Colecciones fotográficas

El embrujo de la Alhambra

La embriaguez de los sentidos

 

   La sede de la belleza está aquí.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)


  La decoración arquitectónica de la Alhambra está concebida para revestir y enmascarar el cuerpo de ladrillos de adobe de los muros, recurriendo principalmente a tres materiales: azulejo, yeso y madera. Materiales frágiles, y algunos perecederos, pues estos edificios no estaban concebidos para durar eternamente: para un musulmán todo en este mundo es transitorio; sólo es eterna la vida del Más Allá. Estos materiales se combinan entre sí y se aplican a muros, arcos, frisos, puertas y ventanas siguiendo marcados patrones geométricos y cuidando siempre las simetrías, con un exquisito sentido de la proporción. El mármol se reserva para los suelos, columnas y cisternas. 

   Los mármoles provienen en parte de las canteras de Macael (Almería), cuya calidad goza de tanta reputación como los de Carrara. Los muros están revestidos en las partes bajas de zócalos de azulejos en labor de alicatado. La parte superior de las paredes y los techos están modelados en relieve plano de estuco, con arabescos dorados y coloreados. Estos relieves eran ejecutados en parte a mano y en parte con moldes. Tanto los azulejos como la yesería trazan intrincados dibujos geométricos y florales, lacerías que forman estrellas, ajedrezados y polígonos, o inscripciones caligráficas con versículos coránicos y poemas.
    Los aleros y saledizos, que protegen del sol y la lluvia, están compuestos de vigas de madera primorosamente talladas. Las cubiertas eran de tejas 'árabes'.
El embrujo de la Alhambra   Como palacio de recreo de un monarca, la decoración de la Alhambra perseguía el placer de los sentidos. Y a fe que lo conseguía: todavía hoy pasearse por los corredores y salas de la Alhambra supone para el visitante un auténtico recreo para la vista. Su estética se basa en una armoniosa combinación de techos artesonados, bóvedas de mocárabes y finas columnas de elaborados capiteles sosteniendo arcos de herradura, o polilobulados, o con colgantes a modo de estalactitas.
   Los alarifes que construyeron estas egregias moradas jugaban intencionadamente con las luces. Los rayos de sol, entrando por las ventanas, se reflejan hacia arriba al incidir en los mármoles del suelo, iluminando con luz difusa los arcos y bóvedas de estalactitas, que parecen reverberar con un halo luminoso (foto41). La luz tamizada por las finas celosías inunda las salas con una atmósfera irreal de semipenumbra. Entre los espacios cerrados y los abiertos al aire libre hay zonas de transición en que las luces y sombras se conjugan para crear toda clase de efectos de claroscuro (foto28).
  
   Percibo el Patio de los Leones con una deslumbrante luz de sol brillando a lo largo de sus columnatas y destellando en sus fuentes.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
  
   Los elementos decorativos de los revestimientos no son ajenos al común de los edificios de arquitectura islámica: la mayor parte reproducen motivos florales, geométricos y caligráficos. Los motivos botánicos, que evocan la frondosa vegetación del jardín del Paraíso, se encuadran siempre en un patrón subyacente estructurado en retículas ordenadas y simétricas, que no dejan sitio al azar. Plantas, hojas, flores y frutos están perfectamente observados y calcados de la naturaleza (fotos 37 y 38).
   La representación figurativa de seres humanos y animales escasea, pero no está ausente. Existe la creencia generalizada de que el arte musulmán no es figurativo, que no muestra imágenes antropomorfas o zoomorfas, porque supuestamente el Corán lo prohibe aduciendo que sólo Alá puede crear. No hay, sin embargo, ningún texto en el Corán que sustente tal aseveración, y de hecho las propias obras de arte islámico que hay por el mundo la desmienten. Si es cierto que esa regla se aplica estrictamente a la arquitectura religiosa (mezquitas, mausoleos...), no es menos cierto que no se cumple en el arte civil, como puede verificarse en los palacios omeyas del desierto sirio, con fachadas adornadas de estatuas, o en el hammam omeya de Qusayr Amra, en Jordania, donde pueden admirarse pinturas murales que representan sensuales ninfas de pechos desnudos saliendo de las aguas.
   La mayoría de los palacios islámicos estaban decorados de modo similar con pinturas figurativas, y a veces con figuras esculpidas o relieves en madera o piedra. Generalmente eran imágenes idealizadas del soberano y de la vida cortesana. Abundaban las escenas de caza. Los techos pintados de la Sala de los Reyes de la Alhambra –ya lo hemos mencionado– exhiben interesantes ejemplos de arte figurativo musulmán.
   Los animales esculpidos también se convirtieron en parte integrante de las fuentes, desempeñando la función de soportes, como en el Patio de los Leones (foto22), o como elementos decorativos, como en una pila de abluciones de mármol procedente de Al-Andalus que se encuentra en Marrakesh.
  

  
Alicatado: el arte del azulejo
El embrujo de la Alhambra 
   El mosaico de azulejo o alicatado (zelig), del que los edificios nazaríes de Granada y meriníes de Marruecos (ver en fotoAleph exposición 'Fez. Un viaje al medievo musulmán') nos ofrecen abundantes y bellos ejemplos, alcanza en la Alhambra un inusitado nivel de maestría.
   En la España islamizada y el norte de Africa los azulejos en alicatado se reservan principalmente a las zonas inferiores de las paredes (el zócalo) y son de diseño sobre todo geométrico. Se juega con el contraste entre los colores claros y oscuros, y con los brillos, con el fin de producir coloridos dibujos y efectos ópticos de gran vistosidad.
   El alicatado es una técnica muy distinta a la del mosaico clásico grecorromano: mientras en éste los elementos básicos son las teselas (pequeños trozos prismáticos de mármol, más o menos similares en forma e intercambiables), el mosaico alicatado se compone de piezas cerámicas minuciosamente recortadas a mano en distintos perfiles y tamaños (pueden tener forma de estrella, ser hexagonales, octogonales, trapezoidales, onduladas...), que encajan entre sí como un inmenso tangram para recubrir muros y fustes de columnas, con un grado de complejidad y una visión de conjunto-detalle que revelan un profundo conocimiento matemático y geométrico por parte del artesano.
   Los artesanos tallaban sus piezas en placas de azulejo usando cincel, regla y patrones de papel. Luego las colocaban sobre un enlucido de yeso con el dibujo previamente abocetado, o bien directamente sobre el muro, o sobre grandes planchas que luego se trasladaban al muro.
  

  
Caligrafía: la belleza de las palabras
  
   Desde que la escritura del Corán –considerada como de procedencia divina, admirada por su belleza estilística y su riqueza de inflexiones– se convirtió en el canon de la lengua árabe clásica, comenzó paralelamente a desarrollarse la caligrafía, una de las artes mayores del Islam. De la ciudad de Kufa (en Iraq) surgió la caligrafía 'cúfica', de rasgos rectilíneos y angulares, que fue utilizada con mano maestra en la decoración de monumentos, como podemos ver en un sinfín de ejemplos en las fachadas y muros de mezquitas, madrasas y mausoleos, siendo la caligrafía desde entonces un elemento decorativo preferente en la arquitectura monumental islámica. A la infalibilidad de sus contenidos y a la armonía de su estilo, había que añadir la belleza visual de las mismas letras, palabras y frases del Corán, cinceladas en finos bajorrelieves, que juegan con los propios rasgos tipográficos del alfabeto árabe entrelazándolos en mil filigranas, y se conjugan e interactúan con otros diseños florales y geométricos hasta alcanzar un nivel de complejidad asombroso. Son las mismas letras las que diseñan, decoran y embellecen los espacios arquitectónicos. Los edificios se convierten así en soportes del Mensaje. La palabra de Dios se hace visible.
    La Alhambra no es una excepción, y en sus muros abundan los caracteres caligráficos, que compiten en afiligranamiento con las volutas, hojas, flores, espigas y zarcillos de los motivos vegetales, hasta confundirse la tipografía con la vegetación en un intrincado y denso diseño que sin embargo se estructura ordenadamente sobre patrones geométricos de fondo. Pero no sólo son textos coránicos los que adornan cenefas y frisos de la Alhambra: hay también poemas. Las franjas caligráficas contienen versos que ensalzan al gobernante o a la misma Alhambra o a la hermosura de la naturaleza donada por Alá a los humanos.
   O que repiten el lema de los príncipes nazaríes "Wa-la ghalib illa llah" ("No hay más conquistador que Dios"), inscrito en escudos. Este lema reaparece de forma omnipresente en todos los rincones de la Alhambra y en otros edificios de la arquitectura nazarí.
   Nos ha llegado el nombre de algunos de los excelsos poetas que formaban parte de la corte de los sultanes de la Alhambra, cuya inspirada producción lírica adorna sus muros: mencionemos a Ibn al-Yayyab (1274-1349), Ibn al-Jatib (1313-1375) y, sobre todo, Ibn Zamrak (1333-1394), poeta y místico de la corte de Mohamed V, de quien llegó a ser primer ministro. Reproducimos algunos de sus versos, referentes a la belleza de la Alhambra:
El embrujo de la Alhambra 
   "Jardín yo soy que la belleza adorna:
sabrás mi ser si mi hermosura miras.
Obra sublime, la Fortuna quiere
que a todo monumento sobrepase.
¡Cuánto recreo aquí para los ojos!"
 
   Uno de los tipos de caligrafía utilizados en la Alhambra, el ta'liq o nasta'liq, y su distribución en el programa decorativo del interior, solía repetir el ritmo de los propios versos poéticos, con su música implícita, de forma que la decoración caligráfica se percibe no sólo visualmente, sino también musicalmente. Recordemos que la música andalusí y la árabe en general carece de partituras. Pero, paradójicamente, hoy día podemos hacernos una idea bastante precisa de cómo sonaba la música que se interpretaba en la Alhambra para disfrute de los sultanes nazaríes. Ello se debe a que la enseñanza de la música arábigo-andaluza se ha transmitido de maestros a discípulos y de generación en generación, hasta nuestros días. Y es así como en ciudades del Magreb como Fez, Tetuán, Tánger, Orán o Argel, y en algunas ciudades de Andalucía existen buenas orquestas de música andalusí, que interpretan con sus laúdes, rabeles, cítaras y violines las sinuosas cadencias de los nubas y muwassahat que en su tiempo deleitaron los oídos de Yusuf I o Mohamed V. Es posible que la Sala de los Abencerrajes y la Sala de las Dos Hermanas, dada su excelente acústica, fueran las estancias dedicadas a estas veladas musicales.
  

  
Cúpulas celestiales
  
   Las muqarnas son las cúpulas extraordinariamente complejas que coronan algunas salas de la Alhambra, como la de las Dos Hermanas (foto40) o la de los Abencerrajes (foto42), semiesferas estrelladas que generan un efecto visual caleidoscópico como si fueran enormes diamantes de mil facetas.
   Techos elaboradamente decorados con alvéolos y estalactitas reposan sobre gráciles columnas o muros perforados de ventanas con celosías por las que penetra una luz tamizada que crea un ambiente feérico.
   Todo es simbólico en la decoración de la Alhambra. Los poemas inscritos en la decoración caligráfica de los muros ponderan estas muqarnas como cúpulas celestiales que giran sobre la cabeza del soberano sentado bajo ellas, un motivo que se remonta a muchos siglos atrás en el Islam.
  

  
Pervivencia del arte arábigo-andaluz
  
   Tras la caída de Granada en 1492, la producción de arte islámico sufrió un colapso y derivó hacia nuevas formas, en los estilos agrupados bajo la denominación de 'arte mudéjar' (arte cristiano realizado por artífices musulmanes). Sin embargo la tradición del arte andalusí tuvo su continuidad en el norte de Africa. En Marruecos, por ejemplo, podemos admirar mezquitas y madrasas de la época meriní (como las madrasas Attarin y Bu Inania, o la zauia de Mulay Idriss II, en Fez) cuya espléndida decoración de alicatado, yesería y artesonado recuerda poderosamente a la de la Alhambra. La dinastía saadí prosiguió en el siglo XVI desarrollando las formas estilísticas creadas en Al-Andalus en el siglo XIV, como puede comprobarse en la madrasa de Ben Yussef y las tumbas saadianas de Marrakesh, o en la mezquita Qarauin de Fez, en cuyo patio sobresalen dos pabellones en una disposición idéntica a los del Patio de los Leones de la Alhambra.
   Hoy en día el arte y la artesanía de estilo andalusí se mantienen vivos en Marruecos. El mismo esquema decorativo de alicatado-yesería-artesonado se aplica al interiorismo de muchas construcciones modernas, que aspiran a perpetuar la tradición de los modelos artísticos generados en la Edad Media en Al-Andalus. Un ejemplo conspicuo sería la faraónica mezquita de Hassan II en Casablanca, pero lo dicho se podría asignar también a gran cantidad de edificaciones actuales de los países musulmanes, tanto de arquitectura religiosa como civil, incluyendo hoteles, restaurantes (ver foto de uno en Fez), bancos, museos y edificios oficiales. De hecho existen países, como Egipto, que, habiendo perdido su propia tradición artesanal local, se ven abocados a contratar artesanos marroquíes para trabajar en la decoración de sus nuevas realizaciones arquitectónicas.

 

Palacio de Carlos V: el contrapunto

   Cuando el reino de Granada pasó a manos de los Reyes Católicos, la Alhambra no fue destruida, sino que se convirtió de nuevo en una residencia real, habitada ocasionalmente por los monarcas cristianos. Al igual que ocurrió con la Mezquita de Córdoba, los reyes cristianos supieron apreciar la exótica belleza de estas lujosas construcciones islámicas, y en lugar de demolerlas, las mantuvieron prácticamente intactas. El emperador Carlos V remodeló algunas El embrujo de la Alhambradependencias, unió el palacio de Comares al de los Leones abriendo puertas intermedias, y emprendió la edificación de un suntuoso palacio dentro del recinto amurallado, el primer edificio clásico italiano de España, que pretendía supuestamente eclipsar la magnificencia de la Alhambra, y cuya inmensa mole cuadrada quedó incrustada en el complejo palaciego nazarí. La 'Casa Real Vieja' quedó así anexionada a la nueva Casa Real.
   El florido estilo plateresco de la primera mitad del siglo XVI en España convivió con otro estilo renacentista mucho más sobrio y clásico, del que sería ejemplar temprano y señero el palacio de Carlos V dentro del perímetro fortificado de la Alhambra de Granada. He aquí lo que podría considerarse la antítesis del arte andalusí. Donde en la Alhambra es todo exuberancia decorativa, en el nuevo palacio todo es sobriedad y desnudez de líneas, en consonancia con el austero estilo de vida del monarca cristiano. Hoy ya no tiene ningún sentido hacer comparaciones entre los dos edificios para decidir cuál está más logrado. Ambos son magníficos. Responden a dos conceptos antitéticos de arquitectura, pero ambos nos hacen vibrar con su dispar e inigualable belleza.
   Carlos I de España y V de Alemania, sacro emperador romano, era la figura política más poderosa de Europa. Su palacio en la Alhambra refleja el contacto creciente con Italia. Diseñado en 1526 por Pedro Machuca, que había estudiado en Italia, el palacio no fue nunca completado. La causa de la interrupción no fueron los terremotos (como escribe W. Irving), sino una revuelta de los moriscos (los musulmanes conversos que permanecieron en España), ya que éstos estaban obligados a financiar el proyecto con la 'farda', un tributo de 80.000 ducados anuales que se les impuso a cambio de ciertos privilegios.
   El edificio es de planta cuadrada con un gran patio circular central de 30 m de diámetro, supuestamente pensado para corridas de toros y torneos (fotos 54 y siguientes). La planta (un círculo inscrito en un cuadrado) es totalmente renacentista: centralizada y simétrica; está distribuida sobre los ejes cruzados de las cuatro entradas, una en el centro de cada lado del cuadrado. La fachada sigue las normas del renacimiento italiano mostrando una sucesión de órdenes superpuestos (pilastras toscanas, jónicas y corintias), con el ritmo alternante de los frontones triangulares sobre las ventanas del segundo piso (foto53). El patio circular está rodeado también por una columnata con una superposición similar de los órdenes toscano y jónico. Las fachadas externas están construidas a base de sillares almohadillados y pilastras, en cuyas bases se exhiben paneles a modo de ortostatos con excelentes bajorrelieves que ilustran temas histórico-alegóricos, esculpidos por Niccolo da Corte y Juan del Campo, con colaboración de Juan de Orea y del mismo Machuca. Numerosos relieves hacen referencia a las hazañas heroicas del emperador, sus victorias bélicas en batallas terrestres y marítimas (fotos 60, 61 y 62).
   El sobrio clasicismo del palacio de Carlos V en la Alhambra fue sucedido en España por el aún más austero estilo herreriano.
   Hay otras realizaciones de tiempos de Carlos V en la colina de la Alhambra. Mencionemos la Puerta de las Granadas (foto52), un portalón triunfal diseñado también por Pedro Machuca y erigido en 1536 para conmemorar la llegada de Carlos V a Granada tras su boda con Isabel de Portugal. Un arco de medio punto flanqueado por columnas toscanas adosadas de sillares almohadillados al estilo italiano está coronado por un frontón triangular clasicista, con el escudo del emperador en el centro, y adornado por unas grandes granadas, que dan nombre al monumento.
   Y una soberbia fuente renacentista cerca de la Puerta de Justicia, con rostros humanos en relieve de cuyas bocas manan chorros de agua (foto63).

 

Breve historia de la Alhambra


   "¿Qué castillos son aquéllos?

¡Altos son y relucían!"
   "El Alhambra era, señor,
y la otra la mezquita;
los otros los Alijares,
labrados a maravilla.
   El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día
y el día que no los labra
otras tantas se perdía.
   El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía."
   (Romance de Abenámar)

   El lugar donde se levanta la Alhambra, en la cima de un montículo que domina la ciudad de Granada (al-Sabika), habría sido el emplazamiento de una fortaleza o palacio ya en el siglo XI, época de la dominación de los ziríes bereberes, que tenía como fin proteger el barrio judío ubicado en la ladera de la colina. Pero muy poco queda de estos primitivos edificios.
   La ciudadela fortificada de la Alhambra comenzó a construirse en el periodo en que se estaba extinguiendo la dominación islámica en España, desmembrada en un conglomerado de estados independientes o reinos de taifas, tras la derrota de los almohades y su retirada al norte de Africa.
El embrujo de la Alhambra   Mohamed I ben Yusuf ben Nasr ben al-Ahmar (apodado El Ghalib = "El Conquistador", 1230-1272), descendiente de un noble linaje árabe de Arjona, tras apoderarse de Jaén, Guadix, Baza y Córdoba, fundó en Granada la dinastía nazarí (nasrí), un sultanato que iba a durar hasta convertirse en el último de los estados islámicos en la Península Ibérica.
   En 1238 Mohamed I inició la construcción de la Alhambra, proyectada como una residencia real fortificada. Reconstruyó la Acequia Real que transportaba las aguas del río Darro a la cima de la colina, y levantó en el recinto de la Alcazaba dos potentes torreones: la Torre de la Vela y la Torre del Homenaje. Las obras de amurallamiento y de ampliación de la fortaleza continuaron con sus sucesores Mohamed II (1273-1302), Mohamed III (1302-1309) e Ismail I (1279-1325), que fueron transformando paulatinamente la fortificación en una auténtica ciudad palatina. Existían precedentes de ello en Al-Andalus, como el lujoso palacio de Madinat al-Zahra, en Córdoba, residencia del califa Abderrahman III.
  
   En el siglo XIV, dos soberanos sucesivos, Yusuf I (1333-1354) y Mohamed V (1354-1391), hijo y nieto de Ismail I, transformaron las edificaciones de la colina al-Sabika para convertirlas en su residencia oficial. Ellos son los verdaderos artífices del palacio de la Alhambra tal como hoy lo conocemos. La mayor parte de las magníficas decoraciones del interior del palacio son atribuidas a Yusuf I, el rey sabio de la dinastía nazarí, así considerado por su amplia cultura, abierto talante y refinada educación. Este sultán murió asesinado por un esclavo en la mezquita que ocupaba el emplazamiento donde después se levantó la iglesia de Santa María de la Alhambra.
   Las edificaciones más importantes de la Alhambra, incluido el Patio de los Leones y sus salas circundantes, fueron concluidas bajo el reinado de Mohamed V hacia 1380. Este sultán granadino vivió durante años un periodo de paz y alianza con el rey don Pedro de Castilla, condiciones propicias para permitirle dedicarse de lleno a la construcción y embellecimiento de su palacio en la Alhambra.
   Los sucesores de Mohamed V, con recursos económicos cada vez más exiguos, y enzarzados en luchas intestinas, coinciden con el periodo de declive del sultanato nazarí, decadencia que se acentúa en el siglo XV, donde llegan a reinar en Granada hasta doce sultanes.
   El asedio emprendido por los Reyes Católicos en 1491 contra el reino de Granada, último bastión de los musulmanes en España, concluye con la capitulación de Granada, entregada a los cristianos por Mohamed XII (Boabdil) el 2 de enero de 1492.
   El 31 de marzo de ese mismo año es promulgado el edicto de expulsión de los judíos de España, a los que se da plazo hasta el 31 de julio para aceptar el bautismo o abandonar el país. En octubre, Colón descubre América.
   Tras la expulsión de los musulmanes de la Península, parte de la decoración interior de la Alhambra fue arrasada y el mobiliario destruido o expoliado. Sin embargo, el complejo palaciego pasó a ser posesión de la Corona, y los reyes cristianos la declararon Casa Real, procediendo a su restauración y la remodelación de algunas de sus dependencias.
   El emperador Carlos V, que reinó en España de 1516 a 1556, reconstruyó algunas salas en estilo renacentista y demolió sectores de la Alhambra para erigir un palacio italianizante diseñado en 1526 por Pedro Machuca, que quedó inacabado.
   A principios del siglo XVIII, la Alhambra fue residencia temporal del rey borbón Felipe V y de su consorte Isabel de Farnesio, que, con colaboración de artistas italianos, hicieron remodelar un ala del palacio al gusto dieciochesco. Estos monarcas fueron los últimos residentes reales de la Alhambra, y tras su partida el palacio cayó una vez más en el abandono, aunque el lugar se mantuvo bajo jurisdicción militar, y llegó a albergar una nutrida guarnición de soldados.
   En 1812, durante la invasión napoleónica de la Península, algunas de las torres fueron dinamitadas por los franceses, al tener que abandonar la ciudad. En 1821 un terremoto causó aún más daños al edificio. La reconstrucción de la Alhambra fue emprendida en 1828 y continúa en nuestros días.

 

Otros vestigios musulmanes en Granada


Barrio del Albaicín

Fotos 64 y siguientes
   
   Muchas de las casas están construidas en estilo morisco alrededor de patios, refrescados por fuentes y abiertos al cielo, y los habitantes pasan mucho tiempo en estos patios y en las azoteas durante la estación veraniega.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
El embrujo de la Alhambra 
   Desde los balcones del la Alhambra se disfruta de un magnífico panorama del barrio granadino del Albaicín (Ribad al-Bayyazin = 'Compañía de Halconeros'). Su abigarrado conglomerado de casas encaramadas en la colina frente a la Alhambra recuerda poderosamente a una medina magrebí. Y de hecho lo es. Su laberíntico trazado de calles y callejas que trepan por escaleras y se cruzan y se bifurcan y serpentean formando recodos, plazuelas y callejones sin salida es típico del urbanismo árabe. También lo es la tipología de muchas viviendas, desnudas y sobrias en su exterior, y dotadas de lujuriantes jardines (o 'cármenes') en su interior, de los que a veces no se ven más que las palmeras y los cipreses asomando por encima de los muros encalados. Muchas iglesias son antiguas mezquitas; sus campanarios, antiguos alminares; los subterráneos esconden numerosos aljibes para depósito de agua de tiempos de los nazaríes. Existe también un antiguo hammam o casa de baños públicos (el Bañuelo), que contrasta por su austeridad con la exquisita decoración de los baños privados reales de la Alhambra. El Bañuelo conserva aún la típica distribución de los baños árabes, consistente en tres estancias (de agua fría, templada y caliente) con las bóvedas perforadas de tragaluces en forma de octógonos y estrellas, que evocan el firmamento nocturno (foto74).
   Recíprocamente, las vistas desde el Albaicín sobre la colina y palacio de la Alhambra, allá enfrente, son esplendorosas (foto73).
   Subiendo más al oeste está la barriada aledaña del Camino del Sacromonte, con sus cuevas y sus viviendas semi-troglodíticas, albergue de gitanos ya en tiempos de Irving y hoy de tablaos flamencos para turistas.
   La iglesia de San Salvador es la más importante del barrio del Albaicín y está construida reaprovechando una antigua mezquita, quizá del siglo X (foto75). Del santuario musulmán se conserva el patio de abluciones, rodeado de arquerías de ladrillo con arcos de herradura. El campanario exhibe diseños árabes de lacería de ladrillo. Subsisten también los aljibes o cisternas.
  

  
Casa del Carbón
Foto76
  
   La Casa del Carbón pudo haber sido un almacén o mercado de carbón, como su nombre actual indica, pero el nombre árabe original (Fonduk al-Yadida = 'Posada Nueva') sugiere que fue más bien una fonda o albergue de mercaderes, como parece confirmarlo su distribución interna constituida por tres pisos de habitaciones en torno a un patio. El portalón, en arco de herradura enmarcado por un alfiz, permite acceder a un somero vestíbulo con una puerta más pequeña bajo unas ventanas geminadas. La decoración ha sufrido alteraciones con el paso del tiempo.
   Está situada en el núcleo urbano de Granada y es una buena muestra de la arquitectura de los edificios privados árabes.
  

  
Puente del Cadí
Foto77
  
   (Cadí = juez). Construido en el siglo XI, este puente sobre el río Darro conectaba antiguamente el Albaicín con la Alhambra. Fue demolido a mediados del siglo XVII, aunque todavía sobreviven un machón y el arranque del arco de herradura.

 

 

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FotoCD70
    
El embrujo de la Alhambra

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Granada (España)

   


 

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