Exposiciones fotográficas

Cita con el Leviatán

Cita con el Leviatán



   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...
   (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)

   Vi el terrible monstruo acuático mencionado en el Libro de Job, que con su gigantesco cuerpo lograba eclipsar el sol y la luna. Pensé por un instante que era una encarnación del maligno, el enemigo de las almas, el demonio.
   Era el Leviatán, el caos primitivo que yace encadenado desde el principio de los tiempos para despertar un día y devorar todo lo que se encuentre a su paso.
   Pero el Leviatán estaba enfermo. Y esquivando sus tentáculos, logré introducirme en sus entrañas. Y desde dentro vi lo que veían sus ojos.
   Y su visión abarcaba el mundo entero. Y entonces comprendí que sólo un despertar de la conciencia colectiva y de la moral a escala planetaria sería capaz de enfrentarse al monstruo para impedir sus designios.

 

   La cita nos llegó por la tarde, no lo podía creer.  
   Podíamos visitar al leviatán antes de cerrarlo quizá para siempre. 
   Tendríamos la contraseña del capitán para entrar. Ésta podría ser mi única oportunidad de conocer las entrañas del leviatán. 
   Solicité mi pase y me enteré de que podríamos ir hasta tres personas. 
   –Estupendo –pensé–, podría compartir la experiencia con más gente.  
   La verdad, me impresionaba un poco una visita en solitario. 
   Mi compañera estaba claro que vendría, pero necesitaba encontrar algún amigo más, no podía desperdiciar la oportunidad de que alguien más compartiera la experiencia. 
   Curiosamente, hasta la tercera o cuarta persona que se lo dije, no se apuntó, unos por una cosa y otros por otra. Una oportunidad así, desperdiciada. Quedamos para ir después de comer. Nos vimos fuera del recinto, todavía cerrado a las personas. 
   Nos acercamos a la única puerta, y rápidamente llegó el guardián. 
   –¿Dónde váis? Aquí no se puede entrar. 
   Me adelanté y le dije raudo la contraseña. Y, abracadabra, la puerta se nos abrió. 

   El interior era oscuro y tal vez húmedo, una escalera sin fin se insinuaba al fondo. Ésta nos llevaría a través de las entrañas del leviatán. Había que entrar y cerrar la puerta, o nuestra única escapatoria. 
   –No importa –dijimos los tres, comenzando la ascensión.  
   La puerta se cerró con un estruendo metálico que retumbó de una manera inesperada. Nos volvimos a mirar con aire compañeril. Estábamos dentro con la única salida cerrada, claustrofobia, emoción, miedo o todo junto.  
   Ara, mi compañera, se dirigió a la puerta y se negó a subir. Claustrofobia, claro. Aporreando la puerta nos dijo que ella no subía. 
   –¿Qué? ¿Alguien se retira? –dijo el guardián con cierta sonrisa. 
   –Sí. Me dan claustrofobia estos sitios. Os espero fuera, y espero que disfrutéis –dijo Ara. 
   Nos miramos Jo y yo, dirigiéndonos con decisión a la escalera que nos adentraba en la bestia. 
   La escalera no era incómoda ni peligrosa, pero sí infinita. Al menos visualmente no tenía fin. 
   Comenzamos la ascensión con paso atlético los primeros cinco minutos, después seguimos algo más despacio tomando resuello. 
   Hubo un momento que perdí contacto visual con Jo. Al principio no le di importancia, quizás se había entretenido con algo. 
   Pasado un rato le llamé. Él me contestó desde bastante más abajo de donde yo estaba, pero algo raro le noté en la voz. Bajé a ver qué pasaba. Me lo encontré verde-amarillo-blanco. 
   –¿Qué te pasa? –le dije. 
   –Creo que algo que comí me sentó mal, y con la subida ésta acabo de vomitar. 
 
   Seguimos de ahí en adelante juntos al mismo ritmo. La escalera sólo permitía ver unas paredes metálicas y algún manojo de cables que la atravesaba, nada de ventanas ni luz natural por ningún lado, ni hacia arriba ni hacia abajo.  
   Alrededor de los diez minutos largos de subida –ya me estaba cansando–, se insinuó la luz exterior. 
   –Nas, creo que esa luz ya es la cabeza de este bicho –exclamó Jo. 
   Eso nos hizo apretar el paso para llegar de una vez. 
   Por fin llegamos. Lo que desde allí se veía, y a la altura que estábamos, nos impresionó. 
   –¡¡La hostia!! –dijimos al unísono. 
   Su cabeza desde dentro era mucho más grande de lo que parecía, y sus ojos eran inmensos, podían tener dos metros de diámetro o más. Desde allí se veía todo el mundo conocido, no sabíamos dónde dirigir la mirada. Tenía cuatro grandes orificios al exterior, los ojos y la nariz. Nos asomamos desde el ojo y la visión era impresionante.  
   Sonreímos con cierta complicidad. 
   –Oye, Nas, ¿se podría salir por aquí? –dijo Jo, señalando a los agujeros de la nariz. 
   –Venga ya –dije yo, con cierto miedo de que lo intentara. 
   –Bueno, no perdamos tiempo e inmortalicemos este momento –dije yo, mientras sacábamos las cámaras de las fundas. 
   Primero nos subimos en un ojo cada uno y click-clack, click-clack. 
   Después, desde los agujeros de la nariz, la cabeza por dentro, la escalera sin fin, juntos, separados.............  click-clack, click-clack, click-clack, click-clack.

   Fernando Polo Elías

 
  Continuar >>

 

FotoCD18

Cita con el Leviatán
 
Idea y diseño original: Fernando Polo Elías
Fotografías: 1992
Digitalizadas: 2004

© Fernando Polo Elías
© Copyright fotoAleph. All rights reserved

www.fotoaleph.com