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El embrujo de la Alhambra

Una réplica del paraíso

 

   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...
   (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)

   Vi el palacio de la Alhambra, ese maravilloso alcázar donde los sultanes de Granada aspiraban a disfrutar en la Tierra de los goces del Paraíso.
   Paseé los ojos por sus salas engalanadas con mil filigranas y arabescos, y sus patios refrescados por fuentes y albercas de aguas cristalinas.
   Vi poemas inscritos en sus muros, de hermosa caligrafía árabe, ensalzando la belleza de tan singulares estancias.
   Vi sus increíbles cúpulas de estalactitas, que rivalizaban en esplendor con el firmamento en una noche de estrellas.
   Y comprendí aquel dicho popular que afirma que "no hay mayor desgracia que ser ciego en Granada".

 

   "¡Cuánto recreo para los ojos! Mírame, visitante. Conocerás mi ser si miras mi hermosura".
   (Ibn Zamrak)
  
   
   La Alhambra, palacio y ciudadela de los antiguos sultanes musulmanes de Granada, en Andalucía (la región que entonces era conocida como Al-Andalus), es quizá el monumento más visitado de España.
   El nombre de 'Alhambra' deriva del árabe al-hamra, que significa 'rojo' (Qalat al-Hamra = 'Castillo Rojo'), en probable referencia al color rojizo de sus muros exteriores, construidos en ladrillo de arcilla y grava muy finos, extraídos de la misma colina donde se asientan. Las llamadas Torres Bermejas, que se elevan en una colina próxima, parecen confirmar con su nombre esta etimología.
El embrujo de la Alhambra   Además de por sus extraordinarios méritos artísticos, la Alhambra es especialmente valiosa por ser uno de los escasos palacios islámicos que han sobrevivido de los tiempos medievales. Y el monumento que mejor permite entrever el esplendor y suntuosidad con que vivían los monarcas musulmanes del reino de Granada. El palacio de la Alhambra y los jardines del Generalife sirven para ilustrar sobre la arquitectura de otros países del mundo islámico, donde a menudo han desaparecido edificios importantes, como ocurre en el Iraq abbasí, el Egipto tuluní y fatimí, y la Sicilia islámico-normanda.
   Aislada del resto de la ciudad, prácticamente inaccesible, la Alhambra nunca fue conquistada por ejércitos: cuando en 1492 se rindió a las tropas de los Reyes Católicos, fue entregada pacíficamente mediante un acuerdo firmado de capitulación.
   Elevada en la cima de un promontorio sobre el cauce del río Darro que domina la ciudad de Granada (la colina de al-Sabika), desde donde se divisa la Vega, la Alhambra fue construida principalmente entre 1238 y 1358, durante el reinado de la dinastía nazarí. Más que un palacio, se trata de un complejo palaciego formado por diversos edificios y jardines englobados dentro de una larga muralla reforzada por recios torreones rectangulares, que recorre todo el perímetro de lo alto de la colina. Era una ciudad dentro de la ciudad, con viviendas, mezquita, baños y demás servicios inherentes a todo sistema urbano.
   Las blancas cumbres de Sierra Nevada se recortan en el horizonte norte y constituyen el telón de fondo del soberbio escenario.
   El complejo no fue planificado con una visión de conjunto, sino que en sucesivas etapas se iban añadiendo construcciones adyacentes entre sí, según las necesidades, condicionada su distribución por los accidentes topográficos del terreno. La incorporación de las nuevas realizaciones arquitectónicas se articulaba armoniosamente con las precedentes, manteniendo siempre las proporciones y simetrías, para lograr como resultado una sensación visual de unidad.
   Un palacio real islámico era un lugar de ceremonias y de solaz, de pública ostentación y de placer privado. Aunque la Alhambra sea un palacio real, carece, no obstante, de un centro o foco que sirva para magnificar el poder de la realeza. Su distribución tiene más bien algo de laberíntica: estancias, corredores, patios, estanques y canales que conectan los espacios cubiertos con las zonas al aire libre sin que haya una clara separación entre unos y otras. Su decoración interna, o lo que ha quedado de ella, constituye un alarde técnico y estético difícilmente superable, y se puede calificar como de las más complejas y deslumbrantes de todo el arte islámico.
   Llama la atención el fuerte contraste entre la desnuda austeridad de los muros exteriores del conjunto palaciego y la fastuosa exuberancia decorativa de los espacios internos, característica ésta común a la vivienda tradicional de las poblaciones musulmanas –también hoy en día–, donde ninguna fachada deja entrever las riquezas del interior y todo lujo queda recluido al ámbito de la intimidad familiar.
  
   

El agua, don divino
  
   Otro rasgo muy propio del concepto árabe de arquitectura es el papel protagonista que desempeña el agua en la urbanización de sus ciudades y palacios, donde se cuida del suministro y distribución del preciado elemento por medio de acueductos, norias, canalizaciones y aljibes, para regar huertos y jardines y para que no falten fuentes cantarinas que refresquen el ambiente de los patios, o albercas que reflejen en el espejo de las aguas la belleza de sus arquerías. Para un mahometano, el agua es un don divino, un regalo de Alá a los hombres, y el paraíso es como un jardín surcado por arroyos de agua pura. Habría que ponerse en la piel de los muchos musulmanes que habitan en los inclementes desiertos arábigos o africanos para calibrar el impacto emocional que les produce oír hablar de vergeles verdes y umbríos, henchidos de frutas, por cuyas praderas corren manantiales de agua pura: el esplendoroso Paraíso de Alá.
   "He aquí la descripción del Paraíso prometido a quienes temen a Dios; es un jardín bajo el cual corren los ríos; sus frutos son inagotables, así como sus sombras."
   (El Corán. Sura XIII, de Arra'ad o del Trueno, 35)
El embrujo de la Alhambra  
   Los patios ajardinados, sombreados por arcadas, donde corría el agua en abundancia para refrescar el ambiente, creaban la sensación de hallarse uno recluido en un precioso mundo privado, aislado del mundanal ruido. Las superficies espejeantes de las aguas reflejaban el cielo ampliando la sensación de espacio y aportaban luminosidad, brillo y un aire de irrealidad al palacio. "Mi Elíseo musulmán" llamaba Washington Irving, autor de Cuentos de la Alhambra, al regio recinto, donde tuvo la fortuna de alojarse durante unos meses a principios del siglo XIX.
  
   Un abundante suministro de agua, traída de las montañas por viejos acueductos moriscos, circula por todo el palacio, abasteciendo sus baños y estanques de peces, destellando en surtidores dentro de las salas o murmurando en canales a lo largo de los pavimentos de mármol. Cuando ha pagado tributo a la sede real y visitado sus jardines y pastizales, fluye hacia abajo por la avenida que lleva a la ciudad, tintineando en riachuelos, brotando en fuentes y manteniendo un perpetuo verdor en esas arboledas que cubren y embellecen la entera colina de la Alhambra.
   Solo aquéllos que han residido en los ardientes climas del Sur pueden apreciar las delicias de una morada combinando las frescas brisas de la montaña con la lozanía y verdor del valle.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)

   Los estanques o piscinas han sido elementos consustanciales a los jardines islámicos, desde Cachemira o Persia hasta Al-Andalus. Se estima que durante el califato de Córdoba había 50.000 villas en el valle del Guadalquivir, y todas tenían probablemente patios con jardines, provistos de abundante agua. Sin embargo la tipología de villa con patio porticado de piscina central (impluvium) puede remontarse también a los tiempos romano-helenísticos. Pero es que la Alhambra no está desprovista de componentes clásicos. No olvidemos que los árabes fueron en el Medievo los herederos y transmisores de la cultura grecorromana.
   Cuenta Irving que Mohamed I, el fundador de la Alhambra, pasaba mucho tiempo en los jardines  del palacio, que había provisto con las plantas más raras y las más bellas flores aromáticas. En los muros y fuentes de la Alhambra hay inscripciones con versos que cantan a los jardines y a la naturaleza. En el Patio de los Leones y la Sala de las Dos Hermanas, unos versos del poeta Ibn Zamrak elogian la vegetación de los jardines, el fluir de las corrientes de agua y el paisaje de la vega.
  
   "¡Qué hermoso es este jardín, donde las flores de la tierra rivalizan con las estrellas del cielo! ¿Qué puede compararse con la vasija de aquella fuente de alabastro, llena de agua cristalina? ¡Nada sino la luna en su plenitud, brillando en medio de un cielo sin nubes!"
   (De una inscripción árabe en la Alhambra citada por Washington Irving en Cuentos de la Alhambra)

 

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El embrujo de la Alhambra

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Granada (España)

   


 

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