los muros del templo, y el mismo sistema podría haber sido aplicado a las pirámides. La hipótesis sería muy plausible si no fuera porque tales grúas comportan el uso de poleas y otros mecanismos que no se ha demostrado se conocieran en aquellos tiempos. Amén del problema añadido de la escasez de árboles madereros, ya mencionado líneas arriba. 
   La ausencia de pruebas materiales fomenta todo tipo de elucubraciones por parte de los estudiosos. En las orillas del Nilo es frecuente contemplar la extracción de agua de pozos o del mismo río con un tinglado o 'máquina' llamado shaduf. El shaduf puede verse también por todo el norte de África, e incluso en Sicilia (que fue ocupada por los musulmanes en el medievo). Consiste en una larga pértiga que hacia su parte media pivota sobre un punto de apoyo a cierta altura (mediante un poste rematado en horquilla, o un pilar). En un extremo de la pértiga se cuelga de una cuerda el cubo o recipiente para recoger el agua. En el otro extremo hay incorporado un contrapeso: por ejemplo, un bloque de arcilla. De esta forma la pértiga se puede manejar con un mínimo esfuerzo para trasvasar agua del pozo a la acequia o al lugar deseado, ya que es el contrapeso y no la fuerza humana el que hace casi todo el trabajo. 
   Según L. Croon, una máquina similar al shaduf, pero de mayores dimensiones, podría haber sido la empleada para elevar, escalón a escalón, hilada a hilada, aprovechando el natural escalonamiento de la estructura interna del edificio, los colosales prismas de piedra hasta las alturas requeridas. Que los antiguos egipcios conocían el shaduf se demuestra por los relieves: hay uno en la tumba de Nefer-Hotep en Tebas, de la época de Tell el-Amarna. No obstante, parece ser que este instrumento no se introdujo en el Nilo hasta precisamente esa época (Imperio Nuevo, XVIII Dinastía, siglo XIV a C aprox.). Y hay que recordar que en el Imperio Nuevo los faraones eran enterrados en hipogeos, mientras que las pirámides hacía siglos que habían dejado de construirse. 
   Otros prototipos de máquinas han sido propuestos por diversos investigadores: H. Strub-Roessler sugiere el empleo de 'grúas oscilantes' para remontar escalonadamente los bloques hasta sus distintos niveles, pero su sistema conlleva la utilización de poleas y cabrestantes, instrumentos de dudosa existencia en aquellos remotos tiempos. Un ingeniero francés, A. Minguez, plantea la posibilidad del uso de un número indeterminado de esclusas para, empleando el agua del Nilo y el principio de Arquímedes, hacer que los bloques de piedra remonten primero el desnivel entre el río y la meseta donde se yerguen las pirámides, y luego la misma altura de la pirámide. Esta idea también se sustenta en bases muy frágiles: no hay ninguna evidencia, ni material ni textual, de que los antiguos egipcios conocieran el sistema de esclusas. 
   La hipótesis más verosímil, quizás por ser la más sencilla, parece ser hoy por hoy la que ofrece P. Hodges en su obra 'How the pyramids were built': las 'máquinas' no eran otra cosa que sistemas de palancas, con los cuales los obreros aprovechaban el escalonamiento de la estructura interna de la pirámide en su proceso de edificación (tal como parece confirmar Herodoto cuando habla de gradas) para ir alzando progresivamente los sillares. Que a su vez formarían los nuevos escalones que servirían de base para elevar la siguiente tanda de sillares, en una gigantesca escalera hacia el cielo que iba ganando en anchura y altura con el tiempo. Tan sólo cuatro personas manejando una palanca, ejerciendo una fuerza de 36 kg durante unos pocos segundos, pueden izar un bloque de 2,5 toneladas a 10 centímetros del suelo. Tras colocar unos calces para estabilizarlo, se repite la operación cuantas veces sea necesario para elevar la roca los 69 cm que tienen las hiladas de altura media. El mismo sistema de palancas se aplicaría a los desplazamientos horizontales, aunque el mayor escollo que plantea este sistema es la dificultad de encajar los bloques en su sitio con la precisión requerida (que era extrema). Se ha calculado que con este método un bloque podría coronar los 146 metros que tiene la pirámide de Keops en algo más que una jornada de trabajo. 
   Vamos viendo que ninguna de las teorías formuladas por los egiptólogos ofrecen respuestas plenamente satisfactorias a la cuestión de cómo se construyeron las pirámides, y que todas han de tomarse como aproximaciones. Pero además hay dos cuestiones previas que aún no hemos abordado. La orientación de la pirámide y la nivelación del suelo. 

Orientación
 
   Tras el diseño de los planos maestros del complejo piramidal (que además de la pirámide propiamente dicha incluía las pirámides satélite de las reinas, las mastabas de los ilustres, almacenes y otras dependencias, un muro de recinto, un templo alto adosado a la pirámide, un templo bajo en los límites del terreno cultivable del valle, y una larga calzada procesional que conectaba ambos templos), y una vez organizados la leva de mano de obra, el suministro y transporte de piedra, la intendencia y la contabilidad, el primer paso en la fundación del monumento era fijar su orientación. Un sacerdote se encargaba de ello, como representante del faraón. 
   Las cuatro caras de la pirámide (no sus aristas) debían ser orientadas con la máxima exactitud hacia los cuatro puntos cardinales. Una tarea que hoy nos puede parecer sencilla no lo es tanto cuando el edificio a erigir es una gigantesca masa pétrea con una base de 230 metros de lado y una altura de 146, cuando se carece no ya sólo de nuestros modernos instrumentos de topografía sino de una simple brújula, y si se tiene en cuenta que la estrella Polar no ocupaba (ni ocupa) el norte geográfico exacto, por lo que tomarla de referencia arrojaría grandes márgenes de error en la orientación del edificio (que no se dan en las pirámides, o son despreciables: del orden de unos pocos minutos de grado). 
   He aquí cómo procedían, según los investigadores: tras una ceremonia de fundación, en la que el faraón, o su delegado el sacerdote, determinaba la orientación general del complejo, se levantaba un muro circular de adobe, perfectamente nivelado gracias a unos utensilios llamados merjet (parecidos a escuadras con plomadas), muro que adoptaba la función de 'horizonte visual'. Un encargado, plantado en el centro del círculo con un instrumento llamado bey, que es una especie de bastón rematado en una pequeña horquilla en forma de V, y atisbando el cielo nocturno a través de la V, desde ese punto de vista fijo podía marcar en el muro el punto exacto por donde una determinada estrella circumpolar salía por dicho horizonte visual, y el punto por el que se metía. 
   Esos dos puntos formaban un ángulo con el bey en el vértice, cuya bisectriz apuntaba al exacto norte geográfico. Si se repetía la operación con otras estrellas, se afinaba aún más la orientación. 
   Esta reconstrucción del proceso, debida a I.E.S. Edwards, se basa en indicios probatorios como la existencia en el Museo de Berlín de dos tipos de herramientas que L. Borchardt ha identificado como ejemplares de merjet y de bey, fechables en la época Saíta (ss VII-VI a C). 
   El sorprendente grado de exactitud del que hacen alarde las pirámides en la alineación de sus vastísimas caras hacia los puntos cardinales difícilmente se podría superar en nuestros días para edificios de semejantes dimensiones. A esto debe añadirse que no sólo las cuatro caras externas de cada pirámide se ajustan a tales pautas geodésicas, sino que también sus corredores interiores están calculados en sus pendientes y orientaciones para apuntar a ciertas zonas del cielo por los que pasan ciertos astros en su ciclo nocturno. 
   Si los corredores inclinados que desembocan en la cara norte de las pirámides, donde suele estar la entrada, se prolongaran indefinidamente hacia el firmamento, se dirigirían rectos hacia la Polar o hacia cualquiera de las estrellas circumpolares, las que giran alrededor del polo celeste y nunca se ponen por el horizonte. No por casualidad: ésas son las estrellas que no desaparecen en toda la noche, las que nunca mueren. Estrellas eternas: la verdadera imagen de los dioses inmortales. Y es así como el corredor principal de la pirámide se convierte en un camino cósmico que transporta al rey directamente del reino de este mundo al reino de los dioses. 

 
   El estudio de las pirámides de Egipto es una investigación multidisciplinar, en la que la arqueología está asistida por otros múltiples campos científicos. Especialistas en materias como la historia, la mitología, filología, medicina, geología, ingeniería, topografía... son incorporados a los proyectos de excavación para que apliquen sus conocimientos de forma transversal, a fin de poder confirmar o contrastar desde una dimensión más amplia las interpretaciones de los arqueólogos. En los últimos años va cobrando cada vez más peso la astronomía como ciencia conectada a la arqueología. Nuestros remotos antepasados los egipcios, pero también los mesopotamios, e incluso los hombres del neolítico, tenían conocimientos astrofísicos más avanzados de lo que en un principio se pudiera sospechar. Así lo evidencian Stonehenge y otros monumentos megalíticos de Gran Bretaña, que han demostrado ser observatorios estelares de la prehistoria. 
   En el antiguo Egipto no eran menos duchos en la ciencia de la observación de los cielos y en el arte de su interpretación. Es célebre el fenómeno solar de Abu Simbel, el gran conjunto templario rupestre que Ramses II mandó excavar en un acantilado rocoso de la Baja Nubia, en el que dos días al año los rayos del sol naciente penetran hasta la cámara más profunda del templo para iluminar las estatuas sedentes del faraón y otros dioses (ver foto), coincidiendo esos días (según se dice, aunque este hecho no está confirmado) con los aniversarios del nacimiento y la coronación del monarca. Tiene su mérito hacerlo, poner los astros al servicio y a la mayor gloria del faraón, si bien es más que probable que cualquier sacerdote o escriba de aquel tiempo tuviera más conocimientos de astronomía que el hombre medio de la calle en nuestro siglo XXI. 
   Vista la estrecha relación entre las pirámides y los astros, los expertos han ido más allá, y han creído encontrar una correspondencia entre la posición geográfica de las tres grandes pirámides de la meseta de Giza (las de Keops, Kefren y Micerino) y el grupo de tres estrellas de la constelación de Orión conocido como el 'Cinturón de Orión', que brillan alineadas y casi juntas en el firmamento nocturno del hemisferio norte. Tal es la propuesta de R. Bauval y A. Gilbert en 'The Orion mystery. Unlocking the Secrets of the Pyramids'. El plan general de construcción de pirámides de la IV Dinastía seguiría la misma distribución espacial del trío de estrellas del 'Cinturón': dos estrellas muy brillantes alineadas por un eje y la tercera, un poco más tenue y un poco desplazada respecto a ese eje, formando las tres entre sí un ligero ángulo casi imperceptible. Tal ocurre con las pirámides de Giza. Si prolongamos la diagonal de la base de la de Keops, se superpondrá exactamente con la diagonal de la base de la pirámide de Kefren, situada un poco más al sudoeste, por lo que se pueden considerar perfectamente alineadas. En cambio, la de Micerino, que es mucho menor de tamaño (con una altura de 66 m sólo alcanza un 10% del volumen de la de Keops), se encuentra ligeramente desplazada del eje común. Todo parece encajar en esta interrelación. Incluso la Vía Láctea se correspondería en su disposición relativa respecto a las tres estrellas de Orión con la trayectoria misma del cauce del Nilo respecto a las tres pirámides de Giza. 
   Lo atractivo de la propuesta no oculta sus limitaciones. Cuando se ha querido extender la teoría a las restantes estrellas de la constelación de Orión, la correspondencia ha fallado. Las pirámides de Giza no son las únicas que se construyeron en la IV Dinastía. Entre Keops y Kefren reinó un faraón menos conocido llamado Djedefre. Entre Kefren y Micerino, ocupó el trono otro llamado Baka o Nebka. Ambos faraones fueron de reinado efímero, a juzgar por el hecho de que la construcción de sus respectivas pirámides fue abandonada al poco de empezar, como puede verse en los cimientos de sus pirámides inacabadas de Abu Rowash (a 5 km al norte de Giza) y Zawiet el-Aryan (a 8 km al sur de Giza). Si el proyecto general de construcción de enterramientos para los monarcas de la IV Dinastía siguiera una pauta conectada con la posición de las estrellas de Orión, ¿qué pasa con estos dos faraones intermedios? ¿Por qué sus pirámides no se corresponden con otras brillantes estrellas de la constelación, como Betelgeuse o Rigel?


Nivelación del suelo
 
   Todavía causa asombro hoy en día, y más a quienes han estudiado técnicas topográficas, cómo fue posible despejar y aplanar la roca de la meseta de Giza para crear superficies perfectamente horizontales sobre las que asentar las mayores pirámides que se han construido nunca. Superficies nada menos que de 53.000 metros cuadrados para la de Keops, 46.000 para la de Kefren y 10.000 para la de Micerino. Inmensos suelos tallados en una sola piedra, totalmente lisos y sin la más mínima inclinación. 
   La teoría que se escucha con más frecuencia por parte de los investigadores es la de que los egipcios utilizaban el agua para nivelar el suelo. Equipos de obreros cincelarían a lo largo y ancho de la roca madre una cuadrícula de zanjas estrechas y de poca profundidad. Llenando de agua esta red de zanjas, por la ley de los vasos comunicantes y una vez el agua se remansara, el nivel de su superficie permitiría marcar con precisión el nivel horizontal del terreno. A continuación se procedería a tallar y retirar toda la roca sobresaliente para conseguir una superficie perfectamente llana y sin el menor grado de pendiente. El extremado grado de exactitud en el acabado y orientación de las descomunales masas de las pirámides así lo requería. Cualquier pequeño fallo de medición afectaría fuertemente a la estructura de conjunto. 
   Aunque goce de amplio consenso, no podemos por menos que señalar que esta hipótesis, que no está apoyada en evidencias arqueológicas, hace agua por todas partes. Lo que podría valer para las pirámides de Giza no sería aplicable a las pirámides de Saqqara o Dashur, dado que los terrenos donde se elevan éstas últimas no son de roca, sino arenosos. Pero es que tampoco en Giza responde a los hechos: la Gran Pirámide de Keops no descansa sobre un suelo plano, sino que esconde en su base una gran protuberancia rocosa del terreno, que nunca fue allanada. 
   Por otro lado, si se pusiera en práctica el proceso descrito de tallar una rejilla y llenarla de agua, el implacable sol del desierto egipcio se encargaría de evaporarla antes de que se remansara para poder permitir ninguna medición. Por más que se tornara a verter agua en las zanjas, y por mucha gente que participara en la labor, la evaporación se repetiría. Pretendiendo solventar este problema, hemos llegado a oír, en un cursillo de 'Cómo se construyeron las pirámides' impartido por titulados en egiptología, que el agua llegaba abundante a los basamentos de las pirámides gracias a que los operarios excavaban un largo canal con vistas a trasvasar parte del caudal del Nilo al terreno de las obras; lo que no deja de ser un disparate, habida cuenta de que las pirámides se construían siempre en un territorio elevado con respecto al río –en una meseta en el caso de Giza–, y de que el agua no corre cuesta arriba, si no es con sistemas de bombeo. ¿Conocían acaso los antiguos egipcios estos sistemas? 
   ¿Y cómo, en definitiva, construían las pirámides? No lo sabemos. Nadie lo sabe con total certeza. Todas las reconstrucciones propuestas se tambalean en uno u otro aspecto, sobre todo en lo que se refiere a las fases últimas de la edificación, cuando los pesadísimos bloques debían ser ascendidos para ser milimétricamente ensamblados en los exiguos espacios próximos a las cumbres de estas montañas artificiales, a un centenar de metros de altura. Lo más que nos atrevemos a suponer es que, disponiendo como disponían de una fuerza de trabajo inagotable, abundante y barata, echarían a su vez mano de todos los recursos constructivos conocidos en su época, combinándolos en el proceso. Que, en síntesis, los antiguos egipcios seguramente harían uso de rampas de adobe (para arrastrar las rocas a las obras), de máquinas basadas en palancas (para izarlas), y que aprovecharían el escalonamiento progresivamente creciente de las sucesivas hiladas de piedra del monumento: algo así como si la propia estructura interna de la pirámide hiciera las funciones de andamiaje para poder construirse a sí misma.

 
   Desde el nacimiento de la egiptología a principios del siglo XIX, las pirámides de Egipto han sido estudiadas a conciencia por incontables expertos, pero, pese a que se barajan toda clase de hipótesis, nadie sabe aún con exactitud cómo se pudieron construir semejantes moles, e incluso su verdadera finalidad es aún objeto de controversia. Da la sensación de que cuanto más se investigan, más misterios suscitan. Y si es mucho lo que sabemos de ellas, es mucho más lo que ignoramos. 
   Disponemos de unas pocas piezas del puzzle de la historia del Egipto faraónico, pero la mayor parte se ha perdido sepultada bajo el polvo de los milenios, con lo que el panorama actual de conocimientos está salpicado de lagunas, que pueden en algunos aspectos llegar a dimensiones oceánicas. Es así que se tiende a rellenar esos huecos con teorías, supuestos e interpretaciones románticas, cuando no con la pura fantasía. Y ello ha dado pie al surgimiento de una ingente cantidad de literatura de arqueología-ficción en torno a las pirámides y sus enigmas. El verdadero interesado se verá así obligado a desbrozar esta maraña pseudocientífica para poder discernir qué información merece verdaderamente ser tenida en cuenta. 
   La presente exposición elude deliberadamente las movedizas arenas de la 'piramidología', donde todo dislate puede tener cabida, para ceñirse sólo a los datos comprobados y contrastados por la arqueología científica, y aceptados en consenso por la mayoría de los egiptólogos. Y no por ello el recorrido va a ser menos apasionante: cuando se trata de las pirámides de Egipto, la realidad supera con creces a toda ficción y no necesita ser adornada con elucubraciones de fantaciencia. 
   La rotunda presencia física de las pirámides ya es en sí un hecho incontrovertible y a la vez increíble. Lo que percibimos a simple vista es asombroso. Lo que descubrimos, cuando las observamos con más detalle, es aún más sorprendente. Y la fotografía está ahí para dar testimonio de todo ello. 
   Para una mejor comprensión del insólito proceso evolutivo que experimentó la arquitectura de las pirámides, presentamos las fotografías en orden cronológico.  

  

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El tiempo teme a las pirámides

Bibliografía consultada
 
- Brodrick, M. Morton, A.A. Diccionario de Arqueología Egipcia (Edimat Libros, Madrid, 2003)
- Eggebrecht, Arne. El Antiguo Egipto. 3000 años de historia y cultura del imperio faraónico (Plaza & Janés Editores, 1984)
- Heródoto. Los nueve libros de la historia. Libro segundo: 'Euterpe' (Edición 'Biblioteca personal Jorge Luis Borges', Hyspamérica Ediciones-Orbis, Barcelona, 1987)
- Malek, Jaromir. In the shadow of the pyramids (Fotografías: Werner Forman. Little, Brown and Company, UK, 1986)
- Manetón. Historia de Egipto (edición de César Vidal Manzanares. Alianza Editorial, Madrid, 1993)
- Müller, Hans Wolfgang. Arquitectura del Egipto antiguo (Arquitectura Mediterránea Prerromana, Historia Universal de la Arquitectura, Aguilar, 1973)
- Parra Ortiz, José Miguel. Historia de las pirámides de Egipto (Editorial Complutense, Madrid, 1997)
- Pemberton, Delia. El antiguo Egipto (Editorial Debate, Madrid, 1992)
- Pijoan, José. El arte egipcio hasta la conquista romana (Summa Artis, Historia General del Arte. Vol. III. Espasa-Calpe, Madrid, 1985)
- Stierlin, Henri (Ed.). Cenival, Jean-Louis de. Egypt (Architecture of the World, Benedikt Taschen, Alemania)
- Vidal Manzanares, César. Diccionario histórico del Antiguo Egipto (Alianza Editorial, Madrid, 1993)
- Vidal Manzanares, César. La sabiduría del Antiguo Egipto (Alianza Editorial, Madrid, 1994)
- V.V.A.A. Egipto. Dioses, templos y faraones. Vol II. (Atlas Culturales del Mundo. Folio-Ediciones del Prado, 1992)
- V.V.A.A. Egipto. El mundo de los faraones (Editado por Regine Schulz y Matthias Seidel, Köneman, 1997)
- Wildung, Dietrich. Egypt. From Prehistory to the Romans (Taschen, 1997)

 

FotoCD25

El tiempo teme a las pirámides

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Egipto 

   


 

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