Colecciones fotográficas

El embrujo de la Alhambra

Moradas áulicas


   Los edificios islámicos de la Alhambra incluyen la Alcazaba (o al-qasba = ciudadela), que es –junto con las Torres Bermejas– la parte más antigua, situada en la zona más elevada de la colina, y de la que quedan en pie las macizas murallas y torres, estando el resto de las dependencias (el barrio castrense) casi a nivel de cimientos (fotos 45, 46 y 47). La Alcazaba era un edificio independiente del resto del recinto, que tenía su propia entrada, destinado a albergar las guarniciones militares de defensa. La Torre del Homenaje ocupa el lugar más elevado, con los mejores panoramas sobre el entorno, y servía de puesto de mando y de residencia para el jefe de la guardia. Aquí vivió alojado probablemente Mohamed I, el fundador de la Alhambra.
   Más allá de la Alcazaba está el palacio de la Alhambra propiamente dicho, y más allá de este palacio, otro recinto llamado la Alhambra Alta, que estaba originariamente reservado a oficiales y cortesanos. Existen además en el complejo varias puertas construidas en la vieja tradición de los almohades a modo de arcos triunfales (la Puerta del Vino, la Puerta de las Armas, la Puerta del Arrabal, etc.) y varios antepatios en estado de ruina. Extramuros, pero integradas a un ramal de las murallas, se levantan las Torres Bermejas, dos recios torreones que dominaban el barrio judío de Mauror.
   La ciudad palatina de la Alhambra se compone en realidad de siete palacios. Los dos principales, o al menos los que nos han llegado en mejor estado, estaban separados por un muro de partición, con entradas independientes: el Palacio de Comares y el Palacio de los Leones. Cada uno de ellos está distribuido con trazado ortogonal en torno a un patio rectangular. El palacio de Comares, que es el más antiguo, alberga el Patio de los Arrayanes (así llamado por los setos de mirtos que enmarcan un amplio estanque) y el palacio de los Leones circunda el Patio de los Leones, con su célebre fuente con leones que da nombre a este lugar. Ambos patios están orientados perpendicularmente entre sí.
   Las estancias más notables de la Alhambra son el Salón de Embajadores, una amplia sala de recepciones bajo la gran Torre de Comares, cuya puerta se abre al Patio de los Arrayanes; la Sala de los Abencerrajes (cuyo nombre deriva de una leyenda, según la cual Boabdil, el último sultán de Granada, invitó a los jefes del clan de los abencerrajes a un banquete en esta sala para luego masacrarlos); y la Sala de las Dos Hermanas, cuya cúpula es un ejemplo soberbio de decoración de estalactitas. Cerca de esta última el Mirador de Lindaraja se asoma a un jardín. Son de destacar también el mexuar o sala del Consejo y el hammam o zona de baños privados del monarca. Los otros palacios eran El Partal, el Palacio de Ismail I, el de Yusuf III, el del Convento de San Francisco y el de los Abencerrajes, los cuales han experimentado múltiples transformaciones a lo largo de los siglos. Existen asimismo, integrados en los edificios principales, varios pequeños oratorios, donde los gobernantes podían celebrar en privado sus ceremonias religiosas.
   Además de los palacios existía intramuros una medina, una ciudad residencial de artesanos, al servicio exclusivo de la corte.
   
   Se accede actualmente al palacio de la Alhambra por la monumental Puerta de la Justicia, que abre su inmenso arco de herradura en una torre de la muralla sur (foto48). Fue construida por Yusuf I en 1348, tal como consta en la inscripción fundacional esculpida en el arco interior. Es una puerta de doble recodo, para impedir, con fines defensivos, que fuera franqueada fácilmente. En la clave del gran arco de herradura del pórtico se ve tallada una mano alzada, probablemente un símbolo de la protección divina. Se llama Puerta de la Justicia porque se erigió para servir de tribunal, conforme a la práctica de los antiguos musulmanes que, como los judíos, ubicaban las cortes de justicia a las puertas de las ciudades.
   De allí se llega al mexuar, antigua sala del Consejo de Ministros, remodelada después de la Reconquista en una capilla con un oratorio adosado. Adyacente está el patio del mexuar o del Cuarto Dorado (foto16), en cuyo lado norte, tras una fachada de galería ricamente decorada (foto17), está el conocido como Cuarto Dorado, una sala que era en realidad un Palacio de Justicia, situado en la zona de transición entre la parte administrativa y el área residencial del complejo. A través del patio del mexuar se entra por fin en los edificios principales del palacio llamado de Comares.
  
  
  
Patio de los Arrayanes
Fotos 05 y siguientes
El embrujo de la Alhambra  
   Entramos por un sencillo y nada ostentoso portal, que se abría al interior del palacio moro.
   La transición fue casi mágica; parecía como si fuéramos de pronto transportados a otros tiempos y otro ámbito, y que estábamos pisando los escenarios de la historia árabe. Nos encontramos en un gran patio, pavimentado de mármol blanco y decorado a cada extremo con ligeros peristilos moriscos; se le llama el Patio de la Alberca (Patio de los Arrayanes o de Comares). En el centro había una inmensa cisterna o estanque de peces, de ciento treinta pies de largo por treinta de ancho, provisto de peces dorados y bordeado por setos de rosas. En el extremo superior de este patio se levantaba la gran Torre de Comares.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
  
   Dos fuentes surten de agua a una gran alberca rectangular, bordeada de setos de arrayanes. El agua ilumina con sus reflejos las galerías columnadas de los dos lados opuestos, e invierten como en un espejo la mole de la Torre de Comares (de Qumaris, topónimo árabe de la población de donde se supone provenían los artesanos que trabajaron en la torre).
   Las arcadas de las fachadas norte y sur se componen de siete arcos, con el arco central más alto para dejar ver los grandes portalones centrales de entrada a otras dependencias. En los lados este y oeste se encontraban los aposentos de las esposas del sultán, divididos en cuatro grupos, compuesto cada uno de viviendas de dos pisos, uno de verano y otro de invierno, provistos de sus correspondientes alcobas.
   Al nordeste del Patio de los Arrayanes, ocupando unas estancias subterráneas adyacentes, están los baños de vapor (muy reconstruidos), con una sala templada y dos salas calientes, una de ellas con hipocausto debajo.
   El salón del extremo sur del patio fue sustituido por el palacio de Carlos V, pero se conserva su galería con celosías. Aquí se ubicaba la zona reservada al servicio y las concubinas. En el lado norte estaba la Sala de la Barca (deformación de baraka = 'bendición', vocablo que aparece repetidamente en los muros), una cámara privada del soberano provista de alcobas para divanes, con techos artesonados. La decoración de yesería se compone de motivos florales y geométricos, con bandas caligráficas reproduciendo versos épicos. Aparece el lema de los nazaríes en caracteres cúficos. El alicatado del zócalo dibuja una trama en ajedrezado con estrellas de colores inscritas en sus ángulos.
   Estas dependencias constituyen la antesala al Salón de Embajadores.
  

  
Salón de Embajadores
Fotos 18, 19 y 20
  
   La Torre de Comares, así llamada por el nombre del arquitecto árabe, es de una fuerza masiva y elevada altura, dominando sobre el resto del edificio y sobresaliendo en la empinada ladera de la colina que desciende abruptamente a los bancos del Darro. Una arcada morisca nos admitió en una sala vasta y alta que ocupa el interior de la torre y era la gran sala de audiencias de los monarcas musulmanes, llamada por ello la Sala de los Embajadores. Todavía lleva las trazas de su pasada magnificencia. Los muros están ricamente estucados y decorados con arabescos; el techo abovedado de madera de cedro, casi perdido en la oscuridad por su altura, todavía reluce con los ricos oros y brillantes tintes del pincel árabe. En tres lados del salón hay profundas ventanas recortadas en el inmenso grosor de los muros, cuyos balcones miran sobre el verdeante valle del Darro, las calles y conventos del Albaicín, y disponen de una perspectiva sobre la distante vega.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
El embrujo de la Alhambra  
   La planta baja de la masiva torre de Comares está ocupada por un amplio y alto (18 m de altura) salón cubierto por una inmensa cúpula en madera de cedro: la Sala de la Audiencia o Salón de Embajadores. Tres de sus paredes están perforadas con tres ventanas cada una que, dado el gran grosor de los muros, quedan rehundidas formando pequeñas cámaras a modo de alcobas, asomando al precipicio que cae a la cuenca del Darro a través de arcos simples o geminados, y ventanucos con celosías (foto18).
   El suelo estaba originalmente embaldosado con un mosaico de piezas de azulejo azules, blancas y doradas (hoy desaparecido, aunque quedan muestras en el museo de la Alhambra), y las paredes están totalmente recubiertas con una decoración de azulejo y yeso al estilo andalusí, aunque se ha marchitado la antaño viva policromía de oro, plata, azul y púrpura. En simbiosis con los motivos vegetales y las intrincadas lacerías geométricas, conviven las bandas caligráficas, inscritas en marcos y cenefas con versículos coránicos y versos poéticos en torno a la felicidad del hombre (foto19).
   Leamos, como ejemplo, la inscripción que figura sobre la puerta principal, inspirada en unos versículos del Corán: "¡Por el sol y su matinal esplendor; por la luna, cuando lo sigue; por el día, cuando lo esclarece; por la noche, cuando lo cubre; por el firmamento y quien lo construyó; por la tierra y quien la dilató; por el alma y quien la formó, no hay más dios que Dios!" (Sura de Axxams o del Sol, 91, 1-7).
   Las franjas inferiores de los muros están recubiertas, como es habitual, por un zócalo continuo de paneles de alicatado de gran variedad, belleza y colorido (foto20). Unas pequeñas hornacinas a cada lado de la puerta principal servían para que los visitantes dejaran allí sus calzados antes de entrar a la sala.
   La gran cúpula que corona la estancia es una obra maestra del artesonado de madera. Está formada por grandes piezas talladas en madera de cedro, bien conservadas y admirablemente ensambladas, que componen en tres dimensiones una representación estilizada de las siete esferas celestes con sus estrellas, con el trono de Dios en el centro, ilustrando un versículo del Corán referente al Creador: "Quien creó siete cielos, sobrepuestos: tú no hallarás imperfección alguna en la creación del Graciabilísimo! ¡Vuelve, pues, a mirar! ¿Ves, acaso, alguna fisura?" (Sura LXVII de Almulk o del Reino, 3).
   Esta impresionante estancia era el salón de trono del sultán y hacía también las veces de sala de audiencias, el lugar del palacio donde se celebraban con pompa y boato las grandes recepciones. Se sabe por una inscripción que el trono del monarca estaba situado en el centro del lado norte del salón. La cúpula equivalía a un dosel sobre el trono, simbolizando el poder de la realeza.
   Desde el Patio de los Arrayanes, a través de la Sala de los Mocárabes, se penetra en el Patio de los Leones.
  
  
     
Patio de los Leones
Fotos 21 y siguientes
  
   Por el extremo inferior pasamos a través de una arcada morisca al célebre Patio de los Leones. No hay ninguna parte del edificio que nos dé una idea más completa de su belleza y magnificencia originales que ésta, pues ninguna ha sufrido tan poco los estragos del tiempo. En el centro se yergue la fuente, famosa en la canción y la historia. Las cisternas de alabastro todavía derramaban sus gotas de diamante, y los doce leones que las sostienen escupen sus chorros de cristal como en los días de Boabdil. El patio está amortajado con lechos de flores y rodeado por ligeras arquerías árabes de labor de filigrana, sostenidas por esbeltos pilares de mármol blanco.
El embrujo de la Alhambra 
   Cuando uno contempla la feérica tracería de los peristilos y la aparentemente frágil labor de calado de los muros, cuesta creer que tanto haya sobrevivido al vaivén de los siglos, al embate de los terremotos, a la violencia de la guerra y a los callados, aunque no menos nocivos, expolios del viajero de buen gusto, y es casi suficiente para excusar la tradición popular de que el conjunto está protegido por un encantamiento mágico.
  
   El encanto peculiar de este viejo palacio de ensueño es su poder para despertar vagas ensoñaciones y visualizar el pasado, vistiendo así las desnudas realidades con las ilusiones de la memoria y la imaginación. Como me encanta caminar por estas 'vanas sombras', soy propenso a buscar esas partes de la Alhambra que son más favorables a esta fantasmagoría de la mente, y ninguna lo es más que el Patio de los Leones y sus salas circundantes. Aquí es donde la mano del tiempo ha caído más livianamente y las trazas de la elegancia y el esplendor moriscos existen con casi su brillo original. Los terremotos han sacudido los cimientos de este edificio y resquebrajado sus más robustas torres, pero ved, ninguna de esas esbeltas columnas ha sido desplazada, ni un arco de esa ligera y frágil columnata ha cedido, y toda la feérica labor de calado de esas cúpulas, aparentemente tan inmateriales como los cristales de una escarcha matinal, existe todavía tras un lapso de siglos, tan fresca como recién salida de la mano del artista musulmán.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)

   De planta rectangular, como el de los Arrayanes, su orientación es, sin embargo, perpendicular con respecto a éste. Su estructura sigue unas pautas de simetría axial en torno a dos ejes, uno trazado de norte a sur y otro de este a oeste, que se cruzan en la fuente central formando una cruz griega.
   Se trata de un amplio patio (30 x 15 m) con peristilo, es decir, rodeado de arquerías columnadas (foto21). Las galerías este y oeste se adentran en el patio formando dos edículos a modo de quioscos o pabellones, con los tejados respectivos sostenidos por dos bosquecillos de delgadas columnas cilíndricas de mármol de color tostado (foto23). Estos dos pabellones albergan sendos surtidores de agua, que corre por canalillos hasta la fuente central. Los capiteles de las columnas son de variados e imaginativos diseños. Arcadas y bóvedas son un prodigio de decoración de estalactitas, haciendo juegos de luces, sombras y penumbras, con una riquísima variedad de motivos florales, geométricos y caligráficos embelleciendo arcos y paredes (foto26 y siguientes).
El embrujo de la Alhambra   En el centro del patio, se levanta una fuente constituida por una gran taza dodecagonal de alabastro sostenida por las estatuas de doce leones de mármol blanco, símbolos de fuerza y valor, colocados en disposición radial y vertiendo chorros de agua por sus bocas (foto22). La fuente está colocada sobre una alberca en la intersección de los canalillos que, partiendo de las fuentes de la Sala de las Dos Hermanas y la de los Abencerrajes, y de los surtidores de los pabellones este y oeste, recorren los ejes del patio, dividiéndolo en un jardín cuatripartito, en la tradición del char bagh persa, que simboliza el jardín del Paraíso.
  
   El Patio de los Leones tiene también su parte de leyendas sobrenaturales.
   Había un soldado inválido, encargado de enseñar la Alhambra a los extranjeros. Cuando estaba una tarde hacia el crepúsculo pasando a través del Patio de los Leones, oyó pasos en la sala de los Abencerrajes. Suponiendo que algunos visitantes se habían rezagado allí, avanzó para atenderles, cuando para su asombro vio cuatro moros ricamente vestidos con corazas doradas y cimitarras y puñales destellantes de piedras preciosas. Estaban caminando de un lado a otro con paso solemne, pero se detuvieron un momento y le hicieron señas de que se acercara. El viejo soldado, no obstante, se dio a la fuga y jamás pudo luego ser convencido de entrar a la Alhambra. Así es como los hombres a veces dan la espalda a la fortuna, pues es la firme opinión de Mateo que los moros intentaban revelar el lugar donde yacen enterrados sus tesoros.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
  
   El Patio de los Leones y sus cuatro salas circundantes componían el área de recreo y esparcimiento de los habitantes del palacio, separada de la zona del palacio de Comares, donde se llevaban a cabo las tareas de administración, y donde tenían lugar los actos de protocolo y las recepciones oficiales.
   La galería del lado oeste del patio conecta con la que se conoce como Sala de los Mocárabes, dedicada a banquetes y festejos (al igual que la Sala de los Reyes), con su decoración muy deteriorada a causa de un incendio acaecido en el siglo XVI. La galería del lado este comunica por amplios portales con la Sala de los Reyes, dividida en compartimentos por medio de abarrocados arcos de estalactitas. En tres de los compartimentos se conservan bóvedas pintadas con motivos figurativos, inspirados en relatos de caballerías, o reproduciendo escenas de caza, donde se ve claramente cómo los artistas musulmanes no tenían inconveniente en reproducir también seres humanos y animales. Los zoomorfos de la fuente del Patio de los Leones serían otro ejemplo de lo dicho.
   En el lado norte del patio se abre la Sala de las Dos Hermanas, y el lado opuesto, al sur, da acceso la Sala de los Abencerrajes.
  

  
Sala de las Dos Hermanas
Fotos 39 y 40
   
   Así llamada por dos grandes losas de mármol idénticas que forman parte del pavimento. La sala conserva sus puertas originales y el azulejado primitivo.
  
    A un lado del patio (de los Leones), un portal, ricamente adornado, se abre a una alta sala pavimentada de mármol blanco y llamada Sala de las Dos Hermanas. Una cúpula o linterna admite la luz tamizada desde lo alto y la circulación libre del aire. La parte baja de los muros está cubierta con bellos azulejos moriscos, algunos de los cuales están blasonados con los escudos de los monarcas moriscos; la parte superior está revestida con la fina labor de estuco inventada en Damasco, consistente en amplios paneles, fabricados con moldes y artísticamente ensamblados, como para dar la apariencia de haber sido laboriosamente esculpidos a mano en ligeros relieves e imaginativos arabescos, entremezclados con textos del Corán e inscripciones poéticas en caracteres cúficos y arábigos. Estas decoraciones de los muros y cúpula están ricamente doradas y los intersicios pintados con lapislázuli, y otros colores brillantes y resistentes. En cada lado de la sala hay alcobas para otomanas y divanes. Sobre un porche interior hay una balconada que comunicaba con el apartamento de las mujeres. Las celosías perforadas todavía se conservan, desde donde las bellezas de ojos oscuros del harén podían contemplar sin ser vistas los entretenimientos de la sala de abajo.
El embrujo de la Alhambra   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
  
   La Sala de las Dos Hermanas es de planta cuadrada, abierta por sus cuatro costados a otras tantas salas adyacentes, con un aljibe en el centro del suelo que comunica por un canalillo con la fuente del Patio de los Leones. En el primer piso, el cuadrado se convierte en octógono con ayuda de pechinas de estalactitas. Cuatro ventanales dan a los aposentos de invierno. En el segundo piso el octógono multiplica sus lados hasta convertirse en una increíble cúpula de estalactitas en disposición estrellada, iluminada suavemente por la luz que se filtra por 16 ventanas de celosías, un verdadero prodigio de la arquitectura andalusí (foto40).
   Los muros de la Sala de las Dos Hermanas están ornados con zócalos de azulejos alicatados y yesería que combina motivos florales, geométricos y caligráficos, siempre con nuevas combinaciones y diseños. La bandas caligráficas recogen hermosos versos en honor de la circuncisón del hijo de Mohamed V. Aunque mantengan una unidad de concepto, no hay dos salas en la Alhambra con la misma decoración.
   Adosada a esta sala está la larga y estrecha Sala de los Ajimeces, de la que se accede al Mirador de Lindaraja.
  

  
Mirador de Lindaraja
Foto41
  
   El Mirador de Lindaraja o de Daraxa (de al-'Ayn Dar Aisha, 'el ojo del cuarto de Aisha', siendo quizá Aisha el nombre de una de las favoritas del sultán) es una preciosa estancia embellecida con arcos de estalactitas que se adentra en el jardín de Lindaraja, y cuyos tres ventanales se abren por tres lados al jardín. La ornamentación alcanza aquí el cénit de complejidad y de delicadeza de manufactura en el programa decorativo de la Alhambra, hasta el punto de haber sido calificado su estilo como 'barroco nazarí'.
   Un poema inscrito en el Mirador de Lindaraja dice lo siguiente: "En este jardín soy un ojo lleno de gozo y la pupila de este ojo no es otra que nuestro Señor".

 

Sala de los Abencerrajes
Foto42

   En las torres del Alhambra
sonaba gran vocería
y en la ciudad de Granada
grande llanto se hacía
porque sin razón el Rey
hizo degollar un día
treinta y seis Abencerrajes
nobles y de gran valía,
a quien Cegrís y Gomeles
acusan de alevosía.
   (Anónimo. Romance sobre la desgracia de la familia de los Abencerrajes)
  
   En la cúpula de la Sala de los Abencerrajes, la planta cuadrada de la base pasa a ser un octógono que se transforma a su vez en una estrella de 16 puntas con ventanas, sobre la cual la muqarna o cúpula de mocárabes acopla la estrella a una semiesfera. El ornamento carece de función estructural, pero el efecto visual es caleidoscópico. La bóveda celeste parece flotar en la tenue luz tamizada por las celosías y se descuelga en cascadas de estalactitas con una verdadera explosión de formas y colores.
El embrujo de la Alhambra    Toda posible variedad de combinaciones que pueda ser ideada por la inventiva se emplean para revestir las paredes, pechinas y semibóvedas que sostienen esta cúpula. Las líneas se entrecruzan regularmente en todas direcciones. Sigamos una de las líneas con la mirada: después de muchos quiebros y vaivenes regresa al punto de partida para volver a enlazarse en nuevas tracerías, dibujando en su camino un trasfondo de figuras poligonales entrelazadas que rellenan toda la superficie. La ciencia de la geometría al servicio de las bellas artes.
   También esta sala dispone de una fuente central, que desagua en una canaleta que surca el suelo hasta la fuente de los leones.
  
   El nombre de la sala deriva del hecho de que aquí se localiza el escenario del degollamiento de 36 hombres del clan de los abencerrajes, supuestamente instigado por Boabdil para abortar una conspiración contra el trono. Las cabezas de los abencerrajes asesinados se habrían amontonado en la fuente, tiñendo de sangre sus aguas.
   Se trata en realidad de una fábula sin ningún respaldo histórico que, no obstante, arraigó en la imaginación popular. He aquí cómo se relata en una novela anónima del siglo XVI (Novela del Abencerraje y Jarifa):
  
   Hubo en Granada un linaje de caballeros que llamaban los Abencerrajes, que eran flor de todo aquel reino, porque en gentileza de sus personas, buena gracia, disposición y gran esfuerzo hacían ventaja a todos los demás; eran muy estimados del rey y de todos los caballeros, y muy amados y quistos de la gente común.
   (...)
   Quiso la fortuna, enemiga de su bien, que de esta excelencia cayesen de la manera que oirás. El Rey de Granada hizo a dos de estos caballeros, los que más valían, un notable e injusto agravio, movido de falsa información que contra ellos tuvo. Y quísose decir, aunque yo no lo creo, que estos dos, y a su instancia otros diez, se conjuraron de matar al rey y dividir el Reino entre sí, vengando su injuria. Esta conjuración, siendo verdadera o falsa, fue descubierta, y por no escandalizar el Rey el Reino, que tanto los amaba, los hizo a todos una noche degollar porque a dilatar la injusticia, no fuera poderoso de hacella.
   (Anónimo. Historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa)
  
   Leamos también los comentarios de W. Irving sobre la leyenda que acompaña a la Sala de los Abencerrajes (el vocablo abencerraje viene de abindarráez = 'el hijo del capitán'):
  
   En el lado opuesto del Patio de los Leones está la Sala de los Abencerrajes, así llamada por los gallardos caballeros de tan ilustre linaje, que fueron pérfidamente masacrados aquí. Hay quienes dudan de la verdad de esta historia, pero nuestro humilde asistente Mateo señaló (...) la fuente de mármol blanco en el centro de la sala donde habían sido decapitados. Nos mostró también ciertas amplias manchas rojizas en el pavimento, trazas de la sangre que, según la creencia popular, no pueden ser borradas nunca. (...) Añadió que a menudo se oía por la noche en el Patio de los Leones un sonido tenue y confuso que se asemejaba al murmullo de una multitud, con un suave tintineo de vez en cuando, como un lejano ruido de cadenas. Estos ruidos estaban probablemente producidos por las burbujeantes corrientes y rumorosos saltos de agua, conducida bajo el pavimento a través de cañerías y canales para abastecer las fuentes; pero, de acuerdo con la leyenda (...), están hechos por los espíritus de los abencerrajes asesinados que cada noche rondan por el escenario de su sufrimiento e invocan la venganza del Cielo sobre su destructor.
   ¡Qué difícil reconciliar el antiguo cuento de sangre y violencia con el amable y pacífico escenario que nos rodea!
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
 

 

El Partal

Foto43

   Situado un poco a desmano de las principales dependencias del palacio, este edificio a modo de mirador se asoma por un lado a los barrancos que caen al Darro, y posee por el otro lado una galería porticada que se abre a un jardín moderno refrescado por una alberca con dos antiguos leones de piedra de los que mana el agua. Dispone también de una torre de elegantes proporciones. Es el único lado que se conserva de los cuatro originales; no se trata, pues, de un pabellón junto a un jardín. El jardín actual no existía: estaba ocupado por el edificio del palacio.
   El Partal, aunque muy restaurado, es la residencia de recreo más antigua de la Casa Real de la Alhambra, obra de Mohamed III (1302-1309), ampliada por Yusuf I.
   Más allá continúa la muralla subiendo y bajando por las escarpaduras de la colina, y periódicamente ritmada por masivos torreones cuadrangulares, como la Torre de los Picos, la Torre de la Cautiva (un palacio en miniatura ricamente ornamentado en su interior), la Torre de las Infantas (también de interior decorado y con un pequeño patio) y la Torre-Puerta de los Siete Suelos. Cada una de estas edificaciones tiene su leyenda asociada, muchas de ellas recogidas en los Cuentos de la Alhambra. En la Torre de las Infantas vivieron recluidas las tres hijas del sultán hasta que fueron rescatadas por caballeros cristianos. Bajo la Torre de los Siete Suelos habría escondido un gran tesoro enterrado por los moros y guardado por un monstruoso trasgo. Etc.
  
   Bajo la Torre de los Siete Suelos (se halla) el mismo lugar desde donde el Belludo o caballo fantasma sin cabeza se dice que sale a medianoche y que recorre las calles de Granada, perseguido por una jauría de perros infernales.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)

 

Jardines del Generalife

   En las cercanías de la Alhambra descuellan entre las arboledas los blancos edificios del Generalife (nombre que deriva del árabe Jennat al-Arif = 'Jardín del Constructor'). Se trata de una villa de recreo o residencia de verano (villa rustica), construida en 1319 por Aben Walid Ismail a media ladera de la colina de Santa Elena, hermana de la de la Alhambra, situada al noroeste (foto49).
  
   "Granada es la novia y la Alhambra, la corona que ciñe su frente. Su aderezo y sus vestidos, las flores; su trono, el Generalife; su espejo, los estanques; sus joyas, las gotas de rocío..."
   (Ibn Zamrak)
El embrujo de la Alhambra  
   Embellecido con suntuosos jardines y fuentes, sombreado con pabellones y galerías porticadas, el Generalife era un enclave paradisíaco adonde se retiraban los monarcas en el calor del verano. El Patio de la Acequia (foto50) es un jardín rectangular con una alargada alberca central rodeada de macizos de plantas y flores, y alimentada por fuentes de surtidor situadas a ambos lados, cuyas aguas provienen de los arroyos que bajan de las montañas cercanas circulando por el mismo acueducto que abastece de agua a la Alhambra.
   En los extremos norte y sur se levantan sendos pabellones longitudinales de dos pisos ricamente decorados en estuco con motivos semejantes a los de la Alhambra (foto51). Sólo la arcada del extremo norte es original de la época. Desde allí se disfruta de un magnífico panorama sobre la Alhambra y sus campos aledaños. Los aposentos reales estaban en un largo salón, y disponía de una torre que albergaría el trono. El resto del edificio está muy adulterado y transformado a través de los siglos, habiendo sufrido también un incendio en 1958.
  
   "Sobre este palacio de peregrina belleza,
brilla la grandeza del Sultán.
Brilla su belleza y sus flores,
la lluvia de las nubes la cubre generosamente.
Las manos de sus creadores bordaron en sus lados
bordados que parecen flores de jardín.
Su salón parece una desposada que ofrece a la comitiva
nupcial su belleza tentadora."
   (De un poema de Ibn al-Yayyab grabado en la entrada del pórtico del Generalife)
  
   El Generalife poseía también en su tiempo cuatro fértiles huertas, dispuestas en terrazas rectangulares, con dehesas para animales, para asegurar al avituallamiento de la Casa Real.
   Más arriba, en la ladera norte del Cerro del Sol, se divisan las ruinas del castillo de Santa Elena, también conocido como 'Silla del Moro', que vigilaba la entrada a la Acequia Real y protegía militarmente la retaguardia de la Alhambra.
  
   El palacio de la Alhambra y los jardines del Generalife son la obra maestra de la arquitectura de los nazaríes y el canto de cisne del arte andalusí en la Península Ibérica. El conjunto fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1984, rango que se amplió posteriormente incluyendo al barrio granadino del Albaicín.

 

  

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FotoCD70
    
El embrujo de la Alhambra

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Granada (España)

   


 

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