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Los peregrinos del Om

Los peregrinos del Om

 

OM es el Verbo Creador, el sonido del Motor Vibratorio, el testigo de la Divina Presencia.
Paramahansa Yogananda, Autobiografía de un Yogui

 

   Llegamos a Omkareshwar ya caída la noche, tras una travesía en autobús que, entre interminables paradas y desviaciones, ha durado 8 horas para 200 kilómetros. Nada más bajar del vehículo nos rodea un grupo de jóvenes que dicen ser pujaris y que nos invitan a hacer la puja (ofrenda) que todo viajero o peregrino realiza al llegar a este santo lugar. Es tarde, estamos cansados, y declinamos prestarnos a seguir la tradición. Preguntamos por un alojamiento y enseguida nos informan con detalle: hay un albergue de lujo y otro más modesto pero con vistas al río. Optamos por este segundo y un muchacho nos conduce por estrechas callejas, oscuras, empinadas y zigzagueantes, a un escondido albergue llamado 'Ganesh Guest House', con aspecto de reducto de hippies.
Om   Pagan al contacto su comisión y una mujer nos lleva a las habitaciones por un tinglado laberíntico de escaleras que parece diseñado por M. C. Escher, cuyo itinerario correcto nos costará varios días aprender. Más que habitaciones son celdas monacales alineadas en cuatro pisos de balcones que dan a un patio central con enormes árboles. No tienen armarios ni ningún tipo de muebles, y las camas son de obra: plataformas de ladrillo adosadas a las paredes sobre las que hay tendidos unos delgados colchones que apenas amortiguan la dureza de la base y hacen que se le clave a uno el hueso de la cadera en el cemento.
   Nos dan de cenar en un comedor instalado en el patio debajo de una tejavana. Las mesas están abarrotadas de huéspedes, en su mayoría extranjeros, entre los que se intercalan algunos nativos de melenas y barbas blancas, entrados en años, con aspecto de santones, ataviados con collares y abalorios. El menú, aunque abundante en platos de nombres y sabores exóticos, es estrictamente vegetariano. Pronto nos enteramos de que la dieta vegetariana es obligada en todo el pueblo. No existen carnicerías ni restaurantes no-vegetarianos que ofrezcan los consabidos chicken o mutton, ni siquiera huevos: y es que Omkareshwar –nos dicen– es un lugar santo.
   Por el mismo motivo, en Omkareshwar rige la prohibición del licor. No hay bares ni licorerías, y en teoría no se puede consumir alcohol. Sin embargo, el encargado de la pensión nos informa que se pueden adquirir cervezas clandestinamente. ¿Dónde? En una juguetería cercana. Allí acudimos: la juguetería está cerrada, pero los dueños andan cerca y cuando nos divisan abren el establecimiento y nos invitan a entrar, aunque saben que, evidentemente, no vamos a comprar juguetes. Abren una trampilla que da a un sótano y de allí nos sacan unas botellas de cerveza tamaño pinta, que esconden dentro de una bolsa de plástico negro. La hija del dueño, una chica de unos quince años con gafas y cara de estudiante aplicada, practica su inglés con nosotros hablándonos del cambio climático y del calentamiento global, y de lo que hay que hacer para evitarlo.
Om   De vuelta al comedor de la pensión, el camarero, un joven nepalí, nos recomienda que cuando bebamos cervezas no dejemos las botellas a la vista y las escondamos debajo de la mesa. Con lo que nos sentimos como si estuviéramos en Estados Unidos en la época de la Ley Seca. El camarero nos ofrece también el frigorífico de la cocina para que almacenemos y pongamos a enfriar las cervezas.
   De madrugada, antes del amanecer, nos despiertan unos cánticos transmitidos a todo volumen por un altavoz del templo de Omkar. Son mantras que los brahmanes entonan para saludar el alba, y que a esas horas se oyen en todo el pueblo. A continuación escuchamos, como si anunciara un inminente bombardeo aéreo, el estridente rugido de una sirena.
   Vamos a almorzar a un establecimiento de zumos de frutas que hay cerca. Los dependientes exprimen en una batidora manzanas, piñas o mangos y agregan a los zumos generosas cantidades de un sirope de vistoso color fucsia, que los clientes beben con delectación. Preparan también batidos de leche con frutas. Observamos que algunos batidos los hacen echando a la leche unas bolas de color verde. Son los bangh-lassi, batidos de hierbas maceradas de cannabis, brebaje que no puede faltar en ninguna ciudad santa de la India, y que muchos nativos toman para entrar en consonancia con la santidad del lugar. Algunos ingieren de un bocado las bolas de bangh directamente, sin batido.
 

   
   Tras el almuerzo, salimos dispuestos a explorar el pueblo.
   Omkareshwar, tambíen llamado Omkar, Godarpura y Mandhata, es un centro de peregrinación situado en una isla fluvial del río Narmada, en el estado de Madhya Pradesh (India central). El Narmada es, como el Ganges o el Yamuna, uno de los siete ríos sagrados de la India. Para los hindúes, bañarse en sus aguas no solo limpia el cuerpo sino que purifica el karma.
   El pueblo de Omkareshwar (topónimo que significa 'Señor del sonido Om') se desparrama por una de las laderas de la isla y por las colinas de la orilla opuesta, conectadas ambas riberas por dos puentes modernos y por embarcaciones que cruzan periódicamente el río. Salpicadas entre el casco urbano, emergen las torres en forma de sikhara de numerosos templos sivaitas, y unos pocos vishnuitas y jainistas, la mayoría construidos entre los siglos XIV y XVIII.
Om   El más concurrido por fieles y peregrinos es el templo de Omkar, ubicado en la isla Mandhata, cuya importancia proviene de que alberga uno de los doce jyotirlingas de la India. Aclaremos el término: el 'linga' es una de las plasmaciones icónicas más comunes del dios Siva, que en otras ocasiones es dibujado como un asceta meditando en plena naturaleza sentado sobre una piel de tigre. Se trata de un cilindro, por lo general de piedra pulimentada, que representa estilizado el falo de Siva y simboliza su potencia reproductora. El linga se yergue siempre vertical sobre una base circular también de piedra, con un canal que sobresale, por el que se drenan los líquidos que se vierten en ofrenda sobre el cilindro (foto109). Esta base es el 'yoni', símbolo vaginal que hace referencia a la consorte de Siva, la energía femenina, la cual puede adoptar diversas personalidades, como Parvati, Uma, Durga o Kali.
   Por toda la India se ven innumerables lingas, pero doce de ellos son los más venerados: los jyotirlingas (o lingas de luz), que son de tamaño gigantesco. Un relato de la mitología hindú cuenta que Siva se apareció en forma de jyotirlinga para resolver un conflicto entre Vishnú y Brahma, que estaban discutiendo quién de los dos era el dios más poderoso. Siva se transformó en una inmensa columna de luz, cuya base se hundía en las profundidades de la tierra y cuyo límite superior se perdía en el cielo. A continuación retó a Vishnú y Brahma a que encontrasen el final de la columna, para así dirimir quién era el más poderoso. Vishnú, en su avatar de jabalí Varaha, excavó y se introdujo en lo profundo de la tierra buscando el extremo inferior de la columna. Brahma, volando sobre un cisne, ascendió hacia el cielo en busca del extremo superior. Ninguno de los dos dioses llegaron al final de la columna, pero Brahma fue engañado por la flor del ketaki (Pandanus fascicularis), que le dijo que el propio Siva la había depositado en lo más alto de la columna. Cuando Brahma compareció ante Siva mostrándole la flor como prueba de haber superado el reto, Siva se indignó tanto que maldijo la flor, y ésta ya nunca se utilizó como ofrenda. También maldijo a Brahma, y esa es la razón por la que este dios no tiene apenas templos ni devotos en la India.
Om   Pero lo que hace de Omkareshwar un lugar especialmente santo es que la isla –se dice– tiene la forma de 'Om'.
   'Om' es en las religiones hinduista, budista y jainista una sílaba sagrada, considerada como el más sublime de los mantras. Está compuesta por tres sonidos: a-u-m (en sánscrito las vocales a y u se funden para sonar como una o, como ocurre en el idioma francés). Estos tres sonidos simbolizan varias triadas: los tres dioses supremos: Siva, Vishnú y Brahma; los tres mundos: tierra, aire y cielo; las tres escrituras sagradas védicas: Rig-Veda, Yajur-Veda, Sama-Veda. De esta forma, Om contiene la esencia del mundo entero. Según Vivekananda, "Om es lo más grande, significa lo Absoluto". Según Amit Ray, "Om es todo lo que está dentro de nuestra percepción y todo lo que está más allá de nuestra percepción". El sonido Om es la suma de todos los sonidos del universo. Es pronunciado en todos los rezos y cánticos, y también en las prácticas de yoga y meditación.
   En la antigua escritura sánscrita y en el actual alfabeto hindi la sílaba Om se plasma gráficamente con determinados rasgos que en vano tratamos de encontrar en la forma de la isla, por más que la recorremos siguiendo el itinerario de peregrinación ritual que la rodea por completo. Tampoco a vista de satélite, cosa que nos permite el Google Earth, distinguimos el menor rastro de un Om: la isla tiene una planta más bien triangular. Pero ya se sabe que cuando una leyenda arraiga en el imaginario colectivo, las evidencias de la realidad nada pueden hacer contra ella. Los peregrinos de toda la India acuden a Omkareshwar porque tiene forma de Om, y realizan su peregrinaje caminando sobre el Om.
   Omkareshwar está especialmente animado durante los festivales de Sivaratri (febrero-marzo) y de Kantik Purnima (luna llena de noviembre). La feria anual de Omkareshwar fue, hasta 1824, escenario de auto-inmolaciones de devotos, que creían adquirir méritos religiosos arrojándose al vacío desde lo alto de los acantilados (rocas Birkhala) que dominan la ribera meridional del río.
   

 


OmBajando por callejuelas en cuesta, tan estrechas e intrincadas que no permiten el acceso de vehículos, nos acercamos a las orillas del Narmada, y empezamos a percibir un olor a carne quemada que nos extraña, conociendo las normas alimentarias de Omkareshwar. Al poco caemos en la cuenta de que estamos en la zona de cremaciones. En la orilla rocosa del río hay dos o tres piras humeantes, rodeadas de grupos de nativos. Me acerco y compruebo que van a incinerar el cadáver de un hombre de unos treintaitantos años, con el cuerpo surcado de cicatrices cosidas. Pregunto y me informan que ha muerto en un accidente de tráfico. Exceso de velocidad. Los concurrentes –por alguna razón que ignoramos, no hay mujeres– acarrean en parihuelas el cadáver al río para darle un último baño purificador en las aguas del sagrado Narmada (foto010). Cerca del montón de leña que va a hacer de pira mortuoria, un barbero está rapando al cero la cabeza de un muchacho que tiene la mirada perdida, como si no pudiera asimilar la que se le viene encima: es el hijo primogénito del difunto, que, obedeciendo a la tradición, será el encargado de prender fuego a la hoguera. El barbero le da instrucciones y le bendice (foto009).
   Nos retiramos discretamente hacia otra zona de la orilla, acondicionada con ghats o escalinatas cuyos peldaños se sumergen en el río, donde practican sus abluciones los peregrinos. El lugar, por su aspecto general y por su ambiente humano, nos parece una pequeña Benares. Hay numerosos sadhus (santones o ascetas) bañándose en la orilla, o sentados en la postura del loto y fumando shilloms de ganja (pipas de cannabis). Barberos al aire libre rapan al cero las cabezas de los peregrinos, para que puedan ofrecer sus cabellos a los dioses (foto008). Un padre, con la cabeza rapada, baña a su hijo (foto004). Las mujeres lavan la ropa. Un grupo de niños juega a los naipes. Una familia de dalits (los que antaño se llamaban parias, personas pertenecientes a los estratos más bajos de la sociedad, tan bajos que ni siquiera entran en el sistema de castas, son 'descastados'), busca afanosamente entre las rendijas de los adoquines de los ghats esquirlas y trozos de metal, que van acumulando en una bolsa.
Om   Se nos acerca un brahman para ofrecernos hacer la puja ritual de bienvenida a Omkareshwar: una ofrenda al río Narmada. Acepto someterme al rito. Puestos de cuclillas al borde del agua, el pujari declama jaculatorias, me entrega una flor de champac para que la deposite sobre la corriente, me rocía cabeza y cuerpo con agua del Narmada, me pinta un bindu (punto rojo) en la frente, me hace repetir en voz alta una sucesión de mantras ("Om Siva Om", "Om namah shivaya..."), me hace beber con las manos a modo de cuenco unos sorbos del agua bendita del río. No puedo quitarme de la cabeza que a poca distancia río arriba está la zona de cremaciones, donde se arrojan al agua las cenizas de los difuntos.
   Observamos también que en la parte alta del río, allí donde el cauce se bifurca para formar la isla, hay construida una enorme presa de cemento que se extiende de una orilla a otra del sagrado Narmada cortando de cuajo su caudal. Más tarde nos enteramos que esta presa forma parte de un megalómano proyecto estatal de explotación hidroeléctrica e irrigación ('Narmada Dam Project'), que implica la construcción de varias presas (más de 30 previstas) a lo largo del río Narmada. Este proyecto fue duramente criticado por la escritora y activista india Arundathi Roy, autora de la novela El dios de las pequeñas cosas. Roy denuncia que los pantanos generados inundan las tierras de numerosas poblaciones de adivasis (aborígenes) que habitan desde tiempos inmemoriales en la región, forzándoles a abandonar sus poblados y a emigrar a otras tierras.
   El aullido de sirena que nos ha turbado esta madrugada se repite, y comprobamos que proviene de la presa. Al parecer, cada cierto tiempo abren las compuertas para desaguar parcialmente el pantano, y cada vez que lo hacen advierten previamente a la población con el estruendo de la sirena que el caudal del río va a crecer, para que los habitantes de río abajo tomen las precauciones pertinentes.
   Concluida la puja, el brahman no me deja escapar sin que le pague sus honorarios por la ceremonia. De nada me sirve hacerme el remolón: su reclamación es muy esplícita: "Money, money", me espeta, frotando el dedo índice con el pulgar. Tengo que soltarle diez rupias.
Om   Como iremos comprobando al visitar los templos, también a los nativos les sacan los cuartos en las numerosas ceremonias de pujas y ofrendas que practican peregrinos y devotos: todas terminan con un pago en metálico al brahman de turno. La esencia de la religión hindú es la superación de toda dualidad. Se diría que aquí eso se cumple: el misticismo es indisociable del materialismo. En el templo de Omkar, que está siempre abarrotado de fieles, se multiplican los rituales, siempre con un brahman de oficiante que imparte sus bendiciones a las distintas familias de peregrinos (foto027), aplicándoles bindus en la frente con un polvo rojo, asperjándoles con agua bendita, proporcionándoles flores para que las ofrezcan a los dioses, y cobrándoles buenas sumas de dinero por los servicios prestados. Los billetes se acumulan (foto029), y en un rincón se puede ver a un brahman contándolos. Solo el templo de Omkar debe recaudar miles de rupias cada día, libres de impuestos, pero, a juzgar por el trajín de peregrinos, calculamos que los incontables templos, templetes y capillas de Omkareshwar no le irán a la zaga.
    En nuestro vagabundear por las callejas del pueblo, podemos constatar que todo Omkareshwar está volcado al comercio con y para los peregrinos (foto014). Las tiendas y tenderetes rebosan de un sinfín de objetos relacionados con la peregrinación. Souvenirs de Omkareshwar consistentes en lingas y yonis, estatuillas de plástico policromado de Siva, Ganesh, Durga, Kali y demás dioses y diosas del superpoblado panteón hindú, vasijas de latón con agua del Narmada, imágenes del Om, postales de vistas panorámicas de la isla con el Om dibujado encima, vídeos de festivales, lámparas en forma de dioses, altares orlados de bombillas que parpadean... Toda una antología del kitsch que nos hace sentirnos como en una Lourdes del hinduismo.
   Abundan también los dharamsalas, albergues gratuitos para peregrinos, donde se hacinan las familias sin recursos que llegan a Omkareshwar de peregrinación.
Om   Al anochecer, los rituales aumentan en número e intensidad. Por todas partes se oyen cánticos, y en los chattris (pabellones) de la orilla se encienden hogueras. Pequeñas bandas de músicos acompañan las melopeas que entonan los peregrinos en sus pujas. Algunos depositan sobre la superficie del agua lamparillas de cera que flotan sobre pequeños cuencos hechos con hojas de árboles trenzadas (foto069), y que navegan al par de la corriente formando una procesión de lucecillas titilantes.
   Una bandada de macacos hace su aparición por los tejados armando su característico alboroto, y vemos a dos de ellos trasladarse de un tejado a otro utilizando un tendido de cables eléctricos a modo de tirolina, haciendo malabarismos con una agilidad y destreza dignas de los trapecistas del Circo del Sol.
   En la pensión observamos que, apoyadas en las paredes, hay colocadas estacas de madera en pasillos, escaleras y balcones. Son estacas a disposición de los huéspedes, y sirven para ahuyentar a los monos cuando éstos se toman demasiadas confianzas e invaden las dependencias. No hay nada que atemorice más a un macaco que un humano con un palo en la mano.
 
  
   
   A la mañana siguiente, además de despertarnos los cánticos del templo (a los que acabaremos cogiéndoles gusto) y la sirena de la presa, nos sobresalta un estruendo de golpes metálicos. Salimos al balcón y vemos que los causantes son unos macacos que se dedican a dar enérgicos brincos sobre la tejavana del patio, haciendo chocar las chapas con la intención de montar la mayor bulla posible. Bajamos a desayunar estaca en mano. En el comedor tienen puesta una cassette que emite un mantra cantado por una aguda voz femenina de forma que una estrofa enlaza con la siguiente repitiendo la misma melodía una y otra vez; una especie de mantra sin fin, que solo se calla cuando la cinta llega al final y se para con un chasquido. Los macacos, que parecen haber tomado ese día posesión del albergue, se acercan a nuestra mesa con el propósito de compartir el desayuno, y uno de ellos, con una ágil cabriola, nos arrebata el platillo de la mermelada. Un comensal nativo se levanta y blandiendo un palo espanta a los simios dando fuertes palazos sobre la mesa y gritándoles improperios.
Om    Una huésped francesa, de canosos cabellos y mirada mística, nos recomienda que hagamos la peregrinación ritual en torno a la isla del Om. Aceptamos su sugerencia, cruzamos el río por el puente y nos sumamos al continuo fluir de peregrinos que, en el sentido de las agujas del reloj, efectúan el parikrama o circunvalación ritual, siguiendo una ruta prefijada que da la vuelta a la isla. Un circuito de unos siete kilómetros jalonado, como las estaciones de un viacrucis, por una sucesión intermitente de templos y capillas.
   Nos cruzamos con numerosos babas, que así llaman coloquialmente a los sadhus o ascetas que pululan por la isla, ataviados con taparrabos, collares de semillas y espectaculares melenas recogidas en moños y untadas de barro y cenizas. Algunos sadhus están de paso, en una etapa de su interminable peregrinar por tierras de la India. Otros residen en Omkareshwar y se concentran sobre todo en el extremo oriental de la isla, cerca de la presa. Se les ve a veces acompañados de jóvenes occidentales, con quienes comparten sus shilloms de ganja.
Om   Apostados en puntos claves de la ruta de peregrinación, hay chavales que venden refrescos. Estamos en febrero y por tanto hace mucho calor. Algunos templos-etapa del itinerario se levantan en altozanos y se accede a ellos subiendo unas largas y empinadas escaleras, que nos hacen sudar la gota gorda. La calidad arquitectónica de los edificios es muy desigual. Hay excelentes ejemplares de arquitectura tradicional india, alternados con capillas que son meros chamizos, o templos modernos con estatuas gigantes de Siva en cemento policromado (foto098) y una decoración de delirante exuberancia y colorido que nos hace pensar que deambulamos por una especie de parque temático del hinduismo, o más bien cabría decir del surrealismo.
   El esbelto sikhara clásico del templo Gauri Somnath custodia en su interior otro linga gigante (foto072). Según una leyenda local, este linga tenía el poder maravilloso de revelar a las personas la naturaleza de su próxima transmigración. Agrega la leyenda que el gran mogol Aurangzeb (personaje histórico detestado por los hindúes) enloqueció de rabia cuando el linga le predijo que iba a renacer en forma de cerdo. Enfrente de este templo, en un flanco de la colina, hay esculpido un enorme toro Nandi, la montura de Siva.
    Cada templo, cada capilla, está dedicado a una divinidad, representada por una estatua levantada en su interior, a la que los peregrinos donan sus ofrendas (flores, guirnaldas, bandejas de comida, ghee, mantequilla, cocos... así como monedas y billetes de banco, que son introducidos en unas huchas metálicas dispuestas al efecto, foto087). Aunque hay esculturas de corte clásico y buena factura técnica (foto073), proliferan sobre todo las estatuas de estilo popular. En este aspecto, la iconografía es extraordinariamente variada y pintoresca (índice de fotos). Veremos a Ganesh, Kali, Durga, Laxmi, Rama, Sita, Lakshmana, Hanuman y otras muchos dioses, diosas y semidioses completamente cubiertos de gruesas capas de pintura roja que desdibujan su perfil, con los ojos pintados, ataviados de ricas vestiduras con brocados. Junto a ellos hay que señalar la presencia añadida de los langures (foto101), que también parecen peregrinar de templo en templo, esos simpáticos monos de pelo gris, cara negra y cola muy larga, más pacíficos que los macacos.
Om   El sol está ya muy bajo cuando llegamos al extremo oriental de la isla, donde duermen las bellas ruinas de un antiguo templo jainista llamado Siddhnath Barahdwari (o Siddheshwar). Aunque le faltan las torres, todavía conserva la mayoría de las elaboradas columnas de sus mandapas, primorosamente talladas en arenisca roja, rematadas por capiteles de cuatro ménsulas esculpidas con curiosas figuras (foto080). El conjunto se levanta sobre un plinto revestido de altorrelieves de elefantes emparejados (foto077). Las luces del sol poniente intensifican hasta incendiarlo el color rojo de la arenisca.
   Desde este elevado enclave se divisa la ruidosa presa sobre el Narmada, y más allá, un valle totalmente empantanado cuyas aguas se pierden en la bruma del horizonte.
   La peregrinación llega a su término y completa su circuito en el pueblo, pasando junto al antiguo palacio del rajá de Omkareshwar. Entramos a visitarlo. El palacio se levanta en la falda aterrazada de una colina de la isla; templos, casas y tiendas se aglomeran al pie y alrededor. Las estancias se articulan en torno a un patio porticado de dos pisos con arquerías polilobuladas y balcones con vistas al río (foto083). Lo que más llama la atención es el vívido colorido con que han sido pintados muros, columnas, arcos y ménsulas (foto084), que le confieren un aspecto más propio de parque de atracciones o barraca de feria que de residencia palaciega. Aunque el monumento es de acceso público, los familiares y descendientes del rajá –que fue, como todos los rajás y maharajás de la India, despojado de sus privilegios a partir de la declaración de independencia de 1947– continúan habitándolo parcialmente en dependencias privadas de un ala del edificio. A través de las puertas con carteles de 'No entry' vemos cómo unas mujeres lavan sábanas y las tienden a secar en algunas galerías.
   Tras unos días más, nuestra estancia en Omkareshwar toca a su fin y decidimos encaminar nuestros pasos hacia otra ciudad santa, situada 65 kilómetros río abajo, también a orillas del sagrado Narmada: Maheshwar. En la estación de autobuses dan de comer a las vacas sagradas echándoles en el suelo puñados de granos de trigo. Una bandada de macacos se acerca y, formando un corrillo, comparte pacíficamente la comida junto a las vacas (foto066). Un asno enfermo y agonizante se pasea trastabillando y gimiendo entre los autobuses, sin que nadie le haga el menor caso. La víspera, cuando vinimos a la taquilla a informarnos de los horarios, habíamos reparado en un indigente que parecía dormir tumbado en el suelo en un rincón de la estación. Hoy nos percatamos de que no estaba durmiendo: unos funcionarios se llevan su cadáver montado en una carretilla.
 


Río abajo, Maheshwar

   Esta ciudad santa, ubicada en la orilla norte del río Narmada (provincia de Indore, estado de Madhya Pradesh), es una de las poblaciones más antiguas de la India. Localizada en el antiguo sitio de Mahesvari, fue la capital del rey Arjuna Kartavira, de la dinastía Haihaya (hacia 200 a C), personaje mencionado en las epopeyas sánscritas Mahabharata y Ramayana.
Om   También llamada Choli Maheshwar, además de una urbe de interés histórico, es un próspero centro agrícola y comercial, muy reputado por su producción de tejidos, brocados y saris de seda bordados a mano. Se pueden visitar los talleres, instalados en antiguos patios porticados, donde las mujeres de la ciudad tejen, manipulando con asombrosa destreza complicados telares, los hermosos y afiligranados saris de seda, de vivo colorido, con irisaciones de oro y plata, que luego serán vendidos por un sistema de cooperativas a toda la India.
   Maheshwar es también un lugar de peregrinación sivaita. Peregrinos y sadhus bajan todos los días a hacer sus abluciones a los amplios ghats o escalinatas que se extienden a orillas del Narmada (foto104), al pie del fuerte de Akbar y el palacio de Ahilya Bai, una reina que eligió Maheshwar como capital en 1767. Ahilya era la viuda del hijo de Malhar Rao Holkar, y tras su muerte gobernó con gran habilidad. La dinastía Holkar reinó desde 1733 en Indore y sus reyes fueron fieles aliados de los británicos, incluso en la época del motín de los cipayos.
   El palacio de la reina conecta con los ghats de la ribera por una escalinata monumental, integrándose con ellos en una unidad que revela una visión urbanística de conjunto (foto111). Lo mismo ocurre con el gran templo de Siva, que se yergue bajo el imponente fuerte construido en el siglo XVI por el gran emperador mogol Akbar. Sobre los ghats se levantan numerosos templetes y chattris (pabellones columnados). Entre estos últimos destaca el cenotafio de Ahilya Bai, que murió en 1795.
  
   El ambiente de Maheshwar no es muy distinto al de Omkareshwar, aunque tal vez más señorial y menos ruidoso. Nos fijamos en un cartel de propaganda en pro del control de natalidad (foto118), compuesto por dibujos esquemáticos de rostros de dos familias. La familia numerosa, que tiene cinco hijos, refleja en las caras una expresión triste, mientras que la familia con solo dos hijos muestra rostros sonrientes. Los 'emoticonos' ya existían en la era analógica. El mensaje: "Familia pequeña, familia feliz". Aunque pocas familias parece que obedecen a tan bienintencionada consigna: en 2015 la población de la India va a alcanzar los 1.300 millones.
   Maheshwar es, como Omkareshwar, una ciudad sagrada, y por ello rige entre sus habitantes la prohibición de carne y alcohol. Quien desee tomar una simple cerveza deberá salir a las afueras de la ciudad, cruzar un puente sobre un río polucionado que marca los límites de la urbe, y acudir a una expendeduría de licores cuyos dependientes venden, a través de unas rejas metálicas de seguridad, botellas de ron y whisky a los clientes que se arremolinan ante la taquilla. Enfrente hay un non-vegetarian restaurant que nos prepara una mesa en un segundo piso todavía en construcción, con palas y sacos de cemento en los rincones, para que las botellas de cerveza no sean vistas desde la calle. Tenemos que bajar a la cocina para, tomando las riendas de los perolos, enseñar a cocineros y pinches cómo se hacen unos huevos fritos, plato sumamente exótico en la India.

 

FotoCD130

Los peregrinos del Om

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Fotografías realizadas en Omkareshwar y Maheshwar (Madhya Pradesh, India)

   


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